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Crónica social del cine en Almería (1896-1936)

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Crónica social del cine en Almería: 1896-1936

I N D I C E

  • PRESENTACIÓN
  • PRÓLOGO
  • INTRODUCCIÓN
  • Marco de la investigación
  • Metodología de la investigación

I.ESPECTÁCULOS PRECINEMATOGRÁFICOS: De la linterna mágica al cinematógrafo

  • Fantasmagorías

II. EL CONTEXTO CINEMATOGRÁFICO EN EL ENTORNO SOCIAL DE ALMERÍA

  • La Almería del cinematógrafo
  • Una nueva cultura visual
  • El público
  • El cinematógrafo: de París al Paseo del Príncipe
  • Los itinerantes

III. LAS SALAS CINEMATOGRÁFICAS

  • Los primeros cinematógrafos estables
  • Teatro-circo Variedades
  • Cine Hesperia
  • Teatro Cervantes
  • Los primeros cines de verano: Los Jardinillos

IV. REGULACION LEGISLATIVA DEL CINEMATÓGRAFO Primeras disposiciones gubernativas Página 43 V. REPERCUSION DEL CINEMATÓGRAFO EN LA PRENSA LOCA …………………………………………… Página 49 VI. PRIMERAS PROYECCIONES CINEMATOGRÁFICAS…………………………………… Los almerienses ante un maravilloso descubrimiento Proyecciones de cinematógrafo y varietés Cafés-teatro y cinematógrafo El balneario Diana Página 55 VII. PIONEROS ALMERIENSES DEL CINEMATÓGRAFO………………………………………... El fotógrafo almeriense don Victoriano Lucas Iniciativas cinematográficas de Lucas Victoriano Lucas, realizador Conclusión Página 71 VII. PERÍODO CINEMATOGRÁFICO 1904-1910……….. Página 91 VIII. PERÍODO CINEMATOGRÁFICO 1911-1920……… Página 121 IX. PERÍODO CINEMATOGRÁFICO 1921-1931 La década dorada del cine en Almería Un nuevo medio de comunicación: Radio Almería Teatro frente a cinematógrafo Página 148 X. CINE SONORO EN ALMERIA………………………. Presonorizaciones cinematográficas Los efectos especiales sonoros Cinematógrafo y acompañamiento musical Del cine sonoro a la pantalla que habla Conclusión Página 181 XI. PERÍODO CINEMATOGRÁFICO 1932-1936………… Del sonoro a la Guerra Civil Esperanza social para Almería Conclusión


Introducción

Durante años se ha venido contando en España una historia del cine llena de incorrecciones y olvidos con respecto a quienes se encargaron de darlo a conocer, y Almería no está excluida de este desamparo. Las investigaciones más recientes han ido demostrando que las informaciones tienen muchas similitudes en todo el país y, lo que es más importante, las personas que se ocuparon del negocio del cine en sus primeros tiempos han ido dejando rastro de múltiples lugares que, casi siempre, pueden ir conectándose entre sí para contar una historia completa y nueva. Este libro pretende narrar los comienzos del cine en la Almería finisecular, sus precedentes y evolución hasta la Guerra Civil y cómo se desarrolló en un lienzo la ciencia convertida en arte. Hemos podido identificar a algunos de los responsables de aquellas proyecciones iniciales que restituyen algunos eslabones a esa antigua cadena de olvidos y extravíos. Pero siempre quedarán vacíos, lagunas y documentos por descubrir y desvelar hasta completar esta narración.

El cine es un fenómeno complejo que puede ser analizado desde diversos puntos de vista. Por un lado, el punto de vista del cinéfilo que lo considera el séptimo arte y, por otro lado, el del empresario que, lamentablemente en ocasiones, prostituye el arte con el fin de conseguir la mayor rentabilidad económica de forma industrializada gracias a este medio artístico.

El cine –permítasenos este breve recorrido por sus inicios para situar y comprender nuestra historia local- nació como un medio de comunicación de masas en la sociedad basándose en la fotografía, ya que ésta era el reflejo más icónico de la realidad desde el comienzo del siglo XIX. El inconveniente de esta representación era que, plasmada en un papel, carecía de movimiento real. Así Peter Mark Roget llegó en 1824 a la conclusión de que todo movimiento se podía descomponer en una sucesión de imágenes fijas. Gracias a él, los fotógrafos de la segunda mitad del siglo XIX se dedicarán a investigar en la creación de distintos aparatos que irán perfeccionando hasta conseguir esa sensación o ilusión de movimiento. El primer aparato que incorporó una película de fotogramas continuados fue el kinetoscopio, creado por Thomas Alva Edison. La única diferencia de este invento con el cine es que la película no se proyectaba; la película se veía a través de un visor para una sola persona tras introducir una moneda. Esto no hizo posible que se convirtiera en un fenómeno de comunicación de masas, sólo se quedó en un aparato de entretenimiento. Aun así, fue el primer paso hacia el cine, sólo faltaba proyectarlo. Es lo que consiguen los hermanos Lumière al crear el cinematógrafo en su fábrica de placas fotográficas de Lyon, en 1894. Ante semejante descubrimiento los Lumière sólo lo mostraron a sus conocidos puesto que pensaban que no le interesaría a nadie. Exactamente un año después del descubrimiento, en marzo de 1895, realizaron una proyección privada de una filmación en la que aparecían los obreros de su fábrica. Finalmente, en junio de ese mismo año, acudieron a un congreso de fotógrafos en el que filmaron a los demás fotógrafos a su llegada. Al día siguiente les mostraron las imágenes tomadas en una proyección y, animados por sus colegas, empiezan a preparar sesiones que hagan público su invento. En diciembre, ante el público del Gran Café Boulevard de París, se proyecta La llegada del tren a la ciudad de Ciotat, la primera película expuesta y realizada por los hermanos Lumière. Esta proyección supone un gran éxito, decorando algunos periódicos de París con titulares como: Con el invento de los hermanos Lumière… la muerte deja de ser absoluta. Finalmente, los inventores franceses se dan cuenta de la importancia de su invento. Aun así, es preciso mencionar que hay diversas teorías por las que se cree que los Lumière no fueron los reales creadores, sino los primeros en hacerlo público, incluyendo a Edison, propietario de la patente del kinetoscopio, discusión que se redujo a un ámbito muy concreto. Durante los años siguientes, lo que atrae es el invento en sí en vez de su contenido. Esta novedad atrae a un gran número de personas que dotan al cinematógrafo de una verosimilitud que la fotografía no tiene. Los Lumière comienzan a filmar episodios de la realidad del momento, que denominarán Temas actuales. El primer género que aparece es el informativo, en el que hay más información que entretenimiento, y se le llamó Cine de vistas y temas de actualidad, género al que se acogieron algunos fotógrafos almerienses y exhibidores ambulantes pioneros del cine en nuestra ciudad. Era un cine que permitía conocer mundos que estaban lejos del alcance del público. Por todo esto, el cine va a sustituir a la prensa de masas, aunque estos intentaran ganar la batalla introduciendo reportajes fotográficos a imitación del cine. Pero no van a poder impedir que se convierta en un fenómeno social al que se le pide que informe de todo. Dentro del género informativo, nacerá un subgénero como consecuencia de la imposibilidad de afrontar tan fuerte demanda: la reconstrucción de los acontecimientos. Es considerado informativo, pero no ofrece veracidad. Aun así los espectadores piensan que lo que ven es real y, por tanto, no se les comunica que es una reconstrucción; ¡el invento de moda no miente! En el cine Variedades, por ejemplo, se exhibieron cintas informativas sobre los sucesos de Cuba y la guerra de Maruecos. Aparecen dos tipos de reconstrucciones: - Reconstrucciones fieles: es una reconstrucción de la realidad donde sólo cambian los actores y los decorados. Un ejemplo de ello es el Asesinato de Canalejas, donde la primera parte se simula por actores y presenta un gran parecido con la realidad. El entierro, sin embargo, es una reproducción fotográfica del acto, hecha con una precisión perfecta donde se distingue, por su claridad y fijeza, en el desfile del duelo a altas personalidades. - Reconstrucciones falsas: en los que se cuentan acontecimientos que nunca ocurrieron. En esos momentos se inventaron numerosas batallas nunca ocurridas, como la de España y Cuba. Por tanto, el cine nació manipulador y creó su propio lenguaje basado en el espacio y en el tiempo, muy diferente al de la prensa escrita. Así, el espectador se creía la imagen que veía que, a su vez, en ella el cineasta ha jugado con un tiempo y un espacio que no son reales. Uno de los estudiosos de este fenómeno fue Riocciotto Canudo, personaje francés de origen italiano. Fue el primero en acuñar el término de Séptimo Arte para referirse al cine, al observar que tenía un gran grado de verosimilitud y, como consecuencia, podía provocar emociones y sentimientos en el numeroso público que lo seguía. Se descubrió que el cine se podía manipular e incidir en el espectador. Estudiando estás conclusiones y aplicándolas con la propiedad que el cine tiene de ser un fenómeno de masas, se llegará a afirmar que cuanto más culta es una sociedad, menos difícil es de manipular y viceversa. El cine, pues, emprendió un largo camino durante el siglo XX iniciándolo como el medio de comunicación más importante. Se filman numerosas reconstrucciones, especialmente las falsas en que los norteamericanos son los maestros. Los primeros operadores comenzaron a descubrir trucos y se dan cuenta enseguida de la posibilidad de la manipulación de las mismas imágenes. Fue lo que se denominó como el primer impacto del cine. El cine, atracción de feria, pasó pronto a ser el alimento esencial de la familia. Las primeras proyecciones del cinematógrafo se convirtieron en institución para la pequeña burguesía almeriense, formada de comerciantes, profesionales y funcionarios con cargos y salarios fijos donde la distinguida sociedad almeriense aprovechaba para coincidir en saludos, encuentros e invitaciones. Más tarde aquel espacio fue ocupado por otro perfil social, una masa salarial formada por trabajadores de oficios diversos, oficinistas y modistillas. Habría que preguntarse en qué sentido pudo haber transformado el cine a aquellos almerienses de principios de siglo, cómo pudo haber influido en la nueva forma del ver el mundo y cómo pudo despertar su curiosidad disfrutando del placer de viajar, de la velocidad, de sentir el gusto inquietante por el poder, por la dominación y la brutalidad, por el odio y la guerra; cómo pudo sumergir a aquellos hombres, mujeres y niños en la fascinación por los héroes y monstruos, acariciando sus más ocultas fantasías, sus esperanzas y sus vicios. Probablemente, después de cien años de imágenes y sonidos, la apariencia de los herederos de aquellas generaciones que aprendieron a soñar con el cine, nosotros, ya no es la misma. Ellos lo consideraron un espectáculo, pero en realidad empezó a formar parte de su manera de vestir, del comportamiento, de su apariencia, de ideas y deseos y también de sus terrores. Y hoy la existencia del cine sigue siendo evidente, como entonces, tanto en nuestro interior como en nuestro exterior; quizás por eso el cine, como a nuestros antepasados, siempre nos remite a nosotros mismos.


Marco de la investigación La historia del cine, muchas veces, se ha situado al margen de la investigación histórica al ocuparse exclusivamente del cine, sin tener en cuenta el contexto social en el que se ha desarrollado. Este hecho ha sido causa de disfuncionalidades que ha repercutido en los objetivos, metodología desde donde abordar los estudios cinematográficos y ámbito. Esta falta de rigor ha dado como consecuencia planteamientos generalistas que ha venido dominando en la historiografía cinematográfica. De ahí que creamos que un enfoque sectorial de la historia del cine sea más certero pues es capaz de situar en unas coordenadas más precisas, geográfica y cronológicamente, por sus resultados mucho más documentados y fiables de lo que son capaces de alcanzar las visiones generalistas. Las ventajas de la historia local son valoradas por Robert C. Allen y D. Gomey en el libro Teoría y práctica de la historia del cine, obviamente referidos al caso norteamericano, pero esta reflexión se puede hacer extensiva también a nuestro país: En vez de limitarse a examinar las interpretaciones ajenas, el investigador local tiene la oportunidad de encontrar y utilizar una gran variedad de materiales primarios. Dado que se ha puesto tan poco empeño en documentar la cinematografía americana en el nivel local, es posible una contribución al estado de su conocimiento histórico. La acumulación de historias locales debería ayudarnos a reformar nuestra opinión sobre cuestiones vitales de la historia social y económica. Asimismo, como importante beneficio adicional, las historias del cine local no sólo obtienen información acerca de la historia del cine sino que también pueden facilitar una comprensión más general de una ciudad o un pueblo en concreto: dónde y cómo vivían los diferentes grupos de gente, cómo y por qué se desarrollaron las ciudades, como lo hicieron en el siglo XX, y a qué tipos de actividades culturales y de esparcimiento tenían acceso los ciudadanos en un punto concreto de la historia de la ciudad. Dice Txomin Ansola González que El camino para lograr ese objetivo pasa inexorablemente por considerar los estudios sobre la historia del cine como una parcela más de la investigación histórica (...) En este sentido la elaboración de trabajos sectoriales y de corte local (...) constituye un terreno excelente para abordar desde una perspectiva más productiva la comprensión del hecho cinematográfico en las diferentes realidades en que tiene lugar. Y Luis Estepa en la revista El Urogallo dice que la historiografía local, como un paso más del movimiento de recuperación histórica de la memoria del séptimo arte en nuestro país, es absolutamente necesario porque hasta ahora el trabajo se ha centrado en los núcleos urbanos más importantes, pero el cine de los pueblos es un deber que los historiadores locales deben cumplir antes que se desvanezca el recuerdo y la ilusión de las gentes. Metodología de la investigación Este volumen constituye un recorrido por ese fascinante mundo de los primeros años del cine a través de la catalogación de cerca de cinco mil películas exhibidas en nuestra ciudad. Centrándonos en el campo de la exhibición cinematográfica local, se han utilizado elementos informativos de la época; no sólo noticias sino también publicidad del momento, de gran utilidad para el seguimiento de las primeras manifestaciones del cinematógrafo en Almería. Es un estudio geográfico concreto, Almería, durante un período de tiempo que corresponde a los primeros cuarenta años del cine en nuestra ciudad: 1896-1936. Es importante señalar que se trata de un libro de investigación, pero también de divulgación y consulta, aunque algunos datos no podemos garantizar su fiabilidad por la falta de disposición de la referencia documental o hemerográfica que pudiera documentar su veracidad. La relación de películas y la incorporación de alguna referencia para completar su ficha tampoco ha podido ser total y, en algunos casos, ha sido preciso incorporar datos técnicos y referenciales personales. La primera fecha corresponde al momento en que llegó el cinematógrafo a Almería, concretamente a finales de noviembre. La segunda, julio de 1936, coincide con el estallido de la Guerra Civil, con el que ponemos fin a un período y aparcamos para otro momento un estudio más detallado del período de la guerra civil en Almería. Una fuente fundamental para nuestra investigación han sido los diarios de la época, por su excepcional valor testimonial como reflejo de la actividad de difusión de contenidos cinematográficos en nuestra ciudad. La información sobre el cinematógrafo en la prensa local y provincial se centró, en un primer momento, en recoger la novedad del cinematógrafo como invento. Pero la novedad se convertiría en cotidiano y lo cotidiano en un desierto que deviene en simples referencias y una hastiosa sequía publicitaria. De ahí la dificultad encontrada para investigar, por ejemplo, la localización de las proyecciones, locales cinematográficos y propietarios de los mismos.

Desde esa perspectiva, hemos elegido La Crónica Meridional como fuente principal para conocer la llegada de las primeras imágenes en movimiento a Almería y su proyección inicial. Creemos que esta publicación demuestra su vocación informativa hacia el cinematógrafo y por la destacable acogida de la que es objeto desde sus comienzos entre los distintos sectores de la sociedad almeriense de finales del siglo XIX. Otros diarios, El Heraldo, Liberal, El Ferrocarril, Pueblo, Lucha…, han sido utilizados como contraste de información. Por otra parte, hemos creído conveniente recoger y elaborar una base de datos de películas proyectadas en nuestra ciudad durante el período objeto de estudio desde las informaciones encontradas en el Archivo Histórico Provincial (AHP) que, reunidas convenientemente, hemos podido elaborar datos básicos, no todos, para la identificación de la cinta, así como sus descriptores y fecha de proyección contrastados debidamente con el vaciado informativo de la prensa del momento. Otros datos proceden del Archivo Municipal del Ayuntamiento de Almería (AMAA), que fue desde el primer momento una fuente indispensable para situar los primeros pabellones cinematográficos ambulantes. Gracias a la documentación que se conserva, perfectamente organizada por los responsables del Archivo, hemos podido establecer la secuencia de construcción de los cinematógrafos, incluso de aquellos que no pasaron de la fase de proyecto. Hubiese sido deseable recabar toda la información relativa al número de espectadores y a la recaudación que obtuvieron los cinematógrafos. La búsqueda de información en la Administración de Hacienda para recabar información de los Impuestos Especiales de Espectáculos se saldó de forma negativa, al igual que datos relativos a la Junta Provincial de Espectáculos del Gobierno Civil de Almería. Era este el organismo encargado, en los años de nuestro estudio, de tramitar todos los expedientes administrativos relacionados con la construcción de los cinematógrafos y la correspondiente autorización de apertura. Hubiese sido deseable la localización de esa documentación para contrastar los datos que ya disponíamos sobre los primeros cinematógrafos. El Archivo Histórico Provincial, no obstante, nos ofreció una fuente valiosísima de información sobre las liquidaciones efectuadas por los propietarios o gerentes de las distintas salas y locales de espectáculos, gracias a la excelente disposición de los responsables del mismo. No están todos los años que hubiésemos deseado, pero sí los suficientes para aproximarnos a la evolución cronológica del cine y otros espectáculos en nuestra ciudad.


El vaciado informativo de la prensa del momento, como se ha dicho, ha sido un elemento básico e indispensable, aun con las limitaciones forzosas que nos hemos encontrado. El microfilmado de prensa del Archivo de la Diputación Provincial y la Biblioteca Villaespesa de la Junta de Andalucía merecen nuestro reconocimiento y elogios por el valioso material que se esfuerzan en conservar. Aunque durante los años que abarca nuestra investigación la prensa editada no ha gozado de la suficiente continuidad, sí ha sido significativa, desde el punto de vista cinematográfico, para el estudio que nos proponemos. Todos los datos encontrados sobre el cinematógrafo y referencias a las cintas en la capital, hasta 1936, año en que concluye nuestro estudio, se han tratado de verificar mediante el rastreo de información, ampliado también a la prensa de Murcia, Córdoba y Granada, Filmoteca de Catalunya, Filmoteca Nacional, affiches y prospectos de mano que algunos almerienses han guardado celosamente. Las fuentes bibliográficas consultadas hacen referencia directa tanto a la exhibición cinematográfica como a lo histórico-social de la ciudad que nos han permitido contextualizar, de forma conveniente a nuestro estudio, la investigación. La información oral ha sido un elemento valiosísimo para datar aspectos relativos a las últimas salas puestas en funcionamiento antes de la Guerra Civil y personajes olvidados que fueron pioneros del cine en Almería, lo cual nos ha permitido, debidamente contrastados, completar nuestra investigación.





Espectáculos precinematográficos: de los espectros y la linterna mágica al cinematógrafo


La dinámica de cambios sociales en la que se encontraba inmersa la ciudad desde el último tercio del siglo XIX, era producto de la transformación económica y demográfica que se estaba viviendo y que también tuvo su eco en el campo de los espectáculos precinematográficos. Aunque éstos eran conocidos en España desde el siglo XVII, no fue hasta los últimos años del siglo XVIII cuando experimentaron un desarrollo importante. La difusión que alcanzaron durante todo el siglo XIX se materializó en un sinnúmero de aparatos con los que se fue cautivando la mirada de todo tipo de público, culminando su expansión en 1895 con la aparición del cinematógrafo. El advenimiento del espectáculo cinematográfico fue el resultado de la gestación de los diferentes descubrimientos tecnológicos y de las metamorfosis culturales que tuvieron lugar principalmente en el transcurso de todo el siglo XIX.

En España hay constancia de esta forma de espectáculos al menos desde 1758, según ha establecido J.E. Varey: En la segunda mitad del siglo (XVIII), se patentizan nuevos tipos de diversiones, novedades técnicas y teatrales: linternas mágicas, la óptica, las sombras chinescas, los títeres de guantes La popularidad que alcanzaron los diferentes tipos de espectáculos precinematográficos fue motivo de una Cédula Real, fechada el 25 de marzo de 1783, en la que el Rey Carlos III ordenaba a su primer fiscal, Pedro Rodríguez, Conde de Campomanes, que con ningún pretexto, ni motivo permitáis, ni consintáis que los Buhoneros, los que trahen cámaras oscuras, y animales domésticos con habilidades anden vagando por el Reyno, con prevención que hago a los Capitanes generales y Justicias que no les den Pasaportes, y aunque les traigan se les recoja, y destine como vagos .

La expresión cámara oscura, a que se aludía en la Cédula Real, venía a designar a los espectáculos ópticos conocidos como titirimundi. El Diccionario de Autoridades de la Real Academia Española en su edición de 1726 definía titirimundi de esta manera: Cierta arca en forma de escaparate, que trahen acuesta los Saboyardos, la qual se abre en tres partes, y dentro se ven varias figurillas de madera movibles, y metiendo por detrás una llave en un agujero, prende en un hierro, que dándole vueltas con ella hace que las figurillas anden alrededor mientras el canta una cancioncillas. Otras hai que se ven por un vidrio graduado, que aumenta los objetos, y van pasando varias perspectivas de Palacios, jardines y otras cosas.

En los últimos años del siglo XIX llegaron a los veranos almerienses una serie de extraños aparatos con nombres sonoros y rimbombantes que permitían proyectar escenas e imágenes que producían el asombro de nuestros antepasados. Eran las proyecciones de la primitiva linterna mágica, artilugio este que proyectaba colecciones de cristales preparados a partir de calcomanías de llamativos colores, cuyos propietarios utilizaban el reclamo publicitario de espectros vivos e impalpables. A los artilugios mágicos se accedía bajo un llamativo pórtico, donde se colocaba un órgano chirriante que servía de reclamo, y el interior era una modesta sala de proyección que exhibía llamativos y atrevidos cuadros a los que el pueblo bautizó como cuadros disolventes, dada la fugacidad de los mismos.

Almería, al igual que en otras muchas otras ciudades, no estuvo ajena al circuito de estos itinerantes exhibidores. Uno de los aparatos que está en los orígenes del cinematógrafo en la ciudad fue la linterna mágica, que no implicó su desaparición con el advenimiento del cine sino que, simplemente, ocupó un lugar más modesto, pues hasta bien entrado el siglo XX servía de diversión espontánea entre los cachivaches de las ferias almerienses junto a praxinoscopios, caleidoscopios, fonógrafos y otras curiosidades.

Dice el Padre Tapia –citando a F.Jiménez Fernández- que La prehistoria de los cines en nuestra ciudad la tiene la Linterna Mágica en un local junto a la Plaza del Mercado, aunque esas proyecciones se venían dando como espectáculos de ferias y veladas años atrás. En realidad eran espectáculos precinematográficos, como el solicitado por don Francisco Eduardo Pérez para la feria de 1884, vecino de Albacete, al Ayuntamiento de Almería a fin de que se digne concederle sitio preferente para montar un barracón teatro conocido por Los Espectros vivos e impalpables, que mide 6 metros de ancho por 20 de largo y, además, solicita que el terreno que se ubique disponga de conexión para gas, ya que el espectáculo de lujo y el gran éxito que le precede así lo requería. No sabemos si los almerienses pudieron disfrutar esa feria de tan tentador espectáculo, pero suponemos que no sería el único. Este aparato estaría dotado con iluminación interior para poder ver, con todo su color, las placas de la linterna mágica que producía espectros vivientes, que se usó por toda la geografía española entre finales del siglo XIX y principios del XX, así como los cristales que, mucho más tarde, cobrarían el nombre de diapositivas. Don Antonio de la Rosa, presente también en Almería, paseó por media España también un Teatro de los Espectros con el que ofrecía funciones nocturnas de espectros o demostraciones espectrales, reproducciones disolventes y fantasmagorías pantomímicas.

También don Manuel Fernández Cuevas, vecino de Puebla de Alcocer (Badajoz) solicitó en mayo de 1892 instalar un museo de figuras de cera en tamaño natural detrás del Cenotafio lindando con la calle Obispo Orberá durante los días de feria, y que en 1899, en pleno auge del cinematógrafo, nos lo encontramos también en Albacete

También don Vicente Higón, natural de Turis (Valencia), después de pasearse por Albacete, solicitó en septiembre del mismo año al Ayuntamiento de Almería dar espectáculos de fantoches y se le permita instalar un teatrito en la Puerta Purchena... o bien en el espacio que existe frente al Teatro Principal sitios, a su juicio, adecuados para su teatro de veinte metros de largo por ocho de ancho. Ahora, en nuestra ciudad aparece su pabellón junto a otro más modesto instalado por el cartagenero don Juan González Ros, de treinta metros de largo por nueve de frente. A don Vicente Higón se le vuelve a encontrar en la Feria de Albacete de 1899, donde ya había reconvertido su espectáculo de fantoches ambulante y aparece con un magnífico barracón reformado de 10 metros de ancho por 17 de largo, adaptado ahora para cinematógrafo

En septiembre de 1894 se representaron variadas funciones de fantoches, a las que acudía numeroso público, en el bonito teatro situado al final del Paseo del Príncipe, refiriéndose al Principal, reformado y decorado a finales de diciembre de 1894 por don Emilio García Aguilar.

Don Ramón Lenguasco, en diciembre, presentó otro artilugio que llamó la atención de los almerienses. Era un fonógrafo Edison llegado a esta capital con el que el público pudo apreciar las claras y vibrantes notas al rodar del tubo receptor venían al oído por los conductores de goma que rodean al aparato. Además tiene un amplio portavoz por cuyo medio puede oír el público la música, cantos, discursos etc., contenidos en las placas del aparato, sin necesidad de aplicar al oído los tubos de cauchout. Este fonógrafo, después de recorrer varios pueblos de la provincia, se volvió a exponer al público de la capital en la calle de la Glorieta, cobrando el promotor el precio de la audición de cada pieza de música o canto, a 15 céntimos de peseta, un precio verdaderamente alto para la época.

Muy cerca, en el Teatro Apolo, los administradores señores Capulino y Murcic venían programando cada día zarzuelas con chispeantes letras de Ventura de la Vega y zarzuelillas en su pequeño escenario, óperas y sesiones de magnetismo o prestidigitación, y algún que otro espontáneo circo ecuestre, que solía instalarse abajo del Paseo del Príncipe, un paseo que ya había abandonaba las sombras de años anteriores gracias a que la Compañía Lebón instaló fluido permanente en algunos puntos de esa enorme calle ancha con árboles y en pendiente fatigosa. Las luces eran alimentadas con unas potentes dínamos, recientemente adquiridas por la Compañía, que daban hasta 400 caballos de fuerza. El paseo, gracias a esta generosa iluminación empezaba a tomar otro aspecto de noche. Ya no era sólo la iluminación eléctrica que irradiaban el Café Suizo, el Círculo Minero o el Café Meridional dejando el resto del paseo iluminado a trozos, sino que se sustituían las bujías de las viejas luminarias de gas por fluido eléctrico. Los vecinos de Almería asisten por primera vez, asombrados, a la utilización genérica de la lámpara incandescente para la iluminación pública de lo que era el corazón de la ciudad, del que Fermín Estrella cuenta que (…) de día era un paseo hermoso, lleno de encanto y señorío. En la parte media corría una calzada para peatones flanqueada de altos y frondosos árboles cuyas copas se entrelazaban a lo largo de las aceras. En esa parte central del paseo se realizaba la famosa feria de Almería, cuyas casetas repletas de juguetes y cosas para vender se extendían en doble fila desde la Puerta Purchena hasta cerca del Malecón.

Al año siguiente los almerienses, que tenían sobrado conocimiento del fonógrafo y otros artilugios similares que tanto sorprendían y acogían con entusiasmo, en la primavera de 1895, vuelven a tener noticias de otra revelación de la técnica moderna, el Fonógrafo de Edison, con el que se oirían ahora veinticuatro secciones en una sola pieza sincronizado en escena con las comedias en un acto de De matute y El beso representadas por varios conocidos aficionados de esta capital. El espectáculo fue considerado por la prensa local como un verdadero acontecimiento nuevo en esta ciudad que fue anunciado en el Teatro Apolo la noche del 25 de enero, aunque su representación se realizó dos días después, donde se pudo escuchar reproducciones grabadas junto a un notable discurso de un eminente orador de la localidad.

A principios de marzo de 1898, la burguesía almeriense, ajena a la situación internacional, estaba atenta a una nueva variedad fonográfica que es la variante del fonógrafo, pero muy superior a éste, pues si bien imita la voz humana, nos la restituye inmediatamente. Numeroso público se dio cita para observar de cerca la magia del nuevo invento, que se detuvo en nuestra ciudad varios días.

No volvemos a tener noticias de nuevos espectáculos precinematográficos, pero tres años después, en el antiguo Tiro de Pichón nº 26 del Paseo del Príncipe, donde actualmente se sitúa La Dulce Alianza, se instaló otro fonógrafo, mucho mejor que el de Lenguasco, pues no tenía cilindro y emitía con una voz natural, clara y voluminosa y de verdadero mérito artístico, con el que los almerienses pudieron escuchar las voces de Bárceda, García Rubio, Inés Salvador, los tenores Partierra o Franco Abruñedo junto a valses de la ópera Dinorah y fonogramas de la Banda del Regimiento de Ingenieros de Madrid, de la Guardia Republicana de Paris, la Orquesta de Almería y cante flamenco, además de sorprendentes cuadros de colores del cinematógrafo que se aseguraban habían sido premiados en la última Exposición de París.

Alternando con este fonógrafo se exhibían cintas de un Cinematógrafo Mágico o Cinematógrafo español allí instalado que la gente celebró vivamente -sobre todo la de Baños de caballos en un Cuartel, de la que se decía que la imaginación se sorprendía de tanta realidad- a 20 céntimos la sección de una hora de duración, precio que no impidió la asistencia de un público que – decía la prensa despectivamente- en su inmensa mayoría no entiende una palabra de ciertas cosas.

Mientras los almerienses se admiraban ante la variedad de fonógrafos que aparecían y desaparecían en la ciudad, la Escuadra de viejos barcos de madera de la Armada española era destrozada en Santiago de Cuba y la bahía de Cavite –en Filipinas- por los flamantes buques de acero de la Armada norteamericana. Al mismo tiempo, las últimas posesiones de ultramar eran ocupadas por las tropas yanquis y después cedidas a la joven potencia, que eliminó rápidamente de Cuba y Puerto Rico la fiebre amarilla que diezmaba implacablemente a nativos y soldados españoles. El desprestigio del Ejército y del Gobierno español en todo el mundo fue definitivo, pero dentro de España, salvo un pequeño grupo de intelectuales y unos cuantos dirigentes anarquistas y socialistas que protestaron por la carnicería y por la pésima conducción política del país, la burguesía y gran parte del pueblo se mostraron indiferentes al desastre, llegando incluso a corear canciones patrióticas colonialistas, como la marcha de la zarzuela Cádiz que se llegó a representar en nuestro teatro Novedades. No volvemos a tener más noticias de estos aparatos hasta la próxima novedad fonográfica en 1904, alternando con proyecciones del cinematógrafo.

De espectáculo precinematográfico novedoso también podríamos considerar, siguiendo a J.E. Varey, los espectros ambulantes solicitado por un empresario de Cartagena, Don Gregorio Javier Orozco, en la Puerta Purchena, de seis metros de ancho por veintitrés de fondo”.

La sociedad almeriense estaba dotada de una gran afición musical y no perdía la oportunidad de acercarse a los últimos inventos técnicos sonoros, ya fuera el fonógrafo, el cromofotógrafo o el gramophone que en 1904, con los balbuceos del cinematógrafo, el Sr. Larrubia acababa de traer a Almería de la Casa López y Griffo, que disponía en nuestra ciudad hasta de una sucursal representada por don Elías Cortés, en el Paseo del Príncipe, donde se vendía un periódico en cuya mancheta rezaba, con grandes letras: GRAMOPHONE. Una noche de finales de julio, en el Variedades, el Sr. Larrubia acompañado de don Elías, ante un público selecto, escuchaban emocionados las últimas novedades musicales que existían en el mercado. Los melómanos almerienses se volvieron a dar cita diaria las noches de agosto en la terraza del Café Cervantes, aunque, en esta ocasión, con un modelo único de la Compañía Gramophónica francesa Exhibition, también propiedad de don Elías Cortés, cuyas audiciones hacían las delicias de los concurrentes hasta altas horas de la noche escuchando a Tosca, Bohème, Norma, Ave María (Gounod), Lohengrin, Favorita o Mattinata junto a las sublimes audiciones de Caruso, La Boronat, La Huguet, Aineto, La Gurina…, intercalándose con audiciones de malagueñas, cartageneras, soleares, tangos, peteneras y guajiros del Mochuelo y La Rubia.

Es oportuno recordar aquí que, en sus orígenes y primeros pasos, los espectáculos precinematográficos, entre ellos el sonido, los espectros impalpables o los cuadros disolventes, no fueron sino precursores del cinematógrafo que buscaban la sensación completa capaz de dotar a la ficción de movimiento, tesón en el que el ser humano se había entregado tres siglos antes. Tiempo durante el que “las ilusiones visuales, los entretenimientos con linternas de proyección y los mecanismos fotográficos (...) proporcionaron al cine sus principios teóricos, su contenido temático de los inicios, su base mecánica y los orígenes de sus sistemas ópticos”.

Una muestra de lo dicho fueron los cuadros ilusionistas expuestos por Mr. H. Kaurt en el Teatro Novedades la noche del 27 de junio, donde se representaron Exposición de París de 1889, Gran Batalla de Waterloo junto a exhibiciones de estatuas, monumentos artísticos y cuadros ideales. Durante los días sucesivos los almerienses pudieron admirar también El incendio del Banco de Londres, El Faro del Puerto de Nápoles, La Dolorosa y El Divino Rostro. Los días sucesivos se presentaron títulos como El incendio de la casa del Dr. Renato Darelé, El vapor correo cruzando el estrecho e imágenes del restaurante del vapor, El Carro de la Aurora anunciando un nuevo día, Bote salvavidas partiendo de Liverpool y El Teatro de la Gran Ópera de Paris.


Fantasmagorías


Pero lo que llamaba poderosamente la atención del público en general eran los cuadros disolventes de la linterna mágica. Y los almerienses no se privaron de una nueva ocasión precinematográfica gracias a la iniciativa de don José Baños Ros, que vino a nuestra ciudad desde Cartagena por caminos de infierno y polvo con unos pesados materiales de madera, hierro y armadura completa de un salón portátil. Don José Baños solicita el 20 de junio de 1896 instalar por tres meses una barraca de 12 metros de ancho por 24 de largo en la Plaza de la Constitución para ofrecer cuadros disolventes.

Tres meses después don José Álvarez contrató para el Café Méndez Núñez, de su propiedad, un Museo de pinturas y Panorama Universal que un tal Mr. Luis Estrada Bardot venía paseando por toda Andalucía y que era realmente un acontecimiento visual para el bullicioso público almeriense. Aquellos almerienses debieron quedar embobados ante las maravillas presentadas, como la última Exposición Universal celebrada en París.

A este prestigioso café se le conocía en la ciudad por El Gallego, también Café Méndez Núñez o Cantábrico, era punto de reunión del Círculo Literario y había sido restaurado recientemente por su propietario. Fue acondicionado por don José Álvarez para ofrecer espectáculos de flamenco, varietés y fantasmagorías. Disponía para tal fin de una gran sala de cerca de 500 varas cuadradas, con una gran galería que prestaba adorno y derramaba luz sobre el salón, con una enorme techumbre sostenida por cuatro columnas de hierro de gran diámetro labradas en los talleres del almeriense Sr. Oliveros. Las paredes estaban repletas de cuadros de lienzo, obras de los pintores almerienses Carlos y Ramón López Redondo. Los cuadros eran alegorías al café, al telégrafo, al té y al licor. Además, las paredes estaban profusamente revestidas con pinturas decorativas al temple, con cuyas filigranas se adornaban los recuadros, esquinas y plafones. El alumbrado de todo el edificio, de potentes focos eléctricos, estaba repartido entre las columnas y encima de unos lujosos espejos traídos de Madrid por su propietario.

Además, el Salón tenía una suntuosa puerta principal a la que se accedía desde la calle Álava, actualmente Concepción Arenal, esquina al Paseo. El Salón estaba rodeado de establecimientos frecuentados por la clase alta de la ciudad. Enfrente estaba el magnífico salón de afeitar de don Tomás González, al que acudía la alta sociedad almeriense, que algunos aprovechaban para visitar también la prestigiosa sastrería de don Benito Muñoz y Pérez -donde posteriormente se instalaría el Cinematógrafo Victoria- que, por temporadas, se establecía en Almería.

La decoración del Café estuvo a cargo de don Ricardo Moreno. Su propietario tuvo el acierto de incorporar la recién llegada electricidad, dotándolo de unos potentísimos focos convirtiéndolo en uno de los mejores de España.

El Salón Méndez Núñez competía con los también prestigiosos Cafés Suizo, regentado a finales de siglo por los señores Campos y Linares; Café del Malecón, situado a finales de siglo junto al Balneario El Recreo, propiedad del Sr. Jover, que en 1918, junto al Sr. Pérez Hita, reconvertiría en el prestigioso Balneario Diana; el Café Universal, propiedad del Sr. Ramón Pareras, instalado en la calle del Mercado, luego Aguilar de Campoo por iniciativa del concejal Francisco Roda. Ocupaba el espacio de lo que antes había sido un teatro construido totalmente de madera, el Delicias. La noche que el cinematógrafo debutó en la ciudad su salón ofrecía un concierto del quinteto Adolfo Moreno; el Lyon D´Or -situado donde actualmente se encuentra Marín Rosa- donde se daban cita escritores locales, poetas, bohemios, músicos y cantaores.


El Café Suizo disponía de una magnífica decoración, obra del escenógrafo granadino Francisco Tejada de Videgasa, autor de la decoración de conocidos cafés granadinos. El Suizo se instalaba todos los veranos en el extremo norte del Paseo del Príncipe. Su suelo era un entarimado que durante el verano resultaba caluroso. Los propietarios, el Sr. Zarzosa y don Antonio Campoy, que fue alcalde durante la I República, decidieron sustituir el entarimado por suelo de arena para darle al sitio más frescura. Disponía en su interior de una fuente saltadora con un sistema de iluminación de farolas a gas que fueron sustituidas, a finales de julio, por lámparas eléctricas traídas de Berlín. Cada lámpara disponía de dos mecheros Aüer, a excepción de las de la entrada, que disponían de tres. Los propietarios no ahorraron esfuerzos en su restauración y para su inauguración trajeron el sexteto del Real Conservatorio de Málaga, dirigido por el Sr. Villegas e integrado por los profesores don Antonio Valero, primer violín; Fermín Canseco, viola; Manuel del Pino, violoncelo, y Enrique Riera, contrabajo, que interpretaron por primera vez en Almería Recuerdo de un mosquito

De acontecimiento calificaba la prensa el representado en 1897 por la Cía. Vidal, compañía gimnástica y acrobática, dirigida por los señores Vidal y Enrique Moscardó. Llevaban actuaciones de trapecio, iluminaciones espectrales, saltos mortales y actuaciones llamadas de “percha escalera” y, sobre todo, ascensiones en el globo “España”, pilotado por Enrique Moscardó, que solía terminar en el barranco del Caballar.



EL CONTEXTO CINEMATOGRÁFICO EN EL ENTORNO SOCIAL DE ALMERÍA



La sociedad almeriense no vivió al margen de la información, en los años finales del siglo XIX y primeros del XX, de los nuevos inventos y mejoras técnicas que esporádicamente llegaban a la capital. Estos nuevos hallazgos fueron realmente instrumentos catalizadores en la vida de los almerienses. Es lo que Sandro Machetti propuso con la expresión universo precinematográfico, pues “el precinema no se reduce estrictamente a la cuestión técnica, a la mera enumeración de aparatos y curiosidades que anuncian los procedimientos mecánicos del cinematógrafo. La investigación contextualizadora del precinema debe tener en cuenta además de todo el ambiente tecnológico de la llamada segunda revolución industrial, a los espectáculos ópticos (visuales y audiovisuales), los espectáculos populares de toda índole, y todos los modos de representación visual anteriores en el tiempo al cine en tanto que medios de comunicación, de instrucción ideológica, de representación estética y de interrelación social.

Estos años a los que nos referimos son para los almerienses un período decisivo en el paso a la modernidad de una ciudad, conocida como la cenicienta de España, que ve llegar expectante unos aparatos curiosos y nuevos inventos óptico-sonoros entre los que se encontraba el cinematógrafo, del que fluía un poder capaz de influir en la vida social y cultural de la ciudad. A principios de siglo, en 1902, año en que un joven Antonio Machado acaba de publicar su primer libro, "Soledades", del que no me resisto a entresacar unos cuantos versos que podrían ayudar a retratar al pueblo llano de aquella Almería rural que estrenaba siglo, en unas pinceladas que, sin cambiar ni una coma, bien podían aplicarse a las múltiples generaciones que le habían precedido en los siglos pasados:


Y en todas partes he visto gentes que danzan o juegan, cuando pueden, y laboran sus cuatro palmos de tierra.

Nunca si llegan a un sitio, preguntan a dónde llegan. Cuando caminan, cabalgan a lomos de mula vieja, y no conocen la prisa ni aun en los días de fiesta.

Donde hay vino, beben vino; donde no hay vino, agua fresca. Son buenas gentes que viven, laboran, pasan y sueñan, y en un día como tantos, descansan bajo la tierra.


Josefa Martínez Romero, en un estudio sobre las Instituciones Culturales y ambiente literario en la Almería Contemporánea, define minuciosamente el ambiente cultural y literario de los centros culturales existentes en Almería, verdaderos cenáculos políticos, tertulias literarias y reuniones puramente sociales donde los hombres comentaban cualquier acontecimiento, por nimio que fuese, acaecido en la ciudad, mientras las mujeres se dedicaban a recitales poéticos o pequeñas representaciones teatrales sin más interés que invertir el ocio y el tiempo libre. Todo pasaba por el tamiz de la aristocracia y la floreciente burguesía almeriense, que fue la receptora de los primeros balbuceos del cinematógrafo en la ciudad. Ellos fueron los creadores e impulsores de los Juegos Florales en 1896, justo el año que los almerienses descubrieron el nuevo invento.

A finales del siglo XIX, Almería estaba comunicada con el exterior a través de telégrafo, por donde circulaba la información local, nacional e internacional que después se traducía en los periódicos locales y éstos, a su vez, daban cuenta en las tertulias de los cafés.

En abril de 1911 se esperaba con ilusión la llegada del teléfono interurbano. Madrid acababa de inaugurar la estación central interurbana que se conectaría a las capitales. En la red Sur sólo funcionaban las estaciones de Ciudad Real, Córdoba, Sevilla, Jerez, Jaén, Linares, Lorca, Murcia, Cartagena, Alicante, Málaga y Alcoy y estaba prevista la apertura de Granada, Motril, Huelva, Guadix, Baza y El Puerto de Santamaría, pero no estaba incluida Almería. Era como si la ciudad estuviera sitiada, lo que levantó las quejas de la prensa porque después de pelear tantos años por esta conquista del progreso para Almería, vamos a llegar a ella con algún retraso. Con seguridad que seremos los últimos andaluces que gocemos de la mejora, pero para consolarnos nos tendremos que acoger a las celebres frases cristianas de que los últimos serán los primeros. Finalmente, se instaló una central de teléfonos en la calle Ricardos, nº 7. Era un pequeño local, pero que el Jefe de la Estación, don Arturo Peña, creyó suficiente para el comienzo. La fachada seguía el estilo del resto de las oficinas, rotuladas con artísticas muestras y letras doradas sobre cristal de fondo verde claro, en las que se leía el título de la casa y servicios que se prestaban. Completaba el conjunto una farola en bronce y cristal en la que se leía “Teléfonos”, iluminada interiormente por electricidad durante la noche, siendo visible fácilmente desde el Paseo del Príncipe. Esta parte decorativa corrió a cargo del industrial granadino don Miguel Parra Vellido, dueño del Bazar de Londres, de Granada, que trajo operarios de sus talleres. Unos meses después, en noviembre, por la demanda de público, se trasladó a un local más amplio de la calle Navarro Rodrigo. Los almerienses no pudieron disfrutar de las ventajas del teléfono automático hasta noviembre de 1934, cuando en muchas provincias andaluzas ya llevaba tiempo instalado.

La Almería que presenció la llegada del cinematógrafo era una ciudad con un bajo nivel de desarrollo económico, social y cultural. La vida cultural de la ciudad se hallaba condicionada por las actividades que organizaba la clase dirigente. Una gran parte de la población dependía de la agricultura sin que tuvieran otros medios de vida que los productos de la tierra .

A principio de 1915, la capital pasaba por su crisis más dura agravada por las pertinaces sequías y cuyos recursos agrícolas -las uvas de embarque, las naranjas y el esparto- y cuyo valor de producción agrícola total de veintiséis millones menos de pesetas que en la campaña de 1914 no llegaron a cubrir ni los gastos del cultivo. Por otra parte, ya se empezaba a visualizar que, en la próxima campaña, por el cierre de los mercados y por la escasez y enorme subida de los fletes, un porvenir oscuro. A esto había que agregar la interrupción de las remesas de los emigrantes de América, que importaban una regular suma.

Al menos la lotería sonrió a la capital, porque las campanas de todas las iglesias repicaron el 4 de abril al ser agraciada Almería con la cantidad de 23.000 pesetas, muy repartidas en la ciudad. Fueron los establecimientos de El Gorrilla, Admón. Nº 3, regentada por doña Mercedes Carreño, y la Admón. nº 2 del Paseo del Príncipe, propiedad de don Braulio Moreno Nieto. También con el numero 435, el tercer premio, dotado con 1.500 pesetas, gracias a la señora Carreño que repartió el número. El día 2 de agosto volvió a llegar la suerte con el número 13.014 y la cantidad de 100.000 pesetas. Todavía en 1915, a diferencia de otras ciudades andaluzas, la comunicación de la capital con el resto de las provincias era imposible por carretera. En febrero de 1914 se inauguraba definitivamente el servicio de automóviles entre Almería-Dalías-Berja. Tardaba hora y media en hacer el recorrido hasta Dalías, al precio de 6,75 pesetas el billete, y 7,50 a Berja. Poco después se abrió también el servicio a Vera desde donde se salía a las 5,30 h. de la madrugada para llegar a Almería a las 10,30 h. El otro medio de comunicación, el transporte ferroviario de mercancías, base del comercio local, sufría una gravosa tarifa frutera y mineral, cuestión que repercutió aún más en la situación social de la ciudad. Un estudio del profesor Pablo Fábregas, de la Escuela Superior de Ingenieros de Minas, Madrid, advertía en 1915 que en la provincia de Almería se empieza a morir la gente de hambre .

Todo el mundo parecía consciente de la marginalidad en la que vivía la ciudad, pero nadie hacía nada por solucionarlo. La amarga queja, la resignación y cierto carácter zumbón -muy propia del almeriense- no parece sino que fuese el sino fatal de su destino. Un articulista de principios de siglo veía así a sus gentes: (La ciudad) tiene que moverse, tiene que pedirlo todos los días y a todas horas, con buenas razones una veces y con actitudes y ademanes resueltos e imperativos otras, según lo exijan las circunstancias, el buen sentido o la resistencia imprudente de los que administran. Esta es la conducta, el procedimiento que en todas partes se ha seguido, y que a la larga o a la corta ha dado sus frutos. Claro es que sería mejor y más cómodo no empeñarse en esa lucha que pide sacrificios y constante actividad y tensión de los ánimos; mas aquí no hay más remedio que luchar, porque no tenemos la fortuna que tienen otros pueblos de haber dado con administradores celosos, emprendedores y abnegados, que han sacrificado la tranquilidad del hogar al engrandecimiento, a la salud, a la cultura, al bienestar general de sus coterráneos...

Todavía la gente recordaba aquella otra sequía de 1897 que generó en la ciudad una triste situación, causa, entre otras, de un grave problema de mendicidad hasta constituir una plaga insoportable que inundaba los cafés con pordioseros harapientos llevando chiquillos escuálidos, situación que reclamó una acción enérgica del gobernador civil para solucionar el problema

Con el Desastre del 98, llegó a Almería la ola de regeneracionismo del gabinete Silvela-Polavieja. La doctrina de la regeneración arraigó tanto en los conservadores almerienses, como entre los republicanos. A la mencionada situación política respondía una pobre realidad sociocultural, basada en las tradiciones populares (ferias, bailes de sociedad, carnaval...) y en los escasos espectáculos (toros y teatro, básicamente, y ocasionalmente espectáculos de fantoches y precinematográficos.

Culturalmente el escenario almeriense se desarrolla preferentemente entre el Ateneo de Almería, el Círculo Literario y el Liceo, cuyo objetivo era el fomento de las artes y las letras, así como la difusión de aquellos conocimientos que contribuyeran al desarrollo de la ilustración en la sociedad burguesa y aristocrática almeriense.

Cada una de estas instituciones ha sido consecuencia de la anterior. Así, el Liceo, que desapareció antes de la llegada del cinematógrafo, dio origen al Ateneo, que desarrolló una intensa actividad cultural presidida por su presidente don Manuel Esteban desde que se fundó, sucediéndole en septiembre de 1909 don David Estevan Gómez. La vida cultural del Circulo Literario transcurrió a espaldas del cinematógrafo, entre veladas literarias y Juegos Florales, sumándose a la larga lista de ciudades andaluzas que los celebraban.

