"Ebook del I Concurso Wikanda"

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                           IGLESIA PARROQUIAL NUESTRA SEÑORA DE LA ASUNCIÓN DE IZNATORAF

Visible desde kilómetros, una inmensa mole pétrea se alza en lo más alto de la mesa de Iznatoraf: es la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Asunción, un extraordinario ejemplo de arquitectura renacentista en un enclave musulmán.

La primitiva denominación de este templo fue la de Santa María de Iznatoraf, de cuya existencia se tiene evidencia documental ya a partir del siglo xiv, concretamente en el año 1311. Es probable que esta Iglesia de Santa María sea la sacralización de la mezquita mayor o aljama de la medina islámica. De este modo, el rey Fernando III «el Santo» (1217-1252), al tomar la villa a los moros, consagraría su antiguo lugar de oración al culto de la cruz, mandando construir en su recinto un templo (bajo la advocación de la Asunción de Santa María) de traza gótico-mudéjar, al que donaría sus primeros objetos litúrgicos.

De ésta apenas nos han llegado restos puesto que en el siglo xvi se levantaría la actual en su solar, ya que en unas cuentas de fábrica se registra cierto gasto que hubo “…en derribar la yglesia vieja y allanar la nueva y ponella en perfección”. Según el profesor Galera, las obras comienzan en 1583 y finalizan en 1591, con pequeños añadidos que las prolongan hasta 1602. Está al frente de las mismas el cantero Pedro de Régil y Francisco de Escobar es el maestro de la cobertura del templo, bajo la dirección de Alonso Barba, discípulo de Vandelvira. Piedra blanca de la vecina y hermana Sorihuela del Guadalimar y madera de pino de la Sierra de Segura son los materiales que se emplean en esta nueva fábrica, la majestuosa parroquia de Iznatoraf, a cuyas obras contribuirá el propio rey Felipe II (1556-1598).

De planta casi cuadrada, cuatro grandes pilares la dividen en tres naves, dejando la central más ancha. El espacio central y los ángulos se cubren con bóveda vaída y los intermedios con bóveda de aristas. La Capilla Mayor es interesante por la amplitud de un espacio rectangular de testero plano –con ventanales abocinados de medio punto con frontón triangular– cubierto con una media naranja sobre pechinas, mientras que a ambos lados se abren sendos arcos de medio punto formando grandes nichos con venera.

A los pies, el Coro muestra una bella sillería de talla barroca. Al exterior presenta vastos contrafuertes en la cabecera y una torre con aspilleras rematada en un capitel octogonal.

La descripción de sus portadas es un tanto curiosa y sorprendente. Posee dos sencillas portadas externas; al oeste, de esquema renacentista, con arco de medio punto y jambas despiezadas y al sur, con arco de medio punto sobre impostas, flanqueado por semicolumnas con pinaculillos con cruz sobre el arco y hornacina. A los lados de ésta podemos disfrutar contemplando unas hermosas rejas de estilo barroco, del siglo xviii.

Tras subir las gradas y cruzar esta puerta sur, la sorpresa nos invade al descubrir una imponente segunda portada –ésta renacentista– que permite acceder al exterior. Se trata de la original, de fines del siglo xvi, que quedó camuflada en el año 1779 al construirse el pórtico que la antecede y la actual fachada, siendo prior Julián Antonio Ibáñez y mayordomo de fábrica Diego López de Roa.

Este original espacio de entrada –realizado en cantería– se estructura a base de un gran arco de medio punto enmarcado por columnas sobre basamentos, con capiteles dóricos, entablamento decorado y cornisa con cartela central. Unos motivos escultóricos le fueron añadidos en la fecha referida de 1779, como reza su inscripción.

En 1877 se rehabilita el edificio debido a su mal estado, obras que tendrían continuidad hasta la década de 1920. La última restauración se llevó a cabo en 1990.

