"Ebook del I Concurso Wikanda"

Sincronías

De Wikanda
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Corría el mes de Diciembre del <<año 1939>> del <<siglo pasado>>. Una familia de labradores que vivía en Torrox, provincia de Málaga, había aprovechado las vacaciones de sus hijas para irse al campo -que estaba en el término de Frigiliana - y aprovechar para hacer algunas faenas como cortar los riparios, nombre que daban vulgarmente a la “vitis vinífera”, que es una vid bravía y sirve para criar nuevas vides; primero se sembraba el sarmiento bravío, y cuando ya era una planta fuerte, se injertaba en la variedad de uva que se quería obtener. La faena consistía en cortar los sarmientos, que solían ser muy largos, en trozos de metro y medio, hacerlos manojos de cincuenta o cien, atarlos y echarlos en agua, hasta que se vendían. También se hacía la matanza del cerdo, entre otras cosas. Aquel labrador tenía tres hijas, una de nueve años, otra de cinco y la más pequeña en cuarentena. Un día, la que tenía cinco años, amaneció con una fiebre muy alta. Sus padres se alarmaron mucho, dada la epidemia que había de difteria, llamada vulgarmente “garrotillo”, y que se estaba llevando muchos niños. Rápido, su padre aparejó el mulo, único transporte que tenían en aquel tiempo para ir al pueblo. Mientras su madre vestía y abrigaba mucho a la pequeña. Su padre partió raudo con su hija enferma, dejando a su esposa preparándolo todo para irse también con las otras dos. Cuando el médico examinó a la niña, diagnosticó que sin duda era la difteria. La angustia atenazó la garganta de su padre por un momento para luego soltar una serie de preguntas atropelladas, - Don Agustín (así se llamaba el doctor) por favor, ¿eso tiene cura?, ¿Qué hacemos?, dígame que no se va a morir. ¡¡Dios mío mi niña!!. - ¡Cálmate hombre!, no te vaya a escuchar…, mira hay una vacuna, pero solo la encontrarás en el Hospital Civil Provincial de Málaga. Mientras, su esposa había arreglado a las niñas y salió en pos de su marido, con tal tribulación y angustia, que cuando cerró el cortijo y echó a andar, se dio cuenta de que había dejado a su bebé encima de la cama, más desolada y angustiada que nunca volvió a por ella llorando. Cuando llegó al pueblo, su marido se disponía a salir para la capital. Supo de la gravedad de su hijita y la angustia, dio paso a la clarividencia de lo que era su deber, y el amor de madre hizo el resto. Separó a las niñas sanas de la enferma, la mayor iría con unos parientes y la otra en un cuarto separado, donde solo entraba ella para darle el pecho y asearla, no sin antes lavarse y cambiarse de ropa para evitar el contagio. Cuando su padre llegó a la capital, estaba bastante avanzada la tarde. Los transportes eran pocos y lentos. Se desplazó rápido al hospital, allí le dijeron que lo sentían mucho pero el Director se había ido ya y sin su firma no podían darle la vacuna. Pidió que por favor le dieran la dirección, y corrió a buscar un taxi, él no conocía Málaga y el tiempo apremiaba. Dio la dirección al conductor haciéndole saber que tenía prisa. Cuando bajó, dijo al taxista que por favor lo esperara. A pesar de lo tarde que era, el director lo atendió y no bien había acabado de exponerle su petición, le firmó el parte para que le dieran la vacuna. La noche fría y oscura se apoderaba de las calles cada vez más solitarias. Volvió al taxi diciéndole al conductor que lo llavera al hospital. Le entregaron la vacuna deseándole suerte y que debía darse prisa. Cuando subió de nuevo al taxi, le dio el nombre del pueblo al taxista y le rogó que corriera, comentándole el motivo de su urgencia, pues ya estaba la noche avanzada. Unos meses antes, había llegado destinado al pueblo un Notario con su familia. Los señores Botello, venían de Madrid, tenían una hija pequeña, y sabiendo los estragos que la difteria estaba haciendo en la población infantil, trajeron con ellos una vacuna, en prevención, por si su hijita enfermaba. Doña Consuelo, que así se llamaba la mujer del notario, hizo amistades con las señoras del pueblo y entre estas, con una tía de la niña enferma. Entre ellas habían comentado el mal que se cernía sobre los niños y el temor que los padres tenían de que sus hijos cogieran la difteria, entonces la mujer del notario, había dicho que ellos traían de Madrid una vacuna, por si acaso. Ya empezaba a anochecer, cuando el médico volvió a ver a la niña; ésta respiraba trabajosamente, emitiendo un ruido sibilante. Tras examinarla, hizo un movimiento negativo con la cabeza y dijo: - Si no llega pronto su padre con la vacuna …… la niña no pasará de la media noche. Su tía Nieves, que había ido a verla, estaba presente cuando el médico dio la fatal noticia, no lo pensó, salió enseguida y fue a casa de su nueva amiga Consuelo, y le rogó entre lágrimas que le diera la vacuna, después de contarle la gravedad de su sobrina, y prometiéndole, que le daría la que su hermano trajera de Málaga. Doña Consuelo no lo dudó, y le entregó la vacuna. La vacuna había sido descubierta por Emil von Behring (1854-1917) que también había descubierto la del tétanos – por lo que se le llamó “salvador de los soldados y de los niños”- e inició el desarrollo de la Inmunología. A Behring se le concedió el primer premio Nobel de Fisiología y Medicina en <<1901>>. (estos informes han sido buscados en internet, en www.galenusrevista.com). Cuando su padre llegó al pueblo, eran la una y media de la madrugada, corrió a su casa angustiado, sin saber que se iba a encontrar, habían pasado muchas horas desde que se fue. Cuando llegó a su casa, su mujer le salió al paso, y lo tranquilizó, dándole un atisbo de esperanza. Le contó, todo lo acontecido en su ausencia, y cómo su hermana, (que por cierto estaba allí, no la quiso dejar sola) había aparecido con la vacuna y se la pusieron a eso de las siete. El doctor, que venía con cierta frecuencia, dada la gravedad del caso, en su última visita, notó alguna mejoría, la niña respiraba más tranquila y aquel sonido sibilante tendía a desaparecer. Los acontecimientos y el cansancio, dieron paso a unas lágrimas reparadoras que les dieron cierto sosiego. Días después, visiblemente mejorada, recuerda haber comido chocolate y bizcochos, sentada a la mesa con su familia para celebrar el bautizo de su hermana pequeña. Sus padres lo adelantaron en prevención, por si le daba la difteria. Aquella niña tiene hoy 84 años y dice recordar aquellos días como si fueran ayer, y cómo preguntó todos los detalles de los sucesos tan sorprendentes que pasaron. Ella dice que se había producido un milagro, porque, tanta coincidencia y tan bien sincronizadas, no podía ser una simple casualidad; - que la familia Botello hubiera venido al pueblo; que trajera la vacuna; que se enterara su tía; y que aquella familia fuera tan amable y comprensiva como para que la vacuna llegara a ella y le salvara la vida -. Por eso dice que vive de milagro, y se pregunta, - ¿Qué fuerza o fuerzas invisibles promueven estas coincidencias? También recuerda que su madre vistió el hábito de Jesús nazareno, - vestido morado y cordones amarillos- durante un año, para cumplir una promesa, como era costumbre por aquellos tiempos…. pero eso ya sería otra historia.

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