La ciudad de principios de siglo que vio llegar el cinematógrafo marcaba su pulso con dos relojes: el de la Catedral, que anda de cualquier manera, y el de la Iglesia de San Sebastián, que nunca da la hora. Se daba el caso de que si uno de los relojes se paraba o averiaba parecía como que la ciudad detuviera su pulso y su aliento. Esta situación se repetía día tras día, año tras año, hasta que los relojes de bolsillo pudieron ser objeto de adquisición de las clases populares. El alcalde, Sr. Muñoz, antes de despedir el año 1902 y despedirse de la alcaldía, quería dejar colocado en la fachada del Ayuntamiento el reloj antiguo, encomendando la tarea al prestigioso relojero de la ciudad don Antonio Ferrer, hijo. La hora, medir el tiempo, saber en qué momento se vivía parecía una cuestión vital para la ciudad, tanto que la prensa recoge la incredulidad de la gente en unas estrofas:


Oigan almerienses. Agranden con la mano el pabellón de la oreja. Tic, tac, tic, tac.

Ya empieza el movimiento. Pronto sonorá la campana. Se ha propuesto el Alcalde que tenga- mos la hora del meridiano y la tendremos. ¡Vaya si la tendremos¡ Tic, tac, tic, tac.

Debemos estar satisfechos porque ya tenemos un reloj en el Ayuntamiento que nos dará la hora, pero so- lo la hora.

Las medias no las dará porque ésas se dedican a los serenos. Los cuartos tampoco, porque ésos se encarga el alcalde de ellos. Tic, tac, tic, tac.

Ya podemos con orgullo ver el re- loj encima de la torre. Ya somos relativamente felices. Ya podemos medir el tiempo con las armonías de ese reloj, cuyas me- días se reservan los serenos que nos devolverán en notas tiernas nuestros sueños y cuyos cuartos se reserva el alcalde, que aún no nos ha dicho cómo nos los devolverá. Tic, tac, tic, tac.

Mirar el reloj allí en todo lo alto, desafiando al meridiano para denun- ciar sus secretos. ¿Que no lo veis? Ni nosotros tampoco.


A lo que inmediatamente se contestaba en tono zumbón: No comprendo la curiosidad de los de El Radical, ni el capricho del reloj. Por que, si bien se mira, ¿qué falta hace un reloj en el Ayuntamiento? ¡Ahí, donde todo el tiempo empleado en la administración del pueblo es tiempo perdido¡ (...) Sea cualquier que el alcalde actual haya ocupado la silla curul, a tiempo pasado, y cualquier tiempo pasado fue mejor... reloj.

Sea como fuere, cuando alguno no daba la hora causaba un enorme perjuicio a quienes no tenían reloj de bolsillo, que era la inmensa mayoría de la población, ya que por este reloj se regía todo el mundo. Sus frecuentes averías se encargaban al otro conocido relojero de la ciudad, don Juan Navarro Llorente, que se desentendió del problema harto de no cobrar las deudas que el Consistorio le adeudaba, o a don Antonio Ferrer (hijo). El alcalde se fue sin poner el reloj y a finales de 1903 sólo existía un reloj en toda la ciudad, motivo por lo que se le recuerda al nuevo alcalde, Sr. Fernández Burgos, que ponga en la ciudad un reloj público, “pues el único que existía de la iglesia de San Sebastián se estropeó. ¿O es que V.S. se ha propuesto que Almería, para olvidar penas, no se acuerde de la tierra en que vive? Dos años después vuelven los mismos problemas y el Ayuntamiento, ante la presión social, finalmente, instaló uno nuevo cuyo montaje fue encomendado a Canseco, un celebre relojero madrileño.

Años después la situación volvía a repetirse. Ahora eran los usuarios del tren que se quejaban del reloj de la Estación porque siempre se encontraba entre las nueve y veintidós lo que ocasionaba un grave perjuicio a los viajeros. Seis años después vuelven las mismas quejas, pues el reloj de la Catedral marcaba un cuarto de hora de retraso con respeto al de la Estación y ocasionaba perjuicio a los viajeros que no lo sabían, pues era el único reloj público que tenemos y debe ponerse en hora.

El otro reloj, el de la iglesia de San Sebastián, único que servía de guía a los vecinos de los barrios de las Huertas, Barrio Alto y otros de aquel distrito, estaba averiado constantemente, situación que obligó a los vecinos de Huertas a denunciar la situación en 1913, hasta que en febrero de 1924 se sustituyó el viejo reloj por uno nuevo adquirido a la Casa Guirand, de Madrid, que disponía de una esfera luminosa de 1,50 cm. más de diámetro que la del reloj viejo.

Los domingos y días festivos de la Almería de principios de siglo tenía un paseo obligado, el del Príncipe, donde los más jóvenes jugaban al corro y los mayores paseaban. Pero no era más que un anchurón con árboles, y tan pendiente que causaba fatiga transitar por él. El Paseo del Malecón era el mejor cuidado. Sólo quedaban los jardines que se empezaron a construir en 1899 en la Plaza de la Catedral, pero llevaban años sin terminar y abandonados, lo mismo que la Glorieta de la Plaza de la Princesa y la calle Obispo Orberá, que, por su anchura, se prestaba perfectamente para construir un paseo, pero la gente se quejaba de que no servía más que para hacer y deshacer, de tal modo que todavía en 1907 la ciudad no tenía paseos, ni los árboles embellecen, los pavimentos son detestables, aun los de las vías principales, como el Paseo del Príncipe, donde los solares abiertos son focos de infección y hay calles que son muladares, donde los riegos son incompletos y el polvo nos asfixia y nos abruma en todos lados y a todas horas...” No les quedaba a los almerienses otra forma de invertir su tiempo más que los monótonos domingos escuchar, a pie quieto, sin sillas donde sentarse, ni sitios donde pasear, que la Banda Municipal de Música amenizara el mediodía y las noches húmedas y calurosas de los veranos almerienses en el Paseo del Príncipe con alegres pasodobles y zarzuelas, las fiestas patronales de los barrios y la feria de agosto, lugar de encuentro y olvidos.

Como aquélla de 1910, donde los músicos de la Banda Municipal empezaron a lucir sus flamantes uniformes confeccionados en la Casa Mota y Cía., de Madrid. Aquella Feria estrenaron, aunque no cobraran, un pantalón de paño azul con una franja morada de dos dedos de ancha, una guerrera entallada y ajustada a la cintura por un cinturón blanco de charol, con seis botones atrás en dos filas, bocamangas moradas con un cordón dorado y sobre el cuello, que es de lo mismo, llevaban prendida una lira en cada lado. La gorra era de plato, con franja morada y cordón barbuquejo oro, luciendo en la parte anterior una rama de laurel formando semicírculo; sobre ella aparecía una lisa de metal dorado y en la parte superior el escudo de la ciudad.

Cincuenta mil habitantes tenía la ciudad al comenzar el nuevo siglo y una altísima tasa de mortalidad. La gente moría de caquexia palúdica, viruela, tuberculosis, meningitis, diarreas, mal de Bright, debilidad congénita, muertes violentas, sífilis, anemia y hambre. A esta situación había que unir los estragos que dejaba en la ciudad el tifus, cuya invasión tuvo su origen en el consumo de agua infestas procedentes de los ramales o repartidores de Fuente Redonda que abastecían a la ciudad y que estaban rellenos de léganos y raigambres e inmundicias.

La burguesía local representaba culturalmente los géneros oficiales que convivían con otras funciones basadas en el teatro mecánico, los cuadros disolventes, fantoches, polichinelas, sonambulismos, ventrílocuos, autómatas, sombras chinescas y circos ambulantes, que se solían instalar al final del Paseo del Príncipe, la Plaza de Toros y los barrios, que representaban el sentir de las clases populares almerienses. Los mismos que disfrutaban con las fiestas patronales que, desde enero, empezaban el periplo por los distintos barrios, donde no faltaban nunca los puestos de torraos, turrón, funciones religiosas, procesiones, bailes de animas, pianos de manubrio y fantoches, junto a disparo de voladores.

A los Carnavales, verdadero acontecimiento en la ciudad, acudía un inmenso gentío al Paseo del Príncipe que quedaba cubierto al cabo de los tres días de celebración de antifaces, serpentinas y confeti, adquiridos en la Plaza Nicolás Salmerón, nº 1. La alta sociedad, al margen popular, organizaba bailes en el Casino y otras Sociedades.

Durante los Carnavales de 1911, como una atracción más, los almerienses pudieron contemplar desde la Puerta Purchena, por primera vez, cómo un aeroplano descendía con majestuosidad y se posaba cerca de allí. Ni que decir tiene que la plaza se puso intransitable por el inmenso público que se agrupó para observar el mencionado pájaro.

La Comisión Municipal de Festejos, visto el interés despertado, organizó por primera vez una fiesta de la aviación en el lado poniente del Andarax, frente al Molino de la Torre. Allí se instaló un hangar y cerca una tribuna de autoridades y asientos de preferencia. El aparato era un monoplano Bepedussin con motor Gnome rotativo, de 7 cilindros y 50 caballos. El vuelo duró 26 minutos y 38 segundos, a una altura de 80 metros y, sobre el Cabo de Gata, a 250 metros. Cuando terminó la exhibición, en presencia de un gentío que había acudido en coches lujosos, de alquiler, en carros y tartanas y a pie casi media Almería, la Banda Municipal de Música tocó La Marsellesa en honor del piloto francés, el Sr. Julio Serviés, que fue quien realizó los ejercicios acrobáticos.

Cuando terminaba el Carnaval los almerienses se preparaban para la multitud de fiestas y verbenas populares en los distintos barrios de la ciudad. Estas fiestas, como ahora, que gozaban de gran popularidad, arrancando la tradición a mediado del siglo XIX. Cada una de estas fiestas y cada uno de estos barrios organizaba sus veladas bajo la advocación de un santo. Durante estos días se reunían los vecinos en tumultuosa convivencia festiva. Eran días de asueto y hermandad que rompía la monotonía diaria y las rígidas costumbres sociales. Eran fechas adecuadas para que las damas y señoritas de bien pudieran exhibir el último vestido de moda, practicar juegos o bailar hasta altas horas de la noche al son de los pianos de manubrio. Todo ello dentro del contexto del carácter religioso, a cuyas celebraciones en la parroquia del barrio solía asistir toda la vecindad.

Así, en el barrio de Belén se procesionaba a San Blas, abogado de los males de garganta, desde la Ermita de San Blas, en la Puerta de Belén, que recorría las calles de Las Cruces, Alfareros, Puerta Purchena y calle Granada; La Cañada celebraba sus fiestas de octubre, en honor de la Virgen del Rosario, con procesión y fuegos; los Molinos celebraba sus Fiestas en honor de San Antonio, festejando a su patrón que allí se venera y existía en la Capilla costeada por la Prensa Asociada de Madrid con motivo de la triste inundación del 11 de septiembre de 1891; Los Molinos de Viento festejaba a San Antonio, en la plaza de San Antonio, frente a la iglesia de su mismo nombre, con bailes populares, fandangos y boleros; también festejaba este barrio, llamado también de La Misericordia, la Fiesta o Bailes de Ánimas que anunciaba el comienzo de la Pascua navideña.

La Almedina, desde tiempo inmemorial y que en tiempos lejanos constituía la fiesta del Patrón una gran celebridad, a cuyas rifas acudía el pueblo mezclándose entre los puestos de torraos, rosetas y castillo de fuegos, mientras admiraban las indispensables fuentes de blancas. El vecindario de El Alquián venía celebrando sus tradicionales fiestas en marzo con el reparto de donativos a los necesitados de la barriada, verbenas, bailes populares y, con motivo del triunfo de las Izquierdas los vecinos, que siempre dieron pruebas de su espíritu liberal, recibieron las fiestas por primera vez en 1936 con iluminación pública. En Las Huertas, durante la fiesta del popular San Sebastián, patrono de aquellos barrios, se encendían gran número de hogueras y celebraban bailes populares en muchas casas; se instalaba el habitual tíovivo, columpios y el tiro al blanco entre los gritos de los que anunciaban cañas dulces. Durante la rifa de la tarde la banda municipal solía amenizar el acto.

Cuando el cinematógrafo llegó a Almería, a finales de noviembre, el barrio de Pescadería celebraba su popular verbena de San Antón, organizando en plena calle subastas para el Santo, que los vecinos lo festejaban con los populares entonces rabicos de San Antón.

Al llegar la Semana Santa los locales de espectáculos interrumpían su programación, según la costumbre, sobre todo los Jueves y Viernes Santos. Aprovechando la devoción que envolvía a todos los actos que se celebraban en la ciudad durante la festividad religiosa, se estrenaron las primeras cintas de tema religioso como fue Vida, pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo, estrenada en el Variedades en 1914, o Christus, que se anunciaba insistentemente en la cartela del teatro y prensa antes de su estreno como verdadero acontecimiento religioso y cinematográfico. De la película se resaltaba su carácter religioso al advertir que el Papa había concedido su aprobación papal tras el visionado de la misma.

Por San Juan se daban serenatas que duraban toda la noche, hasta que en 1911 el alcalde, Moreno Gallego, las limitó hasta la una de la mañana y en la verbena de San Pedro, una tradición de más de doscientos años, se divertía el vecindario viendo a los viudos y viudas cruzar por todas las vías hasta en las más principales y algunas viudas se atrevían incluso a participar en los bailes populares que se organizaban.

Cada barrio tenía su fiesta y cada fiesta su Patrón. Pero la fiesta de todos era- nos cuenta Manuel del Águila- la Feria de agosto, que se cubría de confetis, serpentinas, puestos del turrón; se vendía el popular aguanieve; se instalaban tómbolas de caridad, donde las empingorotadas señoras, casi inmóviles y sofocadas por la crueldad del corsé y la ampulosidad de las mangas de jamón, miraban a los transeúntes y sonreían con casta brevedad, invitándoles a comprar las papeletas enrolladas, puestas en mazo junto al recipiente con agua, y antifaces, muchos antifaces.

Era también el recorrido obligado de todos, propios y extraños, desde el Malecón a la Puerta Purchena, donde en la panadería de Miguel Zea era ritual adquirir roscos de aguardiente, pan de aceite, roscos de baño o pan de azúcar y naranja, que sólo fabricaba por estas fechas y Navidad. La Puerta Purchena -irregular y bizarra, como la definió Manuel del Águila, más que plaza, vivo corazón urbano de la vida local- se prolongaba en Feria hasta la Plaza Circular, donde, poco a poco, se empezó a sustituir los faroles de gas por artísticos adornos de luz eléctrica que se extendían hasta el Malecón. La compañía de electricidad Lebón en 1897 iluminaba, de julio a septiembre, todo el tramo desde la Puerta Purchena al Paseo del Príncipe, pero el resto del año la iluminación eléctrica era la que irradiaban las luminarias eléctricas del Café Suizo, la Cervecería Suiza, Circulo Minero y Café Universal, quedando el Paseo iluminado a trozos. Todavía en 1905 los faroles de gas iluminaban el centro de la ciudad que parecen candiles de los años 20 y las lámparas eléctricas no alumbran la tercera parte de lo que debieran. Los comerciantes, ante la desidia municipal por traer la electricidad a la zona comercial de la ciudad, ofrecen al Presidente de la Comisión de Fiestas, Sr. Oña, iluminar durante los nueve días de Feria los laterales del Paseo del Príncipe. Para cubrir los gastos llegaron incluso a recaudar fondos para este fin, pero las compañías Lebón y Mongemor no disponían en Almería de materiales ni fluido suficiente para este alumbrado extraordinario, con lo que el Presidente de la Comisión de Fiestas tuvo que devolver las 752,50 pesetas recaudadas .

Todavía en 1911 la iluminación eléctrica no era completa. Se extendía a lo largo del Boulevard formando arcos centrales, de los que pendían cestas de flores con bombillas de color, y guirnaldas laterales de bombillas blancas eléctricas hasta la mismísima Plaza Circular, iluminada con más de cuatrocientos focos y otros tantos en la calle Reina Regente hasta el Malecón.

A aquellas primeras ferias del cinematógrafo llegaron los destartalados pabellones ambulantes que transportaban la magia y los sueños del cinematógrafo. Alrededor de ellos empezaron a instalarse puestecillos de caramelos y botijos de agua, cañadús y paloduz que los niños y vecinos de los barrios masticaban absortos en las primeras imágenes en movimiento que veían sus asombrados ojos. En la Feria de 1907, llegó a la ciudad un nuevo espectáculo: el football. Era un deporte nuevo, no visto nunca en nuestra capital, al que el Ayuntamiento concedió un primer espacio de 110 a 120 metros de largo y 60 x 70 de anchura, en el Andén de Costa. Dentro de la programación de Feria la Corporación autorizó un partido entre un equipo blanco y otro negro de la ciudad. El capitán del equipo blanco era el almeriense J. Rodríguez, que marcó dos goal habilidosos. En el segundo decenio de siglo el espectáculo cinematográfico va a compartir con el fútbol el imperio de la moda. Visita obligada en la Feria era probar los pasteles de Gloria y las cascas de Valencia y peros frescos y aceite de almendras dulces que solía traer el turronero don Miguel Lorente, que se hacía hueco en un pequeño habitáculo colocado junto a la Droguería Iris, en el Paseo del Príncipe número 8, compitiendo con la turronera doña Teresa Verdún, que se instalaba cada Feria en el establecimiento de calzado de don Pedro Plaza, en el Paseo del Príncipe. Se colocaban puestos de churros y buñuelos; tiovivos y carruseles y corridas de toros en Plaza donde terminaban el debut de Cías. acrobáticas de elefantes, como la de Mme. C. Valsois, o las sorprendentes actuaciones de Mr. Charles Kon y su circulo de la muerte; equilibristas, como miss Lucía Nova o la atleta gimnástica Lea Spinder. Al final la Plaza de Toros, como todas las plazas de Andalucía, también se vistió para recibir el cine un trágico verano de 1936.

A propósito de las ferias, ya entrados en el nuevo siglo, el cine de las primeras décadas empezó a convivir con los espectáculos de varietés y artes en armoniosa alternancia en el Teatro Principal, donde se representaban ejercicios de prestidigitación, cartomancia y magia blanca de Mr. Florence para terminar en secciones de cinematógrafo; compañías cómico-líricas en funciones por secciones y borriquetes de fotografía, como el que establecía don Juan Morales, prestigioso fotógrafo almeriense, en la calle Álava número 2, junto al Café Suizo, dos puertas más abajo del Café España y el efímero Cinematógrafo Victoria allí instalado.

Esto ya ocurrió en las primeras proyecciones de los pabellones cinematográficos venidos de otras provincias, el Pabellón La Luz o el Teatro de los Jardinillos, convertida en 1905 en la primera terraza de cine. Aquí, los cuadros cinematográficos se alternaron con las zarzuelas cómicas, humoristas, cupletistas, sextetos, caricatos, ventrílocuos, bailarinas, cantaores e imitadores de diverso pelaje.

A menudo la programación cinematográfica quedaba relegada a un segundo plano, indicándose en los programas tan sólo los títulos del resto de los espectáculos. A veces el cine podía ser compatible con espectáculos de lucha en el Teatro-Circo Variedades en 1912. Todavía en 1934 podía verse en la Terraza de Verano del Hesperia un programa en el que el cine se alternaba con canto, baile y elección de miss Almería.




La Almería del cinematógrafo


La Almería finisecular era ya una ciudad distinta a aquella vieja Almería cercada por la Rambla de los Hileros en el Levante, la de la Chanca en el Poniente, la Alcazaba y San Cristóbal en el Norte, bordeada por el mar al Mediodía. La ciudad comenzó a crecer y se empezó a asentar en los lechos de las ramblas de Regocijos y Alfares. Una manzana de casas recién construida contenía las aguas de la rambla Alfareros desviándola a la calle Regocijos, que terminaba en un enorme tapón de casas que impedía la salida natural de las aguas y las desviaba a la calle las Tiendas, con los problemas de inundaciones que ello provocó. Los constructores de aquella Almería no respetaron la eficacia de la ciudad construida por los musulmanes, que supieron respetar sus ramblas naturales.

La Almería que recibió al cinematógrafo en 1896 no es muy distinta culturalmente de la que describe, mediado el siglo XIX, Manuel Malo de Molina, cofundador de la revista Caridemo: Efectivamente, lo que ofrece más campo para reflexiones artísticas y literarias son las diversiones públicas, y éstas están proscritas del suelo en que vivimos, sin que podamos comprender el motivo. Regularmente esto sucede en pueblos, que bien por su corto vecindario, bien por sus escasos medios, no pueden contribuir al sostenimiento de aquéllas; pero en Almería, donde tantos elementos se encuentran para lo contrario, donde recordamos con gusto y con orgullo, que han tenido lugar escogidas funciones de declamación en el Teatro y brillantísimas sesiones de competencia en el Liceo, no alcanzamos la causa de que ambas cosas se hayan concluido, y, lo que es más, de que ni un germen parece haya quedado para su reaparición (...). El Teatro lo tenemos cerrado y, aunque sabemos que una Compañía lírica trata de venir de la Corte, las exigencias que ha presentado tal vez no se puedan cubrir, y ésta sea la razón porque no podamos salir de nuestra monotonía diaria y mensual (...). En medio del hastío que causa la falta de diversiones deberíamos buscar distracciones en los paseos y sitios públicos, donde pudiéramos admirar las gracias y bellezas del sexo privilegiado. Pero desgraciadamente, sea por los vientos del Poniente que han reinado con frecuencia en abril, sea por cualquiera otra causa, es el caso los paseos se han encontrado desiertos, y solamente en el mejoramiento del tiempo hemos conocido que estamos atravesando la estación más preciosa del año...

Esa escasez de entretenimiento y espectáculos, y esa rutina vacía que sume en la monotonía la vida de la ciudad, especialmente en invierno, comienza a invertirse con la pronta llegada del cine y los espectáculos a él ligados en sus primeros años de andadura.

El cine fue recibido por la burguesía local como un fenómeno curioso, uno de tantos inventos que se prodigaban por la geografía peninsular en aquella Almería finisecular. Pero la mayoría de la prensa local, fiel testigo de la vida cotidiana en otros nimios acontecimientos, se hace eco, sí, de su llegada pero con cierto desdén, sin intuición, sin pulso, reseñando en una breve gacetilla el acontecimiento novedoso, científico, curioso y llamativo con el que entretener una monótona noche más de aquella Almería cenicienta.

Aquéllos primeros cinematógrafos de Almería encontraron una ciudad sometida a un cierto proceso de cambio. Habían pasado los primeros meses de vida de la presentación del prodigioso invento en Madrid, aquél en que la llegada a uno u otro lugar era sinónimo de adelanto. Se tenía la impresión de que el cine sólo se afincaba en aquellos lugares importantes y de mayor prosperidad, y que todo ello se demostraba con la llegada del propio cinematógrafo, un adelanto de los nuevos tiempos al que Almería no podía sustraerse.

Los almerienses tenían un cierto sentido fatalista de su existencia que cobró fuerza a principios de siglo. Es verdad que proyectos de transformación urbana no llegaron nunca a materializarse y otros no lo hicieron en su totalidad –por razones de índole económica o por conflicto de poderes- hasta muchos años después de su concepción-. La inercia económica y social impulsan el despegue urbano de la ciudad al margen incluso de la planificación política municipal, que no siempre supo interpretar los intereses puestos en juego. El flujo rural en el tránsito de siglos empezó a reflejarse en el urbanismo, que permitió romper el aprisionamiento dentro de sus murallas -como ha escrito Emilio A. Villanueva Muñoz- y abrirse para formar una coexistencia tradicional de las distintas clases o estamentos sociales en la ciudad. Pero los más humildes seguirían confinados en los degradados e insalubres barrios que carecían de infraestructura sanitaria e higiénica, situación que dio lugar a toda una veta periodística de denuncias en El Radical la miseria silenciosa, la mendicidad callejera que tanto molestaba a periódicos de signo conservador, la pobreza que se ocultaba a escasos metros de la suntuosidad más arrogante.

Ahora bien, fueren cuales fueren las líneas maestras del campo perceptivo que dominaba la burguesía almeriense, lo cierto es que la vida en la ciudad va ofreciendo lentamente un nuevo material a los sentidos: el alumbrado público (primero el petróleo, luego el gas, finalmente la electricidad); la intensificación del campo sonoro (carretas, carruajes de todo tipo, los primeros automóviles, el bullicio del público...); la sensación de velocidad que transmiten las aglomeraciones humanas en constante movimiento (aquellas calles de las viejas fotografías con un número casi imposible de peatones, las modalidades del ocio moderno como el cinematógrafo...); la rapidez con la que los almerienses ven transformarse físicamente su ciudad van trazando los perfiles de un nuevo y dinámico escenario responsable de una modalidad de experiencia subjetiva desconocida hasta entonces.

Sírvanos de referencia la obra del escritor granadino Melchor Fernández Almagro en Viaje al siglo XX y lo que supuso su primer encuentro con la gran ciudad para hacernos una idea del campo perceptivo de los almerienses de entonces. Es un interesante testimonio y merece la pena transcribir una parte de su evocación, que se inicia con la llegada a Madrid en ferrocarril para imaginarnos la Almería del cinematógrafo ambulante y la admiración de sus gentes ante los nuevos descubrimientos: En Madrid no había un solo coche de esos (se refiere a los automóviles, que ya había conocido en Granada), ni dos, sino de seguro más de veinte o treinta (...). Más cinematógrafos también en Madrid que en Granada, como que en Granada sólo había uno en barraca de feria. Los cinematógrafos de Madrid estaban en su salón de verdad, con butacas como las del teatro, sin pregonero a la puerta ni explicador dentro (...). Pero ¡qué asombroso otra máquina la que recogía la voz del hombre y la metía en una caja de madera para que saliese por una gran trompeta...¡La vi y la oí en una tienda de la calle del Barquillo, que hacía parar, con voz agria y chillona, a mucha gente tan pasmada como yo. (...). El anuncio que yo leía y releía en el cristal de la tienda de la calle del Barquillo, aún lo leo y lo releo dentro de mí: “Gramófonos, fonógrafos, máquinas de escribir, motores eléctricos, lámparas incandescentes, material de luz y timbres. Pídanse catálogos”.

Una nueva cultura visual cinematográfica


Aquellos viejos aparatos ópticos que tenían un lugar reservado entre los ilusionistas y magos de feria, noches de verano y tertulias, serán sustituidos por espacios acotados, pabellones y barracas para presentar los cuadros disolventes del cinematógrafo. El cinematógrafo empieza a hacerse itinerante y popular. Llegará a todas esas gentes que son siempre atraídas por una publicidad vociferante que intentaba arrastrarles hacia sus espectáculos. Ante las fantasmagorías, panorámicas, kinetoscopios, hombres elefantes y apariciones y desapariciones, el nuevo invento ofrece únicamente unas imágenes que se mueven sobre un lienzo blanco, en el que se presentaban un sinfín de cuadros en movimiento, de apenas unos minutos, que se harían más o menos graciosos si la continuidad del paso de manivela se ralentizaba o aceleraba.

Los pabellones cinematográficos se propagan rápidamente gracias, de un lado, al esfuerzo encomiable, e interesado, de unos empresarios que, rápidamente, acondicionaron su actividad anterior precinematográfica a la avidez popular del cinematógrafo y, de otro lado, a nuevos empresarios que creyeron ver en el nuevo espectáculo ventajas económicas fáciles. Estos pabellones peregrinan por toda la geografía nacional ofreciendo a los nuevos públicos sus películas, pasando a ocupar un lugar preferente entre las variedades de las ferias y fiestas.

La ciudad –decíamos- en aquellos momentos de cambio de siglo, renovaba también sus hechuras. La empresa parecía compleja, pues la ciudad estaba saliendo de la asfixia por su antiguo trazado medieval, tortuoso y no precisamente moderno y, acosada por su incomunicación, su sentido fatalista que parecía impedir un crecimiento racional o un ensanche, sin la traba de las murallas, como el que empezó a acometerse desde las instituciones, con mayor o menor planificación. Además de esto, en la capital aún era necesario potenciar la conexión a Madrid del ferrocarril, aliado natural del cinematógrafo; un ferrocarril que tardaría aún años en llegar, aunque la ciudad empezaba a disfrutar ya de algunos adelantos imprescindibles para progresar.

A pesar de las malas comunicaciones, a la capital llegaban espectáculos de todo tipo: zarzuelas, óperas, operetas, circos, sonambulistas, duetistas, coupletistas y varietés, con toda la gama de mujeres barbudas, animales amaestrados y ventrílocuos. Pero, sobre todo, las corridas de toros: lo más esperado por los almerienses por Pascua y Feria. En algunas ocasiones era común observar estas diversiones agregando la clásica jugada que incluía el reñidero de gallos, una vieja diversión almeriense en la que los aficionados participaban en las riñas de abono en el Circo de Gallos, en la calle Aljibes, donde los aficionados a las quimeras se jugaban de 10 a 15 pesetas, diversión que aún hoy, clandestinamente, se sigue practicando en El Puche y La Chanca, a plena calle. Y a pesar de que estos espectáculos eran casi democráticos, ya que no había muchos, las jerarquías sociales de la ciudad se distinguían por el lugar que ocupaban dentro del salón de estos juegos.

Se ha dicho que el cine, en sus primeros momentos, fue un espectáculo bien acogido por la burguesía local, pues se trataba de una curiosidad científica digna de participar en ella por sus connotaciones culturales, no una atracción de feria. Luego fue perdiendo el aliciente de la novedad e inicia un breve período de retroceso, que quedó relegado a la categoría de popular, situación que se prolongó hasta los primeros años del siglo XX. Esto no significó que se olvidara el cinematógrafo. A la presencia de este espectáculo en los días de feria y los pabellones que llegaban a la ciudad, cada vez mejor acondicionados, se añadían las actividades del Novedades y el Variedades, que empezó a alternar los espectáculos circenses y varietés con el cinematógrafo. A partir de ese momento empieza el declive de los pabellones ambulantes dedicados a la proyección de cintas que, aun estando presentes hasta 1908, no soportaron esta nueva modalidad de exhibición y los empresarios almerienses o forasteros afincados en la ciudad fueron capaces de adaptarse a las exigencias de los nuevos espectadores que, a partir de aquel momento, recibió a un público incondicional.


El público La reconstrucción histórica de la noción de público, y en particular del perfil del espectador implica la consideración del mismo como un consumidor cultural. Las relaciones entre origen social, posición económica y el valor asignado a la cultura muestran un estrecho vínculo con la trayectoria de las salas cinematográficas. La arquitectura, la capacidad, la distribución del público dentro de las salas y sus propuestas culturales son factores importantes de legitimación para reflexionar sobre la participación del público almeriense en los espectáculos de cinematógrafo y varietés. La clase bien de la sociedad almeriense asiste sin reparos al Teatro Cervantes, considerado el principal coliseo, tanto por la envergadura de su arquitectura como porque allí se concentraba toda la oferta de género lírico. Las temporadas teatrales tienen en este teatro una larga extensión provocando un alto movimiento y circulación de comedias, zarzuelas, óperas y representaciones musicales, como la de la prestigiosa Asociación Cultural Musical. Los sectores sociales medio y bajo asisten con mayor asiduidad, durante la primera década, al coliseo Variedades y, luego, al Trianón. En este cine se advierte la existencia de un público formado en su mayoría por obreros portuarios, mientras que el primero conforma un público como forma de ejercer una práctica social dentro de los grupos de identidad de la ciudad. Desde el primer momento la estratificación del público en los salones cinematográficos de la ciudad es generada por la ubicación adquirida dentro de las salas, que reproduce, al modo de un microcosmos, ciertos comportamientos sociales receptivos. En gallinero se situaba el público perteneciente al sector económico menos pudiente, para quien el cine es un tipo de consumo cultural que le sirve como ocio e inversión del tiempo libre. Preferencia estaba ocupada por un público para quien el cine le sirve como acto de presencia en los días que la prensa anunciaba el estreno de determinadas películas, dándose el caso que algunos exhibidores locales –siguiendo el modelo teatral- llegaron a organizar sesiones de abono y, en otros casos, se les permitía reservar sus entradas en forma anticipada a determinadas familias de la sociedad bien. Nuestro exhibidores locales se acogen a estrategias de promoción que son elaboradas por las casas exhibidoras de cintas, entre las que se destacan el Día de la moda, las funciones a benéficas de alguna entidad para recaudar fondos, la inauguración de nuevas secciones como, por ejemplo, la Sección Vermouth en el Apolo, Los Jardinillos y Variedades, y la organización de rifas con la compra de la entrada en las que se sorteaba desde un Citröen hasta balones, patines o bombones patrocinados por firmas comerciales locales que pretenden introducirse entre el gusto de los consumidores. Los salones de cine de Almería mantuvieron un funcionamiento irregular, discontinuo y oscilante en su oferta de espectáculos cinematográficos hasta la segunda decena de siglo; ello respondía a una carencia de políticas culturales definidas y adecuadas en materia cinematográfica. Los exhibidores locales desempeñan una gestión en la que predomina la contratación de cintas de tendencia comercial. Además, se producen aperturas espontáneas y cierres definitivos (Triunfo, Salón Ideal, Variedades, Trianón) o reformas de las salas que producen vacíos cinematográficos (Teatro-Circo Variedades o Hesperia), así como transformaciones paulatinas de teatros en cinematógrafos y la aparición de las terrazas de verano desde 1934.


El cinematógrafo: de París al Paseo de Alfonso XII

En esta Almería de finales de siglo, a la que el nuevo invento llegó buscando y llenando un hueco en el vacío de diversiones, el cinematógrafo fue para muchos la solución a las constantes borracheras de trabajadores, parados y pobres de los barrios que no tenían otra diversión más que las cantinas, ya que otros espectáculos eran prohibitivos o inaccesibles socialmente. El espectáculo del cinematógrafo, que, a su llegada, se había convertido en la novedad de la burguesía, pasó a ser la diversión preferida de los obreros portuarios, pescadores, agricultores, modistillas y niños; un espectáculo demócrata, ya que gustaba a todos.

La magia y el hechizo del cinematógrafo llega a una ciudad que despide el siglo –la Almería de los soldados que marchan a Cuba, la de la jura y la boda del Rey, la Almería pobre cenicienta de España y la ciudad que pugna con tensiones internas por agrandarse y modernizarse- recibiendo fascinantes sueños en humildes pabellones. Los almerienses ya se habían educado visualmente con los viejos espectáculos precinematográficos que trajeron figuras autónomas, sombras portentosas, lentes que acercan las estrellas, sonidos que salen de un fonógrafo... La gran feria de invenciones ópticas y sonoras había permitido contemplar exóticos paisajes, temblar de espanto viendo fantasmas materializados entre figuras y sombras o conocer la historia de remotos países. Pero eran imágenes fijas.

Cuando el espectáculo se democratizó la mayoría del público de los primeros cinematógrafos eran niños, generalmente llevados por sus padres; la gente de clase alta comenzó a abandonar el cine, cansados de las mismas cintas o las mismas historias, pero también cuando los pabellones cinematográficos comenzaron a ser frecuentados por mujeres de dudosa decencia de la ciudad que asistían al cine, ya que la oscuridad les favorecía, puesto que no eran reconocidas hasta su salida, y gente de clases media baja y popular, al ser este espectáculo más barato que las zarzuelas o las comedias.


Los itinerantes

El cinematógrafo, hasta su consolidación como salas estables, tenía un carácter esporádico y solía aparecer durante los días de feria y desaparecer al terminar ésta en un ir y venir en gira por la ciudad, alternando con espectáculos de varietés en destartalados pabellones. Los pabellones solían tener dos o tres peldaños a la entrada, por los que se accedía a un porche sostenido por columnas a lo largo del frontal de salón. Dos puertas daban acceso al salón, que solía disponer de unos palcos laterales en el patio de butacas y un piso superior, “general” o “gradas”, a unos dos metros del suelo. El empresario, que disponía de muy pocas películas, repetía una y otra vez las cintas, intercaladas con cuadros disolventes y representaciones artísticas hasta que el público, harto de las mismas proyecciones, de ausencia de sorpresas, sin nuevos deslumbramientos dejaba de asistir, momento que aprovechaba el empresario para trasladarse a otra localidad.

El último año del siglo XIX las cámaras cinematográficas accedieron al Vaticano y contaron con el consentimiento de León XIII a ser filmado. Este acontecimiento se extendió por toda la prensa nacional y provocó la aceptación de un gran número de personas, que se mostraban reticentes ante el nuevo invento. Esta noticia, que no era más que una anécdota, repercutió favorablemente en la alta sociedad almeriense que controlaba la vida cultural de la ciudad e imprimía de tintes conservadores a todo su entorno.

E realidad la burguesía almeriense no entendió la originalidad del invento, ni alcanzó a ver sus posibilidades. Esta burguesía de finales y principios de siglo, que era culta, tenía horizontes para entender y valorar la importancia del nuevo invento y acude, al principio, ávida de curiosidad, a conocerlo, admirarlo y más tarde refugiarse nuevamente en su mundo culto, lejos de la oscuridad de los pabellones cinematográficos, en su mundo seguro del teatro, el Circulo Mercantil, los bailes de Carnaval en el Casino, las Sociedades musicales o los cafés-teatro, donde los compartimentos reflejaban y respondían más a sus necesidades. El cinematógrafo en la primera década del nuevo siglo seguía siendo la actuación predilecta del público almeriense. Sin embargo los empresarios de los teatros Variedades y Hesperia comprendieron rápidamente la rentabilidad del negocio cinematográfico en comparación con el teatro, más exigente en su organización. Idearon una fórmula original para compartir la comodidad del cinematógrafo con las exigencias de la ópera, el teatro y la zarzuela: el programa fin de fiesta. Esta forma, nueva en Almería, de dar en una sección cinematógrafo y zarzuelas, al precio casi del cine, ha sido muy aceptado en todas las demás poblaciones donde se ha implantado.



Las salas cinematográficas

Si hasta hace poco las salas de nuestros cines eran fruto apetecido del boom especulador inmobiliario para reconvertirse en discotecas o grandes superficies comerciales, en la primera década del siglo XX son los teatros de nuestra ciudad los que se reconvierten en cinematógrafos. Estos cinematógrafos ofrecían cine al principio o al final de las varietés. Luego, la programación se centra exclusivamente en proyecciones cinematográficas, ya que sus propietarios descubren que mientras con una obra de teatro, una ópera o una zarzuela pueden darse un máximo de tres o cuatro representaciones al día, el cine, que entonces ofrecía sesiones de una hora, permitía el doble de sesiones y de beneficios. Si a esto se añadía que era mucho más barato adquirir un proyector y alquilar películas que mantener durante días una compañía, la elección era segura.

Este desplazamiento del dinero del teatro hacia el cine justifica muchas quejas de almerienses por la escasez de teatro en nuestra ciudad y artículos de prensa airados contra el cine al que achacaban todos los males de la escena. Por eso, suponía un alivio, una vez terminada la larga temporada de cine, el anuncio de una compañía de teatro en la ciudad. Pero los empresarios argumentaban que, gracias a los beneficios que les dejaba el cine, podían seguir financiando funciones teatrales. Realmente el teatro estaba muy arraigado entre la clase burguesa de nuestra ciudad, y prueba de ello fue la fidelidad del empresario del Teatro Cervantes a las grandes representaciones líricas y musicales hasta bien entrados los años treinta, a través de una gerencia que controló todos los espectáculos de la ciudad a través de la Empresa de Espectáculos de Almería S.A., administrada por el Sr. Gómez Navarro

Difícilmente se puede entender la vida cultural de la ciudad sin tener en cuenta el papel que desempeñaron el Teatro Principal -también conocido por Teatro de Campos, sede de poetas y escritores que dieron vida a las revistas El Organillo y La Caricatura- o Novedades en el siglo XIX, donde actuaron las compañías de zarzuela, óperas y comedias, representando las obras de los autores más conocidos y de las compañías más famosas del momento. Desapareció el 4 de marzo de 1891, antes de recibir el cinematógrafo, con una función del Conde Patricio, notable prestidigitador, que representó entre otras creaciones fantásticas la titulada El fusilamiento, como si con este título quisiera significar morir a la vida cultural de la ciudad.

Este teatro, confundido por Tapia Garrido con El Variedades, estaba construido de cañas y madera y una instalación eléctrica deficiente, no representaba el sentir de la orgullosa burguesía almeriense y se pedía insistentemente desde el diario La Defensa a los poderes públicos su demolición, antes de que se produzca una catástrofe por incendio o hundimiento.

Otro teatro, el Apolo, también llamado anteriormente Teatro Calderón, sede del Circulo Literario y más adelante del Circulo Republicano, centro del republicanismo almeriense, llegó a disponer tiempo después hasta de un Orfeón Republicano con el que predicaba su ideario por los pueblos de la provincia, y hasta de otras provincias.

Los teatros, en efecto, no se adecuaban a las necesidades de la ciudad –al menos no a los criterios de la burguesía dominante- y un empresario local, don Juan Bosch, ya venía proyectando la construcción de otro que sustituyera al feo, viejo y sucio barracón de Novedades, propiedad de don Antonio Blasco, pues este teatro (...)no es teatro sino una podrida armazón destartalada, incómoda, fea, con las infinitas reformas, tapas y medias suelas que lleva eso desde que con bastante mal acuerdo se permitió construirlo. Lo que procede es derribar y derribar pronto esos puntuales inseguros, esas techumbres podridas y toda esa fealdad peligrosa.

Casi dos años después la propuesta del Sr. Bosch, incansable, seguía adelante en su proyecto de un nuevo teatro, máxime cuando el vetusto Teatro Novedades estaba siendo demolido para siempre y la gente se preguntaba qué se iba a construir en ese hermoso solar. Poco tiempo después ya fue efectiva una reunión en el despacho de D Francisco Jover los señores que componen la propiedad del teatro Cervantes.

Almería arrancó el siglo XIX con el teatro y termina con el cinematógrafo. Una ciudad lejos de los indicadores de modernización pero que acogió, como el resto de ciudades, las primeras imágenes en movimiento con expectación y asombro. Aquella ciudad –se decía- sólo tenía un único espacio público de encuentro, el Paseo del Príncipe, el único sitio de esparcimiento y de recreo se encontraba casi en tinieblas, “iluminado con esas mariposas que contemplamos todas las noches; un Paseo donde los árboles no embellecen, los pavimentos son detestables, aún los de las vías principales, donde los solares abiertos son focos de infección y hay calles que son muladares, donde los riegos son incompletos y el polvo nos asfixia y no abruma en todos lados y a todas horas (…) donde no tenemos paseos, donde los árboles no embellecen los alrededores de la capital, los pavimentos son detestables, aún los de las vías principales, como el Paseo del Príncipe, donde los solares abiertos son focos de infección y hay calles que son muladares, donde los riegos son incompletos y el polvo nos asfixia y nos abruma en todos lados y a todas horas...” (donde)... las iniciativas de nuestro Municipio permanecen dormidas y no se piensa acometer mejora alguna. Todo está igual, y aún peor hoy que ayer (...) Almería paga los vidrios rotos y el adelanto y el progreso para ella es letra muerta

Primeros cinematógrafos estables

Durante las dos primeras décadas del siglo XX se consolida definitivamente el cine en los locales habituales. Desaparece el Teatro-Circo Variedades pero aparecen otros nuevos, como Triunfo, Ideal, Trianón, Teatro Cervantes y poco después el Hesperia, buque insignia del cine en Almería, que desde el principio de la segunda decena del siglo se venía anunciando su construcción.

El Teatro-Circo Variedades

El Teatro Variedades estaba situado en el espacio que actualmente ocupa una parte del Hotel Costasol y la Agencia Tributaria. Don Juan Bosch y Huguet el 28 de mayo de 1900, solicitó su construcción en la parte baja del Paseo del Príncipe Alfonso entre la acera Poniente de esta vía y la calle de Arapiles. Constaba de escenario con foro y cuarto de actores, pasillos laterales de 3,80 metros de luz y, al fondo, una gran sala de vestíbulo que daba acceso a la de espectáculos. Dobles y amplias escaleras daban acceso a las localidades superiores. Las entradas y salidas se abrían a las tres fachadas de que disponía, con dos metros de luz cada una. La construcción estaba determinada por pies derechos y muros exteriores del recinto; los pies derechos apoyados sobre sólida cimentación de mampostería y basas de sillería embutidas 1,90 metros bajo la rasante soportados por la viga de puente y sobre estas las maderas de suelo, todo enlazado con pasadores de hierro y pavimentado con sólidos tableros constituyendo éstos el piso de palcos y galerías en la misma forma que se desarrolla en planta baja. Estas localidades tienen salida directa a las tres fachadas por los huecos de puerta y, además, por las delanteras que sólo distan del suelo dos metros (...) para mayor comodidad del público y teniendo en cuenta las condiciones de clima y humedad de este país, se le coloca una cubierta de fieltro para evitar la humedad (...) y para que los vientos no encuentren resistencia y así procurar en todo caso la mayor seguridad de la construcción” El edificio constaba de una cámara de aire para aislamiento para producir “continua renovación de aire en la sala, además de otras que se establecerán en la parte posterior del escenario distanciadas 3 metros del muro medianero con lo que queda garantizado el volumen de aire y la seguridad de aislamiento.



El cine Hesperia

En efecto, se anuncia la construcción de un nuevo cine con paraíso para 800 personas. La sala tendría cerca de 700 butacas y gran capacidad también en los anfiteatros. En su planta baja con piso de madera disponía de butacas, también de madera, clavadas al suelo, y el piso superior estaba organizado en graderías con bancos de madera. Las reformas posteriores le añadió un hermoso salón de espera, con ambigú, donde se vendían caramelos y agua. A veces salía del ambigú el que lo atendía con una bandeja que portaba vasos para el agua y caramelos. Relata José Diego Martínez O´Connor que este teatro disponía de platea y palco a los lados, delantera de grada y gallinero frente a la pantalla. El gerente del teatro era don Luis Iribarne que, poco tiempo después, pasó a don Isidoro Vértiz, oficial del ejército acogido a la Ley Azaña, que se estableció en Almería y casó con doña Jacobina.

Tapia recuerda de su infancia que las butacas de patio costaban tres perrillas y que repartían programas de mano sobre la película o anunciando la próxima. Las películas –escribe- siempre comenzaban con una sinfonía, seguían dos partes de películas de risa, Charlot, Tomasín, Harol Lloyd, y cuatro de una película de valientes (...) Daban tres timbrazos como los toques de Misa. Cuando se agotaba nuestra paciente espera, llevando el compás a patadas en el suelo, cantábamos repetida la siguiente melopea de inspiración ramblera: El de la levita, papas fritas, de la gamboa no me joas. Este exabrupto en sentido de fastidiar. Sonaba un timbre y callábamos. Parece que se han dado cuenta de que estamos aquí. En dos minutos se agotaba la paciencia y otra vez la melopea, y otro timbrazo, y otra vez agotarse la paciencia y callábamos porque por la parte central del patio de butacas entraban cuatro músicos. (...) ¿Es verdad que la música amansa a las fieras? Pues a nosotros no y cuando los músicos se daban cuenta de esto, metían los instrumentos en su estuche, cerraban el piano y emprendían la retirada. Los despedíamos con una ovación a su heroísmo. Y venga Charlot y vengan valientes, que nos embebían y que al día siguiente imitábamos en el Barranco de las Bolas del Quemadero o en los derrumbaderos del Corte de la Rambla.

En diciembre de 1923, recién inaugurado, el General-Gobernador, Sr. Sánchez Ortega, obsequió en el Pabellón Hesperia a los niños y niñas de las escuelas nacionales y los hospicianos con una sección de cinematógrafo. El Hesperia, al igual que otros pabellones cinematográficos, contaba con dos espacios claramente diferenciados, la general, que ocupaba la zona próxima al escenario y la pantalla flanqueada por dos columnas salomónicas, y la preferencia, situada en la parte posterior junto a la cabina, que iba elevada a un metro aproximado del suelo para facilitar una visión mejor tanto de los espectáculos de variedades como de las películas. Con el paso del tiempo, este cine grande y destartalado, tuvo que ser reformado y las proyecciones se paralizaron durante un tiempo. Pero merecía la pena porque ahora, al nuevo Salón reformado, se habilitó una sala de fumadores -dada la prohibición expresa de las autoridades de fumar dentro de la sala-, se agrandaron los water-closses y, en general, se acometieron serias reformas de higiene, seguridad y comodidad, aunque el verdadero motivo, más que el expresado por su gerente, don Luis Iribarne, era la orden cursada desde el Ministerio a todos los Gobernadores Civiles para que adecuasen las salas de cine a las medidas de seguridad obligatorias.


El Teatro Cervantes


Con la inauguración en 1921 del Teatro Cervantes se cerraba una etapa de la exhibición y se abría otra. Concluía la etapa de los cinematógrafos caracterizados por ocupar espacios previamente existentes, la fragilidad de su construcción y la falta de comodidades. La vieja aspiración de los señores Jover, Burgos y Spencer cuando en 1857 imaginaron el proyecto de construcción de un gran teatro porque el barracón de madera del Novedades no hacía honor a la ciudad, no imaginaron que su proyecto sería uno de los proyectos de más larga ejecución de la historia arquitectónica de Almería.

Este teatro, desde su inauguración, no fue un local ideado para las exhibiciones cinematográficas exclusivamente. El teatro Cervantes, según el sentir de la Sociedad del Casino, fue una sala de espectáculos destinada a un público selecto de la sociedad almeriense. Diversos elementos inciden en esta idea. En primer lugar la situación geográfica del local. En segundo lugar, el nada desdeñable hecho de que los propietarios de dicho teatro eran de una Sociedad en el que el Consejo de Administración pertenecía íntegramente a la burguesía almeriense. En tercer lugar, la programación teatral tenía como claro objetivo el satisfacer las demandas por el gusto teatral de ese público selecto, vinculado obviamente, a las clases más acomodadas de la sociedad almeriense. En cuarto lugar, cuando la Sociedad del Teatro abrió concurso para el arrendamiento de dicho local obligaba al arrendatario a ofrecer representaciones de ópera, zarzuela y, en último lugar, cine; excluyendo de estas representaciones las circenses, por no ser consideradas adecuadas para un teatro de esta entidad.

Quedaba, pues, claramente reflejada la postura pública de la burguesía urbana local de primar determinados espectáculos. De hecho, la programación inicial del teatro estaba focalizada en el sentido que expresamos, recurriendo al cine ocasionalmente, bien como puente en el cambio de programación, bien como relleno cuando algún espectáculo teatral fallaba o demoraba. Por eso, los sucesivos empresarios locales no se esforzaron por implantar el cine sonoro en esta sala, sino cuando ya el cine sonoro había arraigado en la ciudad, en 1933. Y ello, como sacralización de esta clase social por preservar este espacio escénico a las artes nobles, menospreciando en cierto modo el cine, a pesar de que acudieran a los locales cinematográficos con asiduidad. Pero esta es otra cuestión.

