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Leyenda de Aucema (Periana)

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Leyenda de Aucema (Periana)

Hombre solitario que quería construir una presa por encima de las Huertas de Algarrobar con la gran fortuna que poseía. Como antes no había bancos en el pueblo, guardaba todas sus riquezas en su casa.

  Se cuenta que algunas personas del pueblo, incluidas el cura  y el Teniente de la Guardia Civil de aquel entonces, visitaron a este hombre las noches anteriores a su muerte para vigilarle y fueron las responsables de su muerte.

Se dice que este hombre fue a dar de comer a su mula a su cuadra, situada junto a su casa en la Plaza del Ayuntamiento antiguo y allí mismo lo apalearon y lo colgaron para simular que él mismo se había suicidado. A la mañana siguiente de su muerte, se encontró la autoridad con una escalera colocada justo debajo del balcón de su casa, para hacer creer que si había un asesino, éste había entrado por allí.

  Mas tarde se supo que hubo una persona dedicada a la venta ambulante que vio a estas personas y le dijeron:

Tú... ¿Qué?, a lo que contesto: Yo he visto y no visto

Otra persona, que al parecer, chantajeaba al grupo de asesinos, fue invitada por éstos a una cacería y allí mismo simulando que accidentalmente se le había disparado la escopeta, acabaron con su vida.

  También se cuenta que este grupo de personas cogieron a los más desgraciados y pobres del pueblo, los torturaron para culparles del asesinato.
  Una de las personas implicadas en su asesinato en su agonía decía:

¡Quitadme a Aucema de encima¡ descubriendo de este modo la identidad de los asesinos.

La muerte de Aucema

Todo el pueblo quería Aucema como era conocido en el municipio, en su casa grande todo el mundo tenía cobijo y un pedazo de pan para engañar a la hambruna.

  Era tiempo de posguerra, cuando el hambre y miseria era uno más de la familia, y la riqueza estaban en manos de unos pocos privilegiados, los llamados Señorítos.
  Cobijados por la oscuridad de la noche entraron en la taberna del pueblo, en un lugar apartado del bar entre susurros y como testigo una jarra de vino, tramaron su crimen , desde entonces llamado el “bar del asesinato”.
  Aquella noche como todas, Aucema dejo la puerta abierta como era costumbre y se dirigió a su alcoba en el piso superior de la casa, el sueño amigo del cansancio se introdujo en su cuerpo y se fue a dormir. Unas sombras andaban a hurtadillas por las calles entramadas del pueblo, una escalera sirvió para introducirse en el dormitorio. Un sobresalto, quizás algún grito, todo estaba pensado un bloque de hielo, una cuerda ¿por qué? ninguna respuesta. Salieron por la puerta abierta como si de una visita se tratase.

-Buenas noches a la pa de Dios. Un testigo de su salida, no forma parte del plan, miedo y cada mochuelo a su olivo.

  A la mañana siguiente todo el pueblo habla de lo mismo, la muerte de Aucema, se le lloro como se le llora al ser más querido ¿por qué? si todo el mundo le quería, ninguna explicación.
 El tiempo iba pasando, la muerte para unos, suicidio para otros y asesinato para los ancianos los más sabios y para aquel vecino que dio la paz aquella noche. Todo se va olvidando ya no era comentario en las esquinas, ni en las tabernas, ni las más beatas dan misa por su alma.
  La prosperidad de la noche a la mañana del testigo, era el murmurar y envidiar de la gente, los Señorítos temiendo que se fuera de la lengua, lo invitaron a una montería, orgulloso de su buena compañía y escopeta al hombro, se paseo por las calles empinadas del pueblo. En la fuente los abuelitos sentados al calor de los rayos del sol, lo vieron pasar y comentaron:

-Mirar, que contento va, a la vuelta los pies por delante traerá.

  A la tardecer, cuando el cielo tiene ese color rojizo que da paso a las sombras, terciado en un mulo el testigo yace muerto con un disparo en el pecho...

Un accidente, era la primera vez y...

  Luto en la viuda y huérfanos, miradas de advertencia en los ancianos, otra muerte más, pero esta vez sin testigos.
 Los años pasaron, nadie recordaba Aucema ni la del testigo, los Señorítos en su rutina como siempre, pero nadie se va al otro mundo sin saber que ha estado en éste. Cuando el paso del tiempo te trae la vejez y en el lecho de la muerte de uno de los Señorítos en su agonía dijo:

Quitármelo de encima, me esta ahogando, Aucema por Dios, quitármelo, quitármelo...

  El pueblo se enteró, que aquel anciano de gran bondad y generosidad llamado Aucema fue asesinado por la envidia de cuatro Señorítos dueños del lugar...

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