Cruzado el umbral, dispongámonos, sin mayor preámbulo, a conocer la riqueza interior de este monumento, caracterizado por un gran uso de la bóveda vaída, de aristas y media naranja,que ofrecen un excelente campo de experimentación decorativo, importante para el geometrismo manierista de finales del siglo xvi y los ensayos prebarrocos de principios del xvii. Cartelas, roleos y motivos heráldicos de los obispos bajo cuyas prelacías se fue levantando la iglesia torafeña (Bernardo de Sandoval, Sancho Dávila…), también de la Orden Carmelita, de la Virgen María, etc. Se distribuyen por bóvedas y muros.

Llegados a este punto estamos preparados para acceder al auténtico tesoro de esta Iglesia Parroquial: la Sacristía y el conjunto de ornamentos y piezas litúrgicas que celosamente alberga. La entrada se flanquea y remata con yeserías barrocas, estando trabajada su puerta con riquísimos relieves en recuadros, todo del siglo xvii.

Ya dentro, una preciosa mesa de mármol negro y alabastro, del siglo xviii, y unas enormes cajoneras de nogal que presentan labras con excelentes tallas –apóstoles, fustes monstruosos, nudos cerámicos y adornos de trapos a lo siloesco– fechables en la primera mitad del xvi y atribuidas a Juan de Reolid, están consideradas como unas de las mejores de la provincia.

Por último, reseñar la magnífica platería (cruces, custodias, cálices…), su completo archivo y los famosos ternos, alguno bordado en la ciudad de Baeza a fines del siglo xvi.IGLESIA PARROQUIAL

Visible desde kilómetros, una inmensa mole pétrea se alza en lo más alto de la mesa de Iznatoraf: es la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Asunción, un extraordinario ejemplo de arquitectura renacentista en un enclave musulmán.

La primitiva denominación de este templo fue la de Santa María de Iznatoraf, de cuya existencia se tiene evidencia documental ya a partir del siglo xiv, concretamente en el año 1311. Es probable que esta Iglesia de Santa María sea la sacralización de la mezquita mayor o aljama de la medina islámica. De este modo, el rey Fernando III «el Santo» (1217-1252), al tomar la villa a los moros, consagraría su antiguo lugar de oración al culto de la cruz, mandando construir en su recinto un templo (bajo la advocación de la Asunción de Santa María) de traza gótico-mudéjar, al que donaría sus primeros objetos litúrgicos.

De ésta apenas nos han llegado restos puesto que en el siglo xvi se levantaría la actual en su solar, ya que en unas cuentas de fábrica se registra cierto gasto que hubo “…en derribar la yglesia vieja y allanar la nueva y ponella en perfección”. Según el profesor Galera, las obras comienzan en 1583 y finalizan en 1591, con pequeños añadidos que las prolongan hasta 1602. Está al frente de las mismas el cantero Pedro de Régil y Francisco de Escobar es el maestro de la cobertura del templo, bajo la dirección de Alonso Barba, discípulo de Vandelvira. Piedra blanca de la vecina y hermana Sorihuela del Guadalimar y madera de pino de la Sierra de Segura son los materiales que se emplean en esta nueva fábrica, la majestuosa parroquia de Iznatoraf, a cuyas obras contribuirá el propio rey Felipe II (1556-1598).

De planta casi cuadrada, cuatro grandes pilares la dividen en tres naves, dejando la central más ancha. El espacio central y los ángulos se cubren con bóveda vaída y los intermedios con bóveda de aristas. La Capilla Mayor es interesante por la amplitud de un espacio rectangular de testero plano –con ventanales abocinados de medio punto con frontón triangular– cubierto con una media naranja sobre pechinas, mientras que a ambos lados se abren sendos arcos de medio punto formando grandes nichos con venera.

A los pies, el Coro muestra una bella sillería de talla barroca. Al exterior presenta vastos contrafuertes en la cabecera y una torre con aspilleras rematada en un capitel octogonal.