El Proyecto

Don Juan Cassinello Baglieto elaboró en 1862 un pliego de firmas dirigido a la sociedad almeriense para que se sumaran todos los que quisieran interesarse en empresa tan laudable. Firmaron 60 personas, que se reunieron en la Diputación, bajo la presidencia del entonces gobernador don José Lafuente Alcántara, acordando crear una sociedad de accionistas, con un capital inicial de 800.000 reales y 4.000 acciones.

A los dos años sólo había 109 acciones. Se pensó que el sitio más adecuado para el nuevo teatro era una de las nueve manzanas existentes en el barrio conocido de la Puerta del Sol, que era como una prolongación del Paseo del Príncipe, en el solar de lo que fue la Plaza de los Frailes que formaba un rectángulo de 30 por 60 metros cuadrados. Se adquirieron por 8.140 reales unos 1.000 metros cuadrados del Estado; 1.636 metros cuadrados a don José Pulmovich, a 27 reales la vara, y 2.341 varas más por escritura que otorgó don Mariano Toro. En definitiva, la planta ocuparía una gran manzana delimitada por el Boulevard, Plaza de Pablo Cazard, Sagasta y calle del poeta Villaespesa

Los planos se encargaron al arquitecto granadino que hizo el Teatro Isabel la Católica, don G. Martín de Martín, que puso como condición que se le nombrase arquitecto municipal. Pero su proyecto de teatro sólo albergaba 1.500 personas y debían ser 2.000. Esta exigencia de la Sociedad le sentó mal y renunció a su cargo.

La Sociedad mandató al Sr. Jover a trasladarse a Madrid en busca de un nuevo arquitecto, pero los honorarios eran muy elevados. Por expreso deseo de la Sociedad se trasladó a París, donde conoció a Garnier, el arquitecto del Teatro de la Opera de París. Garnier aceptó el encargo del proyecto, junto a un arquitecto español que preparaba allí un monumento a Colón. Ambos arquitectos quedaron de acuerdo en la redacción del proyecto del Teatro Cervantes de Almería al precio de 2.000 francos. Comenzaron las obras el 14 de julio de 1866, pero el teatro no se terminaría hasta 45 años después debido a dificultades internas de la Sociedad.

A principios de 1898 los planos originales fueron modificados por el arquitecto López Rull, que confirió al proyecto un aire ecléctico: claves en resalto, dinteles de arco segmentado y un cierto monumentalismo en su piso principal, como son los vanos adintelados, los grandes arcos de medio punto y un balcón protegido por balaustrada. Los detalles exteriores, también diseñados por López Rull, son de un fuerte naturalismo, próximos a los motivos ornamentales modernistas. La nueva redacción contemplaba tres pisos, plateas, principal y segundo. La sala amplia tendría una anchura de 18,50 metros con capacidad para 420 butacas. El paraíso contemplaba una cabida aproximada de1.000 butacas.

Para octubre de ese mismo año López Rull terminó su redacción, pero las obras seguían paradas por falta de liquidez presupuestaria. En esto que un empresario catalán lo tomó en arrendamiento con el compromiso de terminarlo en una época determinada, pero fracasó en su propósito. Después se rescindió el contrato con aquél industrial catalán.

La Sociedad del proyectado Teatro Cervantes volvió a emitir unas 100 acciones y con las 100.000 pesetas de su importe prosiguieron las obras. Pero las obras, a pesar del impulso dado, no se terminaban. Nuevas acciones, nuevos créditos y, mientras tanto, se encarga a Altos Hornos de Vizcaya la armadura y viguería armada para la techumbre del Teatro por 150.000 pesetas.

Nuevamente, en 1906, la falta de recursos y nuevos requerimientos al Ayuntamiento para que satisficiera a la Sociedad las 30.000 pesetas adeudadas a la Sociedad y no había satisfecho desde hacía más de veinte años. El 8 de abril de ese año se reunió la Junta del Teatro y volvió a acometer el problema de la terminación de las obras. Para ello volvió a emitir 150 acciones al precio de 1.000 Ptas. Un nuevo impulso que quedó paralizado al poco tiempo y nueva emisión de bonos que recaudaron 100.000 pesetas.

Dos años después, en febrero, el Consejo de Administración pone en circulación una nueva emisión de 250 bonos, pero se recaudaron 100.000 Ptas. y aún quedaban 150.000 Ptas. sin cubrir. Nueva emisión que cubrieron 40 bonos más, pero rechazados -según Plácido Langle- por ser insuficientes. Los promotores recurrieron al Banco Hipotecario que les ofreció 40.000 Ptas. para entregarlas cuando se firmara la escritura y otras 50.000 para cuando se certificara su terminación. Estas condiciones, en opinión de Langle, equivalía a que con 40.000 Ptas. teníamos que hacer una obra que costaba 150.000 y, después de realizar el milagro, recibiríamos otras 50.000 para acabar de construir un teatro que ya debía estar construido. Las negociaciones quedaron interrumpidas. Se pensó en emitir nuevas obligaciones; se habló de solicitar un préstamo a la Unión Almeriense...

La prensa transmite en 1909 la impaciencia de la gente ante un teatro medio construido, llegando a escribir que si no es posible terminarlo, que se venda, que se rife, en fin, algo que demuestre vida y no muerte. Seis años después El Popular se quejaba ante el nuevo retraso de las obras y decía: No nos explicamos cómo al cabo de tanto tiempo de suspirar por la construcción definitiva, ahora que ya se había encontrado, por rara maravilla, quien estuviera dispuesto a ejecutar sus obras y contara con recursos bastantes para darle cima, en vez de proporcionarle cuantas facilidades deseara se le hayan puesto repararos y obstáculos… Creemos que esto no pasa más que en Almería.

Una nueva convocatoria de los accionistas para 14 de marzo de 1919 a fin de tratar asuntos relativos a la ejecución de las obras pendientes de finalización, que ascendían a unas 31.000 pesetas para concluir el teatro y más de 60.000 pesetas las obras del Circulo Mercantil. La Junta de Accionistas acuerda abrir nuevas suscripciones del 21 al 29 de marzo, que aportaron a la Sociedad 102.225 pesetas Esta nueva recaudación permitió que el 10 de mayo comenzaron las obras. A primeros de julio ya estaba terminado el decorado interior, encomendado a una sociedad de ornamentación catalana, propiedad de don Pedro Coll, aunque la decoración aparece firmada y fechada por T. Villaba, 1920. Esta decoración estaba basada en la utilización de motivos neorrenacentistas en el salón bajo y neoacademicistas en la planta principal.

A mediados de agosto se construían las galerías del piso principal dedicadas al anfiteatro y las del último piso o entrada general, también se empiezan a estucar las plateas. Los asientos del Teatro Cervantes fueron encargados en Granada, en la fábrica de Martínez Herrera; el pavimento de la sala de butacas fue encargado en Barcelona; el oro para el decorado a Sevilla y Barcelona; el terciopelo para los cortinajes, a Londres.

Por fin, la Sociedad propietaria del Teatro Cervantes, por acuerdo del Consejo de Administración de fecha 30.5.1920, abrió concurso para el arrendamiento del futuro teatro por un tiempo máximo de 10 años, en que se obligaba al arrendatario a dar durante el año representaciones de opera, zarzuela, varietés o cine. Todo, menos circo. El precio del arrendamiento anual sería de 22.500 pesetas como mínimo. En 1931 fue arrendado por diez años más a una nueva empresa que respondiera más a criterios de calidad que de cantidad..

Finalmente, el 15 de julio de 1921 se fijó su inauguración, pero no pudo ser porque la Compañía del Sr. Morano no llegó para el 15 y se pospuso al día 16 con la comedia de Serra La calle de la Montera, dirigida por el primer actor Francisco Moreno. El programa de apertura, además, llevaba un diálogo a cargo de don David Estevan titulado La sombra de Cervantes. Al día siguiente se escenificó una obra de don Jacinto Benavente, El collar de estrellas. A lo largo de esta temporada el Teatro Cervantes dedicó casi exclusivamente su actividad al teatro.

Fue, casi dos años después, el 18 de enero de 1923 cuando el Cervantes ofrece por primera vez exhibiciones cinematográficas, estrenándose con la película La verbena de la Paloma (Buchs, 1921), que fue una primitiva versión cinematográfica de la zarzuela del mismo título original del maestro Tomás Bretón. Resulta especialmente curioso el hecho de que algunas de las primeras exhibiciones que llegaron a nuestra ciudad fueron cintas que abordaban los temas de nuestras populares zarzuelas y que se acompañarían la proyección. En 1925, Buchs quiso llevar a la pantalla la obra de Pérez Galdós titulada El abuelo, convirtiéndose finalmente en realidad los deseos que desde mediados de la década anterior venían siendo formulados por boca de diferentes productoras. La empresa decidió contratar los servicios del maestro Bretón, hijo, para que se desplazara a Almería a dirigir la orquesta de Blas Torres entonces contratada en el Cervantes para acompañar la película. Este acontecimiento cinematográfico y musical despertó gran interés entre la población almeriense y la prensa local reseñó ampliamente el estreno: Todas las escenas de la popular zarzuela destilan por la pantalla mientras la orquesta evoca los números con música que han hecho inmortal el nombre del maestro Bretón. Ocho números de música avalaron y completan la partitura cuyo estreno es en todas parte un gran acontecimiento musical. Al sábado siguiente se estrenó Flor de España, en funciones de 5,45, 9 y 10,30 horas, que también estuvo orquestada por el maestro Bretón, hijo, que hizo una adaptación musical para la película que también se estreno en el Cervantes con la misma orquesta de Blas Torres. La concurrencia –decía la prensa- alabó la producción viva de la España flamenca y aplaudió con justicia la obra cinematográfica. La prensa insertaba publicidad redactada en forma de noticia, en la que se ponderaba el esfuerzo que estaba haciendo el rector del Teatro Cervantes por ofrecer estas muestras cinematográficas, independientemente de los gastos que conllevara ofrecer calidad ante todo, dando Almería el rango que se merece, citándose como ejemplo los entradones enormes que se habían registrado el sábado y domingo para ver Flor de España.

Gracias a la publicidad de cine de gran confort y decencia, el público de la buena sociedad almeriense comenzó a llenar sus butacas, dejando a las otras salas como lugar para la gente con menos recursos, generándose entre ambas salas una competencia cordial, máxime cuando el gerente de una de ellas era el mismo que el del Cervantes, puesto que se entendía que las otras también ofrecían distinta variedad de espectáculos.

Pero el Cervantes, dentro de programación de grandes representaciones, también abría sus puertas a iniciativas singulares como la música, que tanto interés despertaba en la ciudad, y promovidas por sociedades culturales como la Asociación de Cultura Musical, recientemente constituida. El presidente de aquella sociedad fue don José Guillén, ya que era el delegado nombrado por la Asociación de Cultura Musical, de la que dependencia la de Almería. La sede de la Asociación estaba en el Paseo del Príncipe, nº 21. Esta sociedad organizaba mensualmente un concierto con los más grandes artistas del mundo a la que se podía pertenecer por una cuota anual de 36 Ptas., cuota elevada para la época, lo que no impedía que el aforo del Cervantes rebosara con cada actuación. El día 18 de noviembre presentó ante el público de Almería al guitarrista jiennense don Andrés Segovia, el mejor del mundo, que volvió a actuar en nuestra ciudad el 24 de enero de 1925. Por este teatro pasaron, promovido por esta sociedad, flautistas como Schultz y la pianista Elsa Dihel, la Orquesta Filarmónica de Madrid, dirigida por Pérez Casas, el violinista Paul Kochausky, los pianistas Nicolás Orloff, Borowky, Pura Lago, A. Lucas Moreno, Jan Saterling, los Coros de los Cosacos de Suban, también se pudo escuchar el 21 de abril de 1924 un concierto de Rubinstein, el prestigioso cuarteto Wendlins, el de Budapest, el violoncelista Fenermann...

Esta prestigiosa Asociación en 1931 continuó sus representaciones musicales en el Hesperia, como la celebrada el 26 de septiembre con el Cuarteto Húngaro Pro Música. Un año después la Asociación seguía programando conciertos con la pianista Ania Dorfmann o Nicolai Orleff, junto a José Cubiles y, de nuevo, Andrés Segovia y el violinista Ricardo Odnopostt. El 21 de marzo de 1933, ahora con nueva junta directiva presidida por don Juan Pérez Zúñiga y de secretario don Juan Flores Tavira, actuó en nuestra ciudad el Cuarteto de Cuerda de Dresde, sin que sepamos la suerte que corrió esta asociación posteriormente.


Regulación legislativa del cinematógrafo

Desde sus comienzos, el cinematógrafo estuvo sujeto a la censura de la policía y las autoridades locales, que aplicaban las disposiciones preexistentes para los lugares y espectáculos de entretenimiento.

Desde 1906 nuestros exhibidores locales empezaron a tener problemas con las diferentes regulaciones en nuestro país, e incluso de la localidad, al tiempo que comenzaron a surgir voces privadas moralistas y religiosas, que consideraban inmoral y peligroso el nuevo espectáculo.

En 1913 se publica el primer decreto oficial sobre censura cinematográfica, pero anteriormente, en el 1912, se exigía a los exhibidores a presentar su programación al Ayuntamiento como autoridad competente. En el año 1920 había separación física en el cine entre hombres y mujeres, aunque en Almería nunca se hizo caso de la Orden. Dos años más tarde, en la revista Arte y Cinematografía, se lee que sobre el cinematógrafo “pesan tres cargas abrumadoras: la censura, el impuesto de mendicidad y una inspección anual sobre los cines”. Pero lo preocupante es la incidencia de películas extranjeras. La producción catalana se paraliza, después de unos años muy productivos, y la industria intenta configurar su estructura en Madrid.

Casi un año y medio después de la primera sesión cinematográfica pública, el 4 de mayo de 1897 el novedoso espectáculo sufrió el primer desastre: el incendio del Bazar de la Caridad en París, en el que murieron 140 personas y más de 300 heridos, con un cinematógrafo equipado con un aparato patentado por Jospeh-Henry Joly, a causa de una imprudencia del ayudante del operador cinematográfico. No tuvo apenas repercusión en España esta tragedia, excepto en Zaragoza, donde su Ayuntamiento en 1897 elaboró unas estrictas normativas. Pero los repetidos incendios en cines desde 1902 en Santiago, Valencia (1904), Murcia (1906), Vigo (1907), San Sebastián (1907), Barcelona (1908) y Sabadell (1912) obligó a regular la seguridad en los espectáculos cinematográficos.

Así pues, el desarrollo del cinematógrafo como espectáculo no pasó desapercibido para el Estado en 1906, que acometió enseguida su regulación administrativa en relación con los impuestos sobre los ingresos de las entradas, la seguridad de los cines y la censura de las películas.

La Ley del Impuesto del Timbre de 1 de enero de establecía en su artículo 196 lo siguiente: “Por los billetes de espectáculos públicos en teatros y lugares cerrados se pagará, en equivalencia del timbre, el 0,10 por 100 de su producto íntegro comprendidas las entradas; exceptuándose las corridas de toros y de novillos por las que se pagará el 15 por 100”. La siguiente norma fue una Orden del Marqués de Vallido, en la que éste mandaba que se inspeccionasen todos los cinematógrafos para clausurar aquellos locales que no reuniesen las condiciones por el vigente Reglamento de Espectáculos Públicos.

Don Juan de la Cierva y Peñafiel, Ministro de la Gobernación en 1908, reglamentaba las condiciones que debían tener los cinematógrafos, donde en su artículo 1º decía: “Los pabellones cinematográficos destinados a cinematógrafos habrán de construirse con materias incombustibles y con la solidez suficiente para garantizar su estabilidad. Los edificios que para el mismo se construyan con carácter permanente se ajustarán en todo a las prescripciones del Reglamento de teatros y a las de este decreto.

Los cinematógrafos no eran recogidos todavía. Fue el Real Decreto de 29 de abril de 1909 el que desarrolló el Reglamento por el que debía regirse la Ley del Impuesto del Timbre que sí recogía el término de espectáculos cinematográficos en su artículo 165. En 1910 se volvía a gravar con un nuevo impuesto al cinematógrafo y a los demás espectáculos públicos, según se recogía en la Ley de Presupuestos Generales del Estado de 29 de diciembre, que en su disposición especial novena establecía la creación de “un impuesto del 5 por 100 sobre las entradas y localidades de todo espectáculo público, con destino a las Juntas de protección de la infancia y extinción de la mendicidad”. La seguridad en los cinematógrafos fue otro campo que mereció, desde el principio, atención legislativa. Las nuevas disposiciones modificaban la Real Orden de 13 de mayo de 1882 y Reglamento de 27 octubre de 1885; Real Orden de 23 de abril 1902, publicada en La Gaceta del día 25, y Reglamento de Policía de Espectáculos de 2 de agosto de 1886. Esta regulación de los espectáculos cinematográficos no impidió, no obstante, que se siguieran produciendo los incendios, hasta que el 27 de mayo de 1912 se produjo un hecho dramático en Villarreal (Castellón), que causó 61 muertos y 150 heridos. Este hecho motivó una circular del titular del Ministerio de la Gobernación, Antonio Barroso y Castillo, a todos los gobernadores civiles, reiterando que no se debía permitir la celebración de espectáculos públicos en aquellos locales que no se ajustasen a lo establecido en el Reglamento de 27 de octubre de 1885, debiéndose clausurar aquellos locales que no reuniesen las disposiciones vigentes en materia de seguridad.

En Almería la prensa fue implacable con los cines que no se adecuaban a la normativa vigente aunque, en general, el Ayuntamiento y el Gobierno Civil hacían un severo seguimiento no ya sobre la seguridad sino también sobre la ornamentación y estética de los pabellones cinematográficos y teatros.

En 1897, desde la prensa, se reclamaba la desaparición del Novedades por su escasa seguridad, pésima comodidad y mala decoración. El Variedades se reformó en mayo de 1905 para aumentar las medidas de seguridad, instalándose bocas de riego y un telón metálico, elevando la platea con la intención de dar más amplitud al numero de butacas y mayores facilidades para la salida del publico. Pero el Gobernador Civil en 1906 suspende todo tipo de representaciones exigiendo a la empresa ciertas reparaciones en los techos del coliseo, escenario y patio de butacas. A finales de marzo, ante los oídos sordos del gerente, volvió a suspender las funciones hasta que el arquitecto provincial informe las condiciones de solidez de la techumbre y demás partes del edificio. En 1914 se crea en Almería la Junta de Teatros Provincial que estaba formada por Antonio López Julio, ingeniero electricista; Enrique López Rull, arquitecto; León Carrasco, inspector de salud; Gabriel Callejón, director del Instituto; Juan Bueso Castillo, diputado provincial, y Joaquín M. Acosta, director de la Academia de Bellas Artes.

El motivo de su regulación, según constaba en la exposición de motivos, previa al Real Decreto del Ministerio de Gobernación de 15 de febrero de 1908, era la frecuencia con que se producen incendios en los pabellones destinados a exhibiciones cinematográficas exige la adopción de medidas eficaces para evitarlas.

Un decreto de 27 de noviembre de 1912 estableció la censura mediante una Real Orden dado... el notable influjo que dichos cuadros (cinematográficos) suelen ejercer en el público, y especialmente en la juventud sugestionable y predispuesta a imitar los actos delictuosos e inmorales que la codicia de ciertos fabricantes reproduce por medio de la fotografía, contribuyendo inconscientemente sin duda a originar graves daños de índole privada y social.

Para el control de conductas inmorales, los exhibidores cinematográficos debían presentar con antelación suficiente, en las oficinas de los Gobiernos Civiles y en los Ayuntamientos, los títulos y asuntos de las películas a proyectar por si hubiera alguna de perniciosa tendencia. Se prohibía el paso a las funciones nocturnas a los menores de diez años si no iban acompañados de sus padres o tutores, imponiéndose multas de 50 a 250 Ptas. a los infractores. Pero el texto legal más interesante fue la Real Orden de 19 de octubre de 1913, que regulaba un nuevo Reglamento de Policía de Espectáculos, de reforma, construcción y condiciones de los locales destinados a exhibiciones con el objeto de adecuar la legislación sobre espectáculos a la nueva realidad social influida por el cinematógrafo.

Durante la dictadura de Primo de Rivera la censura fue un elemento central, tanto en los contenidos de las producciones cinematográficas, como en el modo de eludir sus exigencias por parte de los realizadores, que les llevó a las más variadas soluciones, entre ingeniosas y descabelladas. Fue también una limitación crucial al desarrollo de la modesta industria cinematográfica española y se aplicaba en función de las preocupaciones de los ciudadanos y educadores, del gobierno y la iglesia que no evitaba la arbitrariedad constante en su aplicación, implícita en el fondo a la idea de la censura. La propaganda de guerra o la política, más o menos explícita, el encubrimiento de ideas contrarias al poder, y en general todo lo que suponía manipulación e intervención, fueron ejercidas arbitrariamente.

Un ejemplo del control y seguimiento sobre las proyecciones cinematográficas de la ciudad fue cuando el exhibidor del Variedades se disponía a proyectar en enero de 1927 El tiro de gracia (Adolfo Vázquez Humasque, 1926) y el gobernador civil, siguiendo instrucciones de la Dirección General de Seguridad, prohíbe su proyección según notificación de ese mismo mes y, posteriormente, el 26 de febrero, sin que sepamos el motivo del segundo escrito, aunque suponemos que debió ser motivado ante el interés del empresario en su proyección. Poco después tenemos conocimiento de la proyección del film, aunque con el nombre –sin que sepamos por qué- de “La bala siniestra”, siempre que se suprima la escena del fusilamiento y en la que el teniente Carvajal se acerca a la cabeza con la intención de dispararle el tiro de gracia.





Primeras disposiciones gubernativas

El Ministerio de Gobernación, en 1906, recordaba a los Gobernadores Civiles que en los sitios que existen estos espectáculos y teatros se lleve a cabo el más exacto cumplimiento de las disposiciones vigentes sobre policía de los edificios destinados a espectáculos públicos y sobre los espectáculos mismos a fin de adoptar las medidas y precauciones necesarias. Estas medidas ya estaban consignadas en la Real Orden de 13 de mayo de 1882, Reglamento de 27 octubre de 1885, Real Orden de 23 de abril de 1902 y publicada en La Gaceta del día 25; Reglamento de Policía de Espectáculos de 2 de agosto de 1886, que impedían que los espectáculos terminasen después de las doce y media de la noche; medida a la que los empresarios cinematográficos almerienses hacían caso omiso y que dio muchos motivos de queja entre los vecinos a causa de los escándalos y alborotos nocturnos a la salida de los cinematógrafos, amparados en la oscuridad de una ciudad deficientemente iluminada, alborotos que se desmadraban la tradicional noche de San Juan hasta que en 1911 el alcalde, Sr. Moreno Gallego, hubo de suprimir las serenatas que duraban toda la noche.

Los empresarios de cines, en general, eran denunciados por la autoridad gubernativa a instancias de quejas de ciudadanos; otras veces era el delegado gubernativo el que actuaba en cumplimiento de las ordenanzas o del Reglamento de Policía y Espectáculos que, en sus artículos 9 y 10, prohibía terminantemente espectáculos fuera de la una de la madrugada. Así, el Teatro Cervantes, gestionado por don Miguel Gómez Navarro en 1926, fue sancionado con multa de 50 ptas. por terminar sus funciones teatrales después de las dos de la madrugada. Meses después, con la proyección de la película La Casa de la Troya, de cuya exhibición se salió después de las 1:30 horas de la madrugada, el Delegado de Espectáculos don Antonio Pérez sancionó a la empresa. Posteriormente vuelve a ser amonestada por comenzar sus funciones de cine diez minutos después de la hora prevista y se le advierte que debe comenzar sus funciones a la hora en punto. La prensa local también recibía quejas de los usuarios, como la remitida el 18 de mayo de 1927 al director de La Crónica Meridional, en la que, además de solicitar que los ventiladores que penden de los artesonados de las salas de espectáculos públicos que hasta ahora servían de adorno, funcionen según las condiciones propias del caso, hasta conseguir que la estancia en estos locales cerrados sea fresca y agradable (...) y que los espectáculos comiencen a la hora exacta señalada en los programas, medio de que acaben a una hora prudencial. Cinco días después el Variedades anunciaba en su propaganda el comienzo de las funciones a la hora en punto que reclamaban tres damas almerienses en su escrito a la prensa, aunque los ventiladores continuaron sin funcionar a lo largo de lps meses de junio y julio. En general, las empresas realizaban su gestión al margen de la opinión del público. Sin embargo el Hesperia -empresa de don Antonio Manzano Manzuco, arrendada a don Miguel Gómez Navarro- cuidaba un poco más los detalles tanto en su programación como en el confort del público, cuidados que extremó Gómez Navarro cuando alcanzó la gestión del Teatro Cervantes, junto a don Eduardo Moreno Nieto

La gestión del Variedades, como decimos, era irregular en la programación y exhibición de películas, ofreciendo un local mal cuidado higiénicamente, con letrinas en mal estado cuyos olores invadían los palcos, el paraíso y general. A él asistía un público bullicioso con gente hablando, gritando y fumando durante las proyecciones que, muchas veces reclamaba la presencia de la autoridad y fue objeto de insistentes denuncias, y hasta se elevó a la autoridad gubernativa las condiciones de seguridad de este teatro.

Los repetidos casos de incendios en locales cinematográficos preocupaban a las autoridades del Ministerio que no cesaban de cursar circulares, telegramas y oficios a los gobiernos civiles para que extremaran, exigieran e hicieran cumplir la normativa vigente. Pero nuestros exhibidores remoloneaban su aplicación, de ahí que, en repetidas ocasiones, recibieran sendos avisos del inspector de espectáculos, primero y del gobernador civil más tarde. El Gobernador Civil, Pablo de Castro, siguiendo el dictamen de la Comisión Provincial de Sanidad, emitido a principios de 1926, clausuró finalmente el Variedades hasta tanto se practicaran las reformas aconsejadas por la ponencia técnica de la Comisión que obligaba a mantener inhabilitado el escenario y entrada general. Estas reformas, que no acometió, sólo le permitía dedicar el salón a proyecciones cinematográficas por lo que el Teatro Variedades pasaría a denominarse Cine Variedades.

De nuevo, en abril de 1927, el Sr. Gómez Navarro vuelve a ser amonestado por no pagar los impuestos para la Junta de Protección de la Infancia y Represión de la Mendicidad y el día 15 se le conmina a que pague o se le retirará la autorización para el funcionamiento de los espectáculos. Naturalmente que no pagó la tasa correspondiente y, además, continuó su programación con la proyección de la cinta La bala siniestra. La tasa se transformó finalmente en una donación en especie que el Sr. Gómez Navarro realizó al Hospicio de niños huérfanos.






La información sobre el cinematógrafo en la prensa local: promoción y publicidad



A medida que crece el interés de la sociedad almeriense hacia el cine es cuando la prensa local empieza a reflejar una información cinematográfica más cumplida, nutriéndose de material de agencia, comentarios, textos extraídos de otras publicaciones o artículos en exclusiva procedentes del exterior.

Esta actitud favorable de la prensa local hacia la información cinematográfica surge cuando algunos medios informativos de Almería, por exigencia del público, deciden incorporar el cinematógrafo en la cartelera de espectáculos, junto a la teatral. El cinematógrafo estaba naciendo y no se conocía, ni por asomo, cuál iba a ser el futuro de un invento que aparecía en el furgón de cola del tren de las varietés.

Durante los primeros años del cinematógrafo, 1896-1910, la prensa apenas si dedica algunas palabras al invento de los Lumière, mientras que a las compañías líricas y dramáticas que actuaban en el Novedades y Variedades se les prodigaba toda clase de elogios con abundante información y comentarios.

En los albores del cinematógrafo, nadie se preocupó de la publicidad de las películas más allá de algunos atrevidos exhibidores. El anonimato dominó tanto en el entorno de la exhibición como entre los más asiduos espectadores, quienes apenas hablaban de la chica de... para referirse a las actrices que intervenían en las películas de una Casa u otra.

Una vez pasada la novedad científica del invento en 1896 la prensa local se centra en detallar las innovaciones técnicas que se van produciendo -claridad, fijeza, coloración, titileo etc.- y lo novedoso termina por hacerse cotidiano para los ávidos lectores almerienses, hasta el punto que se produce una sequía informativa en 1900. La localización de datos sobre el cinematógrafo se hace difícil –cuando aparecía- pues se incluía información en páginas pares, diluidas entre asuntos varios informativos.

El invento, en sus primeros años de vida, está supeditado a ser una atracción más de los pabellones de feria. Por eso resultaba más atractivo para la prensa informar sobre la actuación de un duetista, un ventrílocuo, una actuación circense, un malabarista o una cancionetista que lo que pudiese ofrecer al público un aparato como el cinematógrafo que ensordece con su ruido.

Por regla general las referencias a las bondades del proyector desaparecen poco a poco para centrarse en las cintas exhibidas, especialmente las que hacían referencia a temas novedosos como corridas de toros, paradas militares y especialmente a todo cuanto se refería al exotismo de cintas que recrean paisajes y costumbres lejanas o avances científicos. Como ejemplo de lo que decimos puede servir la nota aparecida con el estreno de un documental titulado Proyecto Gigantesco, sobre un camino de hierro debajo del océano que pondrá en comunicación Europa con América. Otras veces se utiliza como reclamo publicitario de una cinta la referencia a su visión por los Reyes de España o el Sumo Pontífice o la capital de reino, como en el caso de la proyección Christus, proyectada en el Variedades durante la Semana Santa de 1917: Es una película exhibida ante el Sumo Pontífice y tomada en los mismos lugares sagrados donde se desarrolló la vida del Redentor. Almería entera quedará asombrada ante la majestad y grandiosidad de esta soberana visión artístico-religiosa. Las 5 partes en que esta dividida la maravillosa cinta, son otras tantas obras de arte religioso que merecerán la aprobación de este público como lo está mereciendo de Madrid.

Otras veces se preparaba al público lector con la intención de lograr una asistencia masiva a la sala de proyección, con el reclamo sobre un asunto de interés para la sociedad almeriense, cual fue la guerra de África: Se proyecta la primera revista cinematográfica de la guerra de África en la que aparece información de las operaciones del Regimiento de la Corona nº 71”, de Almería. Este documental fue editado expresamente por la empresa del Variedades y en cuya filmación tomó parte el almeriense Luis Pardo, que se trasladó a primera línea de fuego para filmar imágenes del batallón expedicionario del Regimiento de la Corona..

El papel de la interpretación en las cintas apenas si tiene significación al principio pero, conforme el público se va familiarizando e identificando con los personajes y sus intérpretes, se destaca enseguida su presencia y recordatorio a interpretaciones anteriores: A propósito de la película El asunto Espina la prensa destaca que la interpretación ha sido confiada por la casa editora a la genial artista de fama mundial Mlle. Bertine. En efecto, ya desde mediados de la década de los años 10 el reclamo generalizado para atraer al público era el anuncio de que la película estaba protagonizada por alguna actriz o actor con el que el público se siente familiarizado o identificado. Pero es a partir de los años veinte cuando se comienza a producir la fiebre de las estrellas que culminaría con el star system.

Fueron iniciativas como la del productor Carl Laemmle las que impulsaron el fenómeno del star-system como pilar indiscutible del negocio del cine, dado que el público comenzó a conocer no sólo el nombre verdadero de las estrellas de la pantalla, también sus aficiones, gustos, forma de vestir, sus mansiones y lo que giraba en torno a las sorprendentes fiestas. La Crónica, El Pueblo o Heraldo empiezan a reproducir machaconamente los nombres de Dolores Costello, Greta Garbo, Dolores del Río, Clara Bow, Carmen Viance, Mary Pickford, Charlot o Lyda Borelli, entre otras. Los aficionados almerienses comenzaron a reconocer a sus ídolos y a reclamar información puntual de todo lo que les rodeaba; y no sólo eso, sino que también reclamaban recuerdos que les acercaran un poco a ese universo que trascendía de las revistas especializadas, inaccesibles en nuestra ciudad. Muchos espectadores se acercaban a las taquillas de las salas a solicitar programas de mano donde aparecían sus actores preferidos. Nadie en los albores cinematográficos había pensando en eso. El fan cinematográfico obligó a las productoras y los agentes artísticos a disponer de departamentos dedicados en exclusiva a la comunicación y a los cines llegaban los fotocromos para exponer en las carteleras de los cines, los programas de mano que llevarán en el reverso los datos básicos del estreno, sala y horarios y que los niños, al principio, repartirían por las calles y, posteriormente, personal contratado a finales de los años veinte y principios de los treinta como Juan Panza o Nicolás Mañas. Así pues se empezó a tener en cuenta la función del cartel y de los programas de mano como imagen capaz de sintetizar los rasgos generales de la película y su proyección. A falta de estrenos locales, la prensa crea secciones en las que reproduce noticias y artículos sobre alguno de estos personajes, estrenos nacionales, acontecimientos o producciones de la industria cinematográfica, reproducidos de rotativos foráneos. Al principio del star system son los actores y actrices extranjeros los que ocupan un primer plano de la información cinematográfica, pero a partir de los años 30 las estrellas extranjeras se ven desplazadas por las nuevas estrellas españolas del momento como Imperio Argentina, Rosita Díaz Gimeno, Mojica, Bárcena, Miguel Ligero o Rosita Moreno que, con la incorporación del sonido a las salas almerienses, las estrellas cobrarían un protagonismo aún mayor que en la década pasada.

Las referencias de todos estos contenidos se publicaba el día de su estreno o un día antes, en un intento de difusión propagandística de la que va a exhibir, en complicidad con el propietario del salón. De acuerdo con esta práctica de publicidad inducida y apoyada en la necesidad de informar, los diarios almerienses insertaban entre sus páginas noticias, gacetillas, resúmenes de argumentos, sinopsis o reseñas de las películas extractados de los aparecidos en los programas de mano suministrados por el empresario del cine. Así, la prensa cumplía el cometido de dar una información lo más completa posible a su clientela, además de rellenar un espacio aliviando los períodos de escasez de noticias.

A mediados de la segunda década el cine empieza a estar fuertemente enraizado en la cultura y la sociedad de Almería, y prueba de su presencia constante en la vida es la iniciativa periodística de La Crónica Meridional de insertar una sección de comentarios generales sobre la ciudad con el significativo título de “Cinematógrafo”, que en modo alguno hacían referencia al espectáculo; o como posteriormente El Heraldo de Almería que, próximo a la llegada del sonoro a nuestra ciudad, incorporaría otra sección con el significativo título de “Cine sonoro”, sin que tuviera relación alguna con el cine y sí con la crítica político-social municipal de la ciudad, costumbre que se mantendría largo tiempo.

En ocasiones la escasa preparación cinematográfica del redactor de La Crónica Meridional en 1917 o, más adelante, El Heraldo, por ejemplo, le llevan a reproducir comentarios enviados telegráficamente o aparecidos en la prensa madrileña, a escribir reseñas directamente remitidas por el exhibidor local o notas de agencia que el redactor elabora a su gusto, sin que necesariamente haya visionado la película. He aquí un modelo de comentario del redactor de La Crónica de Almería: Soborno es el tratado de un drama moderno. Este drama, que consta de 20 episodios como aquellas viejas tragedias griegas, es un drama humano, intenso y emocionante. Forman parte de él 500 artistas. Es una obra de tesis, no una obra fantástica, escogiendo todos los problemas humanos considerándolos en dos afirmaciones: el bien y el mal. Acaso su mayor acierto sea la originalidad. Hasta ahora se ha guardado un respeto extraordinario a una casta social, dueña de todos los privilegios, a la casta de los reyes del dinero. El rey del hierro, el rey del acero y el del carbón, son a los ojos de las gentes reyes de hecho, que mediante el soborno lo tienen todo. Y así ocurre, que estos reyes, estos semidioses influyen en la vida de los pueblos tan directamente, que todo está supeditado a su voluntad... De todo hacen negocio; del dolor, de la sangre, de la ruina, y allá en sus secretas intenciones, en sus aparentes Consejos de Administración disponiendo de Gobiernos y de reyes se acuerda lo mismo la exaltación de un aliado a los más elevados cargos como el asesinato de un hombre íntegro que no se presta a sus maquinaciones. Soborno es, pues, el drama más interesante, más completo, que ha producido el arte cinematográfico...

Otras veces nos encontramos al redactor local perdido, sin saber qué decir de una película, pues no ha tenido ocasión de conocer la cinta. Presentar sólo el título de la película parecería insuficiente. Al principio del cinematógrafo podría tener explicación. Pero, a medida que el público es más exigente, también le exige al redactor más rigor informativo. Es entonces cuando éste comienza a enriquecer textualmente la cartelera informativa cubriéndola de elogios –rara vez aparece un comentario adverso a la cinta- y adornándola con frases tópicas extraídas de comentarios generales o directamente del propio exhibidor que se las facilita.

El creciente interés del público atraído, como se ha dicho, por las las cintas de seriales y del film d´art obliga al redactor a cubrir referencias de las mismas en las páginas de los periódicos El Heraldo, Popular o La Crónica de Almería las novedades más relevantes de la industria cinematográfica internacional, especialmente las relacionadas con las primeras superproducciones que llegan a nuestra ciudad. A propósito de la película El misterio del millón de dólares en el cine Casanova, se dice: Tiene 24.000 metros. El triunfo de esta empresa corresponde por derecho propio a la marca Tanhouser, que ha invertido en su realización 200.000 dólares. Está interpretada por Margarita Snava, Crece Farrington y Florencia La Ba. Ni qué decir tiene que los nombres de los actores y títulos de películas en otro idioma transcritos por los redactores almerienses, a veces, no tienen ningún parecido con la realidad. Otro ejemplo de lo dicho es la cinta Madame Tallieu y Robeyairr que mereció un extenso artículo firmada por D.E. en La Crónica Meridional sobre la historia de la Tallien y la actriz Lyda Borelli, interpretando a Tallien.

A finales de los veinte, cuando el cine español hizo furor, la prensa comenzó a recoger los detalles más relevantes de la producción nacional, como en La hermana San Sulpicio de la que se dice: La popularísima novela de Palacio Valdés ha sido llevada a la pantalla sin perder ni un solo detalle de lo que atesora el libro, en la que su protagonista, Imperio Argentina, es la Hermana San Sulpicio y en la que también está muy acertado el galán Ricardo Núñez. La dirección de Florián Rey está acertadísima y la fotografía de Beltrán insuperable. O en Viva Madrid que es mi pueblo de la que se dice : La película constituye un gran paso en la cinematografía española con el beneplácito de muchos espectadores que anoche la presenciaron (...). La película encarna perfectamente en nuestra modalidad de españoles y eso, unido a la perfecta confección de ella, nos recuerda al detalle la impresión grata y amable de nuestros mozos estudiando en la corte.

Es de lamentar que en Almería el cine no alcanzara a motivar a personas ávidas de expresar sus impresiones para con el nuevo invento. De la fase novedosa y experimental se pasa directamente a la preocupación por la nociva influencia del cine en la sociedad y, en concreto, en el mundo infantil. No hemos encontrado aportación literaria de las diversas sociedades culturales existentes en la ciudad. Por otra parte, tampoco existe constancia de publicaciones especializadas en nuestra ciudad que reflejasen la cultura cinematográfica existente en la ciudad, cosa que nos resulta sorprende en una ciudad dominada por una burguesía que se presentaba culta ante la sociedad y elogiaba a cada instante la presencia de hombres cultos, como Villaespesa, en el panorama nacional. Y nos resulta también sorprendente que un arte, que empezó silencioso, y empezaba a hablar tomando nuevos rumbos como medio expresivo y evolucionaba en su lenguaje constantemente no apareciese una pluma, una reflexión sobre el destino del nuevo arte, que había eclipsado al teatro.

Tenemos constancia de que la revista Cinegramas se adquiría en nuestra ciudad al precio de 50 céntimos y era la consulta obligada de los cinéfilos almerienses, a través de la cual se enteraban de los últimos progresos del cine y las posibilidades del nuevo invento del color y sus posibilidades para el arte cinematográfico, los nuevos valores del cine español o de las últimas novedades, los grandes del cinema y estrenos cinematográficos en Madrid y Barcelona. Pero nada más.

Con Cinegramas, los comentaristas de prensa de los años treinta de nuestra ciudad empezaron a balbucear las primeras tímidas críticas cinematográficas, algunas de ellas transcritas literalmente en su medio informativo tal cual aparecía en la revista de cine pero, en general, eran simples comentarios y referencias extraídos de agencia y aportaciones de la propia ficha –como hemos expuesto anteriormente- que llevaba el estreno del día.

Más tarde ejercieron cierta especialización que solía terminar reivindicando sistemáticamente a los empresarios locales la necesidad de que el público de Almería pudiera disfrutar de películas habladas en español, junto a expresiones de variedad; peticiones que nuestro exhibidores trataron de satisfacer buscando cómo conseguir las mejores producciones habladas en español, estrenando o reponiendo éxitos taquilleros hablados en español durante el verano pero que, finalmente, terminaban por olvidar para acomodarse a las exigencias de las distribuidoras americanas.

Fueron títulos admirados por el público, a juzgar por su éxito taquillero, Hay que casar al príncipe, con José Mojica y Conchita Montenegro, estrenada en el Hesperia durante el invierno de 1931; Un caballero de frac, con Roberto Rey, o El dios del mar, con Ramón Pereda y Rosita Moreno, que, como reclamo, se anunciaban: totalmente habladas en español.

Curiosamente, las empresas cinematográficas raramente solían incluir publicidad pagada. La inefable publicidad de la época, publicidad que en algún momento hemos definido como encubierta, se hacía eco en unas ocasiones de las cualidades de los estrenos en nuestra ciudad remitiéndose al éxito alcanzado en las salas comerciales de Madrid y Barcelona y, en otras, se refería al maravilloso argumento de la película, término que hacía referencia al guión, o a otros aspectos técnicos como fotografía o al subrayado del acompañamiento musical. Pero gracias a esta información la fidelidad del público empieza a verse recompensada con una mayor frecuencia de versiones habladas en español. Las producciones de la UFA gozaban de enorme prestigio entre los aficionados almerienses desde los años 28 y 29, (Las aventuras de Colin, Fuego de amor, El sueño de un Vals, Metrópolis...), prestigio que se siguió confirmando a lo largo de los años 30 con Un punto oscuro, protagonizada por Lilian Harvey, Girls, Huyendo ante el clamor, Si algún día das tu corazón, Se acabó el amor, Órdenes secretas, La última compañía, Dilema, Hoy o nunca, Quid mi Clown, Estrellas de Valencia, Guerra de Valses o el impacto popular y las colas a las puertas del Hesperia que causó El trío de la bencina, título aún recordado por los que vivieron aquella época. Esta marca se consolidó tanto en nuestra ciudad que el Hesperia anunciaba en el 36: Semana UFA, que es tanto como decir selección de selecciones.


LAS PRIMERAS PROYECCIONES DEL CINEMATÓGRAFO

El día que se anunció la llegada del cinematógrafo a la ciudad, el parte diario del clima local reseñado en la prensa decía que el cielo amanecía despejado, brillando el sol con esplendor; vientos encalmados que apenas se agita la tibia y ligera brisa; la mar en calma y una temperatura deliciosa de 19º, pero la misma noche del estreno el tiempo, caprichoso con los almerienses, se tornó desapacible.

Unos, ajenos al notable aparato del cinematógrafo Lumière, se refugiaron del viento y la lluvia en el Teatro Principal, donde ofrecía su tercer concierto el tenor andaluz Manuel Reina (Canario Chico) con el cantaor almeriense José Sánchez (Marmolista) y el tocaor almeriense Gaspar Vivas. El espectáculo había sido un éxito las noches anteriores y en esta última actuación era de suponer que los rezagados ocupasen el aforo del teatro. Tal fue el éxito que ya anunciaba el Café Suizo la posible contratación de Canario Chico para continuar en su elegante salón.

Otros, gente curiosa que había oído hablar del curioso invento, no querían dejar pasar la oportunidad de ver aquella ingeniosidad y acudieron aquella noche del lunes 23 de noviembre de 1896 al viejo teatrón construido en 1883 gracias a la iniciativa del empresario Ricardo Mosquera. Tan sólo once meses transcurrieron desde la que había sido considerada la primera proyección cinematográfica (28 de diciembre de 1895, Salón Indio del Gran Café, París), hasta la primera exhibición en Almería. Realmente no pasó demasiado tiempo. El referente más inmediato le venía de otras provincias donde se había presentado en un teatro, obviamente porque era el espacio más adecuado en concordancia con el acontecimiento y de mayor capacidad de la ciudad y en él se intuía que el público respondería con denodado entusiasmo, concurriendo a ver el cinematógrafo. La pauta venía dada por las indicaciones en otras provincias y, sobre todo, por la exhibición con carácter experimental que se solía hacer para la prensa.

El día 15 de mayo de 1896 se efectúa la primera exhibición pública del cinematógrafo en España. Fue en Madrid, en los bajos del Hotel de Rusia, en la confluencia de la Carrera de San Jerónimo y Ventura de la Vega. Por esa misma fecha, en Barcelona, se ofrecieron las primeras representaciones en la casa de un tal Napoleón, fotógrafo de profesión, en unos bajos que disponía en la Rambla de Santa Mónica. En Zaragoza llegaría al mes siguiente. En Cantabria, en julio de 1896. En Galicia, A Coruña, la primera proyección en octubre de 1896; agosto en Gijón, Sevilla en septiembre. De Sevilla a Cádiz, Córdoba y Jaén en septiembre y de Córdoba a Almería en noviembre de 1896. En Castilla la Mancha, Canarias, Extremadura y otras Comunidades el cine se retrasaría hasta el año siguiente, e incluso posterior.

La primera proyección cinematográfica en Almería, a pesar de ese escenario podrido y de fealdad peligrosa, tuvo una enorme repercusión entre el público. Tanta que, durante los días sucesivos al estreno del día 23, el estreno cosechó un gran éxito popular, como si preludiara el enorme interés que los almerienses del mañana tendrían por el cine. Las funciones continuaron hasta el 30 de noviembre, aunque la noche del viernes, día 27, se suspendió la sesión a causa de la intensa lluvia que caía sobre la ciudad. Un diario local anunciaba así el acontecimiento: Hoy será presentado al público en el Teatro Novedades, el prodigioso aparato conocido por el cinematógrafo, uno de los últimos inventos del célebre Edison (...) Se espera esta noche gran concurrencia en Novedades, porque hay grandes deseos de conocer dicho aparato de fotografías animadas. Al día siguiente de la noticia el cronista de prensa corrige y dice que tuvo lugar en nuestro coliseo la primera proyección al público del notable aparato el Cinematógrafo Lumière; sin embargo, en la edición siguiente se corrige la información y vuelve a hacerse referencia al prodigioso invento de Edison, conocido por el cinematógrafo.

Los avispados empresarios que llegaron al Novedades intentaron camuflarse tras un recurso publicitario que sabían de éxito asegurado: hacerse pasar por la casa de los Lumière en Lyón. Hoy sabemos que esto fue imposible. Los cinematógrafos Lumière no se desplazaron oficialmente por España hasta muchos meses después, en esos primeros momentos las concesiones, celosamente guardadas por los Lumière, sólo permitieron que tres ciudades conocieran sus aparatos: Madrid y, más tarde, Sevilla y Barcelona. Otros aparatos (cinetógrafo, Kinétographe, Werner, animatógrafo...) ocupaban su puesto, y hasta su identidad, en las ciudades de España, también en Almería.


Un año después la situación ya había cambiado. Los cinematógrafo Lumière se vendían con cierta libertad desde mayo de 1897. Algunos pioneros habían ido adquiriendo los aparatos de legítima marca francesa, a la vez que el bosque de kinetoscopios e ingenios varios de compleja fijación no desaparecía por completo, pues muchos ambulantes se deshacían de los suyos para comprar otros más perfeccionados y aquellos, lejos de desaparecer, eran adquiridos de segunda mano por aficionados o pequeños empresarios que iban mostrando la imagen en movimiento por circuitos secundarios de pueblos y provincias.

Pero ¿Se trataba del kinetógrafo y vitáscopo de Edison o del cinematógrafo de Lumière? Sabemos que el Vitáscopo había sido presentado en Estados Unidos en el mes de abril de 1896, cuando ya el sistema de los Lumière se estaba dando a conocer en todo el mundo y, con su implantación, conseguía en Europa el declive paulatino del kinetoscopio y del vitáscopo. Al negarse los inventores franceses del cinematógrafo a ceder la explotación tanto de su invento como de sus películas, eran los sistemas norteamericanos los que aún se explotaban por los ambulantes, sacándoles rendimiento por cuantas ciudades españolas pasaban. Esta situación terminó con la llamada “guerra de las patentes”, iniciada por Edison a partir del año 1897, en su afán de dominar en exclusiva el mercado norteamericano del cinematógrafo, guerra comercial que se mantuvo abierta hasta 1908.

Creemos que no se trató del invento de los Lumière, sino de una variante del nuevo sistema patentado por Edison y copiado en Europa en versiones mejoradas. El aparato presentado era probablemente el mismo que se presentara al público madrileño el 12 de mayo en el Teatro-Circo Parish, por Edwin Rousby, el animatógrafo, un aparato fabricado por Robert William Paul, pionero del cine ingles, a partir del kinetoscopio de Thomas Alva Edison.

No constan suficientes referencias de las películas que proyectó Rousby en el Teatro-Circo Parish. Tampoco existe un catálogo completo de las primeras cintas que se dieron en Madrid, aunque sí se sabe que ese tal Mr. Rousby ofreció cintas como la de unos herreros golpeando en un yunque, chinos fumando opio, cuyo humo se veía desvanecer, y a la vedette Loie Fuller realizando la danza del vientre y que Luis Estepa precisa con las siguientes películas: Una herrería, El puente Blackfriars de Londres, Chinos fumando opio, Loie Fuller en su danza serpentina, Bella Chiquita en danse du ventre, Oleaje. La danza de la serpentina fue popularizada por la bailarina estadounidense Loie Fuller, que llegó a interpretarla también en el cine. De su actuación en el Circo Parish de Madrid, en 1893, ha quedado esta descripción del citado baile: El teatro queda a oscuras; varios poderosos focos de luz oxhídrica dirigen sus rayos sobre la artista, la cual toma por los bordes la túnica de seda semitransparente, e imprime a estos movimientos de ondulación, en espiral, en círculo, en hélice. Al mismo tiempo la luz cambia de color, merced a cristales de todos los del arco iris y sus derivados, que se hacen pasar delante de los objetivos. El efecto es admirable e imposible de describir. La artista semeja unas veces una mariposa, otras un ave del Paraíso, otras un águila, con tan asombrosa gradación de colores, en los que se suceden el azul, el verde, a éste el rosa, a éste el violeta, el morado, el amarillo, combinándose de mil extrañas maneras, que la vista no puede seguirlos, ni mucho menos dar de ellos idea el dibujo.

