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Pino Negro

De Wikanda
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Sobre suelos pobres, por encima de los 1.700 m de altitud, en laderas empinadas, soportando fuertes vientos, heladas y copiosas nieves, sobrevive el pino negro, el árbol capaz de vivir a más altitud y de soportar las duras condiciones de vida allí arriba. Un interesante ecosistema representado en las montañas aragonesas, que da cobijo a interesantes especies, algunas de ellas como el mochuelo boreal o el urogallo, marcan en estos bosques su límite de distribución sur, siendo indicadores de ambientes circumboreales ciertamente raros en países mediterráneos

El pino negro en Aragón "Si la nieve no cae de los pinos, seguirá nevando" Pinus uncinata tiñe de verde oscuro el paisaje Roca, pastos, árboles con poco tronco, típico de pino negro Pastos de altura en lo que fue pinar Aún cuando el pino negro (Pinus uncinata) forma bosques siendo éste la única especie de árbol representado, en muchas ocasiones comparte el hábitat con el pino silvestre (Pinus sylvestris), llegando incluso a mezclarse creando individuos híbridos. Además, ambas especies, pertenecen al mismo género (Pinus) y a la misma familia, la de las Pináceas. Como hemos dicho, comparten muchas características comunes e incluso comparten en ocasiones el lugar donde habitan: ambientes de montaña y alta montaña, sobre suelos húmedos y empinados. Ambos muestran cierta indiferencia por la exposición y pueden estar tanto en umbría (ladera orientada al norte) o en solana (orientación sur). Actúan como fijadores del suelo, pobre en los lugares donde se asientan, soportan bien el frío y las heladas y, altitudinalmente, son de los árboles que más suben en nuestras montañas. El pino negro, aunque puede llegar a los 2.700 metros, normalmente se asienta entre los 1.600 y 2.400 metros. El pino silvestre alcanza su nivel óptimo en torno a los 1.500 metros, aunque puede subir y solaparse con el negro hasta los 2.000 metros de altitud. Es difícil encontrar en Aragón, por encima de los 1.600 metros de altitud, bosques tupidos y de árboles apretados, y es que el pino negro generalmente forma masas dispersas muy aclaradas, un grupo aquí y otro allí, un alud que con su potente arrastre clarea bosque haciendo desaparecer algún grupo de árboles o un desprendimiento de piedras que tumba un grupo. Por el contrario, el pino silvestre no tiene apuros en vivir agrupado y próximo a sus hermanos; de hecho, en muchas de sus repoblaciones, y es de las especies que más se ha utilizado para este menester en las montañas, se planta a unas distancias unos de otros tan próximos que seguro que de forma natural no lo harían. De ahí que veamos esos troncos como varas de mástiles que desarrollan precisamente por la proximidad ya que, de estar más dispersos, algo que se puede comprobar en los ejemplares situados en el límite del bosque, crecerán y mostrarán otro porte bien diferente; tronco más ancho, ramas también en las partes bajas del árbol y ramas principales de importante grosor. El porte del pino negro es más piramidal, de menor tamaño, con ramas saliendo muy próximas a la base, de follaje más áspero y tupido, acículas más pequeñas y gruesas y, sobre todo, como elemento diferenciador con el pino silvestre, las piñas. Las escamas que forman las piñas del pino negro, tienen una curvatura similar a un gancho o una uña vuelta hacia atrás (de aquí proviene su nombre científico, uncinatus = ganchudo) muy característica y que nos ayudará a identificarlo sin ninguna duda. El pino negro es un árbol muy singular y resistente que en verano soporta una alta insolación y en invierno fríos extremos unidos a vientos helados que secarían a otras especies que se atreviesen a levantar más de un metro del suelo. Esta capacidad de adaptación al clima extremo de alta montaña, no es propia del pino silvestre, que es mucho más ubicuo y puede llegar a bajar hasta los 500 metros, eso sí en estas altitudes siempre situado en las laderas orientadas al norte. Esta especie tiene una particularidad que lo hace apreciado por los forestales y muy querido por los que disfrutan del monte. Se trata de esa capacidad de arraigar con facilidad, de crecer bien allá donde se le planta, en definitiva de poseer una gran capacidad de adaptación al medio, tanta que cuando estamos en un bosque de pino silvestre, nos de la sensación de que lleva allí cientos, miles de años y que por supuesto es un pinar natural, salvaje, aún cuando nos hallamos en un pinar de repoblación que se plantó allí hace 80 años. Dos buenos ejemplos son el Moncayo y el pinar de la pradera de San Juan de la Peña, ¿los recuerdas? Tanto el pino negro como el silvestre pertenecen a la familia de las Pináceas. El nombre del género, Pinus, lo mantuvo el botánico Linneo que clasificó un gran número de especies a las que colocó una L detrás del nombre científico, ya que Pinus viene ya de los romanos y parece ser que su origen es celta y significaría roca, fuerte, montaña, seguramente por esa capacidad de los pinos de arraigar en terrenos difíciles de conseguirlo. Las pináceas forman la familia más importante del grupo de las Coníferas, y está representada en Aragón por los pinos y el abeto. Las secuoyas, por ejemplo, son coníferas pero no habitan de forma natural en estas latitudes. Sin embargo, para encontrar pináceas habremos de visitar el hemisferio norte, ya que no existen en el hemisferio sur. Las coníferas se caracterizan por poseer piñas o conos, aspecto que ha dado lugar al nombre que las engloba. La mayoría de las especies son de hoja perenne y acicular, en forma de agujas. Su polinización es anemófila, es decir el polen es dispersado por la acción del viento y todas son resinosas. Alrededor de 250 especies sobre la Tierra pertenecen a las coníferas.

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