La descripción de sus portadas es un tanto curiosa y sorprendente. Posee dos sencillas portadas externas; al oeste, de esquema renacentista, con arco de medio punto y jambas despiezadas y al sur, con arco de medio punto sobre impostas, flanqueado por semicolumnas con pinaculillos con cruz sobre el arco y hornacina. A los lados de ésta podemos disfrutar contemplando unas hermosas rejas de estilo barroco, del siglo xviii.

Tras subir las gradas y cruzar esta puerta sur, la sorpresa nos invade al descubrir una imponente segunda portada –ésta renacentista– que permite acceder al exterior. Se trata de la original, de fines del siglo xvi, que quedó camuflada en el año 1779 al construirse el pórtico que la antecede y la actual fachada, siendo prior Julián Antonio Ibáñez y mayordomo de fábrica Diego López de Roa.

Este original espacio de entrada –realizado en cantería– se estructura a base de un gran arco de medio punto enmarcado por columnas sobre basamentos, con capiteles dóricos, entablamento decorado y cornisa con cartela central. Unos motivos escultóricos le fueron añadidos en la fecha referida de 1779, como reza su inscripción.

En 1877 se rehabilita el edificio debido a su mal estado, obras que tendrían continuidad hasta la década de 1920. La última restauración se llevó a cabo en 1990.

Cruzado el umbral, dispongámonos, sin mayor preámbulo, a conocer la riqueza interior de este monumento, caracterizado por un gran uso de la bóveda vaída, de aristas y media naranja,que ofrecen un excelente campo de experimentación decorativo, importante para el geometrismo manierista de finales del siglo xvi y los ensayos prebarrocos de principios del xvii. Cartelas, roleos y motivos heráldicos de los obispos bajo cuyas prelacías se fue levantando la iglesia torafeña (Bernardo de Sandoval, Sancho Dávila…), también de la Orden Carmelita, de la Virgen María, etc. Se distribuyen por bóvedas y muros.

Llegados a este punto estamos preparados para acceder al auténtico tesoro de esta Iglesia Parroquial: la Sacristía y el conjunto de ornamentos y piezas litúrgicas que celosamente alberga. La entrada se flanquea y remata con yeserías barrocas, estando trabajada su puerta con riquísimos relieves en recuadros, todo del siglo xvii.

Ya dentro, una preciosa mesa de mármol negro y alabastro, del siglo xviii, y unas enormes cajoneras de nogal que presentan labras con excelentes tallas –apóstoles, fustes monstruosos, nudos cerámicos y adornos de trapos a lo siloesco– fechables en la primera mitad del xvi y atribuidas a Juan de Reolid, están consideradas como unas de las mejores de la provincia.

Por último, reseñar la magnífica platería (cruces, custodias, cálices…), su completo archivo y los famosos ternos, alguno bordado en la ciudad de Baeza a fines del siglo xvi. IGLESIA PARROQUIAL

Visible desde kilómetros, una inmensa mole pétrea se alza en lo más alto de la mesa de Iznatoraf: es la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Asunción, un extraordinario ejemplo de arquitectura renacentista en un enclave musulmán.

La primitiva denominación de este templo fue la de Santa María de Iznatoraf, de cuya existencia se tiene evidencia documental ya a partir del siglo xiv, concretamente en el año 1311. Es probable que esta Iglesia de Santa María sea la sacralización de la mezquita mayor o aljama de la medina islámica. De este modo, el rey Fernando III «el Santo» (1217-1252), al tomar la villa a los moros, consagraría su antiguo lugar de oración al culto de la cruz, mandando construir en su recinto un templo (bajo la advocación de la Asunción de Santa María) de traza gótico-mudéjar, al que donaría sus primeros objetos litúrgicos.