Decíamos que la estancia del animatógrafo en Madrid concluyó el 12 de junio. Mr. Rousby se trasladó a Portugal, donde había sido contratado por Antonio Manuel Dos Santos Junior, empresario del Real Coliseo de Lisboa. Es muy probable, pues, que el animatógrafo de Mr. Rousby fuese el primer cinematógrafo que viesen los almerienses, junto a algunas de las películas que se exhibieron en Madrid y Lisboa (O océano atlantico despos de una Tempestade, O famoso atirador Buffalo Hill, Baile egipcio, Un desembarque en Cascais, Os negros excentricos, As amas de leite, Danca guerrerita pela Troupe Cingalesa, A célebre chanteuse Armand`Ary, Uma Loja de Cabeleire y Emgraxador en Washington). Es más, tenemos referencias de lo acaecido en otras poblaciones españolas a propósito de la cinta de “danza serpentina” a la que hemos hecho referencia, cuya exhibición causó por aquellas fechas gran sensación donde se ofrecía al público y que los exhibidores ambulantes no desaprovechaban la ocasión de presentarla en las ciudades por su atrevimiento. Así, en la ciudad catalana de Mataró, llegó a ser tachada de “obscena” por algún periódico local, siendo denunciado como espectáculo “inmoral y pornográfico” en alguna otra ciudad española. Pero ¿qué imágenes podía contener la “serpentina” cuya proyección producía ribetes escandalosos? No podemos precisar cuál fue, entre los muchos sistemas ópticos imperantes, el utilizado por los pioneros presentados en 1896 en Almería, sí conocemos a principios de 1897 que el procedimiento para las proyecciones era el llamado Vitascopio de Edison que paseaba por media España un tal Mr. Charles Kalb que, según se decía, era tan trepidante que producía verdadero mareo entre los espectadores.

También existe la posibilidad de que el célebre invento estuviese enmarcado dentro de las exhibiciones que desde el mes de septiembre comenzaron en Sevilla y se extendieron por toda Andalucía. Tenemos referencias del éxito del kinetógrafo en Jaén y Granada, unos días antes de la llegada a Córdoba. Rafael Jurado Arroyo hace mención de un aparato inglés en el cordobés Teatro-Circo Gran Capitán, de ahí que supongamos se trate del mismo aparato llevado a las ciudades antes mencionadas, pues no parece probable existiese en fechas tan tempranas más de un exhibidor. Carlos Colón, Juan de la Plata y Rafael Garófano coinciden igualmente en que el aparato que estuvo proyectando por varias ciudades andaluzas fue el de Edwin Rousby, aunque según la tesis de A. Videira Santos, Rousby se encontraba en Lisboa.

Sea como fuere, y aun sin poder certificar el modelo de proyector utilizado en esta primera aparición del cine en Almería, sí descartamos la posibilidad de que fuera el cinematógrafo de los Lumière. Aunque podemos afirmar que el público almeriense tuvo un precoz acceso al espectáculo más popular creado por el hombre.


Los almerienses ante un maravilloso descubrimiento

A la primera proyección cinematográfica realizada en Almería, a pesar del tiempo desapacible de aquella noche de otoño, no dejó de acudir bastante concurrencia, pues había gran natural curiosidad de conocer este maravilloso descubrimiento, mediante el cual desfilan ante nuestra vista escenas animadas de la vida, que copiadas de la realidad hacen que la ilusión sea perfecta (...) el público salió muy satisfecho del Novedades y seguramente quedarán muy pocos almerienses que no acudan a presenciar este nuevo fruto del trabajo y el estudio, que lega a la humanidad el siglo presente.

Ante los atónitos ojos de la sociedad almeriense de finales del XIX desfilaron varios “cuadros” o “vistas” (en esta primera época las películas se denominaban “cuadros”), cuyos precios oscilaban desde las 2 pesetas que costaban los palcos hasta los 15 céntimos de las gradas. Las primeras películas presentan 15 - to 60 second glimpses de escenas reales filmadas en exteriores (trabajadores, trenes, carros de bombero, botes, paradas militares, soldados) o representaciones escenificadas filmadas en interiores. Estas dos tendencias iniciales –grabar la vida tal como es y dramatizar la vida para efectos artísticos- pueden verse desde el primer momento en los barracones ambulantes que llegaban a Almería y su único objetivo era deleitar a los pasmados espectadores almerienses que, por un tiempo, abandonaron las tertulias en los cafés para observar estas ingenuas fotografías animadas que parecían estar hechas para ellos y sus señoras. Resulta difícil explicarse desde la perspectiva actual cómo sería la primera proyección que vieran los almerienses aquella primera noche del 23 de noviembre de 1896. Podríamos hacer un esfuerzo imaginando cómo las luces se apagarían y cómo de la pantalla surgirían imágenes que despertarían toda clase de exclamaciones de sorpresa. Una mujer contorneándose parecía salir del lienzo blanco insinuándose a los espectadores con su Danza serpentina... la Torre Eiffel se abriría desde el cielo en las Vistas Panorámicas que se mostraron de París dejando ver una marea de gentes, con bicicletas, perros que corren, coches... Era el programa que conocemos de esta primera proyección, que constaba de unas ocho películas de más o menos 15 metros cada una, con una duración total de unos veinte minutos. Había nacido el cine en Francia y el público almeriense le daba la bienvenida en su casa. Las siguientes sesiones hasta el día 30 se complementarían con nuevas cintas y nuevamente la Danza serpentina. La voz corrió en la ciudad y, poco a poco, el público entró en el juego y se dejó seducir por aquel fascinante aparato que lograba dar vida a las imágenes y que se reveló capaz de provocar todo tipo de emociones, de hacer soñar despierto, de vivir amores y aventuras sin moverse de la butaca. Al día siguiente, uno de los diarios locales, específicamente La Crónica Meridional, se animó a redactar y explicar las excelencias pedagógicas del ingenio y hasta imaginó su uso posterior como futura televisión para divertimento hogareño de todos:

“La ciencia adelanta y ayer lo que no se pudo aún soñar lo da hoy como problema resuelto. ¿Quién pudiera imaginar que se había de lograr el perpetuar los propios y naturales movimientos de las personas como se conserva y guarde la fisonomía en una tarjeta corriente de fotografías? Esta maravilla, debida al cinematógrafo, que hemos admirado estos últimos días tendrá general aplicación cuando el tiempo y la ciencia lo acaben de perfeccionar y lo pongan al alcance de todas las personas. Es muy posible y casi lógico esperar que ya en el próximo siglo se destierren de nuestras salas los manidos retratos y en su lugar tengamos un lienzo donde un cinematógrafo y un fonógrafo, nos presenten a nuestra voluntad, las fotografías animadas y la voz de aquellas personas que vivieron o vivan unidas a nosotros por los lazos del parentesco, o los sinceros de la amistad y el cariño. Los viajes de recreo con este procedimiento no serán tan frecuentes, pues podremos ver desde la butaca de un teatro todas las maravillas del mundo con su propia animación. En cuanto al aparato del cinematógrafo, cuando más reconoceremos su importancia, es cuando se le eviten los inconvenientes de las oscilaciones de la luz eléctrica, que tanto molestan, con la aplicación de un foco poderoso de Dumont, y perfeccionado las fotografías para que no resulten borrosas. Ahora no es más que dejar entrever la importancia que tiene el invento de Edison, fabricado por Lumière. Desde ese día, para la inmensa mayoría de los espectadores almerienses, el cinematógrafo fue el cordón umbilical que les uniría a un mundo de progreso del que todavía no tenían experiencia directa. Esta función cognitiva del cinematógrafo no se agotaba, naturalmente, con la presentación de las maravillas de un progreso apenas intuido fuera de las grandes urbes. El cinematógrafo podía también satisfacer una sed de exotismo similar a la que la propia burguesía almeriense manifestara, de ahí la expectación despertada. De las notas de prensa recogidas se desprende un aspecto importante para el posterior desarrollo del cinematógrafo en Almería: la frecuencia de público. No pasarían muchos años para que el desarrollo cinematográfico en Almería formara parte del “modus vivendi” de los almerienses de entonces, que llegarían a metabolizarlo de tal forma que no se concebía fiesta sin la presencia de éste.

No tenemos más referencias de proyecciones hasta la feria de agosto del año siguiente durante los días 19,20 y 23, organizado por la Sociedad La Capea en el Paseo del Príncipe, aunque sabemos que asistió mucha gente, la actividad que se organizó se refería a cuadros disolventes o fotografía continua, para referirse al cinematógrafo y a la cámara de filmación de la que primera vez se da cuenta, cuyo funcionamiento la prensa explicaba como un aparato colocado en una esquina y dándole cuerda actuaba constantemente mientras aquella dure, y una serie de fotografías instantáneas se sucederá en él de manera que placa aparezca, se impresione y pase para que otra le suceda.

Nuevamente vuelve a aparecer el cinematógrafo, pero en esta ocasión se explica el funcionamiento de una cámara: Colocado el aparato en una esquina y dándole cuerda, estará actuando constantemente mientras aquella dure, y una serie de fotografías instantáneas se sucederán en él de manera que una placa aparezca, se impresione y para que otra le suceda.

El Ayuntamiento, presidido por Verdejo Ramírez, incluye en su programación de Feria de 1898 el cinematógrafo durante los días 19, 24, 26 y 28 de agosto donde se dice: A las ocho de la noche, sesión gratuita de cinematógrafo en el Malecón. Pero los almerienses aún seguían sin conocer las maravillas del cinematógrafo Lumière del que todo el mundo hablaba y nadie lo conocía, como se refleja en una poesía improvisada de un espectador que relata la frustración que sintió esa noche de cuadros disolventes en el Malecón:


La noche del diecinueve Cogí, lector, mi bastón Y llegue con paso breve Al Malecón.

Al encaminarse allí Mi único objeto era ver Las lindas vistas del Cinematógrafo Lumière

¡Qué terrible era el gentío¡ Embriagaba aquella vez Al más rico mujerío De la hechicera Almería

Estaba aquello cuajado, Y allí vimos desfilar Al médico, al abogado, Al clérigo y al seglar

Desde la más alta dama Al pilluelo que más grita Ateniéndose al programa Acudieron a la cita.

Todo el mundo estuvo allí Y a todos los pude ver... Al único que no vi ¡no hay que decirlo¡ fue al Ci- nematografo Lumière.



Al año siguiente volvemos a tener referencias del mismo. El 19 de marzo y días sucesivos, gracias a un proyector venido de Málaga. Son unos cuadros desconocidos en Almería que se proyectaron en el Teatro Principal, una vez concluido el espectáculo dramático de Francos Rodríguez y Félix Llana titulado “Los Plebeyos”. Algunos de los cuadros exhibidos, como La llegada de un tren, hubieron de repetirse repetidas veces ante la insistencia del público. Otra proyección curiosa fue la Lidia de una corrida de toros, con los toreros Reverte y Mazantini, sobre cuyo contenido el escritor Ricardo Blanco publicó una crónica acerca de la sorpresa recibida por un espectador que mediante la pantalla se enteraba de que su mujer y el amante de ésta estaban abrazándose en el andén de la estación, cumpliendo de este modo el cine un carácter informativo y a la vez denunciador. Las corridas de toros empezaron a formar parte de los catálogos cinematográficos nacionales casi desde la misma invención del cine, convirtiéndose en referentes obligados casi de todos los catálogos exhibidos en provincias. Probablemente el programa, como era costumbre, estaba compuesto por ocho vistas en las dos funciones habituales, con cambio diario de cuatro de ellas

Un almeriense, don Eustaquio de los Ríos Zarzosa, había solicitado en 1890 al Ayuntamiento “establecer en esta ciudad un Tiro de Pichón”, como lugar de “recreo y de cultura”, en un solar “que hay a las espaldas del Café Universal” y frente por frente a la cervecería Suiza, al lado de la librería del Sr. Estrella. Este solar era propiedad del Sr. Navarro y parece ser que estaba destinado urbanísticammente a ser en su día prolongación de la calle de la Glorieta, pero el Ayuntamiento aún no había acometido actuación alguna. Por eso este espacio solía ser solicitado por los exhibidores ambulantes para emplazar sus cinematógrafos, pues tenía la circunstancia de que por sus lados no hay edificaciones ni casa alguna habitada.. En este espacio –decíamos- del antiguo Tiro de Pichón en el Paseo del Príncipe, a finales de noviembre y principios de diciembre de 1899, se exhibió un cinematógrafo último invento con magníficas vistas con colores y además el gram-o-phom de última novedad y perfeccionamiento, fonógrafo, sin cilindro, voz natural, clara y voluminosa. En realidad era un cinematógrafo acompañado de un fonógrafo que se anunciaba con el nombre de “cinematógrafo mágico”. Se realizaron funciones durante casi toda la primera quincena de diciembre, con un gran éxito de público. Pero, además, la atracción de este espectáculo eran las “vistas coloreadas”, rudimentariamente coloreadas a mano, y la combinación entre música e imagen, intentando sincronizar la acción de la pantalla con el sonido. Este espectáculo precinematográfico, precedente del playback, debería crear tan maravillosos efectos visuales entre imagen y sonido que el público se sentía tan atraído como para acudir durante el tiempo que duró la representación.

Esta novedosa iniciativa había sido traída a Almería por un vecino de Reus, don Miguel Sardá Borrás, para instalar un Pabellón Cinematográfico o Salón conocido por Cinematógrafo Español que se veía “cada día más concurrido (...) donde se halla expuesto el notable fonógrafo “gram-o-phom” y los sorprendentes cuadros en colores, muchos de los cuales reproducidos y premiados en las última Exposición de Paris (...) Esta noche se exhibirán entre otros los notables cuadros Un pescador al agua, El hombre de dos cabezas, Transformaciones de una bailarina, Baile infernal, Carga de la caballería rusa Luna y estrellas, Cremación de una mártir y Baño de caballos en un cuartel, de la que se dice sin disputa es uno de los cuadros de más vida y en el que la imaginación se sorprende de tanta realidad. La alusión hecha anteriormente al fonógrafo nos puede parecer curiosa pero que entonces era muy frecuente, nos lleva a la forma del espectáculo, en la que se retoma la herencia del gramófono. Un aparato en muchos sentidos precinematográfico ya que, desde el fonógrafo, se había integrado en demostraciones casi científicas en cafés, teatros y barracas, componiendo unos circuitos y presentándose para unos públicos que, años más tarde, serían los mismos que se encargó de cubrir el cinematógrafo. En algunas ocasiones, como en esta primera vez de Almería, ambos aparatos compartían funciones en una mixtura similar a la del cinematógrafo, unido durante años con las varietés, estaba a punto de consolidar.

Este cinematógrafo “que viene actuando en el Paseo del Príncipe, junto a la librería del Sr. Estrella y cuyos cuadros tantos aplausos ha merecido” cerró sus sesiones en Almería para trasladarse a Cuevas.

Fue el último espectáculo que se presentó durante el siglo XIX. Culminaba un siglo de recreaciones científicas que comprendían los experimentos de óptica sensacional, física recreativa, cálculos matemáticos, taumaturgia humorística, nigromancia moderna y prestidigitación, danzas voluptuosas con apariciones y desapariciones. Recreaciones que no perderían su vigencia y que promotores ambulantes y empresarios venidos de otras ciudades y de nuestra ciudad alternarían durante los primeros años del siglo XX.

El proletariado urbano de Almería, obligado a renunciar a sus orígenes campesino y a integrarse en un modelo productivo presidido por la mecanización con unas estructuras urbanas abiertamente agresivas, se enfrentaba ante los desafíos de la tibia industrialización almeriense y asistía admirado a todos los inventos que aparecían que, “bajo la forma de los fenómenos de feria”, les ofrecía a estos desfavorecidos una “visión rosácea del porvenir de la sociedad industrial”. Los espectáculos que les llegaban a la feria, las fantasmagorías en las plazas y teatros de la ciudad no aspiraban ni a divulgar ni a estimular intelectualmente a aquellas gentes frente al reto de los nuevos adelantos científicos y tecnológicos. Al contrario, pretendían simplemente, y a buen seguro que lo conseguían, distraer y sorprender a un auditorio, que era precisamente lo que buscaba con su asistencia a este tipo de entretenimientos.

Los sueños proyectados sobre sábanas blancas venían entre los cachivaches de los magos ambulantes que, poco a poco, empiezan a consolidarse y a quienes con su heroica insistencia se debe la expansión de la cultura cinematográfica. Los cinematógrafos en Almería solían alternarlos con representaciones musicales y varietés instalando pabellones, barracas o salones a lo largo de los próximo años, porque para muchos de ellos instalarse de una manera fija no les era rentable. Primero, porque el empresario debía disponer de una economía saneada para poder edificar un local que fuese por sí solo un atractivo para el público. Además, las exigencias del Ayuntamiento y el Gobierno Civil para los establecimientos estables no eran las mismas que las exigidas por la Comisión de Ornato Municipal para los trotamundos pabellones cinematográficos. Otra razón que no invitaba a establecerse era la necesidad cambiar constantemente de espectáculo y conocer de cerca las novedades de reciente aparición, amén de las dificultades de comunicación con el exterior que padecía la ciudad y el difícil, lento y laborioso transporte que suponían las comunicaciones de Almería con otras provincias.

En otras provincias andaluzas la presencia del cinematógrafo comenzó a ser más frecuente, lo mismo en verano que en cualquier época del año, aunque Almería hubo de esperar a los primeros años del siglo XX para que el cinematógrafo tuviese una mayor presencia, gracias a la iniciativa de unos fotógrafos locales.

La respuesta social de los almerienses ante las primeras proyecciones fue, como en todas partes, de sorpresa ante la novedad durante los primeros años del siglo XX, para consolidarse posteriormente como un espectáculo más, con fuerza suficiente para desplazar al teatro y una clase burguesa, cansada ya del invento, volvió al teatro alentándolo socialmente. Pero la fuerza, el impacto y el vigor de las imágenes en movimiento y lo que contaban fue capaz para la segunda década del siglo XX que el cine se convirtiera también en el espectáculo preferido de las clases medias y pequeña burguesía de Almería, alejadas del boato de las representaciones operísticas y teatrales. Siempre, como es natural, perdurarían las clases dominantes de la ciudad que imponían tintes aristocráticas a sus actuaciones haciendo valer sus gustos, aficiones y criterios morales de los espectáculos públicos, especialmente del cine.

Los ambulantes y sus barracones, tuvieron que dejar sitito en la ciudad a las empresas establecidas como el Novedades, Principal, Apolo y el flamante Teatro-Circo Variedades, en el Paseo del Príncipe, inaugurado en agosto con representaciones de zarzuela contratadas de la Cía. del Sr. Borges. El propietario eligió para el decorado del teatro al almeriense Sr. Acosta. Desde ese día –comentaba la prensa- los amantes del arte de Talía “de la sociedad de bien de Almería” pudieron “disfrutar” de obras como “La alegría de la huerta”, “El cabo primero” y “La Viejecita”; “La Bohème”, “Mefistófeles” o “Aida” hasta un total de 20 representaciones contratadas por el propietario don Juan Bosch y cuyos precios oscilaban desde 12,50 pesetas platea a 0,55 céntimos entrada general.

Al iniciarse el nuevo siglo y tras un período de tiempo sin cinematógrafos, don Diego Suárez en el Teatro Apolo presentó a finales de diciembre de 1900 unos magníficos cuadros cinematográficos que la prensa nacional ya había celebrado en aquellos lugares que fue presentado. A partir de aquí el cinematógrafo se hizo casi constante en nuestra ciudad. Bien en las precarias instalaciones de los pabellones venidos de otras provincias; bien en el interior del suntuoso Cinematógrafo La Luz, el señorial Teatro Principal, el Variedades o el irregular Apolo.

Desde este momento empieza a convertirse la historia del cine en Almería en una relación de proyecciones efectuadas en esta ciudad, desplazando paulatinamente al teatro. Rafael Utrera hace referencia a la presencia de algunos operadores en Andalucía por estas fechas. No nos consta que registrasen filmaciones en tierras almerienses. Estas informaciones verifican la presencia del operador Félix Mosguich en el Sur de España para impresionar vistas de Sevilla, Granada y Córdoba por encargo de la casa londinense de Charles Urban. Conocemos también, por los catálogos de las casas Pathè y Lumière, de filmaciones realizadas en nuestra Comunidad desde 1898, pero ningún rastro de aquellas primeras filmaciones de Victoriano Lucas rodadas en nuestra ciudad.

El raquítico panorama cinematográfico que presentaba este país durante los primeros años de desarrollo del cine se debe a múltiples factores pero, sobre todo, al manifiesto retraso cultural y técnico respeto a Europa o el escaso nivel industrial y tecnológico, situación que propició la rápida invasión de productos extranjeros. Gaumont y Pathè, en Francia, desarrollaron una potente industria cinematográfica desde los comienzo del cine capaces de producir películas vírgenes, cámaras tomavistas, aparatos de proyección y capacidad para generar rodajes de películas para el público con estudios propios. Sin embargo, en España, por las causas apuntadas “no hubo tiempo material para que se produjese una reacción cualquiera a favor de una producción nacional del producto cinematográfico que contrarrestara la invasión del producto extranjero”.



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Proyecciones del cinematógrafo y varietés


Fueron duros los inicios del cine en nuestra ciudad, alejada geográficamente de los puntos clave del desarrollo del cinematógrafo en el país. Para que Almería llegara a la consolidación de la exhibición en salas estables en la segunda década del siglo, hubo de pasar por una primera integración en el mundo de la feria y de las varietés, una vez que remitió la novedad. Por otra parte, aunque a comienzos de siglo la popularidad del cinematógrafo en la ciudad era innegable, grandes capas de los barrios quedaban todavía excluidas del juego en virtud de su limitada capacidad adquisitiva, a pesar la bajada paulatina de los precios y las ofertas de los exhibidores locales. El cinematógrafo no era barato. Que el cine fuera más barato que otros espectáculos que se celebraban en la ciudad no significaba necesariamente que estuviera al alcance de todos los bolsillos. A falta de un estudio pormenorizado sobre la evolución de los precios de los cinematógrafos en las distintas provincias españolas, ciertos datos apuntan sin embargo a que la entrada a los mismos era con frecuencia prohibitiva para muchos ciudadanos, razón que sugiere a los exhibidores una progresiva disminución en los precios durante la primera década del siglo. La simbiosis entre el cine y otras formas de espectáculo popular cuajó rápidamente en nuestra ciudad. Los programas mixtos, combinando la proyección de imágenes en movimiento con la presentación de diferentes curiosidades (rayos-X, fonógrafos, mujeres barbudas, ventrílocuos…) o con toda una serie de números artísticos (musicales, circenses...), estuvieron por supuesto a la orden del día durante más de una década, pero no agotaron ni mucho menos el abanico de posibilidades de hibridación. El cinematógrafo fomentó, con todo, una inequívoca ilusión interclasista en la medida en que -más allá de las limitaciones señaladas y con las diferencias de tempo observadas en cada provincia- terminó efectivamente por ser un espectáculo popular, un entretenimiento de masas en el que ni siquiera las evidentes fronteras que los distintos tipos de salas marcaban podía obviar el hecho básico de la participación en un mismo tipo de espectáculo. El Trianón o el Hesperia pueden muy bien operar como microcosmos privilegiado en la reconstrucción del consumo cinematográfico en nuestra ciudad de este período. Construidos para servir expresamente como salas de cine, estos salones -al contrario de lo que debía ser lo habitual- hacían ocasionalmente las veces de pista de circo, escenario de espectáculos de varietés, sala de conciertos, etc. El Trianón era el cine que daba cita a un perfil social procedente de obreros portuarios y sectores pertenecientes a la clase media baja, mientras que el Hesperia era publicitado siempre como el lugar donde se reúne lo más elegante de la sociedad almeriense, y sin estar realmente al alcance de todos los bolsillos, éste se convirtió de hecho en el lugar de encuentro de amplios sectores de la sociedad almeriense que probablemente nunca antes habían compartido de ese modo sus ratos de ocio y esparcimiento, aunque es cierto que las diferencias sociales estaban claramente marcadas mediante un procedimiento singular, pero simplificado, herencia del teatro: principal o preferencia, general y gallinero. En Almería se había desatado la afición por un tipo de espectáculo que marcó toda una época: las varietés, galicismo que logró internacionalizarse y que implicaba un género que la gente de bien y la prensa local calificaron peyorativamente como ínfimo, ubicándolo en último término tras los denominados género grande -drama, comedia, zarzuela- y género chico -sainetes, entremeses y piezas de duración mayor-.

Por otra parte, el patrón habitual de interferencia del cinematógrafo con los entretenimientos populares de raigambre tradicional exhibe, pues, una complejidad mucho mayor que la que ordinariamente se le supone. Lejos de simplemente atentar contra acreditados espectáculos populares, parece más bien que lo que se produjo fue una afortunada confluencia entre el uno y los otros. La respuesta del público almeriense ante las primeras vistas taurinas realizadas por don Victoriano Lucas en 1903 así lo evidencia, y ello dependía de la gran afición que a esa fiesta reina en todas las clases de la sociedad de Almería. En la medida en que el cine vino ocasionalmente a erigirse en un nuevo vehículo para formas de espectáculo tradicionales, es evidente que éstas hubieron de resentirse (el cine, al fin y al cabo, ofrecía un sucedáneo a precios mucho más baratos), pero el alcance de tal impacto requiere todavía una investigación detallada y, desde luego, por el momento dista mucho de ser claro. Desde la perspectiva de la historia y la sociología del cine primitivo en Almería, la cuestión más importante no era sin embargo ésta; antes bien, lo que verdaderamente interesaría estudiar es el desplazamiento y reorientación de los ejes de gravedad de este entretenimiento en los años posteriores a las importantes rupturas tecnológicas que el cinematógrafo representó posteriormente.

El caso de los conciertos musicales, tan arraigados en nuestra ciudad a finales y principios de siglo, es probablemente el más interesante de todos en virtud tanto de su profundo arraigo popular que tenía en la ciudad como de las importantes implicaciones que para el desarrollo del propio arte cinematográfico tendría. Como en otras provincias, en Almería el cine mudo no fue nunca propiamente mudo. Incluso, desde el principio, en pabellones y salas relativamente modestas como eran las almerienses, hasta la inauguración del Teatro Cervantes, fueron frecuentes las actuaciones de un pianista, un trío o un sexteto durante la proyección. A juzgar por los datos disponibles, más que acompañar la película éstos tocabas lo que -a voz en grito- el público les pedía durante la proyección, no siendo por ello infrecuentes las discrepancias entre músicos y público. En el Cervantes existía, con todo, una excelente orquesta que llegó incluso a dirigir el maestro Bretón, hijo, poniéndole música al estreno de las películas La Verbena de la Paloma y Flor de España. Desde los inicios del cinematógrafo nuestras salas de cine -lejos de ser un refugio para segundones o principiantes- no tardaron en erigirse en auténticos santuarios musicales donde los maestros almerienses, entre los que se encontraban profesores del Instituto de Bachillerato, de la Escuela de Artes o provenientes del Real Conservatorio de Música de Málaga o Cádiz, estrenaban sus nuevas piezas e interpretaban a los clásicos. El maestro Francisco Sánchez de las Heras, por ejemplo, una personalidad musical de prestigio del momento, así lo haría en el Variedades, del mismo modo que los cafés almerienses se convertirían en los años veinte en los auditorios privilegiados de los grandes cantaores de flamenco. Siguiendo pautas también habituales en otros lugares de Andalucía, el Cinematógrafo Guerrero se venía anunciando en 1909 con gran pompa en Almería como Cinematógrafo-parlante Guerrero. Se trataba, en realidad, de una simple combinación del cinematógrafo y fonógrafo, pero la novedad despertó suficiente interés como para que el invento circulara después por toda la ciudad, que justificó los llenos del coliseo Casanova. Lo más interesante de la iniciativa fue, sin embargo, que ni siquiera tal dispositivo, que daba la impresión de ser cintas sonoras, eximió al gerente de dicho teatro de presentar el habitual grupo de músicos. La textualidad del cinematógrafo seguía siendo, pues, problemática y en tal coyuntura no es de extrañar que se ensayara con el mayor de los empeños una fórmula que aunara las características del espectáculo musical y las virtudes de la proyección de vistas. En última instancia, todavía estaba por decidir si la hegemonía debía de corresponder a las imágenes o a los sonidos. Ese fue un debate muy posterior, con la llegada del sonoro. Es difícil precisar cómo evolucionaron las programaciones anuales de los distintos pabellones y teatro almerienses durante los primeros años de expansión del cinematógrafo, ya que apenas existe información, aunque sí nos atrevemos a definir los rasgos más destacados. Dos son los formatos que presentaban los empresarios. Primero, las proyecciones sólo de películas y, dos, la exhibición de éstas en combinación con las varietés. Este formato fue el que utilizaron con más frecuencia los empresarios en los primeros tiempos del cinematógrafo, antes de que se consolidase como espectáculo con identidad propia.

Es la fórmula que empezó a utilizar en noviembre de 1900 el Salón Actualidades de Madrid y que, rápidamente, se extendió por todas las ciudades importantes; fórmula a la que se sumaron igualmente los Teatros Romea y Apolo de Madrid, hasta 1914. En Barcelona, sin embargo, en el Teatro Eldorado se siguió apostando por este formato hasta poco después de concluida la I Gran Guerra.

No obstante aquella avanzada, la sagacidad de los empresarios les llevaba a proceder con astucia, pues si bien el cinematógrafo atraía, no ocurría menos con las varietés, el que a favor de su espectacularidad, variación y dinamismo- dentro de las posibilidades de su época, claro es- ejercía también incuestionable fascinación sobre los auditorios. Por ello, en los pabellones cinematográficos pronto se empezaron a ofrecer espectáculos duplos a precios módicos.

Y en Almería, como en tantas otras ciudades, la combinación de películas con varietés empezó a ser habitual. Este tipo de programación nutrió la vida de los primeros pabellones cinematográficos, salones y teatros almerienses, hasta que empezaron los cines propiamente dichos como el Salón Ena-Victoria (instalado en el Apolo) (1908), Cine Casanova, instalado en el Variedades por temporadas (1909), Salón Victoria (1910) El Triunfo (1912), Trianón (1912) y el Variedades. Unos y otros se acogieron, al menos hasta la segunda decena del siglo, a esta modalidad de programación.

Las tentativas que surgieron, a partir de 1902, por consolidar la exhibición cinematográfica en Almería no cuajaron, a pesar de los esfuerzos que desde su primer momento se propuso la Sociedad la Luz -esfuerzos que se trasladaban a otros pueblos de la provincia-, pues este Pabellón dejó de actuar en nuestra ciudad en 1907. El Variedades se acogió a esta rentable fórmula y continuó repitiendo este formato a lo largo de los años sucesivos hasta su desaparición, con momentos de mayor o menor intensidad.

El Trianón, no exento de problemas e interrupciones, representó en la ciudad de las primeras décadas del siglo la referencia cinematográfica obligada para los almerienses, hasta que fue relevado por el Hesperia. Pero las sesiones, tanto en los cinematógrafos estables como ambulantes, solían aparecer como una especie de simbiosis generada entre los espectáculos de varietés y el cinematógrafo, fenómenos ambos eminentemente urbanos y que, gracias a esa simbiosis, el cine alcanzó un enorme desarrollo hasta el punto de que no era concebible el uno sin el otro. Desde esa simbiosis, todo un mundo pintoresco convergía en las atracciones varietescas más curiosas y disímiles que los almerienses pudieron ver y escuchar. Huelga decir que la cantidad conspiraba a menudo contra la calidad. Las proyecciones se alternaban con actuaciones musicales, números de vodevil, ilusionismo, recitales poéticos, etc., y lo hacían obviamente en marcos tan diferentes como la propia extracción social que su público exigía. Pabellones cinematográficos, carpas o barracas miserables, primero, o teatros como El Novedades y Variedades, después, sirvieron por igual a los intereses comerciales de los empresarios cinematográficos locales en la medida en que realmente no estaba claro cuál era el futuro del nuevo invento y que, por lo demás, en nuestra ciudad el proceso parece haber sido justamente el contrario del que se diera en otras ciudades. Lejos de aspirar a una dignificación del espectáculo cinematográfico para atraer a la esquiva burguesía almeriense a las salas de proyección, parecía que el objetivo de nuestros empresarios -al menos durante un corto, pero significativo, período- fue más bien democratizar el consumo de aquél y asegurar la participación de los sectores menos favorecidos de la sociedad. Sea como fuere, lo cierto fue que en los pasillos de los primeros pabellones, camerinos y terrazas de verano de los años treinta los espectadores almerienses se mezclaron y convivieron entre el cine y las varietés en funambulesco revoltijo, frú-frú de rasos y sedas, cascadas de encajes, ruidos de abalorios, extraños instrumentos musicales, revolear de mantones, muñecos de ventriloquia, repique de castañuelas, canturreos, jipíos de cante jondo, sones de panderetas, besos y abrazos de circunstancias, murmuraciones, flores, injurias, piropos, perfumes picantes, aplausos de compromiso, sonrisas y santiguaciones antes de salir a escena. Y luego, el agradecimiento, las sonrisas, los besos o las lágrimas del agasajado; estas últimas, según el monto del beneficio obtenido.

Como en el teatro, los empresarios portadores de cinematógrafos y varietés también organizaban funciones en beneficio de, que era corolario obligado de una temporada exitosa cumplida por el exhibidor cinematográfico o el artista en la sala del homenaje y respondían con frecuencia a una cláusula contractual, según la categoría de la atracción. Eran veladas unas veces en beneficio de los niños del Hospicio, otras de los locos del manicomio, de los soldados vueltos de la guerra de Marruecos que siempre se encargaban de organizar autoridades, la Junta de Damas de Almería o el Colegio de Seises de la Catedral; otras veces eran justas consagratorias para el agasajado o simple excusa del empresario por continuar en la ciudad un día más.








LOS PIONEROS DEL CINEMATÓGRAFO EN ALMERÍA Los cinematógrafos ambulantes

Los primeros cinematógrafos que llegan a la capital lo hacen de forma esporádica, irregular y casi anónima. Todo cambia a partir de 1908, cuando las irregulares proyecciones se hacen más sistemáticas y los exhibidores se hacen estables.

En el Teatro-Circo Variedades se produce el primer modelo de reconversión de un espacio escénico teatral en cine, produciéndose el hecho de que ya en 1910 la proyección de películas ocupa cada vez más terreno al espacio teatral. Si los primeros años de los cinematógrafos es la de los pabellones cinematográficos; a partir de 1910 asistimos a la creación de espacios públicos netamente cinematográficos.

Para ello, los astutos exhibidores almerienses han de ejecutar ingeniosas escaramuzas y trucos para ir colándose en el circuito teatral que, desprevenido ante la atracción de menor categoría, va perdiendo progresivamente la batalla frente al cine. Sin embargo Almería, tan madrugadora en mostrarnos el maravilloso invento tuvo, no obstante, un perezoso desarrollo en la exhibición de cintas en relación con otras provincias andaluzas.

Ciertamente que la repercusión registrada por la llegada del cinematógrafo a nuestra ciudad no es diferente a la que tuvieron otras ciudades. Tras el parón de 1896, los años siguientes a partir de 1902 fueron de éxito por lo que suponía el redescubrimiento de aquella novedad, luego se produjo el abandono de la burguesía local al pasar la novedad de un invento científico más de los muchos que circulaban por la feria y exhibidos en todas las ferias del país.

Tanto es así que cuando arranca el año 1900 nadie en la ciudad se preguntaba por aquel invento y los propietarios de las salas de teatro seguían programando sus temporadas teatrales en función de las fiestas y la época del año, como siempre.

El año 1900 arranca en el Apolo con un espectáculo de comedias, la representación más reclamada por los almerienses: el teatro. El teatro Apolo comenzaba en enero su temporada de comedias con obras hartamente representadas en nuestra ciudad: El traje de boda, El cabo primero, Gigantes y Cabezudos, Los descamisados, La Viejecita, La Revoltosa… y tantas otras operetas y zarzuelas que se alternaban con obras teatrales de Echegaray, Zorrilla o Calderón.

El interés de los almerienses hacia el teatro se manifiesta en febrero, cuando un grupo de seguidores de la obra de Vital Aza decide fundar un teatro familiar en el que se representarán sólo obras del género cómico, adecuando en la calle Las Cruces un local con escenario incluido.

El Carnaval es la fiesta teatral popular más generalizada en la ciudad. La gente, como todos los años, vivía las fechas del Carnaval intensamente. Hasta el Ayuntamiento liquidaba parte de la deuda contraída con los músicos de la Banda Municipal y les instalaba en un tablado improvisado en la calle Ricardos para animar con sus sonoros conciertos los bailes populares, ataviadas las gentes con toda clase de serpentinas, confetis perfumados, esprits, capuchones, bolsas de papel chinés, diamantinas, polvo de oro o los lujosos momos que se adquirían en el Kiosco Nacional, de don Antonio Segura, o en la Sombrerería Inglesa, en una espléndida tienda de Príncipe Alfonso, número 14; y los sombreros de la calle Sebastián Pérez, número 1, famosa por ser la única tienda que decía vender el auténtico sombrero Borsalino, con el que acudían a celebrar los bailes de carnaval los socios del Círculo Mercantil, el Casino y otras sociedades al Variedades y, cuando se inauguró, al Cervantes.

Pasada la feria de 1900 -gentes venidas de otros pueblos habían disfrutado con el Circo Ecuestre de los Hermanos Rossi y Albano- el teatro sigue con fuerza marcando la vida cultural de la ciudad. En otoño comenzará, como siempre, la temporada de ópera con la representación de Aida, La Bohéme y Mefistófeles, junto a zarzuelas cómicas de Ventura de la Vega.

El cinematógrafo deja su rastro de itinerancias en desconocidos puntos de la ciudad. Espontáneos exhibidores iban y venían por nuestra ciudad una vez que el público, cansado de ver siempre las mismas cintas, hasta agotar el catálogo, daba lugar a nuevas demandas y otra vez nuevos exhibidores con nuevas cintas, instalándose tan rápidamente como desaparecían. Siempre habría alguna fiesta local y ocasión que aprovechar para trasladar sus artilugios ruidosos de un lugar a otro. Al parecer, durante esa primera feria del siglo el Cinematógrafo Luz empezaba su andadura en algún lugar no muy lejos del Real de la feria.

Pasados unos meses ya nadie parece acordarse del cinematógrafo hasta que, a finales de diciembre, un tal Diego Suárez –del que no hemos podido encontrar referencias- presenta unos magníficos cuadros cinematográficos en el Apolo, que abandonó su temporada de zarzuelas y teatro para acometer la aventura del cinematógrafo, al que volvemos a perderle la pista por un tiempo.

En realidad, los impulsores del desarrollo del cinematógrafo en la ciudad habían sido y seguían siendo los exhibidores ambulantes venidos de fuera o de la ciudad. Ellos, con sus proyectores y cintas que habían comprado, no se sabe dónde, reavivaron el interés por el espectáculo. Es cierto que no eran muchas las cintas de las que los exhibidores ambulantes podían echar mano, pero sí las suficientes como para que, una vez cansado el público de ver las mismas escenas, los mismos gestos y pequeñas historias que se repetían incansablemente, el público esperara ávido por conocer nuevas cintas que nuevos exhibidores ambulantes traían a la ciudad. Ellos fueron los primeros exhibidores que solicitaron al Ayuntamiento o al Gobierno Civil autorización para la instalación de sus pabellones cinematográficos a lo largo de los primeros años del nuevo siglo.

En una ciudad en la que nunca ocurre nada, como destaca un articulista de La Crónica Meridional, merecía comentarios de gacetilla y tertulias el comienzo de la línea férrea de Moreda a Granada y la construcción del Cable Inglés, que levantó temores, primero, y, posteriormente, agrias protestas de los vecinos y pescadores de las Almadrabillas.

También los hechos protagonizados en febrero por los estudiantes libres de derecho -protestaban contra las agresiones sufridas por sus compañeros de la Universidad Central de Madrid que habían tomado partido por la obra de Pérez Galdós, Electra, llena de connotaciones político-religiosas, hasta provocar manifestaciones en Madrid, Barcelona, Salamanca, Zaragoza y, sorprendentemente, en Almería- sirvió para aliviar de la pesada rutina las tardes de los cafés y el paseo ritual por el boulevard. Hubo una inocente manifestación de estudiantes por la calle Gerona dando vivas a la libertad y mueran los jesuitas en la que intervino la policía dispersando la manifestación y encarcelando a un joven que ondeaba una bandera republicana, sin mayores consecuencias.

La obra no se pudo representar en el recién inaugurado Variedades durante el mes de febrero por negativa del Gobernador, Sr.Maldonado, pero en marzo se puso en escena con un enorme éxito de público. Es como si la ciudad, con el nuevo siglo, despertase harta de ser la cenicienta de España.

En marzo de 1901 el Sr. García Molero, con domicilio en la calle de La Almedina, 25, solicita instalar una barraca de 18 metros de fondo por ocho de ancho en el Paseo del Príncipe Alfonso, justo donde se situaba el Pabellón del Casino, para dar representaciones públicas, pero su petición no fue aceptada por ser ese el sitio ocupado por el Casino durante las ferias.

Sin embargo, a finales de marzo tenemos constancia del éxito de un cinematógrafo Lumière que se vio todas las noches bastante concurrido. Probablemente se trate del cinematógrafo solicitado por García Molero que continuó las exhibiciones durante el mes de marzo, pero ahora instalado frente al Teatro Principal y conocido como Pabellón de los hermanos García. Este cinematógrafo anunciaba una larga lista de cintas. Vistas de la Exposición de París, Transformador de sombras, Baile sevillano, Llegada de góndolas a Venecia, Establecimiento de baños, Baile Libala, que se anunciaba en color, Idilio a orillas de un rio, Mujer y transformación, también en color, Choque de trenes y El palacio encantado.

De estas proyecciones se dice que “... los cuadros que se exhiben son de un gran efecto, destacándose principalmente la cinta Choque de trenes, mutilada, según cuenta el historiador Paco Ignacio Taibo: La primera versión de La Cenicienta de Meliès fue mutilada por los productores, con el consiguiente enfado de su autor, pudiéndose considerar un curioso antecedente de lo que después sería la censura comercial. Es de imaginarse la proyección ante un público compuesto esencialmente por señoritas ataviadas –como nos expresaba zumbonamente el escritor, periodista y compositor musical almeriense Manuel del Águila- con su enormes y vaporosos sombreros acompañadas de sus familias de la buena sociedad almeriense contemplando Aladino y la lámpara maravillosa (Pathè, 1901), que fue una primera versión del tema oriental, compuesta por 45 cuadros y 230 metros, con una duración de 25 minutos.

Con esta cinta del Pabellón Cinematográficos de los Hermanos García seguramente los almerienses se iniciaran en el conocimiento de los primeros signos del lenguaje cinematográfico gracias a la utilización de sobreimpresiones, panorámicas, angulación, insertos, efectos de agrandamiento mediante técnicas perspectivistas, el uso de la marcha atrás de la imagen, paradas por sustitución -ya conocidas por otras cintas visionadas de Mèlies- y, sobre todo, pudieron quedar maravillados ante los exóticos decorados reproducidos a color y los montajes en paralelo. Otras películas llenarían de ingenuidad las tardes-noches de los almerienses, como Batalla de nieve, repetida por todos los pabellones cinematográficos del país.

Eran espectáculos novedosos a los que la sociedad adinerada, pequeña burguesía comercial y mercantil de la ciudad, no perdía ocasión de contemplar por tan sólo veinte céntimos. Seguramente los días sucesivos servirían para llenar de comentarios las tardes del Casino o cualquier otro café de la ciudad al que solían asistir.

Pero los comentarios de esos días también girarían en torno al nuevo teatro, inaugurado con el pomposo nombre de Teatro-Circo Variedades, donde las cartelas expuestas en la puerta anunciaban el próximo estreno de Electra en cinco actos y en prosa original de Pérez Galdós, al precio de dos reales, mientras el precio del kilo de pan de segunda estaba al mismo precio.

Una huelga sorprende a los almerienses a principios de 1902. Eran los trabajadores del puerto de Almería que mantuvieron su actitud durante 18 días para conseguir la jornada laboral de ocho horas y la necesaria instalación de alumbrado eléctrico en el dique de Levante del Puerto. El descontento no procedía únicamente de los obreros portuarios; también en la ciudad existía un descontento generalizado y arreciaban las críticas contra el alcalde, que no hacía caso de las peticiones de los vecinos de los barrios por la suciedad que se agolpaba en todas las calles, incluso en las céntricas, que en invierno se convertían en lodazal –entre ellas la calle de Pescadores, Conde Ofalia, Boulevard o Méndez Núñez-. Las calles apenas tenían pavimento y era una excepción el adoquinado de algunas. La suciedad y la basura se agolpaban; la playa de Almería, ubicada en el interior del Puerto actual, era una escombrera y foco de inmundicias e infecciones a donde llegaban las aguas fecales procedentes del Hospital de Santa María Magdalena.

Pero la gente se agolpó, a pesar de la crisis, cuando se inauguró un nuevo cinematógrafo en el Salón Actualidades el 2 de junio de 1902. Este Salón lo instaló don José Casanova en el Paseo del Príncipe, próximo a otro cinematógrafo que el omnipresente don Antonio de La Rosa tenía frente al Teatro Variedades, en lo que hoy es la Oficina Central de Unicaja, donde D. Antonio exhibió Los Cisnes en el lago y El bombardeo de la ciudad de Tien-Tiang, junto a Panorámicas de la Exposición de París. De La Rosa, del que volveremos a tener noticias en nuestra ciudad, era un gaditano muy conocido en el mundo del espectáculo que recorrió España desde Cádiz, de donde era natural, hasta Santander, pasando por Lisboa, Cartagena, Badajoz o Albacete, Jaén, Córdoba o Málaga.

A partir de 1902 asistimos a la competencia entre los diversos cinematógrafos, personificados en sus respectivos empresarios. Unas veces coincidiendo con la feria de agosto de la ciudad u otras fechas del año. Unos y otros se establecen de forma menos provisional que en épocas precedentes. Son verdaderos empresarios y exhibidores que se acercan a Almería porque existe un mercado potencial de nuevos espectadores. La ciudad se convierte en punto importante para estos ambulantes exhibidores llegados de otras provincias, quienes compitieron fuertemente por la supremacía en la ciudad, al igual que hacían en otras localidades andaluzas.

El éxito que demostró el Pabellón de don Antonio La Rosa no tenía comparación. Por eso, el Variedades contrató para la feria de ese año al aplaudido cinematógrafo La Rosa y un cuerpo de baile compuesto de cuatro parejas, dirigido por el notable maestro Mr. Parcest y en el que figura como primera bailarina la señorita Pastora Rodríguez.

Pero es que, además de este Pabellón del Sr. La Rosa el Variedades ofrecía un gran espectáculo por secciones de la Compañía Internacional de Varietés, en la que figura incluido el magnífico Cronofotograf Mágico del Sr. La Rosa.

Sentir la ilusión de la realidad a través de la pantalla es el principio del Cinematógrafo. El color y el sonido serían un paso más en aquello que pretendían las fotografías animadas como espectáculo óptico; no sólo la representación de las imágenes en movimiento, sino también su visión y audición tal cual la percibimos. Ese fue el gran acierto del Cronofotograf Mágico de don Antonio: dar el primer paso para la audición y la visión con los posibles elementos de que se disponía, al sincronizar la imagen en movimiento con los discos fonográficos o Fonobiograf (combinación de cinematógrafo y fonógrafo)

Este aparato es el que exhibió durante varios días don Antonio al precio de 0,30 preferencia y 0,15 general. Dos años después sabemos del éxito obtenido en Córdoba con el nombre de Salón Cronofotograf Mágico. Otro nuevo nombre inventado por el imaginativo La Rosa, pero idéntico con el que los almerienses se ilusionaron aquellas noches de feria.

No nos resistimos a recordar, una vez más, el prestigio que este gaditano tuvo como empresario ambulante en la explotación de espectáculos precinematográficos y cinematógrafo en gran parte de la geografía española. En 1888 ya se anunciaba con un barracón en el que presentaba (…) los más grandes adelantos de la ciencia moderna. Maravillas y asombros del siglo XIX” entre los que incluía un espectáculo La Metmpsicopis -espectáculo que también exhibía en las ferias del norte peninsular Don Enrique Farrús, conocido popularmente en otras poblaciones por “Farrusini”-.

Este gaditano anunciaba en sus programas escenas militares, cómicas y de magia. Viajes, panoramas, acontecimientos regios, corridas de toros, asuntos de interés histórico, escenas marítimas, fantásticas y de transformación, documentales de actualidad junto a cintas cómicas, muy celebrado por la influyente burguesía almeriense de la época.

En 1903 don Joaquín Ferry y Jordá solicitó al Ayuntamiento la instalación de una caseta para cinematógrafo de ocho metros y medio de ancho por veintitrés de largo en la calle del Olimpo. Don Joaquín había previsto su colocación de tal manera que su fachada principal tuviera acceso al Paseo del Príncipe y, en su parte derecha, colindante a la fachada norte del Teatro Cervantes en construcción. El Sr. Ferry ofrecía a los almerienses un espectáculo que se prolongaría desde la Pascua de Resurrección hasta el 25 de mayo, pero el Ayuntamiento no accedió a su petición porque su Pabellón invadía la vía pública en la calle del Olimpo ni en ninguna otra, pudiendo el solicitante, si le conviene, hacer la instalación de su cinematógrafo en algún otro solar. No existe constancia de la instalación definitiva de la caseta del Sr. Ferry, aunque sí podemos saber que en ese mismo espacio y año se instaló la caseta de la Sociedad La Montaña, una antigua Sociedad de prestigio y renombre en la ciudad, dirigida por los señores Laynez, Enciso, Tovar, Burgos, Iribarne, etc., que ya desde 1885 venían organizando el programa de festejos que la sociedad había de celebrar durante las ferias locales. Es de suponer que el Sr. Ferry se instalara en algún otro lugar que desconocemos, si tenemos en cuenta que la Comisión de Fiestas era proclive a llenar de contenido los festejos locales.

Don Andrés Martín López había solicitado, también para la feria, la instalación de un pabellón en el anchurón que hay frente al Hotel Londres. El aparato estaba contenido en una elegante galería vistosamente adornada y con grandes focos de luz eléctrica, producida por máquina de vapor. La petición estaba solicitada el 17 de mayo para ser instalada el día 25 del corriente mes hasta la conclusión de la feria. En efecto, el “Cinematógrafo de Don Andrés Martín López se instaló pero en otro lugar lo que motivó al Presidente de la Comisión de Ornato, Don José Burgos Tamarit, denunciara ante el Alcalde que el barracón por incomprensible abuso de su dueño (…) o ignorancia de las leyes generales de ornato y especiales de toda clase de emplazamiento, está colocado fuera de las líneas, tanto en la parte de su frente o fachada al paseo, cuanto a la de la calle del General Segura, antes calle Valencia; además, en el informe se solicita al Alcalde que este barracón denominado Salón de Actualidades, de aspecto y presentación de mal gusto, se adecue a alineación y ubicación ya que era un atropello y perturba el Plan General del Decorado de ese lugar para la feria.

Los aparatos que llegaban a la ciudad presentaban un molesto titileo, lo que no fue obstáculo para que con motivo de la feria de agosto se instalaran hasta cuatro cinematógrafos en nuestra ciudad. Por eso, para suprimir ese molesto titileo, el cinematógrafo del Sr. Martín -que también nos lo encontramos en otras poblaciones como Málaga o Cádiz a lo largo de los primeros años de siglo- iba encerrado en una caseta de hierro para mayor seguridad y se colocaba al fondo del pabellón, satisfaciendo con esa medida las exigencias del público almeriense.

El 3 de noviembre del mismo año el almeriense don Antonio García instaló un salón en un solar del Paseo del Príncipe, que llevaba varios años abandonado. Es la zona que actualmente ocupa La Dulce Alianza, colindante a la farmarcia de Vivas Pérez, frente a la antigua Cervecería Suiza. A la inauguración fueron invitadas las autoridades y la prensa local, además de otras personalidades de la ciudad, ya que de su difusión y de las excelencias del proyector se había encargado don Antonio de darle la publicidad necesaria entre amigos y conocidos. Don Victoriano Aguilar Jiménez la noche del 8 de noviembre estreno otro Pabellón y sorprendió con su Cinematógrafo Lumière al numeroso público que entró a todas las secciones, llegando a estrenar la primera proyección kilométrica, de 1.500 metros de duración: Napoleón Bonaparte, junto a las cintas Ali-Babá (Ferdinand Zecca, 1902) , El laboratorio infernal, Los siete castillos del diablo o La Huelga, una cinta que recogía escenas de los graves sucesos de una manifestación en la que intervino duramente la Guardia de Orden Público de Caballería contra los manifestantes. La película sorprendió de tal manera a los aficionados almerienses que, al finalizar la película, el público rompió el silencio con un atronador aplauso, dada la fuerza dramática y realista de las imágenes proyectadas. Otra película, María Antonieta, también gustó mucho al público.

La cinta de La bella Lolita, fue muy aplaudida, asistiendo numeroso público, a todas las funciones después del baile, y otras cintas de carácter cómico. Don Victoriano Aguilar comprendió enseguida que una técnica de reclamo era filmar cintar que podríamos titular Vistas de la Ciudad y, a continuación, proyectarlas al público. Y justo es lo que hizo aquella noche del 8 de noviembre al numeroso público allí convocado.

Otra iniciativa para complacer al ávido público de proyecciones del cinematógrafo vino en esta ocasión del Alcalde de la ciudad, D. Ángel Bruño, que ordenó la instalación de una elegante y artística caseta para el nuevo cinematógrafo que se situó en el Paseo del Príncipe, frente al Casino de Almería, cuya decoración corrió a cargo del prestigioso don Joaquín Acosta. Su exterior presentaba una portada “estilos egipcio y árabe primorosamente combinados y de un efecto fantástico, destinado exclusivamente a proyecciones del cinematógrafo.




El fotógrafo almeriense don Victoriano Lucas



Mediado el siglo XIX, los daguerrotipos se han afianzado en ciudades andaluzas como Sevilla, donde Pastora Escudero regentaba un estudio; Jaén, gracias a don Manuel de la Paz Mosquera; Luisa Dorave en Málaga y Almería. Hacia 1865 se impone una modalidad fotográfica conocida como tarjeta de visita con un formato peculiar – 6x9 cms.- obtenido gracias a una cámara dotada con seis objetivos, pudiéndose obtener hasta media docena de fotografías en cada toma. De este modo la fotografía se popularizó como arte hasta democratizarse la posesión y obtención de imágenes propias, de familiares y allegados. A principios de 1890 la fotografía ya es un arte masificado debido al abaratamiento de los precios, con lo que la fotografía es ya un invento enraizado en la vida cotidiana de finales del XIX.

La técnica fotográfica había evolucionado lo suficiente como para que don Victoriano Lucas no necesitara complicados conocimientos fisicoquímicos cuando decidió abandonar su cómodo trabajo de funcionario delineante del Ministerio de Obras Públicas en la capital. Desde su pueblo, Gérgal, vino a Almería y desarrolló su actividad como pintor de exacto dibujo y exuberante colorido (F. Rivas Cravioto) Era algo muy usual en los períodos iniciales del arte de Daguerre conjugar los oficios de pintor y fotógrafo. No sabemos con quién o quiénes aprendió el arte fotográfico pero en 1898 nos los encontramos, con veintiocho años, establecido en el bajo de una casa del Paseo del Príncipe, 43, donde disponía de un Centro Artístico y prestigio profesional en la ciudad. Sabemos de fotógrafos ambulantes en nuestras ferias locales de Almería, Berja, Cuevas o Dalías transportando la cámara y fotografiando en plena calle, colocando una sábana blanca a modo de telón de fondo en los retratos. Probablemente tuviera algún contacto con alguno de aquellos pioneros ambulantes. También es probable que aprendiera en el estudio que don Juan Alonso poseía en la calle Granada, donde se vendía también material fotográfico y la revolucionaria cámara Kodak. Si la aristocracia laica y eclesiástica almeriense había monopolizado el retrato pictórico como arte áulico, a partir de la popularización de la fotografía la burguesía local formada en torno al negocio uvero, encontró en esta modalidad una posibilidad de hacerse con un medio que reprodujera su imagen de forma rápida y barata como clase social pujante. Es el momento de replantearse don Victoriano su actividad artística y acomodar la pintura a la fotografía y crear no un negocio de fotografía, ni una tienda, ni un laboratorio sino un Centro Artístico donde trabajar todos los géneros especializados y de todos los tamaños conocidos. Desde la tarjeta de visita a la de salón y ampliaciones de busto.

Don Victoriano Lucas, dotado de una fina sensibilidad, debió conocer perfectamente los códigos perceptivos imperantes en el momento, pues el aparato gestual de los retratados debía seguir fielmente unas pautas preestablecidas primándose las apariencias, el interés en pertenecer a una clase social, por lo que la escenografía empleada en su Centro Artístico debía estar cuidada al detalle, ya que un retrato era el símbolo de un estatus social, la pregnancia de pertenecer a una categoría social.

Su preparación técnica también debía asumir los códigos narrativos visuales heredados de la etapa del daguerrotipo que la burguesía local utilizaría como vehículo explicitador de su estatus. No es, pues, nada extraño que don Victoriano recogiera en su estudio todo lo fotografiable que girara en torno al ideario burgués de la época: momentos cumbres de la vida del burgués, como bodas, bautizos, inauguraciones de todo tipo, aspectos materiales del progreso, acontecimientos y aspectos personales, como el retrato.

El médico almeriense, amigo personal del señor Lucas, con el que participaba de las mismas ideas republicanas, Francisco Rivas Cravioto, dijo de él que las ampliaciones al óleo-esmalte que exhibe el señor Lucas, más que magníficas, son estupendas. Su colorido no puede ser más fresco ni más natural. Las sombras, las medias tintas, son verdaderos alardes del pincel de un experto colorista. Los golpes de luz están tan magistralmente tocados, que el relieve de todas las figuras es asombroso. Especialmente la de un señor respetable, muy conocido en Almería, presenta un realismo tan perfecto, que contemplándola un rato, se vé surgir la realidad de la vida en la figura, dándonos la ilusión más completa que vá a salirse del fondo para hablarnos (…) El colorido de esta ampliación, por su transparencia, frescura y entonación me recuerda los retratos del célebre colorista Rubens. Para llegar a la perfección que ha llegado en los trabajos fotográficos el señor Lucas, precisa ser todo un artista y el señor Lucas lo es. (…) Por eso surgen sus obras tan repletas de belleza y perfección. Por eso, don Victoriano disponía de una serie de objetos con los que fotografiar a sus clientes aureolados por la idea de vincularse a la burguesía local acompañados de mobiliario aparente, escritorios, libros, fondos pintados reproduciendo escenas de ambiente, campestres… Los trabajos de don Victoriano Lucas fueron comparados por Cravioto con los trabajos profesionales de fama mundial como Paul Berger, Klary, Broca, el profesor Namias, Otto Schemidt, David Whyte o a los españoles Kaulac ( A. Cánovas) y nuestro paisano Calvache (…) algunas de estas eminencias pertenecen a la escuela flúista y precisamente el señor Lucas expone varias fotografías pertenecientes a dicha Escuela; es decir fotografías dotadas con el flú que la caracteriza. La Escuela flúista cuenta todavía con numerosos partidarios que ven el flúu (asunto o figura ligeramente desenfocada) la mayor perfección del arte fotográfico, hasta el extremo de tener que fabricarse hoy objetivos especiales (a la esculina) con el solo objeto de obtener muy fácil y cómodamente, el flúu deseado. Los magníficos bromóleos que he podido admirar del profesor Namias todos se ven con flú… Pero lo que dominaba a la perfección nuestro fotógrafo eran las tarjetas de visita, que reflejaban la expresión más directa del esfuerzo de la personalidad por proyectar la posición social del fotografiado, en función de las pautas culturales predominantes en la burguesía liberal-conservadora almeriense, razón por la que sólo pudo vivir fotografiando aquellas escenas que se adecuaran al marco conceptual de aquellos valores burgueses, aunque nadando a placer por los veneros del arte y la naciente estética del cinematógrafo por el que pronto comenzó a manifestar interés y del que tenía conocimiento gracias a las primeras proyecciones de los exhibidores ambulantes que venían a nuestra ciudad.

Don Victoriano Lucas nació en Gérgal en 1870. Al morir sus padres, siendo aún adolescente, se trasladó a Almería con unos parientes. Allí obtuvo una plaza de Auxiliar de Delineante de Obras Públicas, actividad que compatibilizaba con la pintura. Su carácter emprendedor y decidido le llevó a abandonar el empleo de Delineante para dedicarse exclusivamente a la pintura y la fotografía en 1897.

Con 27 años decidió abrir nuevos horizontes e instaló en los bajos del Paseo del Príncipe su propio estudio, al que se incorporó poco después, a finales de siglo, don Antonio Mateos, como aprendiz en el estudio fotográfico quizás más importante de Almería de don Victoriano Lucas y que, a principios de siglo, los encontramos colaborando conjuntamente en diversas actividades cinematográficas.

En realidad, don Victoriano Lucas, ya conocido como prestigioso fotógrafo profesional, había puesto en la puerta de su estudio el nombre de Centro Artístico, local no sólo destinado a la fotografía de estudio sino también a transmitir sus conocimientos.

A principios de año contrajo matrimonio con Ascensión Espinosa Martínez, una joven de quince años, de familia bien acomodada de la ciudad, oriunda de Jaén, con la que obtuvo seis hijos: Victoriano Lucas Espinosa, médico radiólogo en el Hospital Provincial, y José, conocidos militantes del Partido Republicano en 1932; Carlos, Carmen y Rosario, maestra nacional y Rafael Lucas Moreno, que continuó la trayectoria fotográfica de su padre en el mismo local del Paseo de Almería, 145, bajo hasta poco después de la Guerra Civil se trasladó a Barcelona donde continuó su labor profesional.

Doña Ascensión, pariente cercana de don Victoriano Lucas, aprendió rápidamente la técnica fotográfica junto a su marido, pudiéndose considerar la primera mujer fotógrafo almeriense del primer tercio del siglo XX. Con su marido trabajó de aprendiz. Empezó a aprender el oficio desde abajo, con aquel estímulo personal que una mujer de principios de siglo supo alcanzar. Eran los tiempos heroicos de la fotografía, cuando el fotógrafo tenía que prepararse sus propias placas, y las cámaras eran de tan gran tamaño que resultaba dificultoso desplazarlas del estudio. Esta actividad artesanal le permitió compatibilizar su matrimonio, sin salir por ello de una vida sumamente modesta. Ella cubría los reportajes de encargo de su marido, retocaba y perfilaba en el laboratorio los negativos propios y de su maestro, retrataba a políticos locales del momento, familias, niños a los que impregnaba su alma de artista, sin ella saberlo –diría Rivas Cravioto-. En la Exposición de fotografía y ampliaciones fotográficas que montó don Victoriano en su Centro Artístico, ella también expuso aquellas obras realizadas en estudio con la cámara alemana Globos 30 x 40 que adquirió don Victoriano en 1915, puesta al día con la óptica y negativos de más alta sensibilidad con la que supo impregnar a sus imágenes de fuerza, llenas de belleza e inspiración.

Hacia 1928 don Victoriano Lucas se sumergió en los últimos avances científico-técnicos que rodaban en torno al sonoro, buscó la sonorización de las películas mudas que llegaban a la ciudad basado en la grabación en un disco de cera sincronizado con las imágenes, basado seguramente en el viejo intento de conjugar imagen y sonido, el phonocinema teatre del fotógrafo Clément Maurice que presentó en la Exposición de París de 1900 grabaciones de artistas de actualidad en un disco de cera, entre ellas a la bailarina Rosita Mauri y la escena del duelo de “Hamlet” interpretada por Sara Bernhardt. También en 1900 Alice Guy, primera mujer directora, en la Gaumont buscaba la sonorización de sus películas con un sistema conocido como phonoscene que igualmente se basaba en la grabación en un cilindro de cera sincronizado con las imágenes. En cualquier caso, desconocemos qué utilidad le dio a esta iniciativa y en qué acabó.

Las iniciativas cinematográficas de don Victoriano Lucas

Se venía comentando en la ciudad que durante la próxima feria de agosto se exhibiría en Almería un aparato diseñado por un tal Mr. Gons, que ganó el premio por su invento cinematográfico en la Exposición Universal de París. Este aparato era alabado por la prensa gracias a su claridad en las imágenes que se reproducen con una fijeza absoluta y sin que hiera la vista del espectador, ese titileo de que adolecen los restantes aparatos de ese genero, permite apreciar hasta los más pequeños detalles de las fotografías, produciendo una ilusión perfecta.

Un grupo de señores “amateur” de la ciudad habían creado una sociedad y puesto a disposición de la misma “diez mil duros” para la ejecución del proyecto. Entre estos señores estaba don Victoriano Lucas que en 1900, durante la Feria, había ensayado proyecciones cinematográficas con cierto éxito bajo el nombre de Cinematógrafo Luz. En 1902 dichos señores instalaran en el real de la feria un lujoso y artístico pabellón en donde funcionará el Cinematógrafo Luz y que, entre los espectáculos que para entonces se anuncian, ha de ser el que indudablemente llame mas la atención. Los aficionados, pues a esos espectáculos científicos están de enhorabuena. La sociedad estaba formada por don Victoriano Lucas, don Antonio Mateos y don Primitivo Vidal.

El administrador de dicha Sociedad, don Antonio Mateos Hernández, había dispuesto de una locomóvil para el alumbrado de dicho cinematógrafo que se instaló en la calle Conde de Ofelia, adosado a la fachada de Poniente del Teatro Cervantes y en terrenos de dicho local. Este cinematógrafo de la Sociedad La Luz, como también se la conocía, se creó para la representación de espectáculos públicos con un marcado carácter itinerante, según conocemos por sus desplazamientos a Berja, Dalías o Cuevas de Almanzora.

La gerencia del Pabellón estaba a cargo de don Primitivo Vidal para que dirigiera el espectáculo, dotándolo de capacidad operativa y versatilidad para trasladarlo a otras localidades de la provincia y, siguiendo su ráfaga, también en otras provincias en 1903, como Málaga, y muy probablemente, durante la Feria de la Salud de 1903, en Córdoba.

Pero el Pabellón de madera de la Sociedad La Luz pronto quedó pequeño pues otro competidor, don Gonzalo Ferry y Jordá, llevó a Almería en 1903 otro más amplio que el almeriense La Luz, que era mucho más reducido: un frente de seis metros por un fondo de cuatro, y una altura de 2,60 metros en su parte delantera por cuatro de su parte trasera.

El espíritu emprendedor del catalán afincado en Almería, don Primitivo Vidal, no se arredró y propuso una generosa ampliación del espacio interior de La Luz.. Se trataba de dotar al nuevo Pabellón de un vestíbulo regio, severo y de muy buen tono que fuera una obra de arte acabadísima. Y por si fuera poco se le dotó de un órgano instrumental que parecía una perfectísima orquesta que costó a la Sociedad cerca de tres mil duros.

Hechas las reformas oportunas el Cinematógrafo La Luz, además, acondicionó una caseta de madera y zinc para cinematógrafo y otra inmediata para encerrar el grupo electrógeno. Las primeras máquinas encargadas de reproducir la cinta eran proyectores ruidosos, motivo de queja de los espectadores. Esta decisión no sólo cubrió el ruido sino que permitió la audición de la orquesta que acompañaba estos espectáculos de feria (bailarinas, cantantes y varietés) que solía terminar con proyecciones de cine.

Finalmente, a finales de julio el nuevo Pabellón Cinematográfico quedó perfectamente acondicionado y, a primeros de agosto, inicia sus sesiones en un solar de doce metros de fachada que don Esteban Viciana poseía en el Paseo del Príncipe, justo donde el Instituto de Zonas Áridas.

La Sociedad del Cinematógrafo Luz fue pionera del cine en Almería gracias a la versatilidad de su caseta itinerante de elegantísimo decorado hecho con mucho gusto dirigida por el genio vivo y al ojo clínico de Vidal, tan ducho en estas empresas, han sido los inspiradores de la nueva y elegantísima inspiración.

Días después a la finalización de la Feria de 1904, se proyectó la cinta de las últimas corridas de la pasada temporada taurina almeriense, ya referidas, y una cinta sobre las Maniobras de la Caballería, otra sobre Ejercicios de Tiro de la Artillería Española y Suiza, escenas de la Vida en Tokio y una película de larga duración, coloreada a mano: El Reino de las hadas (Georges Mèlies, 1903)

Este pabellón cerraba la temporada cinematográfica en la capital y se despedía del público almeriense en octubre para trasladarse –como se ha indicado- a Berja y otras localidades para actuar por temporadas. Pero antes organizó unas funciones benéficas cuya recaudación sería destinada a contribuir a la suscripción popular iniciada para la construcción de los Nuevos Establecimientos de Beneficencia. El programa de las secciones ha de ser muy variado y no habrá alteración de precios en las localidades. Esta recaudación estaba destinada una parte a las obras de restauración de un ala del hospital de dementes furiosos por ser la parte que debía reunir mejores condiciones de seguridad, pues el local antiguo de este Establecimiento, a pesar de habérsele reforzado por el arquitecto de la Diputación, López Rull, en medio metro era necesario reforzarlo aún más. Los precios establecidos para cada sección eran de Preferencia 40 céntimos y entrada general, 20 y las cintas proyectadas fueron: Panorama FC de Beulen a Mónaco, Pelicano y Cascada, Sansón y Dalila, Revista de acorazados franceses e italianos, Ladrones de nidos, Un drama en los aires, Robo de un tren en la línea de California, El magnetizador fin de siglo, Lyatwe-Pik, Pabellón chino y Una excursión a Italia.

El propietario del Variedades, Sr. Jiménez Avignaret, conocía perfectamente las cualidades del Cinematógrafo Luz que ofrecía la ventaja de ser de la localidad y reunir características técnicas tan inmejorables como las que ofrecía el prestigioso Cinematógrafo de don Antonio La Rosa. Puesto en contacto con los responsables para ofrecer en el local de este teatro sesiones cinematográficas animadas, acompañadas del magnífico órgano instrumental que disponía esta Sociedad, se acordó proyectar cintas durante todo el mes de mayo. La experiencia resultó tan satisfactoria que el Cinematógrafo Luz fue contratado por el Ayuntamiento de la ciudad de Granada para, durante las fiestas del Corpus, ofrecer sesiones del prestigioso Cinematógrafo.

El Cinematógrafo Luz, con distintos nombres, empieza a hacerse presente en la ciudad, contratado unas veces por el Variedades y otras por el Teatro de Verano los Jardinillos, hasta 1907 que desapareció.

Tres hombres, pues, pueden considerarse como figuras clave en el desarrollo del cine en Almería: Don Victoriano Lucas, Primitivo Vidal y Antonio Mateos Hernández, que ya había instalado su propio estudio fotográfico en un local de la Glorieta de San Pedro, número 1. Ellos fueron quienes sentaron las bases para la implantación y apertura de los primeros cinematógrafos ambulantes y quiénes despertaron el interés por esta plaza de otros empresarios locales de la época.




Victoriano Lucas, realizador


La noche del 22 de mayo de 1903 dieron cuatro sesiones en las que hubo “cuatro llenos” donde se exhibieron “varias cintas preciosas y de gran novedad. Pero la que llamó poderosamente la atención del público fue la realizada por el propio don Victoriano Lucas, La faena de la uva, filmando parte de las escenas de la cinta en el cortijo que poseía en El Alquián; cinta que mereció los aplausos con que el publico le tributó.

Era la segunda cinta rodada en Almería por el ya veterano Victoriano Lucas Martínez. Su prestigio se extendió por toda la ciudad y hemos de suponer que muchas otras cintas fueron filmadas por nuestro realizador, como la cinta filmada por encargo de la familia Cassinello La Chica, recogiendo imágenes de una almeriense a la que pretendía y remitiéndoselas a Granada donde residía. La filmación de las escenas de la joven debió de ser del agrado de la familia porque poco después se celebraron nupcias muy sonadas en aquella capital.

Don Primitivo Vidal, con un fino sentido del espectáculo, sugirió a don Victoriano Lucas el rodaje y grabación de las corridas de feria almeriense de 1904 para su exhibición posterior en el Pabellón La Luz. Las corridas de toros formaron parte inexcusable de las primeras películas que se impresionaron en España cuando los Lumière enviaron operadores a nuestro país.

Él fue, pues, quien impresionó las primeras imágenes en movimiento de las corridas de toros del siglo y que el Cinematógrafo Luz se encargaría de exhibir al público junto a su discípulo don Antonio Mateos, poco después de que impresionara en Arbolote la llegada del primer tren botijo que hiciera el recorrido Almería-Arbolote.

La película filmada por don Victoriano sobre la que se guarda constancia fue Gran corrida de toros de Almería de la que se decía: Es una verdadera obra de arte y al servicio de ella ha puesto el artista todas sus excepcionales facultades. Se puede asegurar que, mañana por la noche, como de costumbre, se verá en extremo concurrido el Cinematógrafo Luz. Como es de suponer el éxito estaba asegurado. Los propios almerienses ahora tenían la posibilidad de ver y reconocer a propios y extraños que concurrieron esos días a la feria y que podían ser identificados perfectamente en las imágenes, ya que la película está perfectamente impresionada demostrando una vez la competencia del señor Lucas.

Otra cinta realizada por don Victoriano fueron escenas de la fiesta dada por el Cinematógrafo La Luz el día de su inauguración y que nuestro fotógrafo había ido montando a lo largo de los últimos años. Eran escenas de ambiente ferial que el proyector Pathè de La Luz exhibió ante un público embobado que admiraba exhorto aquellas imágenes en movimiento, donde la gente iba y venía moviéndose en el ambiente bullicioso de la Feria que abarcaba desde la Puerta Purchena y Boulevard abajo, el Casino y Real de la Feria hasta la Plaza Circular. El espectáculo llamó poderosamente la atención de los almerienses y don Victoriano Lucas aún la proyectó durante tres noches seguidas ya que ha hecho acudir gran número de personas.

Una nueva exhibición de las cintas de don Victoriano Lucas. En esta ocasión se le pide la proyección de sus cintas desde el Círculo Mercantil. Una vez terminado el baile de sociedad, organizado con motivo de la Feria, el Circulo solía organizar alguna función de varietés a la que acudía “la clase distinguida de Almería”, ausente de los espectáculos de barraca de feria. Pero en esta ocasión la Junta Directiva acordó que las funciones fuesen a cargo del cinematógrafo en el sitio habitual: el Circulo Mercantil o el Variedades. Allí, en sesión privada para los socios, se exhibieron las cintas filmadas con motivo de la feria de aquel año.

Suponemos que estas primeras y rudimentarias producciones cinematográficas ya llevaban consigo el germen de un arte nuevo y don Victoriano Lucas supo verlo cuando aún no existía una cultura de la producción cinematográfica. No conocemos el modelo de cámara utilizado por Don Victoriano Lucas para su filmación, ni los medios empleados ni la película, pues no hemos podido localizarla, pero los comentarios de la época indican la competencia de su operador y el acierto de su exhibición ante el público almeriense, que vio y admiró por primera vez encuadres que recogerían para la posteridad la memoria visual de la ciudad que le acogió.

Es muy probable que el señor Lucas aprendiera el arte cinematográfico de la experiencia visual de las cintas que los pioneros ambulantes de finales de siglo exhibieron en la ciudad. Desde ahí pudo conocer las primeras películas españolas de la mano de Segundo de Chomón, Eduardo Jimeno, Fructuoso Gelabert, Ricardo Baños… y con ellas nuevos signos de expresión y escritura cinematográfica: el travelling, el paso de manivela y los primeros efectos especiales.

Por razones desconocidas la Sociedad La Luz desapareció y con ella el rastro cinematográfico de don Victoriano Lucas. Con el cinematógrafo don Victoriano había alcanzado la máxima expresión por su vocación fotográfica. Sus imágenes en movimiento fueron simples testigos de aquel despertar cinematográfico. Pero su Centro Artístico del Paseo del Príncipe seguía vivo y fue de los más visitados por la burguesía local, donde exponía sus obras junto a los trabajos fotográficos de su mujer. Sabemos que su afición y vocación cinematográfica continuó, alternándola con otras iniciativas. Por eso volvemos a encontrarlo precisamente cuando el cine sonoro era aún un proyecto. En 1929, antes de estrenarse la primera película sonora en la ciudad, su dominio de la técnica cinematográfica le lleva a inventar - utilizando un sistema similar al fonofilm- un disco de cera con el que grabar inscripciones sonoras y suplir las deficiencias que venía observando en las exhibiciones experimentales ofrecidas en la ciudad.

Su compromiso republicano le hizo un hombre sensible a los problemas que tenían los parraleros de la ciudad y fundó la Cámara Oficial Obrera de Parraleros de Almería, de la que no quiso ser Presidente ni ostentar representación alguna, declinando la Presidencia en favor de su amigo don José María López. Tal fue la admiración y simpatía que sintieron los parraleros hacia él que, sabedores de su enfermedad y como homenaje a su persona, organizaron una concentración frente a su casa a la que correspondió, gravemente enfermo, saludando desde el balcón. En julio de 1932, a los 62 años falleció.

Conclusión

Fotógrafos fueron, al fin y al cabo, los inventores del cinematógrafo. Fueron fotógrafos transeúntes convertidos en operadores quienes impresionaron las primeras imágenes de Almería: Victoriano Aguilar, Victoriano Lucas y, en 1922, Luis Pardo que en primera línea de fuego filmó imágenes del batallón expedicionario almeriense.

Estos fotógrafos fueron los profesionales responsables de generar fotógrafos locales que enseñaron el oficio en pocas claves, vendiendo además el material necesario: cámaras, trípodes, placas y productos de fijado y revelado, y nutriéndose su clientela mayoritariamente de pintores miniaturistas, que vieron en el nuevo arte un fabuloso negocio, por lo que se procede a una reconversión de artistas de la paleta en artistas de la cámara, debiéndose hacer hincapié en los débitos de la fotografía respecto a la pintura, pues los retratos fotográficos imitarán las poses, encuadres y motivos iconográficos de los pictóricos. Fotógrafos que llegaban a la ciudad desde mediados del siglo pasado y, desde el oficio de miniaturistas, perfeccionarían a otros miniaturistas y fotógrafos locales nuevas técnicas.

Fotógrafos que, a finales de siglo, dominaban perfectamente la hibridación de la fotografía y pintura explicitada en el iluminado; fotógrafos que dominaban el coloreado de la imagen empleando la pintura. Pintores que aprendieron el oficio de la fotografía del Conde de Lipa que, al parecer, después de Jaén se detuvo un tiempo en Almería retratando y enseñando fotografía. Como también estuvo entre nosotros Lucien Roisin Besnard, uno de los fotógrafos más significativos en la historia de la fotografía catalana y española, tomando imágenes de la Puerta Purchena.

Aquellos fotógrafos almeriense, cuando llega el cinematógrafo, ya conocían perfectamente la técnica de hacer retratos aun en los días nublados utilizando el tiempo de exposición casi instantáneo, conocían los trabajos de los ya maestros de la fotografía como los madrileños Juliá o Martínez de Hebert, catalanes como los hermanos Napoleón, en cuya casa se exhibió por primera vez el cinematógrafo, el zaragozano Mariano Judez, el fotógrafo Ricardo Baños que en 1909 filmó La batalla de Benisicar, estrenada en el Cinema Casanova de nuestra ciudad, y los fotógrafos almerienses Victoriano Lucas y su discípulo Antonio Mateos.

Nuestros fotógrafos almerienses debían sentir la fuerza de experimentar la fotografía con el nuevo descubrimiento, cansados ya de teatralizar los gustos y modos de vida de una clase social, la burguesía mercantil uvera y terrateniente de la ciudad apiñados en el Casino, el Círculo Mercantil o los cafés de sociedad reservados para ellos, ávidos por eternizarse.

No podemos pasar por alto este estudio sin recordar a otros fotógrafos locales que, en mayor o menor medida, pudieron contribuir al desarrollo del cinematógrafo en nuestra ciudad, como el fotógrafo Pedro Balonga, fotógrafo del elegante Pabellón La Montaña instalado en el Real de la Feria, junto al Jardinillo de Novedades; Juan Alonso, que nos dejó el recuerdo de las primeras fotos de la Estación de Ferrocarril recién terminada desde su estudio y laboratorio fotográfico instalado en la calle Granada, número 53, desde tiempos atrás, además de un comercio donde vendía material fotográfico, como las cámaras Pocket-Kodak-Plian o Juan Morales, establecido en la calle Álava, que reflejaron con el estilo imperante de popularizar entre el público las imágenes de las ciudades a la medida de los gustos burgueses, quizás sin saberlo, una especie de conocimiento vicario de la ciudad.


Período 1904-1910


En febrero de1904, cuatro años después de su inauguración, el Teatro Variedades era administrado por don Felipe Martínez, que acometió obras de reforma para adecuarlo a cinematógrafo. Por eso, cuando abrió nuevamente, el público estaba ansioso ya de que en nuestra capital hubiera alguna distracción. El vacío que dejó el Variedades con su remodelación convirtió a la ciudad en un desierto cultural, a excepción de las representaciones musicales que se celebraban en el Café Nuevo y el Café Cervantes, donde se alternaban pequeñas representaciones teatrales con cinematógrafo, aunque predominaba el teatro, junto a funciones gramofónicas ya referidas.

Los gustos de los almerienses por el cinematógrafo, y cierto resabio que le debió quedar del año anterior, anima de nuevo al Sr. Ferry y Jordá a instalar una caseta para cinematógrafo, justo en el mismo sitio y con las mismas características para los que había sido solicitado el año anterior y que le fue denegado. En este nuevo escrito se da por enterado de que allí se ubicó la Sociedad la Montaña para la feria de agosto y él no fue autorizado. Al mismo tiempo, recuerda al Ayuntamiento la sequía cultural existente y hace hincapié en que la instalación que se propone va a procurar solaz y recreo a los vecinos de esta Capital, en una época tan escasa de espectáculos como la presente. El informe de la Comisión de Ornato, presidida por el Sr. Burgos Tamarit, fue en esta ocasión favorable haciendo referencia al cinematógrafo La Luz, posiblemente debido a un error, pues de este cinematógrafo tenemos constancia previa del año 1902 concedido al Sr. Mateos Hernández y posteriormente a don Victoriano Lucas. Hemos de suponer se tratara de un lapsus administrativo.

Por estas mismas fechas un vecino de Linares, Don Baldomero Ayuso Espinosa también solicitaba instalar un Pabellón para cinematógrafo en un solar propiedad del Sr. Viciana, en el Paseo del Príncipe, junto a la caseta llamada “Cascada”, pero al ir a hacerle la notificación de concesión ordenada por el Alcalde se informa que dicho señor se ha marchado de esta ciudad con dirección a Málaga en donde piensa instalar su Pabellón Cinematográfico.

Por su parte, el Sr. Ferry ya había encontrado en esta ocasión un solar disponible. Este Pabellón se puso en funcionamiento los primeros días de agosto que exhibió varios cuadros que seguramente han de llamar la atención. Entre los mismos, se cuentan El viaje de S.M. el Rey a Barcelona y La vuelta al mundo. Durante los días de feria los almerienses pudieron conocer otras cintas similares a las estrenadas el penúltimo día de feria como Maniobras de caballería alemana, Ejercicios de tiro de la artillera española y Suiza, Escena de la vida en Tokio o la notable cinta en colores de larga duración titulada El reino de las Hadas.

Desde la primavera de 1905 observamos el cambio de perfil de los exhibidores, establecidos de forma menos provisional que en temporadas anteriores. Sus propietarios son ahora exhibidores del mercado cinematográfico, diferenciándose de los propietarios de barracas de feria no sólo por la actividad que empiezan a desarrollar sino también por el modelo de oferta que presentan.

El viejo Teatro Principal, dirigido por don Carlos Jover, es seducido también por el cinematógrafo y arranca la noche del 24 de mayo con las primeras proyecciones a las que asistió numerosa concurrencia y, al domingo siguiente, organiza una función dividida en seis secciones programadas a las 7,30 en punto en la que los almerienses pudieron ver sorprendentes cuadros en colores y de larga duración. Estas exhibiciones las alternaba con actuaciones de magia blanca, ilusionismo y prestidigitación.

La Crónica Meridional seguía anunciado en el Principal el nuevo cinematógrafo que ha de llamar la atención por la variedad de los cuadros. En efecto, la noche del 24 de junio se abrieron las sesiones al público con un cinematógrafo Girmand que no presenta ni la más leve oscilación, ni la más insignificante molestia a la vista... que asombra por su fijeza en las imágenes que reproduce, con exhibiciones de sorprendentes cuadros en colores y de larga duración siendo de los más perfectos que se construyen (cuyas) cintas nada dejan que desear y (...) a las que asistió numerosa concurrencia, pues era único en su clase (...) siendo la ultima creación en esta clase de aparatos por la fijeza de sus proyecciones, exactitud en el colorido y limpidez en la exposición.

El espectáculo se componía de cuatro secciones en la que todas las noches se presentaban nuevas cintas, alternándolas con actuaciones de magia blanca, ilusionismo o prestidigitación, como la que ofrecieron La Trouppe The Realy´s y los Hermanos Campos la noche del 28 de mayo, donde presentaron un instrumento musical nuevo en Almería que llamaban Xilofón.

Muchos ciudadanos se desorientaban al no disponer de relojes que les orientaran para acudir a los espectáculos públicos, como varietés y cinematógrafo, cosa que provocó serios disgustos a la Corporación Municipal. Por fin, la noche del 28 de junio la basílica catedralicia estrenaba un reloj nuevo, adquirido por el Ayuntamiento, dotado de dos campanas cuyo timbre se oía a gran distancia. Desde principios de año se venía discutiendo por el reloj de la Catedral por el que el Ayuntamiento había pagado 2.500 pesetas pero sólo acometía su reparación, a pesar de que se insistía en la conveniencia de uno nuevo.

También en ese año el Variedades se remozó para aumentar las medidas de seguridad, instalándose bocas de riego y un telón metálico. El arrendatario, Felipe Martínez, levantó la Platea para dar más amplitud al numero de butacas y mayores facilidades para la salida del publico. Hechas las reformas necesarias esa misma noche se estrenó un cinematógrafo que se anunciaba con un vistoso cartel de proyección eléctrica con el nombre de Royal Cinematograhf, muy celebrado por el público almeriense gracias a la notable variedad de cuadros que todas las noches registraba un lleno completo. Entre las cintas que se proyectaron el público apreció los cuadros referentes a las fiestas organizadas en París con motivo de la visita real, El paso de la escuadra rusa por el estrecho de Core, Vista del parque de Barcelona, de la que se decía que presentaba maravillosos efectos de luz y perspectiva, Comedor de sorbetes, La confesión, de acentuado sabor picaresco, La familia del tío Maroma, Rapto en el Tibidabo, El hombre del gato, La venganza, El honor de un padre, Viaje a Turquía, La fundición de acero y Las minas de carbón en Londres; El hada de las flores, El maestro de escuela, Estatuas vivientes, El abanico mágico. (Georges Mèlies, 1904) y otras, como Envenenamiento de dos novios de la que la prensa decía ser una tragedia llena de efectos, de ternezas y de lirismo. El programa lo formaban cuatro secciones y el precio de la butaca era de 30 céntimos y tres perrillas chicas la entrada general.

Pero la que más cautivó al público fue el cuadro Un viaje a través de lo imposible, que produjo en el público un efecto maravilloso. Ferrocarriles aéreos y submarinos, navegación acrobática; todas las aspiraciones que sueña la ciencia en los medios de locomoción veíanse reproducidos en la cinta cinematográfica con una realidad tan prodigiosa que el espectador se cree transportado a otros mundos. Seguramente que toda Almería tomará billete en la taquilla del Variedades para hacer el viaje a través de lo imposible.

A veces en este teatro se alternaban actuaciones musicales -como la popular Murga Gaditana, que gozaba de mucho prestigio en la ciudad- con la exposición de magníficas cintas cinematográficas. Y no era extraño que en alguna que otra ocasión –sin venir a qué- se formaran revuelos entre el público de general, amparados en la oscuridad; otras veces el público protestaba, justificadamente, con silbido o pateos que retumbaban en el suelo de madera e iban dirigidos contra el que proyectaba, a quien culpaban de presentar cuadros cinematográficos que el público consideraba estaban muy vistos.

Los exhibidores locales recurrían a la propaganda para hacer valer su mercancía frente a la competencia, métodos que pasaban desde ofrecer sesiones gratuitas sólo por consumición, anunciar las excelencias del cinematógrafo con películas coloreadas y gramófonos sincronizados, como el cronocinematógrafo que Los Jardinillos exhibió al año siguiente, o realizar funciones benéficas en beneficio de los niños asilados del Hospicio y entrada libre también para los niños pobres de Almería acompañados de personas mayores, a quienes se les facilitará entrada gratis. Era la función de honor, beneficio y despedida que se utilizaba –según se decía entonces- como reclame o slogan como se acostumbra hoy.

También la competencia en los precios era objeto de propaganda. El Variedades anunciaba proyecciones al precio de 30 céntimos la butaca y general tres perrillas chicas, mientras que Los Jardinillos a 40 céntimos butacas de Patio y 60 sillas de Orquesta o, simplemente, se anunciaban novedosas mejoras que suponían comodidades al público, como instalar ventiladores para que hiciera más agradable la estancia de los espectadores en las calurosas noches del verano almeriense. También era muy socorrido convocar al público con un timbre eléctrico en la puerta del cinematógrafo, que repiqueteaba de forma estridente e insistente, ocasionando alguna que otra queja entre el vecindario del teatro de Los Jardinillos, pues suponía grave perjuicio de la tranquilidad y del reposo de los ciudadanos.

El cinematógrafo se convirtió en el espectáculo por excelencia de los almerienses y los exhibidores lo sabían. Sus esfuerzos debieron obtener suculentos beneficios porque era el comentario entre los círculos sociales de la ciudad y la prensa local veía con buenos ojos que los empresarios del Variedades y el Principal se enriquecieran de perras gordas que explotan con aplausos del público y del nuestro, que vemos recompensados los buenos deseos de dichas empresas para proporcionar honestos y agradables entretenimientos a los aburridos almerienses... El negocio cinematográfico cundió porque Don Rogelio Castillo, dueño del Café España, inició contactos con una empresa cinematográfica con el fin de amenizar las veladas de sus parroquianos con exposición de vistas. Otros locales solían terminar sus funciones de varietés o cante con exhibiciones de vistas y cintas cinematográficas.

Para la feria de agosto había dejado de funcionar el Teatro Principal y los almerienses pudieron ver las cintas que exhibían el Variedades, Los Jardinillos y el Cinematógrafo Pascualini, en otras poblaciones se presentaba con el nombre de Cinematógrafo Mágico de don Emilio Pascual Marcos, que hacía itinerar aquella estructura metálica por Málaga -desde el paseo de Santo Domingo al paseo Redign y la plaza de la Merced-; en Granada, Córdoba y ahora Almería.

El Cinematógrafo Pascualini, o Pasqualini, fue instalado en el Real de la Feria. De él se decía que era de los más perfectos y la colección de cintas muy variable. Tan es así que el periódico El Regional le dedicó esta irónica estrofa política:

¡Ah¡ Pasqualini Guadagna molti cuatrini Porque tiene un cinematógrafo, que Ya quisieran los demócratas para regalárselo A los republicanos.


Este cinematógrafo venía precedido de justa fama, dada su popularidad en Granada, Cádiz y Málaga hasta el año 1909. No tenemos constancia documental de solicitud de licencia de este cinematógrafo en los archivos municipales, pero todo apunta hacia el pabellón cinematográfico de don Emilio Pascual, famoso pionero del cine español que, desde 1902, dio la vuelta por las principales capitales españolas ofreciendo proyecciones con su cinematógrafo Lumière. Siguiendo al historiador J.A. Cabero dice que el Sr. Pacual sentó sus redes fijas en Málaga, tras recorrer media España con su proyector y R. Garófano remata la vida de este histórico Cinematógrafo Pasqualini en Cádiz comprado por D. Antonio de La Rosa, que en un primer momento siguió utilizando el prestigio de su nombre como reclamo.

Terminó el año 1905 con el Pabellón de don Joaquín Ferry Jordá instalado en la calle Aguilar de Campoo, esquina al Paseo del Príncipe, con el nombre de La Linterna Mágica, según cuenta el Sr. Oña, aunque ese dato no hemos podido contrastarlo.

Al comenzar el año 1906 Almería llegó a convertirse en punto de encuentro de los empresarios andaluces, quienes competían por la supremacía en nuestra ciudad. El cinematógrafo, cada vez más, va quedando reservado a la atracción final de los espectáculos de varietés. Los grupos de cómicos, la zarzuela, los ilusionistas, músicos y teatro, todos ellos formaban las novedades que acaparaban la atención de los almerienses de estos primeros años del siglo XX, para quienes el cine es la atracción principal dentro del espectáculo de varietés.

Estos exhibidores cinematográficos, atentos a los cambios de gusto del público, abandonan progresivamente las exhibiciones en pabellones y barracas de feria. No eran las salas que hoy conocemos como cines, pues no había suficiente producción cinematográfica en el mercado como para completar una programación cinematográfica. Por eso las cintas exhibidas no sólo servían para completar las funciones de varietés sino como reclame final de la atracción ofrecida. El cinematógrafo no es una atracción más dentro del espectáculo de varietés sino la atracción del espectáculo.

El domingo, 14 de enero, los almerienses conocieron un aparato instalado en el Variedades: el Cinematógrafo Bagredo. Este aparato debió formar parte del espectáculo de Varietés de la compañía de Mr. Bapedio-Felin´s. Las actividades cinematográficas se alternaron con compañías de ilusionistas, magos, parejas de baile, ventrílocuos, coreografías, excéntricos musicales, etc., que incorporaban en su repertorio exhibiciones cinematográficas. También el Cinematógrafo La Luz se instaló desde principios de años en el Paseo del Príncipe. Las cintas son nuevas y variadas, gustando mucho al numeroso público que pasa allí tan agradablemente las veladas y se alternaban también con representaciones de ilusionistas, magos, parejas de baile, ventrílocuos, coreografías, excéntricos musicales, como el Trío Leet`s. Las temporadas cinematográficas cada vez se hacían más largas y competitivas. Aparecen nuevos empresarios que desbancan a aquellos esforzados pioneros; nuevos espacios, nuevos métodos y un sinfín de nuevos títulos se disputaban el mercado de la exhibición en Almería. Se establecen, siguiendo el ejemplo de otras ciudades, el martes como día de moda con precios distintos a los habituales. Las salas se adecuan a las nuevas necesidades, como Los Jardinillos, que sufrió reformas y arreglos durante el año 1905 y nuevamente abierto, fue arrendado por su propietario, Castillo Zea, a un empresario de Jaén que bautizó a este teatro con el nombre de Salón Iris. Fue encomendada su adecuación al pintor escenógrafo Joaquín Acosta.

Ya no se reducían las proyecciones a las temporadas de verano, que también, sino que desde principios de año, para las fiestas de Carnaval, los teatros de la ciudad iniciaban programaciones cinematográficas que, al llegar la Semana Santa, siguiendo la costumbre del teatro, interrumpían para continuar hasta el verano, recomenzar en otoño y cerrar hasta completar el ciclo. Se da la circunstancia de que en Almería la consolidación del cine como espectáculo no se hace sólo con la creación de nuevas salas sino que los empresarios locales, como la Sociedad La Luz, se hacen itinerantes dentro de la misma localidad, contratados por empresarios locales, contribuyendo así a la consolidación del espectáculo cinematográfico, junto a las actuaciones de artistas y varietés. Tal fue el caso de La Luz actuando en el Variedades.

También se contrataban a empresarios de otras localidades, como el Teatro de Los Jardinillos que, durante el verano de 1906, volvió a ser arrendado a un empresario linarense –suponemos que es el mismo Salón Iris del año anterior- que ofrecía al público películas de alta novedad, como Escuela militar de Saint-Cyr, Hada de flores, Danza del fuego o Pulgarcito, una película que se anunciaba en siete cuadros, y Sueños de un borracho, de las que se decía que eran películas que están llamando la atención. Pero los cuadros que más agradaron fueron los del “Criminal atentado de la calle Mayor y La boda de los Reyes de España, que llenó el teatrico de verano de liberales y conservadores pues aún se tenían frescos los fastos organizados por el Ayuntamiento a finales de mayo, acordando tres días de festejos, reparto de 1.000 libras de pan a los pobres, celebraciones con la Banda Municipal en el Paseo del Príncipe que, para tal fin, acababa de ser embellecido con iluminación eléctrica, adornos y sillas. La Diputación, por su parte, calificada como nido de caciques liberales, repartió dulces, cafés y puros, guisillos de patatas, cocidos y desayunos con chocolate, naturalmente con el consiguiente disgusto de republicanos y conservadores.

Este cinematógrafo, en su afán competitivo, había estrenado la noche del 10 de julio un cronocinematógrafo al que llamó Cinematógrafo Iris, al precio de 30 céntimos sillas de patio y 20 gradas. Es más, la terraza de verano de los Jardinillos se inauguró con un servicio de bar donde la gente, cómodamente sentada, tomaba su consumición mientras contemplaba títulos como El que a hierro mata..., Viaje de placer, La Venganza, Quien la hace la paga, La catástrofe de San Francisco de California, Indiscreto burlado o Descarrilamiento frustrado por una joven heroica, de la que se dice reunir las inmejorables condiciones que reúne como asunto, luz y figura en las imágenes, han hecho que esta película sea deseada por todos los que la han visto, (El Radical 29.7.1906) Fiesta del hermano Mateo, Guerra ruso-japonesa y Dos hermanos rivales.

La Crónica Meridional celebraba cuadros como La catástrofe de San Francisco de California y El combate naval, por ser cintas tomadas del natural, que transportan al espectador al lugar de los sucesos, especialmente en Combate Naval, que sin exageración podemos decir que es lo más atrayente que en proyecciones cinematográficas se conocen. Curiosamente la “crítica” que de esta película hacía La Crónica Meridional coincidía con la de El Radical: (...) nada tan grandioso en producción cinematográfica (es) esta hermosa película tomada del natural, en lugar y actores, y que nos traslada a la contemplación directa de uno de estos terribles acontecimientos.

Además se proyectaron Parque ecológico y la segunda parte de Caballería Italiana, que reúne buenas condiciones, representa el primer trozo una bajada peligrosa y paso por un torrente, sucediéndose cuadros por paisajes y pasos de agua deliciosos. De acontecimiento se consideró el estreno el domingo, 12 de agosto, de la grandiosa película titulada La vuelta al mundo por un policía, de la que se decía: Este ejemplar de 600 metros de largo tuvo un éxito merecido, pues además de reunir condiciones de luz y fijeza tiene gran variación de preciosos paisajes y costumbres. Para la feria de agosto se estrenó un nuevo cinematógrafo que alternaba junto a sesiones de excéntricos.

El Variedades, poco a poco, va tomando la iniciativa cinematográfica en nuestra ciudad, pues el 16 de septiembre el Cinematógrafo Luz fue contratado para inaugurar la temporada de otoño que, sorprendentemente, no la iniciaba –como era habitual- con grandes representaciones teatrales o zarzuelísticas sino con sesiones de cine, como las exhibidas la noche de estreno: Hallazgo sospechoso, Timo ingenioso, Baños de Brigtton y otra de larga duración, La herencia de los desgraciados. Siguiendo la costumbre imperante actuaban cuadros de varietés, como “El Canela (Juan José Canela Díaz), el ventrílocuo Marthen o actuaciones de baile a cargo de Jiménez Pericet. Cuando concluyó la temporada cinematográfica programada para un mes la Sociedad La Luz se trasladó nuevamente a su pabellón del Paseo del Príncipe que volvió a proyectar todos los días y en todas las secciones exhibiendo diez cuadros cinematográficos de su extenso repertorio y las últimas novedades hasta el 18 de diciembre.