De ésta apenas nos han llegado restos puesto que en el siglo xvi se levantaría la actual en su solar, ya que en unas cuentas de fábrica se registra cierto gasto que hubo “…en derribar la yglesia vieja y allanar la nueva y ponella en perfección”. Según el profesor Galera, las obras comienzan en 1583 y finalizan en 1591, con pequeños añadidos que las prolongan hasta 1602. Está al frente de las mismas el cantero Pedro de Régil y Francisco de Escobar es el maestro de la cobertura del templo, bajo la dirección de Alonso Barba, discípulo de Vandelvira. Piedra blanca de la vecina y hermana Sorihuela del Guadalimar y madera de pino de la Sierra de Segura son los materiales que se emplean en esta nueva fábrica, la majestuosa parroquia de Iznatoraf, a cuyas obras contribuirá el propio rey Felipe II (1556-1598).

De planta casi cuadrada, cuatro grandes pilares la dividen en tres naves, dejando la central más ancha. El espacio central y los ángulos se cubren con bóveda vaída y los intermedios con bóveda de aristas. La Capilla Mayor es interesante por la amplitud de un espacio rectangular de testero plano –con ventanales abocinados de medio punto con frontón triangular– cubierto con una media naranja sobre pechinas, mientras que a ambos lados se abren sendos arcos de medio punto formando grandes nichos con venera.

A los pies, el Coro muestra una bella sillería de talla barroca. Al exterior presenta vastos contrafuertes en la cabecera y una torre con aspilleras rematada en un capitel octogonal.

La descripción de sus portadas es un tanto curiosa y sorprendente. Posee dos sencillas portadas externas; al oeste, de esquema renacentista, con arco de medio punto y jambas despiezadas y al sur, con arco de medio punto sobre impostas, flanqueado por semicolumnas con pinaculillos con cruz sobre el arco y hornacina. A los lados de ésta podemos disfrutar contemplando unas hermosas rejas de estilo barroco, del siglo xviii.

Tras subir las gradas y cruzar esta puerta sur, la sorpresa nos invade al descubrir una imponente segunda portada –ésta renacentista– que permite acceder al exterior. Se trata de la original, de fines del siglo xvi, que quedó camuflada en el año 1779 al construirse el pórtico que la antecede y la actual fachada, siendo prior Julián Antonio Ibáñez y mayordomo de fábrica Diego López de Roa.

Este original espacio de entrada –realizado en cantería– se estructura a base de un gran arco de medio punto enmarcado por columnas sobre basamentos, con capiteles dóricos, entablamento decorado y cornisa con cartela central. Unos motivos escultóricos le fueron añadidos en la fecha referida de 1779, como reza su inscripción.

En 1877 se rehabilita el edificio debido a su mal estado, obras que tendrían continuidad hasta la década de 1920. La última restauración se llevó a cabo en 1990.

Cruzado el umbral, dispongámonos, sin mayor preámbulo, a conocer la riqueza interior de este monumento, caracterizado por un gran uso de la bóveda vaída, de aristas y media naranja,que ofrecen un excelente campo de experimentación decorativo, importante para el geometrismo manierista de finales del siglo xvi y los ensayos prebarrocos de principios del xvii. Cartelas, roleos y motivos heráldicos de los obispos bajo cuyas prelacías se fue levantando la iglesia torafeña (Bernardo de Sandoval, Sancho Dávila…), también de la Orden Carmelita, de la Virgen María, etc. Se distribuyen por bóvedas y muros.

Llegados a este punto estamos preparados para acceder al auténtico tesoro de esta Iglesia Parroquial: la Sacristía y el conjunto de ornamentos y piezas litúrgicas que celosamente alberga. La entrada se flanquea y remata con yeserías barrocas, estando trabajada su puerta con riquísimos relieves en recuadros, todo del siglo xvii.

Ya dentro, una preciosa mesa de mármol negro y alabastro, del siglo xviii, y unas enormes cajoneras de nogal que presentan labras con excelentes tallas –apóstoles, fustes monstruosos, nudos cerámicos y adornos de trapos a lo siloesco– fechables en la primera mitad del xvi y atribuidas a Juan de Reolid, están consideradas como unas de las mejores de la provincia.

Por último, reseñar la magnífica platería (cruces, custodias, cálices…), su completo archivo y los famosos ternos, alguno bordado en la ciudad de Baeza a fines del siglo xvi.