En efecto, la actividad del cinematógrafo de la Sociedad La Luz había sido intensa durante todo el verano con títulos como Secuestro amoroso, El hambre no tiene escrúpulos o Peripecias de un viaje por país nevado, que mereció el aplauso del crítico de El Radical, Brocca, que se deshacía en elogios hacia este Cinematógrafo, considerándolo el primero en España que presenta las más nuevas películas que dan a luz las casas extranjeras pues todas las noches son un derroche de películas nuevas. Esta noche se exhibirán, entre los diez cuadros, la película Galán perseguido, Peregrinación a Lourdes, Los matuteros, Concurso de automóviles en el Pardo -de la que se decía que la película estaba tomada con motivo de la boda de Alfonso XIII-, Falsa acusación, Panorama de Córdoba, Castigo de corso, Viaje a una estrella, Los perros, Contrabandista, tomada del natural, con escenas entre los guardias y los perros, que dieron lugar a grandes aplausos, Fiesta marítima en Lloret, Cofrecillo rajá, Delicias del Divoreis, Flores animadas, Se desea un perro guardián, Elefantes acróbatas, El Remordimiento, y todas las sesiones al precio de 40 céntimos preferencia y 20 entrada general. Algunas de las películas proyectadas eran de larga duración –muy celebradas por el público- que competían con las proyectadas en Los Jardinillos. El cinematógrafo La Luz no escapó tampoco a las quejas de los espectadores. El calor sofocante del Pabellón La Luz, las proyecciones -que el público consideraba ya vistas- invitaban nuevamente al público a promover nuevos alborotos que reclamaban la presencia de los agentes del orden público, puesto que asisten gratis a los espectáculos –se decía- deben cuidar en velar por el orden que no se guardan en las gradas, que con sus groserías pretender hacer de un espectáculo culto un lugar ajeno a la buena sociedad.

Comienza el año 1907 con las elecciones municipales a finales de enero que eligió al alcalde conservador Eduardo Pérez Ibáñez, médico de prestigio en el Hospital de Santa María Magdalena, criticado entre los republicanos por su fama de arrogante y abusivo. En el terreno cultural desaparece el Teatro Principal, escenario durante el siglo anterior de innumerables comedias, zarzuelas y dramas teatrales.

Desde primero de año funcionaba, contratado por el Variedades, el Cinematógrafo Escudero que portaba un magnífico aparato Gaumont de los mas perfeccionados con un magnífico orquestóphono que llama grandemente la atención (...) y cuyo hermoso aparato interpreta con la precisión de la más nutrida y afinada orquesta, piezas musicales que son muy del agrado del público.

En realidad este orquestóphono que exhibía Escudero era similar al que exhibía el cinematógrafo The Imperial Bioscope en otras capitales españolas que transportaba otro orquestrófono o suntuoso mueble en el que actuaban ochenta instrumentos que ejecutaban piezas de gran armonía y afinación El cinematógrafo Escudero terminó su contrato con el Variedades el 25 de marzo y el empresario contrató el 10 de mayo al 3 de junio otro cinematógrafo procedente del Coliseo Imperial de Madrid, que era un aparato de los más perfectos(...) que suprime la oscilación con actuaciones de la bandolinista Remedios Sánchez, el patinador Tumilet y la concertista señorita Sánchez.

Otra vez vuelven las quejas al Teatro-Circo Variedades. Eran quejas –se decía- de muchos ciudadanos de bien que asisten regularmente a las funciones instalados en Preferencia. Pero los de galería y butacas, que era la parte menos noble del coliseo, cada vez que les parecían, protestaban por determinados cuadros que no eran de su agrado, por la música o por las dificultades técnicas propias del proyector o las cintas. Las protestas se traducían en gritos, chillidos, frases impropias de un coliseo.

El empresario del Variedades, ahora por su cuenta, decide probar fortuna. La experiencia con los empresarios del Coliseo Imperial, a pesar de la fama que le precedía, no fue del agrado de los empresarios del Variedades. Los espectadores se quejaron del titileo del proyector, la escasa variedad de cuadros y las continuas interrupciones por corte de las propias cintas cinematográficas justificaba sobradamente las quejas de los espectadores y la decisión del Variedades al adquirir un proyector Pathè. Para ello se encargó directamente a la casa Pathè, que en su adquisición incluía un buen lote de cintas, además de obtener la exclusiva para este teatro de una notable casa inglesa productora de cintas (...) hechas con colores por un procedimiento japonés, desconocido aún en Europa.

Entretanto el Cinematógrafo La Luz, conocido popularmente por “Luz”, seguía perenne en el Paseo del Príncipe en forma de pabellón alternando actuaciones de transformistas, prestidigitación y magia, duetistas y excéntricos que atraían a la sociedad de bien almeriense.

Como el repertorio de películas no era extenso ni existía un circuito establecido de exhibidores cinematográficos, los empresarios recurrían a distintas empresas que aportaba cada una su lista de películas junto a su programación de varietés. Así, don Rogelio Castillo Zea, autorizado por la empresa de Los Jardinillos para dar funciones de cinematógrafo y Varietés, contrata al Cinematógrafo Luz para actuar en Los Jardinillos durante parte de junio y el mes de julio vuelve a aparecer La Luz en Los Jardinillos y desde primeros de agosto el Variedades se trae de Granada el Palais Victoria. Este pabellón era un cinematógrafo con un proyector Pathè. Había sido instalado en forma de Pabellón en Granada donde obtuvo el reconocimiento de los espectadores granadinos. El Sr. Zea había contactado con el gerente del Palais, don Francisco García Girón, para que se desplazara a nuestra ciudad con su stock de material de películas (...) que se exhiben por su claridad, fijeza y naturalidad que se alternaría con las actuaciones de los acróbatas Los Pepes, el ventrílocuo Vicente Lloret, tan conocido en Almería, además de ocho proyecciones casi todas las noches que merecerían la aprobación del selecto público, como Procesión del Hábeas de Granada , filmada –se publicitaba- por la propia casa el pasado 30 de mayo, La caza de la zorra Héroes del sitio de Zaragoza, Perros de San Bernardo, Maldito botón, Zailán, Pobre madre, Juegos náuticos, Perros policías y Gran corrida de toros de Zaragoza en la que toreaban Machaquito y Moreno de Algeciras.

La Luz, una vez concluido su contrato con Los Jardinillos, vuelve a su pabellón del Paseo del Príncipe donde cada noche es más favorecido el cómodo pabellón del cinematógrafo Luz. La antigua y conocida sociedad que explota este espectáculo pone especial cuidado en ofrecer a la concurrencia notable variación de películas nuevas, pues al hablar con la importante casa de Barcelona que a este negocio se dedica, puede traer a Almería todas las novedades que se exhiben en el extranjero y en Madrid, casi con carácter de prioridad a análogos pabellones. El público se sentía atraído por un escogido programa compuesto por diez películas, figurando entre estas Hotel del porvenir, Suegra nerviosa, Barcelona, Montserrat, Horno aldeano, El hombre de paja, Momentos trágicos, Historia de un famoso amigo, que se anunciaba como riguroso estreno, y El espectro rojo, que obtuvo un éxito rotundo entre el público almeriense.

De todos los pabellones cinematográficos establecidos en nuestra ciudad fue el almeriense Sociedad La Luz la que más insistentemente y de más prestigio gozaba entre los espectadores capitalinos hasta 1907, que desapareció definitivamente sin que conozcamos las razones de su extinción. También desconocemos con detenimiento la intensa labor de difusión del cinematógrafo en la capital y otros pueblos de la provincia. Probablemente la especialización de los nuevos empresarios que llegaban, la dedicación de sus propietarios a otras tareas locales, la falta de recursos para establecerse como sala estable o, simplemente, a las exigencias del propio mercado de la exhibición que obligaba a una competencia con otros empresarios más profesionalizados en este campo.

A finales de julio llegó a la ciudad el acontecimiento musical del año a cargo de los famosos Coros Clavé, cuyas masas corales catalanas (...) llevaron a cabo una deliciosa labor artística. Los Coros sólo actuaron un día en la Plaza de Toros, pero el recibimiento que les dio la afición musical fue espectacular. En el coso taurino se desplegaron sus estandartes y el público almeriense les brindó un estruendoso aplauso. Aplauso que retumbó en toda la plaza cuando cantaron Gloria España a la que siguieron Arre morreu, Els Pescadors, Las flors de Maig, Al Mar (en esta parte tomó parte el Orfeón Almeriense) y La net de los Almogavers.

Un caso curioso anecdótico con el que nos encontramos en la exhibición cinematográfica local es la gran cantidad de películas exhibidas en nuestra ciudad de la Casa Pathè. Casi el 30% de la exhibición local procede de los concesionarios en Madrid de la Casa Pathè. Relación que arrastra desde los primeros momentos que llega el cinematógrafo a Almería. Sin embargo no todas las películas proyectadas pueden ser atribuidas a las producciones Pathè, si tenemos en cuenta el Catálogo Pathè de 1904. También la Casa Gaumont, que posteriormente se fusionaría con la Pathè, tuvo una estrecha relación con el gerente del Variedades, como en los años veinte la tendría con don Miguel Gómez Navarro y don Isidoro Vértiz, gerentes del Cervantes y Hesperia, respectivamente.

Desconocemos qué tipo de contrato suscribía la abundancia de películas Pathè en las salas comerciales almerienses. Quede aquí reflejado nuestro interés por indagar qué tipo de relación mercantil mantuvo la exhibición cinematográfica almeriense y ahondar en la aventura de conocer la vida interior, el efecto social de aquellas salas y pabellones pioneros del cinematógrafo sobre la vida de la ciudad.

A primero de 1909 el Ateneo de Almería acaba de crear una sección especial dedicada a la fotografía –deducimos que también al cine-. Este Ateneo se había instalado en el piso principal del Banco Español, en el Boulevard, y acaban de incorporarse como nuevos socios los poetas don Antonio Ledesma y don Joaquín Peralta, el ingeniero Jefe de la Junta de Obras del Puerto, don Francisco J. Cervantes, el poeta don Plácido Langle y el secretario del Ayuntamiento don David Estevan que, posteriormente, presidiría.

La ciudad seguía con inusitado interés los reportajes de prensa y oportunas exhibiciones cinematográficas sobre el desastre del Ejército español ante las tribus rifeñas en el Barranco del Lobo, al norte de Marruecos. El cinematógrafo parlante Guerrero trajo las últimas novedades y el público almeriense abarrotó la sala del Variedades para ver las películas sobre los sucesos de Barcelona y la guerra de Melilla. Corría por la ciudad la noticia de que Melilla estaba rodeada de cabilas moras hostiles. El ejército español, con los refuerzos del primer batallón de Cazadores de la Brigada de Madrid y otros preparados, se disponía a dar una lección a los rebeldes rifeños que acababan de matar en una emboscada a seis trabajadores de las minas del Rif, en la fracción de Beni Ensar, a seis kilómetros de Melilla. Estas minas de hierro eran explotadas por la Compañía Española de Minas del Rif y la Compañía Norte-Africana con capital francés.

En el Salón del Gran Café Nuevo, antigua Cervecería Suiza, desde principios de años se venían celebrando conciertos y el Casino se preparaba para los bailes de traje, mientras el Variedades anunciaba el estreno de la obra cumbre del año: Aída. Almería siempre ha sentido un gran entusiasmo por la música; una ciudad que, pese a no disponer de Conservatorio de Música y forzar a quien se sintiera inclinado por esta carrera a estudiar en los Reales Conservatorios de Cádiz o Málaga, es capaz de organizar una Sociedad Sinfónica –presidida por don Alfonso Delgado Castillo- con el objeto de fomentar la enseñanza musical y a tomar parte en toda clase de espectáculos, con una Orquesta que hizo su debut en el Variedades a beneficio de los soldados almerienses heridos o muertos en la campaña de Melilla. En el intermedio de la función benéfica se proyectaron seis escogidos cuadros del cinematógrafo y la velada se cerró con otros seis cuadros cinematográficos. Los precios de la función benéfica fueron: 30 céntimos General y 1,50 pesetas la butaca..

La afición del público almeriense a la música y al teatro se traducía en la creación de sociedades culturales que algunas se remontaban a finales del siglo XIX que seguían vigentes en el siglo siguiente y otras que se formaban nuevas. Paulatinamente fueron perdiendo vigor a causa de la fuerte influencia del cine en la sociedad almeriense, hasta el punto que en 1913 un artículo titulado Cine o nada, de Andrés Santos Martínez, publicado en La Crónica Meridional, venía a sentenciar la presencia teatral en nuestra ciudad.


Cuando cerró el Teatro Principal la ciudad sólo contaba con un teatro: el Variedades, pues el Teatro Apolo también había cerrado sus puertas y los objetos puestos a la venta a partir del 16 de julio, incluidas las butacas, que se podían adquirir en la calle Gerona, 19.

Así, durante los primeros meses del año el Variedades, dueño absoluto de la escena cultural de la ciudad decide instalar un cine estable con el propósito de traer lo mejor de la cinematografía del momento : el Cinematógrafo Casanova, instalado dentro del mismo teatro. El Teatro Variedades no disponía de instalación de luz eléctrica y sólo se instalaba una provisional cada vez que se exhibía cine. El resto del teatro se iluminaba con lámparas de gas, situación por la que venían siendo amonestados por la Comisión Provincial de Espectáculos los propietarios del local, sin que surtieran efecto. Se dio un hecho curioso durante la representación de una obra de teatro. Los gasistas del teatro, creyendo que continuaban las funciones de cine olvidaron conectar las lámparas de gas con lo que el teatro permanecía en tinieblas hasta que, vueltos en sí de su apoteosis, repusieron el gas y pronto pudimos volver a recrearnos en tantas bellezas como adornaban la sala.

Don José Casanova y don Felipe Burgos, regentes del Variedades, contrataron al empresario de espectáculos cinematográficos, el cordobés José Guerrero, que le precedía la fama porque, en compañía de su hermano Joaquín, recorrían con enorme éxito las principales capitales españolas con su Cinematógrafo Parlante Guerrero. Este cine comenzó a funcionar el 28 de mayo, pero la noche del 26 los empresarios invitaron a los medios de comunicación a una sesión extraordinaria para que observaran las excelencias del Cinematógrafo Guerrero que canta: Invitados por la empresa de este coliseo Casanova, asistimos anoche a las pruebas del cinematógrafo cantante Guerrero. La ilusión de que las figuras que aparecen en el lienzo cantan al mismo tiempo que se mueve es completa, y tanto la claridad como la fijeza de las películas dan a los cuadros un acentuado tinte de absoluta realidad.

Los hermanos Guerrero habían traído a la ciudad películas que exhibían con un proyector de la casa Gaumont acompañadas por un gramófono, también de la Gaumont, de tal modo que las imágenes, sincronizadas con los sonidos del fonógrafo, dieran la impresión de ser cintas sonoras. En realidad se trataba del Cronophone Gaumont cuya sincronización se realizaba mediante disco.

El debut fue el día 28 de mayo y entre las películas más notables que se exhibieron figuran los cantes del tenor Caruso en I Pagliessi y la de la romanza de Pilar de Gigantes y Cabezudos, cuyo remake sonoro se proyectaría en la pantalla del Cervantes en 1933. Este cinematógrafo Casanova prolonga sus proyecciones hasta el 28 de junio, para dar paso a una compañía de bailarines de Los Hermanos Lere, procedentes del Salón Venecia, de Madrid, que alternaban con otro gran cinematógrafo con películas de gran novedad. Entre las cintas que se proyectaron causó sensación Los sucesos de Barcelona, que narraba con bastante exactitud los resultados de los desórdenes de aquellos días sangrientos, en que un pueblo exaltado por una política mal entendida, sembró el luto en Barcelona, dando la página más negra que la historia ofrece en la vida de los pueblos. Se vieron (...) edificios destrozados por un voraz incendio, estatuas yacentes destrozadas, ataúdes abiertos en las calles ofreciendo a la vista de todos los cuerpos medios carcomidos de los que fueron sorprendidos por las turbas en su eterno sueño de muerte. Esto es lo que se ve en la película estrenada anteanoche en el Cine Casanova.

Ciertos sectores de la prensa almeriense consideraron aquellos levantamientos como actos antipatrióticos y criticaron severamente los tumultos de la Semana Trágica de Barcelona. Pero el sentir popular era otro. Los sectores populares estaban airados porque a la guerra sólo eran movilizadas las clases más humildes de la sociedad, mientras que la burguesía y las clases pudientes por 1.500 pesetas podían liberar a sus hijos del servicio militar y acudir a la guerra. De ahí las largas colas que se formaron desde el día 11 de septiembre a la puerta del Variedades para ver el estreno de la sorprendente película que el público almeriense ve una y otra vez con increíble voracidad sobre Los sucesos de Melilla. Cuadros –decía la noticia- que dará a conocer la celebre batalla del 20 de septiembre último, donde los valerosos Cazadores de Tarifa dieron un ataque a la bayoneta; la dispersión de los moros por el Escuadrón de Alfonso XII, que aumentó una página gloriosa en nuestra historia. La película, filmada por Ricardo Baños en primera línea de fuego, relataba la batalla de Benisicar.

Al parecer, el embarque desde Almería con el Primer Batallón de Cazadores de la Brigada de Madrid del célebre reportero-fotógrafo madrileño Alfonso Sánchez García, fue una oportunidad para encontrarse con nuestro fotógrafo almeriense don Victoriano Lucas, desconociendo qué relación profesional pudo haber entre ambos.

En la feria de 1909, el mismo día que tomaba la alternativa el torero almeriense, Relampaguito, junto a Machaquito y Bombita el Ayuntamiento había previsto para el día 28 un Cinematógrafo Público en el Malecón. Si embargo, un fuerte temporal de levante suspendió la proyección y hubo de trasladarse al día siguiente a la Puerta Purchena.

Durante los cuatro últimos meses de 1909 la programación cinematográfica era tan cotidiana que el gacetillero de El Popular, a primeros de enero del año siguiente, escribía con satisfacción que tanto cine supone un excesivo amor al reino de las tinieblas (…) pero ya hemos abierto los ojos a la luz que por fin se hizo en el Variedades(…) porque Almería estaba ya sedienta de teatro, y así (se) volcó sobre plateas, palcos y butacas lo más hermoso y lo más sugestivo de sus esplendores: las mujeres, que reunidas en un haz multicolor daban al coliseo un matiz bullicioso…

Las funciones teatrales continuaron los meses siguientes, cosa en la que la sociedad de bien, la burguesía comercial y mercantil estaban de acuerdo: En una cosa nos hallamos de acuerdo por rara casualidad todos los almerienses, y es que debemos estar de enhorabuena por la compañía de teatro que nos dio por misericordia la Providencia. Ya hacía falta, teníamos hambre de teatro.

Sin embargo, el Variedades no renuncia a continuar con las proyecciones y, alternando con el teatro programa funciones de cinematógrafo por la tarde y noche, con precios especiales, comenzando a las 5 de la tarde. Incluso tiene previsto la rifa de seis regalos elegantes para quienes asistan a las funciones que se le entregarán un número a cada localidad o entrada para dicha sesión.

Al terminar la temporada teatral se reanudan inmediatamente en el Variedades las proyecciones cinematográficas, estrenando todas las noches tres secciones, desde las 8 en punto : Acróbatas sobre el alambre de hierro, Bienhechor, Mi hija no se casa más que con un médium (en color), El gendarme es un sport, La leyenda de Orfeo (color), La espiga, La araña de oro (color), Obsesión de las manos, No hay medio de dormir, Delhi, gran ciudad de la india, La falta de la hermana mayor, El buen doctor, Costumbres y usos budistas, Las travesuras de Toddie, La cinematografía de los microbios y Evasión de la Valette.

Las sesiones de cine, en atención al público selecto, vuelven a interrumpirse para dar paso a una compañía cómico-dramática de Echaide y La Riva hasta el 15 de febrero que vuelven las sombras con un magnífico aparato adquirido de la Casa Pathè-Frères, de París, del que asegura que ha desaparecido la oscilación que tanto molestaba en los antiguos aparatos. Nuevas interrupciones cinematográficas y otra vez, en atención al público selecto, extensos comentarios y críticas en prensa –pormenores que no se detallaban sobre el cine- de las compañías que visitarán la ciudad: Compañía cómico-lírica del Sr. Duval, Compañía de Teatro de la Comedia, de Madrid y la de Juan Espantaleón.

La Feria estaba próxima y el Consistorio decidió incluir en su programación, como era costumbre, una actividad muy del agrado de los almerienses: el Cinematógrafo Público que estaba prevista su instalación en la Rambla del Obispo, aunque por motivos desconocidos y sin previo aviso se trasladó al paseo del Malecón – causa que motivó que fueron muchas las familias que se privaron de presenciarlo-, donde se exhibieron cuadros que fueron presenciados por numeroso público y amenizadas por la banda del Regimiento de Córdoba durante los días previos y de Feria. Se exhibieron ante una gran concurrencia de público venido de todos los puntos de la provincia: El usurero, Doctor carnicero, Salida de un acorazado, Un rasgo de Napoleón, Ladrón sentimental, Parque zoológico de Francfort, Descanso festivo, Prueba de un crimen, y así durante los restantes días de feria, además de Accidente de un automóvil, Un casamiento por la fuerza y vistas diferentes.

La prensa recoge la satisfacción de los almerienses y los forasteros que, en número considerable, presenciaron la noche del 27 de agosto con gran regocijo las proyecciones cinematográficas amenizadas, en esta ocasión, por la Banda Municipal, que resultaron hechas con gran lucidez a lo largo de una hora. Los cuadros que se proyectaron fueron: Hazañas de búfalo, Confesión por teléfono, Don Procopio y sus hijos, Panorama de New Cork, En busca de cambio de mil pesetas, Apuros de un aldeano, Pesadilla del chanteur, Parque de Barcelona, El blanco y el negro, Un tenor fuerte y En el país de la nieve.

Pero la que llamó especialmente la atención fue El secreto de un niño. La sesión terminó a las 10 de la noche en el Paseo del Malecón, cuyo mal estado y su necesaria reforma era tema general de conversación durante la Feria. Se pedía que quedara todo el centro y los laterales reservado para parque. Mucha gente opinaba que debía construirse en el límite del contramuelle y lateral-sur un muro con baranda, a fin de delimitar el ansiado Parque del contramuelle y arrancar la fealdad de las distintas rasantes que había entre uno y otro sitio. De este modo quedaría reservado todo el Malecón para paseo-parque, convirtiéndose a la larga en el más bonito y pintoresco lugar de Almería.

La gente recordaba que un alcalde, el Sr. Acosta, fue quien arregló el Malecón y, desde entonces, el Ayuntamiento no se había gastado ni mil pesetas, reprochaban al alcalde liberal, Sr. Amat García. Este debate –similar al actual sobre la necesidad de soterramiento de las vías del tren y su conexión con el Puerto- caló en las autoridades municipales y el alcalde, acompañado de los concejales, prensa, arquitectos y particulares, visitó en plena feria el lugar para tratar y ver cómo se quitaba la vía férrea que partía la calle Pescadores y el Malecón.


Otro motivo de debate fue la necesaria reforma del Paseo del Príncipe que en invierno es un lodazal y en verano imposible de respirar a causa del viento. Finalmente, el día 5 de diciembre de ese mismo año salió a subasta en el Boletín Oficial la ansiada reforma del Paseo para transformarse en lo que sería el futuro Boulevard, bajo el tipo de 23.554,60 ptas. y una fianza de 1.181,93 ptas. Las obras, realizadas por obreros enviados por la casa inglesa para colocarlos, comenzaron al año siguiente - justo un mes antes de comenzar la Feria- y se invirtieron 140 toneladas de losas.

Mientras todo esto, la vida cinematográfica de la ciudad transcurría con las proyecciones a las que la gente acudía todas las noches. Eran tan cotidianas que apenas dejaban espacio para el teatro. No había acto en el que el cinematógrafo no estuviera presente. Hasta la Agrupación Socialista de Almería organizaba secciones de cine antes de sus actos públicos. La noche del 14 de junio de 1910 los socialistas designaron a su presidente, Miguel Cruz Maldonado, para que tomara parte en un mitin republicano en el Variedades en el que intervinieron los almerienses Rodrigo Soriano y Rafael García Duarte.

Tras la temporada de verano se abrió –además del Apolo- en la calle Sebastián Pérez, nº 7, el Salón Victoria, una nueva sala cinematográfica que había adquirido un magnifico cinematógrafo para exhibir el repertorio de películas de las más importantes casas. La noche de su inauguración se exhibieron ocho preciosas y artísticas películas y el precio de la entrada era al consumo. La novedad que introdujo el empresario de entrada al consumo se vio respalda por el público que empezó a ser muy visitado todas las noches. El local estaba situado en lo que antes era el viejo Café España, pero su propietario acometió obras de reformas para adecuarlo a este espectáculo exclusivamente, aunque también se alternaba con varietés.

La noche del 12 de octubre fue el estreno con la actuación de la cupletista y bailarina Pepita Castella y la pareja de baile Lolita Jiménez -Carlota Cabello y, al final, proyecciones del cinematógrafo. La gente pronto empezó a quejarse por el titileo que presentaba el proyector recién adquirido y su propietario, diligentemente, sin reparar en gastos ni sacrificio alguno, presentó al publico otro magnífico cinematógrafo, compitiendo con el Variedades que, dentro de la temporada de otoño de teatro volvía nuevamente con exhibiciones cinematográficas (Pedris) .

Por estas fechas aparecía en la prensa local un anuncio publicitario: Cualquiera puede hoy laborarse una fortuna, montando un cinematógrafo en cualquier población por pequeña que sea. Éxito colosal, rendimiento seguro y facilidad en el manejo por medio de las claras y sencillas lecciones que acompañamos con cada aparato. La instalación con alumbrado y películas cuesta poco dinero y los gastos de entretenimiento son insignificantes. Pedid Catálogo y datos complementarios a la Cinemato-Gramofónica Hispano-Americana. Paz, 8. Castellón. Anuncio que nos encontramos en otros periódicos de la época.

Aunque no nos ha sido posible verificar que algún almeriense hubiese atendido esta oferta, bien pudiera ser que algún particular hubiese tentado fortuna, aunque probablemente sólo hubiese quedado servible para uso y disfrute privado, aunque para esto más le hubiese valido esperar doce años más y adquirir un Pathè-Baby, como con el que jugaba de pequeño don Manuel del Águila en su casa de la calle Granada.

Termina el año y se prepara intensamente la visita del próximo año del Rey a la ciudad. Como signo de progreso –así se presentaba- se instala en la Alcazaba una Estación Radioeléctrica con una antena de 248 metros de altura sobre el nivel del mar con capacidad para comunicarse no ya con Melilla, Ceuta o Madrid sino con la mismísima Torre Eiffel. Pero, en realidad, la Estación en nada va a afectar a la vida de los ciudadanos y sí tendría más un interés más logístico-militar, al menos así se pensaba cuando a su inauguración se esperaba la visita real.

Sí fue más interesante la electrificación del andén del ferrocarril para la visita real. Para la visita real se habían preparado 500 focos de 100 vatios en el vestíbulo y puertas de entrada. Por su parte, el ayuntamiento se había apresurado a trasladar allí las alfombras reales y la Junta Directiva del Casino confeccionaba el protocolo para su visita, cuidando que los invitados vistan trajes de rigurosa etiqueta y se prohíba la entrada a los niños. La directiva contempla que el lunch lo organice la directora gerente del Ideal Room, de Madrid.

Las Sociedades Obreras han decidido asistir a su recepción portando sus estandartes en la recepción de autoridades ante el Rey, pero nada más. La Iglesia de Santo Domingo, en pleno diciembre, ya está ensayando con más de cien voces La Salve, del maestro Montero. A cambio el templo recibirá la luz eléctrica por primera vez, tanto en su interior como en su exterior; ha desaparecido la plataforma del salón de actos del ayuntamiento para darle más amplitud a la recepción.

Se ha reservado sitio para el subsecretario de la Presidencia del Consejo de Ministros, don Leopoldo Serrano, y el senador Conde de Villamonte. Don Ramón Orozco ha puesto su coche a disposición de estas personalidades para trasladarlas a una finca que don Andrés López tiene cerca de Aguadulce.

Ya está preparado, frente a la escalinata del dique de levante, el Pabellón de bienvenida y la ciudad, a principios de año, está tomada por 150 guardias civiles que se alojan en la Audiencia y el Instituto Provincial y otros 276 procedentes de Málaga y Murcia distribuidos por el ferrocarril desde Fiñana a Huércal mientras la policía especial venida de Madrid va tomando nota de los edificios deshabitados en las vías que atravesará el Rey. También está preparado un enorme arco colocado en el Paseo del Príncipe hecho de pacas de esparto, cajas de naranjas, barriles de uva y minerales con la inscripción: A.S.M. el Rey Alfonso XIII, el Círculo Mercantil e Industrial.

La fachada de la Estación acaba de ser limpiada y amanece resplandeciente con el año nuevo y los peones municipales están decorando la entrada del ayuntamiento con jardincitos y macetas. El despacho de los tenientes de alcalde se ha desmantelado para instalar la cocina que confeccionará el banquete real.

Alguien propone que para conmemorar la presencia real, al igual que se hizo en Melilla, y durante los días que esté allí, haya todas las noches funciones del cinematógrafo al aire libre, pero de tan ocurrente iniciativa no tenemos constancia.




Conclusión

A estas alturas de 1910 se observa que las proyecciones cinematográficas dejan de utilizar los pabellones y empiezan a utilizar las infraestructuras estables que ofrece la ciudad. Las ventajas para el público fueron considerables pues se ganaba en comodidad y en espacio, al tiempo que empezaba a consolidar el cine como espectáculo estable en la capital. El cine en la ciudad formaba parte ya de lo cotidiano, pasando a consolidarse en alternativa frente al teatro, que empieza a entrar en crisis, con la ventaja de ser un espectáculo más asequible para los bolsillos poco boyantes.

El punto de inflexión que marcaba una nueva etapa del cinematógrafo aparece en nuestra ciudad sobre 1905, de tal modo que en 1910 estaba plenamente estabilizado. Hubo pequeñas rachas que mermaron el interés por el cine en esos últimos cinco años y muchos espectadores terminaron por abandonar los pabellones y los teatros habilitados para cinematógrafo ante la falta de películas que dejaban de sorprender al público. De ahí que, a partir de 1906, se sugiere dar aliciente a los espectáculos trayendo artistas que se alternaran con el cinematógrafo, pero estos números de variedades funcionaron siempre como complemento de las proyecciones cinematográficas.

El año 1910 fue de consolidación del cine en nuestra ciudad. Lejos quedaba aquél tiempo de tanteo entre los empresarios venidos de fuera y nuestros empresarios locales por abrirse un espacio propio. Esa competencia fue también un estímulo hacia el impulso y consolidación del espectáculo cinematográfico en nuestra ciudad, aunque fuese en detrimento del teatro.

Se empieza a advertir una clara competencia en los precios que repercute en su disminución y la democratización del cine. Los empresarios practican diversos reclamos –técnicas publicitarias diríamos hoy- para seguir atrayendo al público almeriense al cine, un poco harto de la repetición de los mismos cuadros y las molestias que transmiten los aparatos de exhibición. Así el Apolo, que volvió a abrir sus puertas el 23 de diciembre, “con el afán de agradar al público y hacer mas atractivo el espectáculo, ha determinado celebrar cinco secciones, que empezaran estas con una vermouth a las 6 de la tarde, con rebajas de precios, tres a las 8, 9 y 10 horas con hermosas e interesantes películas a los precios de costumbre y una a las 11,30 de la noche “Sección especial doble”, en la que además de exhibirse cuatro bonitas y variadas películas bailará la simpática Emilia Ramos, la cupletista La Valerito, la genial canzonetista Conchita Pérez y la sin rival bailarina Cándida Cortes”. Los precios para la sección especial fueron 0,60 cts. la butaca; anfiteatro, 0,40 y general 0,20.

No obstante la competencia del cine, el teatro y las varietés -gracias a la iniciativa del Variedades- estuvieron presentes a lo largo del segundo semestre del año con la compañía de Comendador-Montenegro y otros autores muy del gusto de la alta sociedad almeriense como los hermanos Quintero, Martínez Sierra, Sinesio Delgado, Victoriano Sardón y una obra del escritor almeriense Luis G. Huertas, Allende el deber, con abono de 10 funciones cerrando el año con una obra de Benavente, Los intereses creados, y la ópera, Crispín y su compadre, en un acto y cuatro cuadros, además de las actuaciones en el Apolo, que vuelve a abrir en diciembre, de la cupletista La Bolerito, la bailarina Emilia Ramos, la canzonetista Conchita Pérez acompañada al baile por la sin rival Cándida Cortés al precio de 0,60 butaca, 0,40 anfiteatro y general 0,20. Así, durante el año 1910 llegaron a programar funciones cinematográficas, con mayor o menos asiduidad, en la capital seis cinematógrafos: El Variedades, Cinematógrafo Almeriense, Los Jardinillos, Cinematógrafo público del Ayuntamiento, Salón Victoria y El Apolo.

También los cafés-teatro participaban del ambiente cultural y la inversión del ocio de los almerienses ofreciendo desde las 8,30 de la tarde varietés, prestidigitación, magia blanca, cante y baile que terminaba a altas horas de la noche; otro, como el Café Nuevo, programaba pequeños conciertos de música a cargo de tríos y sextetos de la ciudad desde las dos del mediodía hasta las cuatro de la tarde. Pero el que se manifestó más atrevido en su programación fue el café-teatro España, en la calle Sebastián Pérez, 7, que venía programando una intensa actividad musical y varietés desde primeros de año. A principios de septiembre de 1910 una nueva empresa acomete reformas en el local e instala un cinematógrafo con el nombre de Salón Victoria al que, inmediatamente, el público almeriense responde con su presencia todas las noches, gracias a que su empresario supo exhibir un repertorio de películas de las más importantes casas, que alternaba con otros espectáculos de música, cante y variedades.

Pero las sesiones de cine del Salón Victoria empezaron a languidecer ante la fuerte competencia del Variedades y la anunciada aparición de un nuevo local frente a la plaza de Emilio Pérez, justo en la margen derecha del Boulevard, dedicado especialmente al cine. Esta situación orientó al empresario a readecuar su actividad hacia el cante andaluz y para su inicio trajo a los cantaores Juan Breva, Niño de la Isla, Niño de Marchena, Carmen la Malagueña, La Espiga de Oro e Irene Malaña junto a los tocaores Manuel Clemente (Macada) y Eduardo Melgar (Melgadillo) que, junto a este cartel de lujo, siguieron el Niño de la Isla y Medina, Carmen la Carola y, nuevamente, Macaca, al que se le apreciaba y conocía en la ciudad. Nunca más se volvió a tener noticias de proyecciones cinematográficas en este local.


Los cinematógrafos estables

El teatro Apolo acometió obras de reforma en el mes de enero de 1908 para mayor comodidad del público, transformando el viejo salón en un salón preciosísimo con el nombre de Salón Ena Victoria. Su propietario se proponía alternar las varietés y el teatro con sesiones cinematográficas, tarde y noche, al precio de 10 céntimos la entrada general y cuatro secciones todas las noches. Además tuvo la original idea de editar un periódico que repartirá gratis diariamente, para cuenta del trabajo de los artistas y de los que semanalmente harán su debut en el Salón Ena Victoria. Una de las películas que llamó poderosamente la atención de los almeriense fue la comedia El aprendizaje de Sánchez, que tanto hizo reír al público y que se volvió a proyectar los siguientes días. Desconocemos las dificultades que atravesó la empresa del Apolo, pero a partir de julio del año siguiente –como dijimos anteriormente- se pusieron a la venta, en la calle Gerona nº 19, todos los enseres de dicho teatro.

El Variedades, por su parte, anunciaba un espectáculo en la ciudad con el debut de Donnini que traía dos vagones especiales de material entre decorados, máquinas eléctricas, etc., y 15 personas entre ayudantes, servidores, peluqueros, costureras, maquinistas, electricistas... Donni actuó durante una semana, despidiéndose el 8 de febrero, para dar paso al cinematógrafo.

Dos salas funcionan durante el verano de 1908 en la ciudad: Los Jardinillos y el Variedades. Los Jardinillos había acometido interesantes obras de reforma interior en el mes abril, instalando un nuevo y amplio decorado dirigido, en esta ocasión, por el prestigioso pintor y escenográfo almeriense don Antonio Fernández Navarro. Las obras concluyeron a finales de julio y el 6 de agosto en este teatrico de verano se inauguró la temporada cinematográfica con las películas La leyenda del polichinela, Posada de los Alpes, Julieta y Bronco, Buen medicamento, La espuela y Conciencia de médico, que mereció el aplauso de cuantos asistían por su claridad, fijeza y coloración, junto al espectáculos de los transformistas-malabaristas Les Hartur.

El día 30 de septiembre cerró su temporada cinematográfica con la última sección titulada Una corrida de toros en Valencia por Lagartijillo, pero antes, el 28, organizó una función a beneficio del público con gran rebaja de precios de acuerdo al siguiente programa: Ráfaga de viento sobre la playa, Ramo para la novia, Maniquíes vivos, Uno que quiere volar, Pantalón corto, El cojo, La caverna de la bruja, Los sport en Suecia, Viejos picaros, El leñero, Posada de los Alpes, Deseo de imitar, Julieta y Romeo, Buen medicamento, Las especias, Conciencia de médico. Unos días antes Almería recibió la noticia de la muerte de Nicolás Salmerón, en Bellier (Francia) a los 70 años de edad. El hombre que tuvo que dimitir como Presidente de la República por problemas de conciencia ante la necesidad de aplicar la pena de muerte, a la que se había opuesto como jurista.

El Variedades dedicó la mayor parte de su temporada al teatro, opereta y zarzuelas. Cuando llega la feria interrumpe la temporada de comedias y encarga a la empresa granadina del Palais Victoria abrir la temporada cinematográfica, junto a la actuación de compañías ecuestres, gimnásticas, acrobáticas, cómicas y mímicas con burros amaestrados, cercados y caballos.


También fue encargado el Palais Victoria de las proyecciones cinematográficas públicas organizadas por el Ayuntamiento el 25 de agosto en el Malecón a las nueve de la noche, resultando ser un fracaso pues las cintas y el proyector del Malecón no resultó, no agradando al publico, que era numeroso ese tercer día de la feria de agosto, terminando las funciones al día siguiente en la Puerta Purchena. Es sorprendente que este cinematógrafo causara la decepción del público, venido de todas partes de la provincia, pues el propietario del Palais Victoria, don Francisco Escudero, era un empresario de reconocido prestigio que, bajo la denominación unas veces de Royal Victoria, Palais Victoria o Le Palais Royal -propiedad de don Antonio Bernardo de Quirós-, recorría con éxito las distintas ciudades andaluzas, reservándose el nombre de Cinematógrafo Escudero exclusivamente para su Pabellón ambulante.





Teatros y cafés-teatro frente a cinematógrafo

En Almería, durante el período del cambio de siglo se asiste al inicio de un proceso de transición de la cultura tradicional a una cultura de masas. Es un proceso que erosiona lentamente el sustrato sobre el que se asentaba la vieja cultura tradicional propia de la burguesía y la aristocracia local. Cuando emerge el cinematógrafo se cambian las formas de consumo de ocio, a pesar de la resistencia pasiva planteada por la persistencia del viejo universo cultural tradicional y la resistencia activa presentada por las sociedades obreras de la ciudad.

El cambio de siglo los espectáculos que más público convocaban, y con mayor regularidad, eran el teatro y los cafés-teatro y todo el universo de actividades teatrales y parateatrales que proliferaron en este momento. En general, el teatro era un espectáculo de clases altas y medias al que también accedían las clases populares a través de las localidades baratas situadas en el patio de butacas y en el paraíso. En Almería, el teatro por excelencia eran el Teatro Principal y el Novedades, hasta finales de siglo, y el Variedades hasta la apertura del Cervantes en siglo XX. En ellos el público almeriense tenía ocasión de asistir a los grandes acontecimientos dramáticos de la temporada gracias a las compañías teatrales en gira por provincias. No eran estos acontecimientos sólo las obras de los grandes dramaturgos de la época, sino que más bien triunfaban en este momento la zarzuela y el género chico.

Las pequeñas obras de teatro sicalípticas, las varietés, el cuplé, se prolongaron en Almería hasta 1910, aproximadamente. Era un teatro verdaderamente popular, si se atiende a la acogida del público. Las piezas de corte sicalíptico, llenas de procacidad verbal y visual, llenaban las salas. Además, la ausencia de complicados montajes y tramoya, la brevedad de los números y la ausencia incluso de trama argumental, más propio de las varietés en las que alternaban representaciones circenses, bailes, cupletistas, transformistas y cantaores abarataban los costes y, por tanto, los precios de las entradas.

Almería cultivó sobremanera el género ínfimo muy bien representado en el Variedades, en sociedades de teatro locales como la Vital Aza, y en numerosos cafés-cantantes, que proliferaron en ésta como en otras ciudades españolas. Allí acudía un abigarrado público compuesto de marinos, soldados del Regimiento La Corona, chulos, obreros, estudiantes… También acudirían gente de bronce, es decir, señoritos golferas de buena posición social.

Los cafés de la ciudad junto al Círculo Mercantil o el Casino -una concepción que consideramos distinta al concepto cultural de café-teatro- eran el espacio reservado para las tertulias que se reunían a diario, donde se saltaba de una a otra, a distintas horas del día y la noche, se celebraban en cafés y cervecerías. Pero también en los locales de los periódicos y en casas particulares donde incluso se jugaban partidas de cartas. No tenían un sentido popular sino elitista, proveniente de las ideas liberales del siglo XIX. El liberalismo, consustancial a la idea del libre debate, extendió el deseo de hablar al conjunto del espacio urbano de las ciudades. El debate político y la producción cultural salieron a la calle y encontraron especial ubicación en las tertulias de los cafés. La tertulia fue una manifestación autóctona de la cultura urbana, y en este caso, almeriense. Sirvieron muchas veces como pretexto de conspiración política, como fragua de ideas, como estímulo de proyectos de renovación estética, como centros donde se conformaran nuevas iniciativas culturales y punto de encuentro de la floreciente burguesía uvera en el Circulo Mercantil. Mientras los trabajadores almerienses se reunían en miserables tabernas las gentes de la clase media y alta se encontraban a diario en los cafés. Una parte de la ciudad -la de las tertulias en los cafés, las sociedades recreativas y culturales junto a la prensa- eran el hervidero de una población relativamente instruida que recibió las primeras sesiones del cinematógrafo; la otra parte de la ciudad en miserables tabernas. Eran los almerienses que vivían situaciones de atraso y marginación cultural tan alta que su tasa de analfabetismo rondaba el 80%, casi quince puntos por encima de la media nacional.

Los cafés almerienses de finales de siglo son el refugio para un perfil de la burguesía que le permitía pasar el rato y romper la monotonía y el aburrimiento diario, sentados frente a un vaso de zarzaparrilla para las damas o un simple café junto a una copa de anís Perla, traído de Badalona, anís de Abla o el famoso licor Kruger. El Café Variedades era un punto de encuentro de la clase distinguida y aristocrática de la ciudad. Allí se compartían tertulias a las que seguían actuaciones musicales diarias; también se podía acudir al Café Mirador, en la calle San Luis, donde también se celebraban todos los días pequeños conciertos a cargo del sexteto dirigido por el maestro almeriense, don Laureano Campra, director de la Sociedad Lírico Dramática que también formó parte del cine silente actuando en el Trianón.

Por aquel entonces, balbuceaba el que estaría llamado a ser el gran medio de entretenimiento popular del siglo: el cinematógrafo. El cine pronto empieza a figurar entre las distracciones favoritas de las masas, tanto por su baratura cuanto por su capacidad de ensoñación.

A la llegada del cinematógrafo los temas de discusión de estos cafés eran toros, teatro, política, sucesos y los pormenores diarios de la ciudad cargados de actualidad. Lo mismo se hablaba del género chico, entonces en auge, que se comentaban en voz alta los artículos aparecidos en La Crónica Meridional, El Pueblo, El Radical o alguna otra de las publicaciones existentes en ese momento. Hasta los años cuarenta del siglo XX continuó la tradición en los cafés y círculos recreativos con diversas manifestaciones, especialmente las renovadas tertulias y los cafés literario-políticos, concentrados principalmente en torno al Paseo de Príncipe, luego de Alfonso XIII, luego Avenida de la República y más tarde Avda. del Generalísimo. Estos encuentros informales entre gentes de la burguesía almeriense, profesores, poetas, artistas, periodistas… en los que se hablaba de todo, estaban vinculados normalmente a acontecimientos del momento. Si los finales del siglo XIX fueron los años de proliferación de kioscos y cafés-teatro, los comienzos del nuevo siglo y sucesivos fueron años de arraigo y estabilidad de los cinematógrafos en la ciudad en dura competencia con el teatro y los cafés-teatro.

Es como si los cafés-teatro de Almería hubiesen sido puestos por designio divino, desde la creación del mundo, en el Paseo del Príncipe: el Universal, el Suizo, junto a la confitería La Dulce Alianza; el Imperial, Café Cervantes, puesto en venta a primeros de enero de 1906; el café Nuevo, frente al Pabellón La Luz; el Café España, en la calle Sebastián Pérez, que ofrecía desde 1905 música, dada la afición musical de su propietario don Rogelio Castillo Zea y allá por los años diez, con el nombre de Salón Victoria, ofrecía proyecciones cinematográficas y flamenco con cantaores de la talla de Juan Breva, Niño de la Isla, Niño de Marchena, Carmen la Malagueña, La Espiga de Oro e Irene Malaña o el guitarrista Macad, muy conocido en Almería, junto a los tocaores Manuel Clemente (Macada) y Eduardo Melgar (Melgadillo) Fracasó ante la fuerte competencia cinematográfica del Variedades.

El Imperial de los señores Roche y Morales, también en Paseo del Príncipe, número 54, mostraba un bonito pabellón para las noches de verano, atreviéndose con alguna exhibición cinematográfica. En diciembre de 1906 fue traspasado a don Miguel Espinar que supo atraer a numerosa concurrencia, por los conciertos de piano que ofrecía los lunes, martes, miércoles, viernes y sábados de 8,30 a 12 horas y los domingos de 2 a 5 de la tarde. . No podía concebirse la sociedad almeriense sin los cafés-teatro. ¡Habría que imaginarse a finales de 1910 lo que darían de sí las tertulias de café ante la inminente visita del Rey Alfonso XIII a la ciudad. Pero el centro de interés de las tertulias debía ser forzosamente la gente. También la gente. Sobre todo hablar de la gente, que era lo peor. Y habría que imaginar a los contertulios subidos a su pedestal y fijando sus miradas en los que convivían con ellos diariamente. En los cafés la reputación del más digno almeriense podía quedar convertida en jirones por los filósofos de café, como alguien los tituló.

La política y los políticos locales del ayuntamiento, los líderes de los partidos políticos, la política nacional, la de los últimos acontecimientos nacionales e internacionales. En los cafés se criticaba con saña el atraso de la ciudad culpando al alcalde y los concejales de turno, aunque estos contertulios por una pintoresca paradoja, aquellos que más vociferan y más condenan todo, son los menos autorizados para ello porque jamás hicieron nada práctico y nunca aportaron a Almería el más pequeño beneficio –escribía desolado el columnista de El Heraldo, Martí-Mar. ¿Quién no ha escuchado –concluye el columnista- siquiera una vez en su vida salir de los labios de uno de estos tribunos los más perfectos programas políticos y las más acabadas formas de gobierno?.

Estos Cafés y Salones eran territorios reservados a los varones y, excepcionalmente, durante las ferias y días señalados podían verse en las terrazas acompañadas de sus señores esposos. Socialmente eran un local de ocio y encuentro de la escogida representación de todas las clases sociales de Almería” -decía la prensa-, aunque realmente era el punto de reunión de la clase media acomodada y burguesa.

Sírvanos, a título indicativo, la configuración del Café Méndez-Núñez. Ese local disponía de un gran salón rodeado de divanes y, en el centro mesas redondas o alargadas de mármol y floreados soportes de hierro. Después del almuerzo y la cena la cita obligada de la sociedad de bien almeriense eran las tertulias en los cafés más distinguidos. Algunos de estos cafés disponían de salas de billar, los más distinguidos, y los menos, sobre las mesas del blanco mármol se jugaba al dominó.

El Salón Principal estaba compuesto por una gran sala de arca de quinientas varas cuadradas, con una gran galería que prestaba adorno y derramaba luz sobre el mismo, cuya inmensa techumbre la sostenían cuatro columnas de hierro de gran diámetro, labrada en los talleros de Oliveros.

Los cuadros de lienzo que disponía el café eran obra de los prestigiosos pintores y decoradores Carlos y Ramón López Redondo. Estos cuadros adornaban el techo y las paredes. Había un cuadro de ramas de castaño y otro que le hacía pareja de telégrafo, otro de la alegoría del café, el té y el licor. Eran modelos de pintura decorativo al óleo. También había pinturas decorativas a temple, con cuyas filigranas se adornaban los recuadros, esquinas y plafones.

El local disponía de alumbrado eléctrico que estaba repartido entre las columnas y encima de unos lujosos espejos traídos especialmente de Madrid por su propietario, don José Álvarez.

Otro espacio de ocio prestigioso era el Café Universal, donde actuaban sextetos, instalado en la calle del Mercado (más tarde Aguilar de Campoo) desde 1897; el kiosco Suizo, propiedad de don Juan Ruiz Mañas, en la parte norte del Paseo del Príncipe, número 10, esquina a Álava desde la que también se accedía, ofrecía sesiones musicales de 1 a 3 de la tarde. Funcionó hasta 1936. Era un casetón desmontable que funcionaba de mayo a noviembre y, en verano, se refugiaba obligado a la sombra de los árboles del Paseo. Se instalaba frente al café de su mismo nombre, abarcando un amplio espacio desde la calle Sebastián Pérez hasta la calle de los Aljibes.

Los primeros propietarios, señores Zarzosa y Campoy, formaron una sociedad para su explotación y sustituyeron al entarimado por suelo de arena para darle al sitio más frescura durante el verano. En el centro había una fuente saltadera. De noche se iluminaba a gas hasta que el 24 de julio del 1895 se instalaron majestuosas lámparas eléctricas compuestos de dos mecheros marca Aüer. Los de la entrada tenían tres mecheros. Las lámparas instaladas, traídas de Berlín, sustituyeron a las viejas farolas de gas. El espectáculo de inauguración corrió a cargo del sexteto malagueño dirigido por el Sr. Villegas, integrado por don Antonio Valero, primer violín, Fermín Canseco, viola, Manuel del Pino, violencello, Enrique Riera, contrabajo, todos ellos profesores del Conservatorio de Málaga que interpretaron por primera vez en Almería Recuerdo de un mosquito. Se anunciaba, a finales de siglo, como el centro donde se dan cita las personas de buen gusto de nuestra buena sociedad. Sus propietarios procuraron dotar el salón pensando en un público muy selecto de la sociedad almeriense, incluida la colonia de extranjeros, y para ello fue dotado de mesas de billar, sala de tresillo para las tertulias donde la política se acomoda fácilmente. La decoración corrió a cargo del “ pintor-escenógrafo granadino Francisco Tejada de Videgasa, que pintó la decoración del café del Siglo, Sociedad de Cervantes y el Café Colon, de Granada. Al día siguiente de la primera exhibición del cinematógrafo este salón acogió conciertos, sorprendentemente, del famoso Canario Chico muy conocido dentro del cante flamenco. Este Café fue testigo silencio de toda la vida del cine en la capital, hasta después de la guerra civil.

El Café Imperial, propiedad de los señores Roche y Sr. Morales, estaba en el Paseo del Príncipe, 54 y ofrecía actuaciones musicales esporádicas (en diciembre fue traspasado a don Miguel Espinar), conciertos de piano los lunes, martes, miércoles, viernes y sábados de 8,30 a 12 horas y los domingos de 2 a 5 de la tarde. Cerca de este café estaba el restaurante Miramar, propiedad de El Ruso, donde igualmente se ofrecían pequeñas actuaciones musicales.

Pero en verano el lugar de esparcimiento por toda la sociedad almeriense era el Teatro de Los Jardinillos, también llamado Circo de Verano. En este local se instaló el Cinematógrafo La Luz durante las fiestas de agosto de 1905, dirigido por el catalán Vidal que tanta popularidad alcanza entre notros, pero antes había funcionado como Cinematógrafo Frivolités.

Se instaló en la parte posterior del solar del Teatro Cervantes y, al año siguiente, ya se acometieron obras de remodelación y ampliación; obras por las que don Rogelio Castillo Zea solicitó al Gobernador Civil felicitara al arquitecto provincial, López Rull, por las gradas construidas en su teatro. A finales de junio se solía abrir este teatro que ofrecía cinematógrafo y pequeñas representaciones de varietés, traídas por Llovet, un ventrílocuo fregolista catalán que paseaba por media España su familia de autómatas y que cada verano esperado y admirado por el público almeriense; los duetistas Rateros y Mariucha, Lloret y Mariucha o el Trío Moreno.

Este teatrico unas veces organizaba veladas de audiciones gramofónicas con un incomparable aparato Exhibition que (...) que incluía impresiones de Rigoletto, Fausto, Manon, Hamlet, Aída y la Bohême; otras ofrecía entrada gratuita a cambio de la consumición de modo que cada consumo y cada consumidor tendrá derecho a ver graciosamente una sección, en la que se expondrán seis cuadros. Algunos pudieron disfrutar de la brisa amable de una noche calurosa almeriense con el catalán Llover, ventrílocuo fregolista que paseaba por media España su espectáculo de autómatas y que cada verano era reclamado por el público almeriense; los duetitas Rateros y Mariucha o el Trío Moreno.

Pero el espectáculo preferido era contemplar las sesiones del cinematógrafo, al precio de 20 céntimos, incluida una consumición de cerveza, ponche, copa de anís o zarzaparrilla. Incluso se llegaron a presentar filmaciones realizadas en la plaza de toros de Almería gracias a la iniciativa, en esta ocasión, de Llovet y Llopis.


El balneario Diana también tiene un cinematógrafo

Las iniciativas del alicantino don Carlos Jover eran un alivio para las tediosas tardes almeriense. Derrochaba toda su capacidad de imaginación en el Balneario Diana, en la playa de las Almadrabillas. Este Balneario, conocido desde 1853 con el nombre de El Recreo o Los baños de Jover, arrancaba del puente sobre la Rambla, pasaba por debajo de los arcos del embarcadero de Alquife y terminaba en lo que se llamó Avenida de Vivar Téllez, es decir, según lo describe José Juan Oña, al final de la calle Real, hacia poniente, entre las calles Real y Reina. Antes de ser Balneario funcionó un teatro conocido por Teatro Recreo Crítico, de ahí el primer nombre de Baños El Recreo, donde se representaron espectáculos precinematográficos.

Don Carlos Jover, que era amigo personal del director de la banda municipal de música, don Zósimo Santamaría, le convenció para que estrenara en este local una marcha militar compuesta por él, titulada Uest. Los conciertos por la tarde, desde 1918 hasta el año 1930, eran punto de reunión de la sociedad más distinguida de Almería y pueblos de la provincia que venían a tomar los pintorescos y clásicos nueve baños que comprendían desde la Virgen del Carmen hasta la Asunción, el 15 de agosto, después de la preceptiva purga de aceite de ricino y revisión médica. El Balneario –cuenta José de Juan Oña- se puso de moda y se convirtió en pasarela de trajes de baño de las señoras, mientras los pollos de las familias bien se paseaban repeinados a lo garçón con pantalones a lo chanchullo o charlestón en este obligado punto de reunión que el poeta Juan Gutiérrez de Tovar y Martínez satirizó con unos versos: Yo, verlas llegar deseo con vaporosos trajes y bajar del carruaje a los baños del Recreo.

Las familias de la burguesía local alquilaban unas casetas familiares que ofrecía el Balneario desde las que salían unas esteras que llegaban a la orilla del mar y, sujetas a una cuerda paralela a la estera, se refrescaban. Naturalmente que la promiscuidad entre hombre y mujeres estaba mal vista y una mampara pudorosa hacía conservar las buenas costumbres que un guardia, desde una barca, recorría la orilla vigilando tan moralizante costumbre y “si algún galán osaba traspasar la barrera para contemplar alguna belleza femenina, el barquero con un silbato le daba un primer aviso de su trasgresión; si persistía, entonces venía la contundencia, y se liaba a pedradas con el pollo, para lo cual tenía en su barca una espuerta de buenos guijarros, incluso disponía de una honda para los más distantes.

Los herederos, Carlos Jover y Vidal y su hermana, casada con don Alfredo Pérez Hita, fueron capaces de desbordar la imaginación y la intuición empresarial de su antecesor al tomar la iniciativa de instalar un cine en 1925 con el nombre de Cine Diana, con varietés incluidas y, al año siguiente, por San Juan, junto a los bailes de sociedad en la mismísima explanada de la playa instaló un cinematógrafo con el nombre de Cinematógrafo en la playa, organizando un servicio de autobuses desde la Puerta Purchena. El día de la apertura de los baños proyectó El tesoro de los piratas y Los hijos de Paris. En medio de las proyecciones se quemaban castillos de fuegos artificiales, junto a conciertos y orquestas que hacían las delicias del público. El temporal horrible que asoló la ciudad el 12 de abril del 27 arrasó parte de las instalaciones del balneario, aunque para la noche de San Juan ya tenía organizados los bailes hasta la madrugada y serenatas de Juanes y Juanas en su recinto, hasta que en 1930 terminó funcionando como cabaret.

La tradición alentaba una serie de fechas en los que los teatros, sociedades y cafés de la ciudad albergaban representaciones teatrales, zarzuelas, operas y otros espectáculos a los que no toda la población podía asistir. La ciudad vivía una estéril actividad creativa, cultural y ocio. En algunas ocasiones el Círculo Republicano organizaba veladas que incluía conciertos del Orfeón Republicano. Muchos almerienses esperaban las corridas de toros por Pascua de Resurrección, espectáculos acrobáticos que, de vez en vez, recalaban en la ciudad de tránsito para otras poblaciones costeras, como las de Mr. Charles Kon y su círculo de la muerte, equilibristas como Mis Lucía Nova, gimnastas como la atleta Lea Spinder o conciertos de piano, como el de Joaquín Malts, en el ya referido Café España.




PERÍODO CINEMATOGRÁFICO 1911-1920

Aquella Almería dormida de la década anterior, que vivía abochornada por el reciente crimen del sacamantecas de Gádor, empezaba a dar signos de recuperación a pesar –y precisamente por eso- de la sangría emigratoria. El puerto era punto de salida de emigrantes provenientes de la provincia. Se acometen algunas obras de embellecimiento en el Paseo del Príncipe y se arrancaron sus feos plátanos americanos; se tendieron 22 kilómetros más de vía electrificados en la línea Linares-Almería y se empezó a iluminar la ciudad con 500 bombillas y 1.000 farolas eléctricas, que no llegaban a los barrios.

Los comerciantes almerienses protestan porque el correo-vapor que salía semanalmente para Melilla alargue su comunicación gracias a que los diputados malagueños han conseguido que, antes de llegar a Almería, pase por Málaga. Los malagueños, que ya disfrutaban de un correo diario, perjudicaban los intereses del comercio almeriense, pero nadie movió un dedo por corregir la situación.

El año 1911 comienza con la visita real a la ciudad, la preparación de los Carnavales de febrero y proyecciones cinematográficas en el Apolo y Variedades. Estos teatros mantuvieron una programación alterna de teatro, zarzuela y varietés. Aunque el espectáculo preferido del público era el cine, éste pasó a formar parte de un nuevo programa fin de fiesta, que consistía en trasladar las secciones de cinematógrafo al final de la función. Cuando no llegaba a tiempo la película se advertía al público previamente y se posponía para el día siguiente, como ocurrió en el Variedades: A consecuencia de no haber llegado las películas que han de exhibirse en el espectáculo anunciado para hoy, donde harán su debut el transfigurista Casthor y la pareja de jorobados Les Lieger Lia en el Variedades, tendrá lugar mañana viernes y se exhibirán las películas: El cambio de fortuna, Toribio en los Alpes, Un trapero y Dentadura postiza, Primo a pesar Suyo, El Impostor, La Pila eléctrica de Marmenegilda, Explotación de azufre, La hija de Arizona, El elixir de la juventud, (El Popular 15.6.1911) Salustiano galante, Los novios de Colombina, Max toma un baño, Una captura difícil, Los boers en Inglaterra, El prefecto y La vuelta al hogar (500 m).

El Teatro Apolo, desde principio de año, ofrecía dos funciones de tarde y una a las diez de la noche, en las que se servía vermouth junto a programas variados de películas todos estrenos en esta capital, entre las cuales figura la dramática cinta de 500 metros Novela de un pobre golfo.

A veces los teatros abrían temporadas, bien de grandes representaciones operísticas o teatrales, bien de cinematógrafo y varietés, como es el caso del Variedades, que a partir de mediados de mayo inició la temporada de cinematógrafo y varietés, actuando la noche del 20 el cuadro de varietés la Trouppe África, la bailarina Pepita Cola y proyecciones cinematográficas.

Durante la Feria volvía a aparecer el Cinematógrafo del Ayuntamiento, que en este año fue adjudicado por doscientas pesetas el servicio de Cinematógrafo Público durante las noches de feria a don José Fernández Calvente, ofreciendo la noche del 21 de agosto en el Paseo del Malecón, a las diez de la noche, el siguiente programa: Caquewal, Fiesta de la suegra de Tontolín, Totó Paquito Fumista, Tontolín y su comisario, Aventuras del Sr. Cuevas, Toribio celoso, Fabricación de cadenas, Fastos de la aviación, Llegada del Rey de Portugal a Madrid y El regalo de Toribio.

Nuevas actividades surgen en la ciudad: el fútbol, el tiro de pichón y la construcción de una pista de tenis en la calle Estación, rodeado de árboles, con vistas al mar, que será la primera de Almería. Esta sociedad estaba formada por un corto número de personas que, desde luego, pertenecían a la sociedad más distinguida de esta capital, donde las muchachas encontrarán un entretenimiento, que siempre es oportuno.

Se constituye por primera vez un equipo de football y la noche del 8 de junio quedó oficialmente inaugurado el Tiro de Pichón donde don Luis Ojeda y don Esteban Giménez celebraron un macht a cinco pájaros.

En Los Jardinillos continuaban las proyecciones donde todas las noches se exponen al público magníficas y nuevas cintas cinematográficas. Cada año se acondicionaba este cómodo y fresco teatrico de verano a nuevas necesidades, como hemos podido comprobar en el siguiente texto informativo: La empresa que se ha quedado con el coliseo de Los Jardinillos ha expuesto en el cinematógrafo, sistema Pather (Pathé), aparato lo más conocido hoy. Dada la práctica y conocimiento del operador Sr. Fernández, los cuadros que presenta son completamente fijos y sin oscilación alguna. El repertorio de películas era suministrado por la casa Pathé Frères, siendo éstas de asuntos cómicos o documentales. Las veladas se solían iniciar a las 10 de la noche para terminar alrededor de la una de la madrugada.

Pero Los Jardinillos tenía la costumbre, desde su apertura, convocar a los espectadores con un timbre que sonaba a distancia, lo que provocó las quejas del vecindario, hasta el punto que fue denunciado al Gobernador Civil que mandó deje de funcionar el timbre de Los Jardinillos, prohibiendo también se voceen las localidades en la puerta del teatro.

Los almerienses que no tenían acceso al Casino, al Círculo o a alguna otra Sociedad que organizaba veladas para sus socios tuvieron que conformarse con las películas que ofrecían Los Jardinillos, el Variedades, el cinematógrafo público o acudir a los espectáculos flamencos del Salón Victoria, con La Malagueñita, la Trianerita y el cantaor El niño de Carmona, Hermanos Victoria y Lázaro el Negro, creador de la farruca y el garrotín gitano, Tanquerita y Pepe el Ronco.

Al comenzar el año 1912 existían en la ciudad tres cines estables: El viejo Variedades, El Café Triunfo y el Trianón, inaugurado a primeros de agosto. Una nueva empresa se queda con el Variedades e introduce mejoras en el escenario y reformas de acondicionamiento para sustituir los viejos focos de iluminación a gas por luz eléctrica, de tal modo que todo será eléctrico. También anuncia para la presente temporada un cine que dará a conocer las últimas novedades en películas de la importante casa Pathè Frères de París.

La competencia fue intensa, no sólo en el cinematográfico sino en lo que respecta a las variedades. El resultado fue una cierta especialización en la programación, pues en cuanto a exhibiciones cinematográficas fueron más estables en un cine que en otro. Así El Trianón se especializó casi exclusivamente a ofrecer sesiones de cine, mientras que en El Variedades el plato fuerte de su programación era varietés, zarzuelas, conciertos, teatro y cinematógrafo, que empezaba a proyectarse independiente de la programación principal.

La temporada cinematográfica 1912 se abre el 13 abril con la presencia de un nuevo cine, El Triunfo o Café Triunfo, frente al Cuartel de la Misericordia, es decir, en la calle Francisco Jover, nº 40 (antes calle Arsenal), próxima al Andén de Costa. Es la primera vez que se abre una sala donde se presentarían, casi en exclusividad, proyecciones de cine. A tal efecto el local se adecuó con alumbrado eléctrico y otras reformas. El cine estaba dotado de un proyector de la Casa Pathé Frères, que también le facilitaba las películas. Las funciones eran de 8 a 9, 9 a 10 y de 10 a 11 de la noche, siendo el precio de Preferencia 25 cts y General, 15 y soldados y niños a 10 cts. Algunos de los títulos proyectados fueron La Huelga, una interesante y dura cinta proyectada en el Cinematógrafo Lumière en 1903, Viaje a la luna, (G. Mèlies, 1902) sobre guión de Julio Verne que se anunciaba de mil metros con cuadros a color, Mosqueteros de la reina (G. Mélies,1909), también en color y Viaje a Italia, de 500 metros de duración, junto a otros títulos menos interesantes.

El Triunfo, en abierta competencia con el coliseo del Variedades, después de la exhibición de cada programa regalaba al espectador que sea favorecido por la suerte, una botella de champagne Marciler Sillery y dos cajas de bombones Hallandais. Uno y otro se esfuerzan en ofrecer espectáculos de los artistas más conocidos o cintas que reflejaran los últimos acontecimientos de la actualidad. Del numeroso grupo de artistas citaremos a Piatti y Line Doria, con su colección de perros sabios, la tonadillera Paquita Escribano, la compañía de Antonio Paso con la actuación de la primera tiple en La Cocina y La República del amor o los manipuladores y prestinianos Olms and Nelly junto a novedades cinematográficas como Colocación de la primera piedra del colegio francés de Madrid, Corrida de toros por Mazzantini y Bombita, compuesta por once cuadros, Revista militar y coronación de Alfonso XIII, Viaje de don Nicolás Salmerón a Barcelona, la Revista Pathé de actualidad nacional e internacional que empezaba a hacerse presente antes de las películas y varias vistas de combates navales y terrestres con las que ya habían deleitado a públicos de otras provincias constituían la base de los programas exhibidos, cosa bastante habitual en estos primeros años.

Para la feria de agosto entró en discordia un tercer teatro: El Trianón. Ya se venía anunciando un nuevo cinematógrafo en la parte derecha del Boulevard, justo frente a la Plaza de Emilio Pérez, en la Plaza Circular junto al solar donde se levantó el Palacio de Justicia, cuyo propietario era don Antonio González Egea (en algunos sitios aparece como don Guillermo Pérez), formando empresa con don José de la Rosa y don Ángel Rubí, y que perdurará hasta la década de los años treinta. Como todo el salón no tenía más que la planta de solar, las localidades de preferencia estaban separadas de las de general por una pequeña baranda de madera, y éstas estaban situadas: las de general en la primera divisoria, cerca del pequeño escenario y pantalla, que atestaba con el Casino y preferencia en la parte posterior. Los asientos de preferencia consistían en una butacas de madera; general bancos corridos de madera, ambos sujetos convenientemente al suelo de porlan.

La portada, con una cubierta de zinc, estaba decorada al estilo árabe, gracias al ingenio del decorador Antonio Fernández Navarro, bajo un arco de sillería para ubicar las localidades de Preferencia más otras dos puertas laterales por las que se accedía a General. Además, el Salón contaba con un portón que se habría hacia la Plaza Circular por donde salían los de preferencia y, otro portón que se abría a la calle Gerona, por donde salía la gente del gallinero, siempre más concurrido.

Delante del escenario tenía un pequeño foso donde se situaba el cuarteto que deleitaba a la gente hasta que sonaba el timbre que avisaba el comienzo de la película. En las películas silentes el cuarteto procuraba adaptar la imagen a la música, que no siempre era escuchada desde General. Era obligado el descanso de diez minutos por el cambio de bobina, ya que el cine contaba con sólo un proyector, momento que aprovechaba la gente para fumarse un cigarrillo o, si hacía mucho calor -cosa que solía ocurrir cuando el cine se ponía a rebosar-, airearse un poco, sobre todo si se tiene en cuenta que los techos eran metálicos.

Rodeaba al edificio una bonita pared de mampostería sobre la que reposaba una techumbre de hierro, propio de la época. Su escenario, de medio punto, con dos jarrones enormes de yeso que servían de adorno floral y un local con capacidad para unas 300 personas en preferencia y 250 para entrada de general. Sus jardines se adaptaron en el año veinte para convertirse en un espléndido cine de verano, regentado por el Sr. González Egea. En la mismísima puerta del local había instalado un potentísimo timbre eléctrico que anunciaba las funciones y que se oía incluso desde las viviendas de enfrente, ocasionándole al propietario alguna que otra queja y denuncia ante el Gobierno Civil. Hacia los años veinte el precio de la entrada era Preferencia 30 céntimos, veinte céntimos General y los niños pagaban diez céntimos.

Se daban dos pases: uno a las 6 de la tarde y otro a las 9 de la noche. Las entradas de Preferencia estaban numeradas, pero las de General no tenían numeración y los domingos y festivos se formaban unas enormes colas que había que soportar durante más de una hora. El Trianón se inauguró el 11 de agosto de 1912 y proyectó cine ininterrumpidamente, junto a otros espectáculos. Sólo durante los meses de septiembre a diciembre de 1919 hubo de cerrar sus puertas con el fin de adecuar su vieja instalación eléctrica que amenazaba incendios a la Real Orden Art. 90 del Reglamento de Policía de Espectáculos de 19 de octubre de 1913 sobre estado de los edificios y estado de higiene de los mismos.

El Variedades abrió su temporada cinematográfica desde primeros de año, aunque las proyecciones cinematográficas solían cerrar el programa después las varietés, de tal modo que encabezaba su programación con el nombre de una compañía de varietés como parte principal de la oferta del día y cerraba una sección de cine, la parte más esperada del público.

Pero cuando se trataba del estreno de grandes producciones o cintas de actualidad tenían reservada se anunciaba la exhibición a una hora: (…) las secciones a las nueve en punto la primera y a las diez y media la segunda. Ilustrando esta afirmación anotaremos el acontecimiento cinematográfico durante la temporada de 1913 de Los Miserables (Albert Capellán, 1912), producción de la casa Pathé Frères, que el Variedades anunciaba como una epopeya dramática en nueve partes. Esta interesante película será dividida en tres noches y comenzará a verse pasado mañana martes en el Variedades. Además se anunciaba que toman parte en esta película 3.000 personas entre cristianos, soldados, poetas, esclavos, bailarines, ciudadanos egipcios... . La película, que volvió a reponerse en diciembre, era una versión cinematográfica de la obra de Víctor Hugo, dirigida por Albert Capellán.

La cinta, debido a su extensa longitud de 4.000 metros, se dividió en tres noches a partir del 21 de mayo, sin que por ello el exhibidor del Teatro Variedades –se anunciaba- variase los precios. Precios que, en comparación con otras ciudades, eran relativamente caros pues en otras localidades rondaban los 10 céntimos, aunque la oscilación global de los precios de las entradas no implica que no variaran; al contrario hubo fluctuaciones continuas en función de los espectáculos de varietés que se presentaban. Por eso en el Cine Triunfo, al no haber varietés, las entradas eran más baratas.

A finales de mayo don Agustín Esteban solicitó autorización municipal para instalar un cinematógrafo al aire libre, en la Plaza de Emilio Pérez (antes Circular) ofreciendo al Ayuntamiento pagar el 15 por 100 de lo recaudado por las sillas que sean ocupadas. Suponemos que este cinematógrafo estaba previsto para la feria de agosto, junto a las habituales que organizaba la Comisión de Fiestas en el Paseo del Malecón. Y a finales de este mes, después de una larga temporada cinematográfica, los almerienses pudieron asistir a la representación teatral en el Variedades de una obra de Villaespesa, Doña María de Padilla, calificada de acontecimiento teatral, a cargo de la Compañía Guerrero-Mendoza y la presencia del poeta almeriense.

Una vez cubierta la temporada teatral, cada vez más corta, se volvieron a las varietés con bailarinas, excéntricos, etc., junto a proyecciones del cinematográfico Pathè en las que ya empezaban a incluirse informaciones de Actualidades Gaumont que cubría la información de Sport, información general, modas y actualidades.

Durante los cuatro años que duró la Primera Guerra Mundial España había conocido un floreciente esplendor económico y, en consecuencia, una estabilización del mercado cinematográfico junto a un movimiento de proliferación de salas cinematográficas que, a comienzos de los años veinte llegaron a contabilizarse más de un millar las existentes. Un fenómeno similar empezó a registrarse en gran parte de Europa y los Estados Unidos. Según René Clair, al principio de los felices veinte se repartían por el mundo alrededor de cuarenta mil salas de cine, la mitad de las cuales estaban ubicadas en los Estados Unidos con una producción en 1920 de 796 películas, Italia con 220, Francia con unas 100 y España con apenas 12 películas al año. Datos que anticipan la brutal colonización que sufriría el cine español durante el franquismo. El comienzo de la I Guerra Mundial en 1914 ocasionó algunas dificultades en el abastecimiento de películas, aunque no frenó la actividad cinematográfica desarrollada en los años anteriores. La crisis que afectó a Almería en este período no redujo la asistencia del público a las salas, ya que el cine fue una magnífica forma de evadir y olvidar la crisis.

Los almerienses pronto empiezan a familiarizarse con las estrellas del celuloide a través de las grandes producciones históricas y las adaptaciones literarias de los clásicos que tanto agradaban a la burguesía, descubriendo en ellas un aliciente para asistir al cine.

En este período llegaron las primeras cintas de Charlot. Las divas del film d´art y las cintas italianas de factura teatral, que debían ser objeto de apasionados comentarios entre los aficionados al cine, pero aquellas películas y seriales cinematográficos contribuyeron a crear la emoción y el suspense. Fue un período de influencia del teatro en el cine mudo; corto, pero suficiente como para que la gente se interesara aún más por el cine.

Cuando se habla de adaptaciones teatrales en el cine pensamos inmediatamente en el film d´art. Esta idea de contratar a dramaturgos, escritores e intérpretes de la escena, para rodar películas de calidad que atrajesen a las salas al público burgués, que hasta entonces había despreciado el cine, como hemos dicho, muy fructífera. Tanto que fue copiada posteriormente por múltiples países, entre ellos España a través de la productora Hispano Films, que rodaría textos de José Zorrilla (Don Juan Tenorio, 1908) Tamayo y Baus (Locura de amor, 1909) y Juan Eugenio Hartzenbusch (Los amantes de Teruel, 1912)

Quienes han analizado estas adaptaciones con criterios propios de su fuente, han llegado a la conclusión de que el film d´art hizo un flaco favor al teatro, ya sea por la sobreactuación con que caen los intérpretes cuando se sitúan ante la cámara, incluidas Sara Bernhardt y Elenora Duse; o porque las grandes obras se quedan en una escueta trama sentimental. Otros, los que miden la calidad de la adaptación por la capacidad para borrar su origen, piensan que el film d´art era excesivamente teatral, vehemente y pedante. Creemos, no obstante, que unos y otros olvidan que este tipo de cine no era teatro sino que su función fue ilustrar escenas de una obra teatral de la misma manera que el cine de la época ilustraba una noticia del periódico. Por eso fue común contratar a una compañía teatral al completo y rodar con ella varias de las obras que habían llevado al escenario. Y, como lo que se adaptaba era fundamentalmente la representación, muchos de los códigos de la puesta en escena pasarían a mejorar la factura de las películas en general. De esta manera comenzaron a introducirse en las películas del film d´art criterios de composición del cuadro, de individualización de los personajes y una dirección de escena que evitaría que los actores se movieran a barullo.

La respuesta de la clase acomodada burguesa en nuestra ciudad a ese nuevo modelo de continuidad entre el teatro y el cine –similar al que nosotros hemos vivido entre cine y televisión- hizo volver al cine a un público que parecía perdido gracias a cintas notables que se asomaron a la cartelera almeriense, como Las aventuras de Catalina (Grandon, 1914), en 13 capítulos exhibidos en el Variedades en mayo de 1915 que durante doce noches consecutivas tuvo un éxito extraordinario en nuestra ciudad, a lo que contribuyó notablemente la inusitada popularidad obtenida por su protagonista, la actriz Kanthly Williams, acompañada de Tom Santschi, serie que recibiría su réplica con El misterio del millón de dólares, dividida en 24 series que se prolongó durante casi quince días.

Empieza a aparecer en Almería la sesión continua, las novedades cinematográficas se pasan al martes, que es ahora el día de moda y se ensayan técnicas publicitarias con casas comerciales para enganchar al público, ofreciendo a los espectadores rifas en las que se sorteaba botellas de anís Machaquito o se sorteaban monedas de oro de 25 ptas.

Al cine en 1915, aunque ya era un hecho cotidiano que estaba presente en la vida de la ciudad, le quedaba un largo recorrido para consolidarse como espectáculo único y como forma de entretenimiento masivo de la población almeriense. Pero lo que sí fue evidente es que, desde los primeros días de enero, los cines Variedades y Trianón estaban a rebosar. Arrancan su programación de cine en el preciso momento en que está a punto de iniciarse la transición que nos conducirá al apogeo de las grandes producciones, tendencia que se completará en años sucesivos hasta culminar con las películas de largo metraje. Pero es el Variedades, de momento, el que marca la iniciativa cinematográfica de la ciudad con el desembarco de producciones norteamericanas. La política programada por el gerente del Variedades era llenar la pantalla de comedias, películas de acción y cortos cómicos norteamericanas y de epopeyas históricas en forma de series traídas de Europa; mientras que el poco cine nacional que se veía quedaba reducido a reportajes taurinos con Cocherito de Bilbao, Gallito y Belmonte en la Plaza de Barcelona que causaban tanta atracción entre el público. La prensa almeriense aseguraba que no podían darse veladas más divertidas viendo corridas de toros con tan poco dinero (…) porque ¿quién por sólo sesenta céntimos dejará de ver esa monumental, incomprensible y arriesgada faena del “Gallo” en el quinto toro de la corrida de Beneficencia? Pues no digamos de la aparatosa y sensacional cogida de Belmonte.

Almería empieza a vivir una auténtica fiebre por el cine. Los estrenos se sucedían a diario en los dos cines que competían por agradar más al público, encontrándonos con una gran variedad de títulos, entre los que aparecen el film francés, de 44 minutos de duración, Protea (Victorin-Hippolyte Jasset, 1913), autor también de Vida, pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Fue estrenada el 22 de enero de 1914 en el Variedades; Ocaso, de 1.800 metros de viraje, se publicitaba de la acreditada Sociedad Cerliot de Roma, que era tanto como asegurar su calidad, o El modelo de la Virgen, anunciada de 1500 metros y en dos partes en la que debutaba en un programa de varietés, junto al notable artista de maquietismo Rafael Arcos y las simpáticas bailarinas Sevilla-Marina, (...) la señorita Mariscal, fenómeno científico.

La empresa del Variedades varió su programación gracias a la empresa Casanova que instaló una programación específica de cine en el Variedades con el nombre de Cine Casanova que introdujo con el nombre de la novedad del día, a las 10:30 horas, estrenos de películas de gran metraje y de renombre dirigidas a un público selecto. Además de estas iniciativas introdujo los miércoles como día de gala, con proyecciones dedicadas a las señoras y señoritas de la buena sociedad almeriense mientras que los viernes, día de moda, se ofrecían a partir de las nueve de la noche dos proyecciones, en riguroso estreno, con las películas de más rabiosa actualidad en los cines madrileños.

Pero el público protestó enérgicamente ante la inesperada subida del precio de la entrada y el empresario hubo de justificar su actuación explicando que las cintas, al tener un gran metraje, han de alterar los precios por los muchos gastos que estas cintas suponen, aunque con una cantidad insignificante, si se tiene en cuenta que en Madrid y demás capitales, ha valido la butaca dos pesetas cincuenta céntimos, es decir, una peseta más caro que en Almería. El público debió quedar complacido cuando el Variedades empezó a exhibir títulos que suponían un guiño de complicidad con los espectadores con títulos que ya advertía la empresa serían del agrado del numeroso público que concurre a nuestro coliseo.

A destacar Entre hombres y fieras, de la que se aseguraba superar en emoción al célebre Quo vadis, anunciándose como una cinta de 2.500 metros y estrenada en los principales cines de la corte; Atlantis, en cuatro partes, asegurando la publicidad un éxito rotundo pues en el teatro de La Zarzuela –se anunciaba- y en el Palacio Real ante sus Majestades, la hermosa cinta ha alcanzado el éxito más grande que se ha conocido... esta película... para alcanzar un triunfo tan definitivo tuvo que adquirir e inutilizar el inmenso vapor Rolando.

La temporada cine de serie del Casanova se prolongó hasta la Feria de agosto, aunque a primeros de septiembre volvió a las cintas de serie con Judiht de Bethulia. Los espectadores almerienses, cansados de la programación en varios días, volvieron a protestar a la empresa y ésta adopta el sistema de dar una sola exhibición.

Las exigencia del público, al parecer, se satisfacieron ya que cada noche en el popular Cine Casanova del Teatro Variedades podían encontrarse títulos variados ocupando las cartelas expuestas en la Puerta Purchena y Barrio Altol con los estrenos más sonados del momento: El arca de los diamantes, Maldita sea la guerra, La cinta acusadora, La voz de la campana, La lucha por la vida, La mujer desnuda, Exhibida en el Palacio de Oriente en presencia de los Reyes de España, El Formón roto, Corrida de beneficencia, La última danza, interpretada por Conchita Ledesma, o La pasarela trágica de las que la prensa decía que eran obras de verdadero arte teatral, que el público cree que asiste a las representaciones de dramas de un merito indescriptible y cuya ejecución parece imposible (...) La pasarela trágica es una tragedia que oprime el corazón del espectador, hasta el punto de hacerle sentir el escalofrío de un profundo sentimiento. No se concibe cómo se hayan podido realizar estas escenas que más parecen sueños que realidad.

El año terminó con otro éxito, Rocambole, cuya publicidad anunciaba que era una película de 1800 metros de longitud, formando la primera serie de las tres que constituyen todas las hazañas del personaje novelesco pintado por Ponson du Terrail en su novela.

Por su parte, el Trianón -que había vuelto a sus mejores tiempos y la empresa, no escatimando gastos, procura dejar satisfecho al público que acude diariamente a tan favorecido cine- también competía el Variedades alternando su programación de cine de larga duración con varietés, postergando al teatro.



Más cine y menos teatro

Almería, a lo largo de los años venideros, mantendrá su oferta cinematográfica a través de dos cines estables: el Variedades y el Trianón. Otras empresas intentan competir con estos teatros ya consolidados y con una programación diaria de nuevos títulos. Ahora el cine se ha convertido en cotidiano, una necesidad inevitable de ocio y diversión para unos y un arte singular para otros. Ya no se reclamará por el público culto más teatro y menos cine. Ahora las compañías de teatro contratadas se hacen pesadas y largas. Por eso, en la temporada dramática del Variedades de principios de 1917, la gente estaba deseosa de que terminara la larga temporada de la compañía Lorente y respiraba aliviada cuando se anunciaba el comienzo de la temporada de cinematógrafo Pathè con una producción nacional muy poco frecuentada en las pantallas almerienses: la versión en imágenes de la obra de Jacinto Benavente, La Malquerida (Baños 1914), estrenada el 22 de febrero y de la que se decía que la película por sí sólo constituye un verdadero acontecimiento; pero si se tiene en cuenta que el eminente actor don Francisco Fuentes ha sido el encargado de representar el famoso drama, la grandiosa cinta no hay que decir que resultará una verdadera obra de arte. Con esta clase de películas la empresa va cumpliendo lo ofrecido a los aficionados sobre proyecciones de verdadero interés y mérito.

También mereció el aplauso del público la película Soborno, una serie de 20 capítulos que se proyectó durante 18 días ininterrumpidos -desde el 24 de abril hasta el 15 de mayo-, y Los misterios de Nueva York. (L.Gasnier, 1914-1915). Pero la cinta que mayor repercusión alcanzó fue la estrenada el 9 de septiembre, según la novela cinematográfica de la novela de Blasco Ibáñez, titulada Sangre y arena. La película había sido estrenada en Madrid el 11 de mayo recorriendo con éxito diversas capitales españolas, llenando las salas donde se proyectaba y permaneciendo en cartel varios días. Fue el empresario malagueño don José Bernal Ruiz quien adquirió los derechos de la película, convirtiéndose en distribuidor exclusivo para Andalucía y las plazas españolas en Marruecos.



La moda de los seriales


Conforme avanzan los años, el cine va cobrando mayor importancia en nuestra ciudad; las salas se estabilizan y la programación adquiere mayor dignidad artística. El salto se dio en nuestra ciudad en la segunda década del siglo. Hacia 1914 las notas cinematográficas comienzan a ser habituales en la prensa local y hasta aparecen secciones de agencia que hacen referencia a pormenores de estrellas cinematográficas del momento, síntoma de la afición del público a los cines.

Para 1915 la prensa se hace eco ya del rudo golpe que el cine ha asestado a otro tipo de espectáculos, como el teatro. Ya era evidente entre los empresarios de salas y cafés que el cine, por su baratura y capacidad de entretenimiento, respondía cumplidamente a sus intereses y a los del público, y que entre otras ventajas ha creado la afición a los espectáculos.

Muchas familias, cuya costumbre era retirarse al anochecer a sus casas hasta el día siguiente, ahora no pueden pasar sin acercarse al Trianón, el Variedades o el Hesperia para ver alguna cinta de cine americana o conocer la última cinta de la casa Pathè, que era la que más novedades ofrecía. Los aficionados al teatro en la ciudad son ya una pequeña minoría. Todas las clases sociales de Almería se vuelcan con el cine. Hasta el punto que algún medio de prensa expresa su desconcierto asegurando que el cine constituye una enfermedad que ataca a todas las clases sociales, pues ahora el público –se decía- prefería una película de Kri-Kri, Kri-Kri gentil hombre, Kri-Kri Odalisca… en el Salón Ideal, el Trianón o Variedades a las exquisiteces de una obra de Benavente, por ejemplo.

Podría decirse que la vida almeriense transcurría, a efectos cinematográficos, de cine en cine o al menos el cine era la actividad que aglutinaba más gente. En alguna ocasión hemos podido registrar en la ciudad hasta cinco actividades de ocio diferentes: cine en el Trianón y Variedades, recital de poesía, flamenco en el Café Suizo, sextetos de música en el Cantábrico y circo ambulante. Un promedio hipotético de 200 concurrentes a cada actividad y tres funciones nos daría un total de 3.000 personas, para una ciudad que no llegaba a los 40.000 habitantes. Hasta el punto que, en algunos momentos, se hace insuficiente el número de espectáculos los fines de semana para contener a la muchedumbre de espectadores.

Muchos motivos contribuyen a la victoria definitiva del espectáculo cinematográfico: el precio relativamente modesto de la localidad -el precio de una representación teatral a principios de siglo, por ejemplo, era de 1,80 pesetas butaca y de 40 céntimos general-, la variedad de películas en una misma sección, la variedad de escenarios de una misma pantalla, la penumbra de la sala de cine… Pero quizás el motivo principal fuera que a las pantallas almerienses llegara un nuevo reclamo visual: las cintas por seriales. La mayoría de las películas que empezaron a llegar a lo largo de 1915 al Variedades y al Trianón eran seriales, donde los almerienses empezaron a conocer y familiarizarse con las vamp del momento. Se proyectan seriales extranjeros y películas protagonizadas por las primeras estrellas del celuloide: la bellísima, marmórea Francesca Bertini, a la que siguen una floración de hermosas fieras femeninas que derramaron por las pantallas almerienses ríos de lava erótica, de amor loco y pasión selvática como Lyda Borelli, conocida entre el público almeriense por Perla Blanca, Dorotea Philips, Frank Whitson, Pina Menichelli... Aquellas mujeres se adueñaban de un varón, lo tentaban, se burlaban de él; le concedían al fin, como se decía entonces, una hora de locura; luego, lo desechaban con una sonrisa cruel; y para la película siguiente se procuraban otro candidato. El fuego sensual de aquellas criaturas, herederas de las vamp danesas (más sombrías) constituía para los jóvenes almerienses, en la época del amor idealista y de la moral pacata, una verdadera revuelta que reivindicaba el derecho de la pasión contra un rígido mundo de convenciones. Hoy, cuando sus films resultan delirantemente ridículos, -pues el triángulo amoroso con el que se nucleaba la historia se convertía en la estructura narrativa dominante de estas películas-, las poses lánguidas o tormentosas de esas mujeres, sus miradas febriles y sus ofrecimientos y esguinces siguen teniendo una poderosa fascinación. Pero la que merecía nicho aparte en esta abigarrada galería que hizo soñar a nuestros bisabuelos fue la gran amante, Eleonora Duse.

Los almerienses fueron un público muy fiel a este tipo de proyecciones, razón que llevó a los empresarios a explotar hasta la saciedad este modelo. En realidad era un modelo en clara sintonía con lo que estaba ocurriendo en el conjunto del territorio nacional. Esto motivó un impulso para la definitiva consolidación del cinematográfico como espectáculo de masas. Es digna de destacar la serie Las peripecias de Paulina (L.Gasnier, 1914), protagonizada por la antigua mecanógrafa y rutilante estrella Peral White (1889-1938), mezcla de ecuyere y heroína cinematográfica, que ocasionó la noche del 13 de febrero de 1916 grandes discusiones entre los aficionados por las difíciles situaciones que presenta.

Siguiendo el rastro de las series francesas nos encontramos en noviembre de 1920 proyectándose en el Variedades una serie de doce episodios, Barrabás (Louis Feuillade), donde Feuillade sumerge al público almeriense en las pandillas criminales, volviendo a los argumentos detectivescos y a las cintas de misterio. Un nuevo estilo narrativo aparecía en las pantallas y el éxito vuelve a encandilar de nuevo a los espectadores almerienses. Pero Barrabás no fue nada comparable a las más de quince noches que duró la proyección en el Variedades de la película kilométrica dividida en 30 partes y 15 series La llave maestra.

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Aunque la verdadera sensación de la temporada –por las connotaciones religiosas que encerraba para una sociedad como la almeriense- fue la proyección de la película Crhistus, exhibida durante la Semana Santa de 1916. Habitualmente durante estas festividades los locales de espectáculos interrumpían su programación, sobre todo el Jueves y Viernes Santo. Aprovechando la devoción que envolvían todos los actos que se celebraban en la ciudad mientras duraba la festividad religiosa, el estreno de Crhistus congregó a todas las clases sociales, especialmente buen número de sacerdotes y muchas personas religiosas de la ciudad. En la publicidad se utilizó el reclamo de su exhibición ante el Sumo Pontífice pues fue tomada –se anunciaba- en los mismos lugares sagrados donde se desarrolló la vida del Redentor, además de hacer referencia a las 5 partes en que esta dividida la maravillosa cinta, obras del arte religioso que merecerán la aprobación de este público como lo está mereciendo el de Madrid. La noche del 14 el público almeriense acudió masivamente al Teatro Variedades del Boulevard a contemplar la majestad y grandiosidad de esta soberana visión artístico-religiosa que, emocionado ante las imágenes, aplaudió en varias ocasiones algunas escenas, dando lugar a que el exhibidor mantuviera su programación durante varios días.

La programación de uno y otro cine, por otra parte, sufre una modificación a partir de l918 pues los espectáculos de trouppe y varietés ya no se cierran con proyecciones cinematográficas sino que aquéllas pasan a la segunda función, perdiendo cierto protagonismo pero asegurando su consolidación en todas las representaciones con novedades cinematográficas, como Juana la maldita, en tres partes, que durante varias noches actuó con éxito en el Cine Casanova del Variedades.

Ambos cines constituyen la base de la exhibición cinematográfica comercial de Almería durante este período, lo que hace de la ciudad ser un punto de atracción de gentes de pueblos vecinos. Los espectadores almerienses estaban formados de grupos muy heterogéneos. El público selecto ocupaba las localidades preferentes. En las localidades de general, conocido popularmente por gallinero, gente apretujada, muchachotes con pantalones cortos, soldados del Cuartel de la Misericordia, zagales de los barrios que aporrean las butacas y pateaban el suelo de madera cuando dejaba de tocar la orquesta o al operador se le desenfoca la proyección, tipos desconocidos, marmotas y niños, muchos niños, a los que se les dedicaban sesiones especiales desde las tres de la tarde.

El atractivo que encontró el cinematógrafo entre los diversos públicos que lo frecuentaban tuvo también su repercusión positiva en los periódicos locales, donde empezó a dársele un tratamiento más pormenorizado. En raras ocasiones aparecía la inclusión de anuncios de películas, pero sí se cubría oportunamente el tratamiento informativo, donde se daba cuenta de la programación diaria, aunque parcial.

El Variedades, frente al Trianón, siguió llevando la iniciativa cinematográfica durante estos años con títulos de series. A final de año la competencia entre ambos cines fue durísima y cada cual luchaba por ofrecer los mejores títulos. Pero el Variedades de 1916, construido en 1900 con precipitación y sin planteamientos estructurales perdurables, empieza a recibir las quejas del público por su incomodidad y pésimas condiciones. Y a punto estuvo de ser clausurado ante las implacables denuncias recibidas del público y del periódico “Arpón” acerca de las malas condiciones de seguridad del teatro. Esta situación provocó que se reuniera urgentemente la Junta de Teatros, compuesta por Monterreal, Mazetti y Lopez Rull. Una inspección giró visita y acordó autorizar su apertura mientras se redactaba un informe de viabilidad –informe que nunca concluyó-, aunque se autorizó su uso por no observarse ningún peligro inminente ni observar nada que pueda ofrecer motivos para suspender las funciones.

A primeros de año de 1916 Almería presenta una nueva oportunidad de ocio: la creación de una nueva sala de cine y la rehabilitación del Apolo. Este teatro, tan irregular a lo largo de su historia, se transforma en un local Kursaal Music May en el que se han introducido grandes reformas para mayor comodidad del público, estrenándose la noche del 27 de abril con la actuación de los conocidos artistas Pepita Domínguez, Pastora Sevilla, Carmen Perlita y las Hermanas Gracia, sin que tengamos constancia de una programación estable de cine.

También don José María Becerra presenta ante la Junta Provincial de Espectáculos del Gobierno Civil la solicitud para construir un Salón de Verano Ideal o Café de Verano Ideal para proyecciones cinematográficas en la calle Sagasta nº 4, lo que es en la actualidad General Tamayo, frente a la calle Reyes Católicos, cerca del Boulevard. El proyecto contemplaba un escenario en la parte izquierda, dotado de instalación eléctrica, y una cabina para el proyector de cine, aislado del público. El edificio había sido decorado con unos pequeños jardines alrededor del local. La parte destinada a preferencia, la localidad más cara, estaba situada en la zona posterior e iba más elevada que la general, lo que facilitaba una mejor visión de las películas y las representaciones de varietés a los espectadores. No tenemos más constancia de las características del local, pero suponemos que el modelo arquitectónico en que se inspiró el Ideal fue el que regía para los salones de la época, siguiendo la normativa para el reglamento de espectáculos. Tampoco nos queda constancia de qué películas se proyectaron o si el Sr. Becerra había diseñado el salón más para otro tipo de representaciones que para cine. El caso es que su idea inicial eran también proyecciones de cine.

El 28 de mayo de 1916 el cine Ideal abrió sus puertas con una zarzuela de la Compañía Nogales en un acto: La trapera; El contrabando y Los chicos de la escuela. La entrada era de 30 céntimos Preferencia, 15 General, niños y militares, 10 céntimos en funciones desde las nueve en punto. Los jueves y domingos presentaba una sección vermouth y el resto de la semana zarzuelas, y una oferta cinematográfica según metraje, es decir, 5.000 metros de chistosas y emocionantes películas o esta noche 6.000 metros de películas.

Hasta la Feria de 1916 la programación del Cine Casanova en el Variedades había sido casi exclusivamente cinematográfica, pero adapta su programación a la temporada ferial e intensifica las compañías de teatro y varietés, al igual que en los demás salones, rellenándose solamente los días de hueco con sesiones de cine, llegando incluso a suspender en varias ocasiones las funciones de zarzuela y teatro con algunas Compañías, como la de Enrique Lorente, sustituyéndola por la película Rosa entre espinas.

En el verano de 1917 ya no aparecerá -después de más de doce años de presencia en los veranos la ciudad-, el teatrico de verano de Los Jardinillos y sólo encontramos el Variedades y Trianón ofreciendo cine de verano; tampoco el Ayuntamiento organizó cinematógrafo público, que sustituyó las proyecciones en el Malecón por espectáculos de imagen, color y sonido. La originalidad de aquel verano del diecisiete recaía en un alarde de fuegos acuáticos, diseñado por la casa Ferrera, que termina con el simulacro de combate naval. O aquel otro de cuadros pirotécnicos.

Al año siguiente los almerienses pudieron resarcirse con la novedad de las veladas cinematográficas organizadas por el Ayuntamiento, siguiendo la costumbre de hacer lo que en Madrid y otras poblaciones. Se proyectó la cinta sobre la vida del torero Belmonte de la que se decía que (...)la emocionante novela del escritor Blasco Ibáñez, ha tomado vida real en el cuadro del popular coliseo del Boulevard. En esta novela cinematográfica la historia viviente de un célebre torero, a quien el autor disfraza con el nombre de Juan Gallardo, el cual fue un día el ídolo de la afición española (...) La pantalla de nuestro salón ha desarrollado la vida de este héroe del toreo, con todos los esplendores de sus triunfos y todas las tristezas de sus desgracias. También se proyectaron títulos como El vencedor del gran Derby, Caza acosada, sobre la vida en Siberia con todos sus dolores, Los emigrantes, cuyo protagonista era el actor de fama mundial, Alberto Carporai, a cuyo estreno –se anunciaba- asistió en Madrid la familia real, Soborno o La huella de la pequeña mano, donde se cuenta que ocurren las cosas más prodigiosas del gran mundo; escenas de los grandes y de los poderosos. Es la vida de un aventurero representado por Jack, el hombre gorila.

Al Sr. Becerra, propietario del cine Ideal, el negocio cinematográfico por metros no debió irle muy bien porque al año siguiente es adquirido por don Miguel Gómez Navarro, gerente del Variedades, que solicita permiso al Gobierno Civil para celebrar funciones cinematográficas en el local donde estaba el Salón Ideal, que pasó a llamarse Salón Bertini, en la calle Sagasta, transversal al Paseo del Príncipe. Gómez Navarro, buen conocedor y excelente organizador de espectáculos enseguida le dio una utilidad cinematográfica preparando para el mes de agosto y durante la Feria interesantes películas. Para la función inaugural la Banda Municipal de Música dio sonido a la película Historia de una herencia, una película que, según la prensa, había recorrido los principales cines de Europa. La función tenía un sentido benéfico pues se trataba de recabar fondos, el 20 por ciento de lo recaudado, para el Asilo de San Ricardo.

Desde 1915 el Sr. Gómez Navarro venía desempeñando el cargo de Director-Gerente de la Compañía Mercantil S.A. de Espectáculos Públicos, organizando todos los espectáculos públicos de la ciudad en el Trianón y el Variedades y ahora, desde 1917, del Salón Bertini. Además del Salón Bertini -al que el Sr. Gómez Navarro le dio poca utilidad, haciéndonos pensar que la adquisición de dicho local no era sino una argucia empresarial para evitar competencia o simplemente para controlar todo el mercado de la exhibición local- este emprendedor empresario se quedó poco después con la gerencia del Apolo programando para final de año proyecciones cinematográficas.

Así, el 9 de octubre abrió dicho Teatro con la proyección de películas de serie de la productora italiana Tiber Fibus, cuyas películas eran muy alabadas entre el público, como La gran vergüenza, (Emilio Ghione, 1916) en cuatro partes, en la que el mismo realizador aparece como actor junto a la actriz Ida Carloni; también contrató a la Compañía del Sr. Comes-Vega para organizar en nuestra ciudad un amplio ciclo de películas de abono en el Variedades que fueron un rotundo éxito entre los aficionados almerienses. Cintas como La reina madre, La máscara negra, en la que el detective Nick Carter pone fin a la aventura –y al suspense creado entre los espectadores almerienses- cazando en su propia cueva a la banda de secuestradores cuando trataban de quemar vivo a dos seres inocentes. La película-río siguió durante varios días con las sucesivas series de La duquesa espía, en cuatro partes; Zapatero detective o la banda del dedo grande, El anima de la Pepa y La heredera, interpretada por la actriz infantil donostiarra Josefina Sarratosa, que murió en diciembre de 1990 después de interpretar más de 60 películas; La máscara de los dientes blancos, divididos los títulos de los cuadros en Crimen y secuestro, La Aparición, La guarida del lobo, El desafío trágico, El triunfo de la máscara de los dientes blancos, todas ellas en sesiones de 4,30 y 6,30 horas, donde los niños pagaban media entrada.

Una vez terminada la programación de la Compañía Comes-Vega en el Variedades la programación de la Tiber-Fibus italiana se trasladó al Trianón, local que don Miguel Gómez Navarro había conseguido convertirlo ahora en el local de moda entre la buena y distinguida sociedad almeriense, hallándose bastante concurrido las noches que abre sus puertas con cintas como El último amor y Culpa o misterio, protagonizada por la actriz italiana Magdalena Cellar, muerta trágicamente, se decía en la publicidad de la cinta. Esta Compañía volvería a ser contratada por el Variedades en septiembre del año siguiente.

El Variedades inicia por primera vez, imitando el modelo de los cine madrileños, la sección continua. A través de estas largas y continuas sesiones de cine los almerienses se familiarizaron con las actrices y actores del momento y la prensa local hacía guiños de complicidad con los espectadores recordándoles detalles de las actrices, los nombres y su interpretación o adjetivando las cualidades de sus interpretaciones anteriores en películas ya proyectadas en la ciudad. Los nombres de María Luisa Derval, la italiana Lydia Quaranta que en la película -se decía como reclamo femenino- El vértice del pecado llegó a lucir 22 vestidos; la genial artista norteamericana Maria Walcamp y el descomunal Polo que tan popular se hizo en el papel de Roleux de La moneda rota; Diana Karren en Lea o el popular atleta Polo.

La Almería de principios de 1918 atraviesa una dura crisis: el problema de las subsistencias o crisis del pan.La causa era debido al excesivo aumento del precio que sufrieron las subsistencias que afectó al elemento más básico, el pan, agravado por la carestía que, además, sufrieron los medicamentos y especialidades farmacéuticas, que la clase obrera no podía adquirir. La raíz del problema, en opinión del almeriense del diputo y ex ministro Silvela estaba en los acaparadores y productores, que retenían los productos básicos para promover alzas ficticias en los mercados

Fue una aflictiva y mísera situación que vivieron las clases más humildes de la capital, tanto por la aguda crisis de trabajo que sufren los obreros, como por la agobiadora carestía de los artículos de primera necesidad que en general se viene padeciendo. Esta situación provocó revueltas populares y un incremento considerable de robos que la guardia civil no podía controlar. Era famoso en la ciudad un tal Vargas a quien se le encomendaba por las personas que habían sufrido robos, tan frecuentes en una época de graves desigualdades, las pesquisas para alcanzar al delincuente, pues Vargas –ironizaba La Crónica Meridional- era quien todo lo averiguaba en estos tiempos de renovación española.

La ciudad se llenó de pobres y ya no se podía distinguir quiénes eran los nativos y quiénes los forasteros. El Gobernador Civil dio instrucciones para que los pobres que no sean de la capital sean enviados a sus respectivas localidades, aunque la medida fue más voluntariosa que ejecutiva porque para paliar el hambre se llegó a abrir una suscripción recaudatoria mensual. El Gobierno Civil creó una Junta de Subsistencia que acordó no sólo perseguir las ocultaciones e imponer multas de 500 ptas. a los que sustrajeran cantidades de las declaradas, sino la revisión inmediata de los precios regulados por la Junta Provincial, a la que los acaparadores no hacían caso. La situación llegó a tal extremo que la Junta de Autoridades, presidida por el Obispo, don Vicente Casanova, recorría las tiendas y casas particulares de la ciudad para recaudar fondos con destino a la gente necesitada.

En el verano la situación aún no estaba resuelta. El pan seguía subiendo de precio y los panaderos se vieron en la necesidad de visitar al Gobernador Civil no sólo para justificar las subidas incontroladas sino para proponerle una nueva subida. El rumor se extendió por la ciudad y vuelve a crear alarma en la ciudad, y especialmente en la clase trabajadora. Se reúnen las Sociedades Obreras Matrícula Unida y El Turno, que alojaban a unos 1.800 afiliados, acordando crear una cooperativa para fabricar pan al tiempo que solicitan al Gobernador deje sin efecto la solicitud de subida reclamada por los panaderos.

En octubre el problema de las subsistencias no terminaba de resolverse. El 13, en el Variedades, se celebró un mitin en el que se pedía la dimisión del Ayuntamiento. Asistieron todas las Sociedades que integraban la Casa del Pueblo, quejándose nuevamente por la carestía de los artículos de primera necesidad. Don Antonio Tuñón, por el Partido Republicano, intervino para pedir la dimisión del Gobierno, al igual que Rodolfo Viñas, por el Partido Socialista. Finalmente se aprobó una moción en la que se acordó incautarse de la llave del Ayuntamiento y entregársela al Gobierno. Cuatro días después el Alcalde, Sr. Moreno, dimitió. A finales de año vino a Almería el diputado socialista, Andrés Saborit, que dio un mitin el domingo 2 de noviembre resituando el problema y preparando a la ciudad para la huelga.

Paradójicamente, a pesar de la crisis que vive la ciudad, el Variedades era el centro de reunión de dos grandes colectividades: la juventud que abarrota el teatro por la tarde y la de mayor edad que lo invade por la noche. Este acontecimiento, jamás visto en Almería, es innegable que lo ha originado la proyección de la grandiosa película El gran secreto, cuyo argumento ha intrigado profundamente a los chicos como a los grandes. Se vieron títulos de los más importantes de la temporada. Desde el serial La hija del Circo, desde primeros de año, que al terminar se obsequió al público con una moneda de oro de 100 ptas. al espectador más afortunado pasando por algún documental sobre el conflicto mundial hasta La favorita del rey, que cerró el año, dando comienzo a la temporada de teatro en los primeros días de 1919 hasta el 20 de abril del año siguiente, que abrió sus puertas el Variedades con su programación de cine. Otra cinta que llamó la atención del público y puso el cine a rebosar fue Amor y leones. El gerente del cine, para dar a la última escena la emoción de la realidad , sacó al escenario una jaula con leones.

En los primeros meses de año llegaron a Almería películas de Charlot y los espectadores se empezaron a familiarizar con el actor y atleta americano Bushman a través de la serie El gran secreto; con Francis Ford, conocido entre los aficionados almerienses por Conde Hugo porque en La moneda rota interpretó ese papel. El Conde Hugo era para los jóvenes almerienses un galán de largas patillas y, en su deseo de imitación, se dejaban crecer sus patillas en las barberías de los barrios. En las lunas de sus espejos anunciaban la especialidad de la casa en peinado y patillas a lo Conde Hugo mientras las jóvenes adornaron su cabellera con diademas igual que la intérprete femenina. También conocieron a Creigton Hale, conocido del público cuando se proyectó en la ciudad Los misterios de Nueva York; a Maria Walcamp y Polo, que tan popular se hizo interpretando a Roleux en La moneda rota; Neva Gerber, el actor Ben Wilson, Gracia Darmond, R. Kellard o Grace Darmond, de la que se decía que era la mujer más hermosa de los Estados Unidos.

Pero el público no siempre estaba a la altura de las circunstancias de las películas que se exhibían y algunas veces las sesiones del Variedades eran amenizadas por espectadores desagradables que pateaban contra el suelo, golpeaban las butacas (...) al amparo de la oscuridad cuando los músicos que ilustraban la película, por algún motivo, dejaban de tocar. Tan culta tarea -se quejaba la prensa- fue motivo de queja por algún que otro espectador que elevó al Gobernador Civil una reclamación para que dejaran de molestar al prójimo con esas expansiones.

Además de estos problemas de orden el Variedades vuelve a ser denunciado por problemas de estructura ante la Audiencia Provincial por un abogado y poeta de la ciudad solicitando el cierre inmediato de este teatrucho (...) pues es un peligro serio para la ciudad y donde, por añadidura, la inmoralidad es lenguaje corriente.

La temporada de 1919 tanto en el Trianón como el Variedades, no obstante los problemas de la ciudad y del Variedades, llegó a fin de año con enorme éxito. Fue una temporada de consolidación de las series cinematográficas. Series que, aunque tardías con respecto a otras ciudades, satisfacían a un público que buscaba refugio, lejos de los problemas diarios, en los sueños del cine y sus emociones.

La programación de 1920 fue organizada por don Miguel Gómez Navarro del siguiente modo: mientras el Trianón comenzaba la temporada de cine desde primeros de año, el Variedades ofrecería representaciones operísticas, teatro y zarzuela hasta el 20 de febrero de 1920. El primer dia del año el Variedades inició su temporada cinematográfica de la mano de la casa Pathé con La casa del odio, en 11 episodios, que fue un éxito rotundo.

En abril, después de un largo período de cine, de escenas espeluznantes, de crímenes, de emociones intensas, de carreras y sustos..., la noche del sábado de gloria el teatro vuelve al Variedades que alcanzó un lleno total pues estaba repleto, y bien repleto, de bellezas almerienses, que con su presencia daban el mayor encanto a la sala, ocasión que sirvió al Variedades para equiparse con un proyector sistema americano Camarógrafo Power y, a finales de abril, comenzar de nuevo una temporada frenética de cine con nuevas películas: Tih-Minh (Louis Feuillade), Gloria, en cuatro partes, protagonizada por Zoe Brae, La novela de un explorador, El filtro del olvido, superproducción Gaumont, y otras proyecciones en las que se alternaba el cine con el teatro y las varietés.

La temporada cinematográfica del Variedades y del Trianón fue espectacular, tanto que la temporada del Trianón, por ejemplo, se saldó con más de 200 proyecciones desde abril a septiembre, fecha que cerró sus puertas hasta final de año con el fin de adecuar sus instalaciones a la Real Orden, artº 90 del Reglamento de Policía de Espectáculos de 19 de octubre de 1913. Era preciso revisar el estado general del edificio, instalación eléctrica y adecuarlo con nuevos servicios que puso en marcha desde principios de 1920 y por segundo año en la terraza de verano de la Plaza Circular, que es un verdadero parque de recreos, como los que hay en otras capitales de gran importancia, donde los aficionados al cine pasarán las noches agradablemente tomando cafés y refrescos.

Pero mientras el Trianón adecuaba sus instalaciones el Apolo aprovecha para abrir sus puertas con nuevo afán, decidido a alcanzar la hegemonía cinematográfica. Para ello adquirió una pantalla de proyección, con la cual se daban por primera vez en Almería las proyecciones cinematográficas por transparencia. Además, se instaló un cinematógrafo de la casa Pathé que aseguraba ser el último modelo con una calidad de proyección fija y perfecta, como demostró la noche de su inauguración en Las joyas de un imperio.

El Variedades inaugura un nuevo estilo en su programación, los jueves de moda, junto a una apertura de su sala para iniciativas particulares y películas de la prestigiosa productora Gaumont con títulos como Mescanov, una superproducción italiana en series, Hamlet, La odisea de gloria y el reestreno de Barrabás, dirigida por Louis Feuillade con su clásico estilo.

En la pantalla del Trianón también se pudo contemplar a la actriz almeriense María Álvarez de Burgos con la película El protegido de Satán (1917), una serie de 15 capítulos, equivalente a una duración de 480 minutos, dirigida por José María Codina que ya había dirigido anteriormente a nuestra paisana en Mefisto (1917), interpretando el papel protagonista, y Codicia (1918).

El día de la Inmaculada, dentro del nuevo estilo de programación del Variedades, la Junta de Damas organizó una función benéfica, patrocinada por el Gobernador Civil, con el fin de donar un aguinaldo a los soldados que pelean en Marruecos, proyectándose el drama cinematográfico El Rey del mar. En los intermedios de las cuatro partes de la película actuaron la Banda Municipal de Música, el ilusionista Antonio Muñoz Linares y la Sociedad Romea, que interpretó un cuadro artístico dirigido por Ramón Cruz, presidente entonces de la Sociedad Osiris.




Los primeros cines de verano

El cine de verano era una modalidad de exhibición cinematográfica que se impuso en Andalucía y otras ciudades mediterráneas desde comienzos de siglo. Rafael Alberti en las páginas de Marinero en tierra recordaba poéticamente su infancia cinematográfica en la playa de la Puntilla de El Puerto de Santa María: “Del cinema al aire libre/vengo madre de mirar/ una mar mentida y cierta, / que no es la mar y es la mar”. También novelistas contemporáneos hacen mención a este tipo de cine y ambientan escenas de sus obras en ellos; Las mil noches de Hortensia Romero, de Fernando Quiñones o Las tesis de Nancy, de Ramón J. Sender. Era un modo de exhibición que, por sus características sociológicas, ha sido muy característico de Andalucía, aunque no de forma exclusiva, pues en otras ciudades del norte del país se hacía cine al aire libre exclusivamente durante las fiestas patronales u otros motivos, pero no durante todo el período estival, como en las capitales y ciudades andaluzas.

Los espectadores de la capital que acudían a estos cines de verano eran también un público que huía del sofocante calor veraniego buscando refugio al aire libre mientras disfrutaba con alguno de los espectáculos que se les ofrecía. Un vecindario no muy distinto al componente sociológico de otras ciudades andaluzas. Además, la programación de los cines estaba hecha a la medida de las necesidades de los espectadores cinematográficos. Porque los espectadores del teatro y zarzuela eran otros y exigían un local con butacas y acondicionado para el evento cultural. Rafael Utrera dice que la asistencia del espectador a estos locales ha ido conformando una normativa donde la espontaneidad y el sentimiento se hacen con frecuencia patente. En aquellos cines de verano la expresión de la alegría y de la ira, el aplauso a los buenos y la bronca a los malos, el comentario en voz alta, son manifestaciones primarias que confirman el poder subyugante del cine como fábrica de sueños.

Las estancias de noches al aire libre se completaban con la visión del ambigú para consumir los productos que se ofrecían. Avispados vendedores solicitaban con tiempo al Ayuntamiento de la ciudad autorización para instalar en las puertas de los pabellones de cine vistosos kioscos donde ofrecer refrescos y torraos a los espectadores. Alguno, como Los Jardinillos, ofrecía, ya desde principios de siglo, su propio servicio y otros ofrecían películas por consumición. Los Jardinillos fue en realidad el primer cine de verano que dispuso la ciudad desde principios de siglo. Más tarde apareció la terraza Trianón Verano y, a partir de los años treinta, se multiplican y consolidan en nuestra ciudad las terrazas de verano.

La primera terraza de verano: los Jardinillos

La fragmentaria y a veces caprichosa información disponible sobre los comienzos del cinematógrafo en Almería, no permiten trazar con mediana precisión sus líneas de evolución. Los datos al alcance sólo pueden dar lugar a un ligero esbozo del tema.

Sesiones al aire libre, gratuitas, se realizaron en Almería durante las fiestas de agosto, 1898 hasta la segunda década del siglo siguiente. El Paseo del Malecón, La Puerta Purchena y la explanada de la Comandancia de Marina fueron lugares de proyección. Este tipo de sesiones públicas al aire libre se convirtió en Almería en espectáculo tradicional que no ha faltado nunca en nuestra ciudad hasta los años setenta del siglo XX.

Pero la ubicación natural del cinematógrafo en sus inicios fueron las barracas de feria y hemos de suponer que las proyecciones espontáneas a la intemperie gracias al nomadismo de los primeros exhibidores a que se veían obligados, característica de las proyecciones en estos primeros años. La feria era un resabio provinciano que atraía a los almerienses y a los forasteros. Parecía necesario divertirse sumergiéndose en todo ese ambiente de monstruos, toboganes, rifas y churros y grandes orquestófonos con sus autómatas regían la noria de los tío-vivos y resplandecían a la entrada de los cinematógrafos.

El primer dato del que tenemos constancia se refiere a don Rogelio Castillo Zea que en 1905 abre el Café España, lugar de encuentro de una escogida representación de todas las clases sociales de Almería, y en julio solicita autorización para instalar un cinematógrafo en el lugar que corresponde al Cervantes. Era un solar al aire libre, rodeado de jardín con valla y una puerta central y, alrededor, sillas de madera o anea que el café disponía para sus parroquianos mientras contemplaban el paso de la gente. Pues bien, este local era conocido por Café de los Jardinillos y don Rogelio Castillo Zea, empresario hábil e imaginativo, retomó esta terraza para instalar en su interior un cinematógrafo a la intemperie que hiciera más llevaderas las calurosas noches del verano almeriense; un cinematógrafo del que se decía que es de los mejores conocidos hasta hoy. Desde primeros de julio comenzó a funcionar esta terraza de verano con el nombre de Cinematógrafo Iris, que daba tres secciones de seis cuadros cada y el precio de cada sección era por consumo.

Las funciones se anunciaban en una pizarra exterior, pero también era muy socorrido vocear la venta de entradas a la puerta del café. Cuando iba a comenzar la función se convocaba al público con un timbre eléctrico en la puerta avisando del comienzo de cada sección, ocasionando alguna que otra queja entre el vecindario pues suponían grave perjuicio de la tranquilidad y del reposo de los ciudadanos.

Todas los días, la monotonía de las plácidas noches almerienses quedaba rota ante la proyección de ingenuos cuadros llenos de peripecias. Por veinticinco céntimos, consumición mínima, se tenía derecho a una gaseosa, un café y a presenciar un espectáculo. Realmente debía causar estupor, a quien no estuviera en el secreto, contemplar un cine abarrotado de gente golpeando botellas y mesas, impacientes porque empezase la función. Es de imaginar el rápido despliegue de camareros que don Rogelio pondría a disposición y que, en alardes de prestidigitación, escamoteaban los servicios en un santiamén. La pantalla frente a la barra del ambigú y cientos de ojos desde las sillas de patio y gradas que esperaban la llegada del operador. Y habría que imaginar a Fernández, el operador de Los Jardinillos, enfundado en su guardapolvo ceremoniosamente preparando la Pathè. Sonaba en el exterior un timbre y entonces empezaba la proyección bajo un silencio impresionante que, por cierto, no duraría mucho toda vez que los letreros sobre fondo negro invadiendo un trozo de pantalla eran leídos, cada uno por su sitio, en voz alta para los que no supieran leer e interrumpidos por los gritos y palmoteos que suscitarían las escenas.

En el verano de 1906 fue encomendada su remodelación de este cine de verano al escenógrafo almeriense don Joaquín Acosta, que los adecuó de un amplio escenario para espectáculos de varietés e instaló un servicio de bar. Dos años después, en 1908, se encomendó una nueva remodelación dotada de amplio decorado al prestigioso pintor y escenógrafo almeriense don Antonio Fernández Navarro.

En aquella terraza de verano todos los días de verano, desde las diez de la noche hasta la una de la madrugada, se podían escuchar desde audiciones gramofónicas hasta ventrílocuos, autómatas y duetistas, funciones benéficas de cine y rifas, pasando por varietés, canzocenistas y cantaores. Suponemos que la competencia del Trianón -mejor acondicionado- obligaría a Los Jardinillos a cerrar el verano de 1911. Seis años de espectáculos con los que cada temporada se transformaba para acoger a los distintos nombres de cinematógrafos que encerraba: Cinematógrafo Iris, La Luz, Circo de Verano, Los Jardinillos...

Otras terrazas se abrirían años después como el Trianón Verano en la Plaza Circular y el 27 de junio de 1925 don Juan Rumí instaló en la calle de los Cámaras una terraza de verano que, en realidad, era un amplio local, convenientemente acondicionado que reunía inmejorables condiciones. Este cinematógrafo debió ser el primero que instaló el Hesperia en el verano –del que no tenemos constancia documental en los archivos municipales- y que el Ayuntamiento concertó con su propietario para su actividad anual de Cinematógrafo Público que organizó un ciclo de cine con los actores cómicos del momento y reposiciones de títulos que habían alcanzado éxito en la temporada de invierno en el salón Hesperia. A estas les sucedieron en los años treinta la terraza Versalles, la Iris Park y Tiro Nacional.




Período 1921-1931

El período al que nos referimos está acotado dentro de dos acontecimientos que se produjeron en la ciudad: inauguración del Teatro Cervantes y la llegada del sonoro. El período ha sido seleccionado atendiendo a razones cronológicas y cinematográficas. Las dos fechas, además, marcan una frontera muy concreta en cuanto a los acontecimientos históricos y cinematográficos.

Contexto general

España vivía entonces un clima político inestable. Había una inquietud social enrarecida por un clima político destacado por el asesinato del presidente del gobierno, Eduardo Dato, y las derrotas de las tropas españolas en Marruecos, ambos hechos reproducidos a través del cinematógrafo. Todo ello desencadenará los sucesivos cambios de gobierno, la dictadura de Primo de Rivera y la proclamación de la II República.

Los almerienses acomodados seguían la hora con sus flamantes relojes de bolsillo, ajeno a las continuas averías del reloj de la Catedral o de la Estación, por los que se regía la gente de Almería, ya que el de la Iglesia de San Sebastián llevaba tiempo averiado. Las protestas del vecindario, las quejas de la prensa y las protestas de alguna sociedad obrero lograron que el viejo reloj de la Basílica se sustituyera por un hermoso reloj luminoso de enorme esfera, adquirido en 1924 a la prestigiosa Casa Guirand, de Madrid.

Almería, al principio de la década, era una ciudad destartalada con unas calles en pésimo estado, el Barrio Alto casi en ruinas, y continuas quejas de los vecinos a causa de la escasez de agua en todos los barrios de la ciudad. El alumbrado eléctrico aún no había llegado los barrios de la ciudad, ni siquiera al Parque. Pero en el Paseo y en la Puerta Purchena, donde vivían la mayoría de los concejales y el Alcalde, don Carlos Granados, gozaban de todos los privilegios de vigilancia, limpieza y alumbrado.

Sobre las clases menos pudientes de la ciudad recaía el elevado precio de los artículos de primera necesidad como pan, aceite, azúcar y patatas que los especuladores y acaparadores comerciantes seguían acaparando sin que las autoridades mostrasen excesivo celo.

En 1922, con un nuevo Ayuntamiento de corte conservador, presidido por el abogado don José Esteban Navarro, y la visita real la ciudad abrió algunas esperanzas para los almerienses, especialmente para solucionar el grave problema de paro que padecía la ciudad. Esta situación se la expuso el Presidente de la Sociedad de Obreros 1º de mayo, José López Plaza, quien solicitó que, para mitigar esta situación, se construyera el Tren Estratégico de Torre del Mar a Zurgena. Pero la respuesta se hizo esperar y la situación de las clases menos pudientes se agravaba.

A finales de 1923 vuelve la esperanza con la construcción del campamento de Sotomayor, que estaría dotado con cerca de 4.000 soldados, daría un respiro a la situación del paro obrero que, una vez iniciadas, no acabarían hasta 1929. Entre tanto el general Primo de Rivera se hacía con el poder, inaugurando un período caracterizado por la importante labor de la censura, la mejora de la situación económica, aunque no trajo el Tren Estratégico, y una aparente calma social. Durante los primeros años de la dictadura se advertían ya los primeros síntomas de una serie de cambios en los gustos del público almeriense. Así, se observa el desinterés por los seriales cinematográficos tipo Fantomas a favor de las grandes producciones tipo La Atlántida, de Jacques Feyder, proyectada con mucho éxito en el Hesperia el 23 de abril de 1925.



La década dorada del cine en Almería


En esta década la industria cinematográfica ya era una empresa de espectáculos consolidada. La producción nacional, con verdaderas chispas de genialidad, se remontó con títulos que atrajo a determinado público, pero otra parte del público quedó preso fácil del cine americano y europeo. La producción cinematográfica española se retrasó frente a la de otros países. La demora fue más intensa y prolongada, pues no en vano el país, bajo la restauración monárquica, era una sociedad predominantemente rural y sometida a unas restricciones políticas y culturales, a la vigilancia castrense de la dictadura primorriverista y al integrismo religioso que no disponía del sustrato adecuado para generar una oferta de ocio absorbible por el público.

Fueron con los films d´art del cine francés con los que el público almeriense aprendió a vestirse a la usanza europea y estableció nuevos estándares de belleza; con las cintas americanas aprendió a desmitificar algunos viejos fetiches, nueva forma de establecer relaciones, además de que su influencia llegó más allá, internándose en lo más intimo de los hogares: dentífricos, hojas de rasurar, water closet, etcétera. Con la narrativa norteamericana llegaba, pues, también un modo de vida diferente. Los hombres empiezan a llevar el pelo corto a lo garçon, la brillantina va sustituyendo al sombrero y las señoritas y damas de Almería, finalmente, han desterrado la costumbre de portar sus sombreritos en los cines y teatros, con gran satisfacción general.

En los cafés, en las tertulias, se comentan las noticias del momento gracias a que empieza a haber una mayor difusión de la prensa escrita, e incluso irrumpen tímidamente las primeras audiciones radiofónicas. Es decir, a la capital llegan genéricamente los lugares comunes propios de lo que podría llamarse “las grandes noticias”. Todas las clases sociales, reciben esta imagen de la realidad más distante a la cotidiana. El cine aprovecha esta rica veta de expectación preconfigurada, y dota abundantemente a los espectadores de un género que en realidad dista bastante del posterior informativo y aparecen en las salas de cine almerienses los reportajes.

La ciudad, merced a las proyecciones del Trianón y Variedades de la década anterior, había ido consolidando un interés hacia el cinematógrafo. La capital era punto de referencia de los pueblos próximos para conocer los últimos estrenos, pues en muchos pueblos de la provincia a finales de esta década no existían ni teatros ni cines.

La actividad cinematográfica de este período no produce ningún cambio destacable, a excepción de los años 1921 y 1922 que, gracias a la inauguración del nuevo Teatro Cervantes, se produce un auge de las representaciones teatrales en la ciudad. Los empresarios del Cervantes, Gómez y Orland, comienzan una temporada teatral superior a la que podía responder la ciudad, enturbiada con un suceso que conmocionó el mundo del espectáculo: La compañía Tudela-Monteagudo fue contratada por la empresa para actuar en Almería. Entre el cuadro de actores figuraba la almeriense Concha Robles, conocida en la ciudad. Mientras representaba la obra Santa Isabel de Ceres, en pleno escenario, recibió tres tiros por la espalda. La hermosa actriz empezó a tambalearse, mientras apretaba sus manos sobre el pecho, hasta que en pocos segundos cayó como un fardo sobre las tablas del escenario. El público creía que formaba parte de la representación pero, al mismo tiempo, se sentía confuso por el ruido de los disparos hasta que, poco a poco, se dio cuenta del suceso. El autor de los disparos fue Carlos Verdugo Boti, esposo de la actriz y en proceso de divorcio, que se trasladó a Almería la noche antes utilizando un nombre falso para colarse en los camerinos. Consiguió acceder desde el Hotel Colón, colindante con el teatro, y esconderse tras el rojo cortinaje del escenario desde donde disparó. Luego intentó suicidarse, sin conseguirlo. Toda Almería y el mundo del teatro se volcó en el entierro de la actriz que, además, uno de los disparos alcanzó accidentalmente a un joven de 16 años aficionado al teatro que, finalmente, falleció.

Como decíamos, el Cervantes había enfocado toda su programación hacia el teatro y algunos espectáculos de variedades junto a pequeñas representaciones musicales, y sólo ofrecía proyecciones cinematográficas para ocupar los vacíos inevitables producidos en cada cambio de programación teatral o musical. No obstante, fue el teatro Cervantes la sala que estuvo más atenta a los estrenos de obras cinematográficas de corte nacional.

En el Variedades se proyectaban películas de series y cortos cómicos alternando con varietés, trouppes, bailes y también compañías, como la de Manuel Vigo que suspendió la actuación prevista ante el repentino fallecimiento de su esposa, sustituyéndose la función por proyecciones de cine.

El Trianón también alternaba proyecciones con varietés, como la representación de cine y varietés que organizaron las Hijas de San Vicente de Paúl, a beneficio de la Tienda Asilo, la noche del 2 de junio de 1922, donde se mezclaron los couplés y una orquesta que estrenaba un instrumento nuevo llamado yamwar al tiempo que se proyectaban hermosas cintas.

En general, las temporadas cinematográficas solían comenzar en octubre en el Trianón y noviembre en el Variedades, consolidando el jueves como día de moda. Se mantiene la fórmula del período anterior de función diaria, con una programación específica infantil los fines de semana, desde las cuatro de la tarde. A veces las películas –como el reloj de la Catedral- se retrasaban o no llegaban, lo que ocasionó serios disgustos a los pobres proyeccionistas, que solían aguantar los silbidos del público.

Por la tarde se podía ver una película principal, generalmente el capítulo de una serie y, acompañando a esta serie, se proyectaban películas cortas, de dibujos animados, muy apreciados por los espectadores almerienses, y de carácter cómico. En la sesión de noche se volvía a exhibir la película de la serie o se estrenaba alguna nueva. Durante el verano eran complementadas con números de varietés, como en el Trianón Verano, donde se pasaba un rato muy agradable porque es deliciosa la temperatura que allí se disfruta... Parece –decía el comentarista- como si los elementos se asociaran para hacer más grata la estancia. Es un espectáculo al aire libre, se vive en plena naturaleza, sin molestar el humo del tabaco, sin los malos olores que se padecen en algunos locales cerrados... ¡y sin sudar¡. Acariciados por los suaves resplandores de la luna, sentándonos cada uno donde la plazca. La empresa de este local, situado en la Plaza Circular, durante el período estival rebajaba los precios para estimular la asistencia: 0,33 Preferencia y General 0,12 céntimos.

El verano era la época propicia para rellenar las carteleras del Trianón y Variedades con series norteamericanas, remakes, películas de dibujos animados, comedias y superproducciones con los actores de moda: Lida Bovelli, Pina Menichelli, Helena Colmes (la rival de Polo), Carlyle Blackwall, Dromio Jacobini o Pina Menichelli alternando, como de costumbre, el cine con las varietés. Esta constante se repite a lo largo del resto del año.

Con el cine la gente empieza a descubrir otras ciudades, otras costumbres y modas. Los coches y camionetas van sustituyendo, poco a poco, a los viejos carros de madera con ruedas enormes tiradas por burros y mulas. A la ciudad llegan revistas de moda dirigida al público femenino. En el cine las damas se entusiasman ante los reportajes de actualidad que ofrecen las productoras Verdaguer, Gaumont, Paramount o la Fox Movietone donde se ponen al día de la última prenda, el nuevo estilo de peinado o el maquillaje adecuado para las jóvenes de rostros pálidos, ojeras profundas y boca de cerecita. La indumentaria de los hombres varía poco. En verano se utilizaba el clásico mil rayas y la capa da paso a la trinchera, mientras el sombrero va desapareciendo con dificultad.

Lógicamente, dada la coyuntura histórica del momento, uno de los principales campos de expansión de esta utilidad cinematográfica es la guerra con Marruecos. Por supuesto, sujeta a la censura militar, lo que privaba a las cintas de cualquier atisbo de información explícita sobre el transcurso de la guerra, las posiciones ocupadas, etc. Una muestra representativa del interés que los almerienses -ávidos de información- sentían por los sucesos de Marruecos era aprovechar cualquier evento para asistir a los reportajes informativos, como la proyectada en el Hesperia sobre la ocupación de Alhucemas, editada por el Estado Mayor Central. Las proyecciones de esta cinta, en sesión continua, comenzaron el 24 de febrero y se prolongaron durante varios días. La recaudación obtenida fue de 128,35 Ptas. , que fueron destinadas a la Cruz Roja. Unos meses antes el General Gobernador también organizó una función benéfica para allegar recursos para el Homenaje al Soldado Mutilado, exhibiéndose El trapero, seguida de una cinta cómica, con el acompañamiento de la Banda del Regimiento de la Corona.

Las grandes estrellas del público eran los cómicos, destacando entre todos ellos el más grande de todos los tiempos, Charlot y su interminable serie que ocupaba las sesiones infantiles: Charlot empleado de banca, Charlot y la policía, Charlot patinador, Charlot quiere casarse, La varietés de Charlot, Charlot en Carmen, Charlot en el Balneario... Al citar las películas cómicas de este período es preciso detenerse en las películas protagonizadas por Larry Semon, un cómico norteamericano que los espectadores almerienses conocían con el nombre de Tomasín, rivalizando con Charlot, muy admirado por el público almeriense desde 1924 como lo demuestran los títulos exhibidos en la cartelera de la capital: Tomasín camarero mayor, Tomasín detective, Tomasín en el disloque... Otro artista cómico del momento que rivalizó desde 1919 con Charlot fue Fatty. Las cintas de Fatty entusiasman a todos -decía la prensa- y cuando faltaba una de Charlot se suplía con Tomasín o Fatty y así encontramos una larga lista del genial cómico en Cogida de Fatty, La boda de Fatty, Charlot y Fatty en el boxeo...

Los acontecimientos mundiales fueron seguidos a través de las revistas Pathé, Paramount, Fox, Revista Gráfica Verdaguer, Revista Eclair, etc., reseñándose el conflicto bélico europeo como argumento principal y, desde la perspectiva nacional, se destacaban los sucesos de Marruecos, como el exhibido en 1921 sobre la guerra de África, España en África, otro acontecimiento cinematográfico en la ciudad, en la que aparecía información de las operaciones del Regimiento de la Corona nº 71 e imágenes de la ciudad. Y es que la guerra de África era un asunto al que la sociedad almeriense estaba muy atenta. No en vano muchos soldado regulares del Cuartel de la Misericordia y voluntarios habían sido reclutados para la guerra. El Variedades estuvo atento a esta sensibilidad proyectando documentales sobre el desarrollo de los acontecimientos. Es más, el propietario del teatro encargó al almeriense Luis Pardo se traslade a primera línea de fuego para filmar imágenes del batallón expedicionario almeriense.

Desde primeros de enero de 1922 la empresa venía anunciando este acontecimiento y el público estaba interesadísimo por ver las escenas de los soldados almerienses. Finalmente, el 11 de febrero el reportaje se estrenó en el Variedades ante un teatro, hemos de suponer, abarrotado de público.

Pero no sólo se exhibían documentos de corte histórico, sino que en las pantallas de la capital los almerienses quedaban perfectamente informados sobre las últimas tendencias de la música y el sonido a través de revistas musicales o sobre el mundo del sonido en la Revista Fox Folliers, la Arco Iris y la The Broadwy Melody o documentales de carácter científico o del mundo natural. Así pues, los acontecimientos sociales o históricos en Almería fueron marcando el devenir de lo que acontecía en el mundo y en nuestro país. También del cine. A través de la pantalla los almerienses se enteraban de cada uno de los cambios que el cine iba experimentando: ensayos de color, intentos por lograr el sonido, publicidad comercial, nuevos actores, emergencia y apogeo del deporte, corridas de toros o inventos nuevos, como la radio y la televisión.

Un nuevo medio de comunicación: Radio Almería

Un nuevo instrumento de comunicación emergía en el panorama nacional: la radio. Las radios de galena conectaban a los almerienses con el mundo exterior a través de las ondas, pero era insuficiente y dificultoso. No todo el mundo podía acceder a este sencillo sistema de comunicación. Las barreras montañosas que rodean la ciudad oponían su dificultad a la transmisión de las ondas. Quienes alcanzaban a conectarse, al día siguiente, trasladaban lo escuchado en las tertulias de los cafés, en las sociedades y clubes de la ciudad.

Algunas ciudades andaluzas disponían de su propio medio de comunicación, se comentaba con cierta envidia en la ciudad. Por eso, ciertas personas de la capital venían acariciando la idea de poner en nuestra ciudad este nuevo instrumento de difusión y que, bien organizado, podría estar presente en la vida de los almerienses.

En efecto, a mediados de la década un grupo de almerienses crea una Comisión Promotora para constituir definitivamente el Radio Club de Almería (...) para ofrecer conciertos oídos en toda la provincia. Naturalmente que los aparatos utilizados serían los sencillos instrumentos de galena, fáciles de adquirir. A mediados de abril de 1926 vuelve a reunirse la Sociedad Radioclub Almería en el salón de actos del Círculo Mercantil para su constitución definitiva puesto que ya contaba con concesión estatal.

Dificultades técnicas y legales dificultaban su comienzo y sólo se autoriza su emisión en pruebas. Pero a finales de año la radio pasó de acontecimiento a necesidad diaria. A pesar de que la emisión era en pruebas, en el ambiente de algunos sectores sociales la radio podía más que una romanza de tiple anónima que las tertulias del Casino o la partida del tresillo, porque -se elogiaba el nuevo invento- sin salir de casa nos dice dónde podemos comprar el mejor queso y el salchichón más selecto; dónde están los verdaderos calcetines y medias irrompibles o el tiempo que va a hacer, el alza y baja de los cambios. La radio parecía ya una realidad para algunos sectores de la sociedad almeriense, pero aún no se había democratizado.

De ahí las graves dificultades económicas que la Estación Radio Club Almería atravesaba. De poco sirvió el esfuerzo publicitario acerca de las excelencias de este medio que hicieron algunos ciudadanos almerienses en defensa de la radio local, antes de que cierren la Estación por no poderse costear.

No tenemos datos de la respuesta a la llamada aunque sí conocemos que, a mediados de abril del año siguiente, la estación acometió un plan de reformas para colocarla entre las mejores de España y, a tal fin, se desplazó a la ciudad un técnico de Madrid para ajustar la potencia de la estación y proceder a la modificación de la antena y el resto de la estación. Finalmente, la radio cerró durante un tiempo y, nuevamente, volvemos a saber de este medio cuando el Obispo de la diócesis el 7 de marzo de 1928 bendijo los aparatos y estudio de nuestra estación. Coincidiendo con tal acto la festividad de Santo Tomás, el programa de la Estación estará a cargo de los Estudiantes Católicos de Almería. Pero a finales de abril la señal, por razones técnicas, se había perdido y tuvo que trasladarse desde Madrid un especialista, don Matías Martín, para recuperar la emisión.

En enero de 1934 fue concedida a don Miguel Soto una nueva emisora local. El modelo elegido para Almería era del tipo Marconi, con 200 W de potencia, capaz de oírse en toda la provincia. La idea inicial del Sr. Soto era retransmitir las obras teatrales y conciertos. Incluso contempló la posibilidad de contar con orquesta propia. La emisora se puso inmediatamente en pruebas. Finalmente, Almería pudo disponer de una emisora de forma oficial a través de la concesión otorgada con la denominación de EAJ 60 Radio Almería, cuyo concesionario era don Miguel Soto Román. Su inauguración fue incluida en el programa de feria de 1934, pero se aplazó al mes de septiembre, aunque funcionando en período de pruebas.

Por fin, el 20 de septiembre emitió oficialmente EAJ 60 a las 13,30 horas. Comenzó su emisión con el Fandanguillo de Almería. Le siguió El Trío de la Estación, dirigido por el maestro Barco, que ejecutó “La alegría del batallón”. A las 14,30 daba información de la cartelera de cine y las 11 de la noche cerraba su emisión.

La radio empezó a formar parte de la vida cotidiana de los almerienses, penetrando lentamente en los hogares, formando parte de las tertulias de los cafés y cervecerías hasta convertirse en la gran distracción y medio de comunicación imprescindible de la década siguiente.

Supervivencia del teatro a pesar del cinematógrafo

Una autoridad de esta época dijo que el teatro español se nutre hoy de las mismas ubres ya un poco esquilmadas que le dieron sangre hace veinte años. Cuando don Jacinto Benavente, asentado en la tradición, fue sustituido en los escenarios por Echegaray y Valle Inclán que, con sus fuerzas “feas, católicas y sentimentales” dio lugar a escaramuzas célebres, como aquélla del saloncillo de un teatro que se hacía tertulia de un estreno de Echegaray. Don Ramón del Valle no hacía más que gritar: Ese don José tiene la obsesión de la infidelidad conyugal¡ ¡Todos sus dramas son autobiografía de Nacido burlado¡ Un joven que escuchaba desde otra mesa le espetó: Opine usted de la obra, pero no de la vida privada. A lo que don Ramón contestó: ¿Y quién es usted para intervenir?. El joven, contundente, le volvió a responder: Soy el hijo de don José Echegaray. Y Valle-Inclán, con gesto olímpico le apuntilló: ¿Está usted seguro, joven?. Y Almería no estaba lejos de esta apreciación. Al final de esta década el cine era la diversión más popular y la preferida por la mayoría de los almerienses. Ni siquiera el football, el deporte más popular, superaba las preferencias del público por el cine, de tal modo que los seguidores de este deporte podían preferir ir al cine, pero muy pocos cinéfilos eran seguidores de esta actividad.

Sin embargo – nos relata Manuel del Águila- existía una gran afición al teatro en aquella Almería de mi infancia. De tal manera que las compañías se sucedían y las señoras se preparaban para la llegada de las grandes compañías. Las señoras no iban al cine, que era más propio de la gente del puerto. Cuando había estreno de teatro aprovechaban la ocasión para lucir sus trajes, sus sombreros que no abandonaban ni durante la representación y que entorpecía la visión de los de atrás, de tal modo que el teatro era un mar de pamelas vaporosas.

Costumbre que se arrastraba desde principios de siglo y que, en ocasiones, produjo serias protestas por la incomodidad que suponía para quienes gozaban del espectáculo que no lo pudiesen hacer a satisfacción completa a causa de esas vaporosas pamelas. De hecho, desde principios de siglo se venía intentando que las señoras abandonaran sus sombreros en casa cuando de ir al teatro se trataba y, al parecer, en algún momento se consiguió porque desde muchas partes envidiaban haber implantado ese uso, que hablaba muy alto de la galantería de nuestras bellezas para con los espectadores de todos los sexos y… dimensiones. La costumbre debió caer en olvido porque el público se lamentaba que tan pronto hayan olvidado nuestras paisanas la saludable costumbre de ir sin sombrero a la butaca del teatro, concluía.

“Al teatro –nos relata Manuel del Águila- acudía la gente de élite y la gente que sentía admiración por la música y la declamación. Muchas señoritas de Almería acudían a Málaga a estudiar declamación y allí se encontraron con artistas, como Anita Adamuz o Concha Catalá, que años después se las volvían a encontrar en el escenario del Teatro Cervantes. Es el caso de mi madre, que estudió con muchas de ellas en Málaga y cuando venían a actuar aquí mi casa se llenaba de antiguas compañeras que nos firmaban fotos de recuerdo y amistad. Mi madre me llevaba de niño al teatro y me compraba caramelos para que chupara y estuviera callado. Al cine no solía ir, cuando iba yo era su acompañante inevitable.

El teatro era reserva de los que éramos gente bien, de la gente chic; el cine era otra cosa, porque dentro del cine se podía permitir ocurririera de todo y ningún comportamiento antisocial escandalizaba. A mí ese contraste social entre cine y teatro me inclinaba por el cine. Había mucho ruido, mucho pateo..., cosa improbable en el teatro. Recuerdo las orquestas que no eran orquestas, eran cuartetos o quintetos, pero lo recuerdo de mayor. En las películas de tarde donde íbamos los niños, ahí no había músicos. Allí no había más que zapatazos. Más adelante, de mayor, con el cine mudo ya de última hora sí las recuerdo. Había un sexteto o un cuarteto, que recuerde, en el Cervantes y en el Hesperia. Antonio Cuadra tenía un cuarteto, creo, con el maestro Rafael Barco y Paco Gómiz. Los instrumentos eran bajo, violín, piano... Antes había un sexteto, el Sexteto Sánchez, de Paco Sánchez de las Heras. Y es que en Almería había una gran afición musical. En todas las casas de medio postín había un piano. La gente aprendía música en la Escuela de Arte, pero aparte había muchos profesores particulares que enseñaban aparte y eran también profesores de la Escuela de Arte. Yo tuve aquí, en mi casa, a don Antonio Alonso, por ejemplo, que fue profesor mío. Éramos una sociedad de bien. Teníamos hasta discos de pizarra de una sola cara, guitarra, radios. Recuerdo que cuando estalló la guerra escuchábamos por la radio Viva la Republica digna. Arriba los corazones. No eran los de izquierdas, era Queipo de Llano desde Sevilla”.

Los mayores iban al teatro y sus actores preferidos, pero los niños teníamos nuestros artistas, que eran los caballistas. El cine se llenaba de chiquillos. Yo recuerdo cine en el Variedades y en el Cervantes. En el Cervantes había mucho teatro. Del Trianón recuerdo un timbre en la puerta que avisaba a la gente. Pero con el Variedades tenía una relación especial porque un amigo de mi padre era el administrador o gerente del teatro, Manuel Delgado, que era interventor del Banco Hispano Americano. Éste nos daba un pase de Platea y yo iba con mis amigos, de balde y a la Platea. El mayor castigo que me podía infligir mi madre era cuando me castigaba el fin de semana con “No hay cine”.

A mi esto me hacía sufrir porque entonces eran películas de series y si me perdía un capítulo al día siguiente no podía hablar con el resto de los niños de lo que había sucedido en la película y eso me humillaba. Recuerdo en películas mudas a una actriz del cine mudo que se llamaba Francesca Bertini por la que sentía admiración. Pero mis películas predilectas eran las de western a las que precedían unos cortos de Charlot, Tomasín, Sandalio... La película la ponían un montón de veces. La ponían una y otra vez, pero le cambiaban el título. Recuerdo una que se llamaba “Tomasín en la granja”. A la semana siguiente se llamaba “Tomasín y la granjera”, “La granjita de Tomasín”. Pero había un actor al que llamaban Pitouto que se hizo célebre en la versión muda de “La casa de la Troya” (Manuel Noriega y Alejandro Pérez Lugín, 1925), que fue un éxito enorme en la ciudad. El protagonista era un tal Luis Peña y Carmen Viance. También recuerdo del cine mudo la película “Viva Madrid que es mi pueblo” Seguro que la vi en el teatro Cervantes.

Una muestra de la intensa afición que los almerienses sentían por el teatro fue la Sociedad Jacinto Benavente, creada en 1910 con el fin de fomentar la cultura teatral en la ciudad. Esta sociedad organizó diversas iniciativas culturales y literarias. Tuvo un cierto tiempo inactiva, pero en 1915 volvió a resurgir con una nueva Junta directiva, presidida por don Carlos López Fernández. Esta Sociedad, a pesar de ser exclusivamente teatral y haber criticado la afición de los almerienses al cinematógrafo, en 1922 organizó una actividad imcomprensible: una verbena de proyecciones cinematográficas públicas, a la intemperie, por los distintos barrios y calles de la ciudad, desde la calle Cucarro, Rodríguez Sampedro, Ramós, Plaza San Pedro y Restoy, hasta otras del distrito quinto, actividad que redundó en el prestigio de la sociedad y en el aumento de nuevos asociados.


Grandes producciones del cinematógrafo


El Ayuntamiento, siguiendo la costumbre durante la feria de agosto, volvió a ofrecer cinematógrafo público en el Parque el dia 25 de 1922. Para ello instaló una gran pantalla en la explanada que había frente a la Comandancia de Marina que concentró numerosos público. El espectáculo estuvo animado por Banda Municipal de Música que dio sonido a las proyecciones.

El 11 de noviembre el Variedades, después de un breve descanso, vuelve a iniciar su temporada de cine de la mano de la empresa Pax-Gaumont, pasando así a formar parte este teatro de la red de Teatros Gaumont, cuyo contrato establecía ciertas ventajas en la primicia de la exhibición cinematográfica. La primera película proyectada fue El torbellino, llena de escenas emocionantes, todas ellas con trucos y escenas dramáticas, a la que le siguieron El cruel, El águila humana o las peripecias del aviador americano Lock-Lear, El crimen de la Alhambra, interpretada por Nick Wniter, Los dos niños de Paris, en 12 episodios, La mano del muerto, La huerfanita y un documental sobre l a corrida de toros en la plaza de Albacete, con Chicuelo, Lalanda y Maera. Cerrando el año el Variedades, dirigida ahora por el mismo empresario del Cervantes, proyecta el documental Viaje de S.M. el Rey don Alfonso, en varias partes. La proyección se convirtió en éxito cinematográfico porque se prolongó desde el 29 de diciembre al 6 de enero del año siguiente. Este documental sobre Almería había sido encargada por la empresa a la casa Gaumont durante la visita del Rey a la ciudad. En la película aparecía una extensa información gráfica sobre nuestra ciudad y de los actos más interesantes del Rey. En uno de ellos aparece el Rey imponiendo la Medalla Militar al Regimiento La Corona.

Desde 1923 observamos la presencia en las carteleras almerienses de proyecciones producidas en España y el interés manifestado por el público por estos títulos; se advierten también los primeros síntomas de una serie de cambios en los gustos del público almeriense al descender el interés por los seriales cinematográficos, que habían causado admiración a finales de la década pasada, y una tendencia favorable a las grandes producciones y, como se ha dicho, a las de corte nacional como Currito de la Cruz, El niño de las monjas, Lazarillo de Tormes, La Revoltosa, Gigantes y cabezudos, Nobleza baturra, La hermana San Sulpicio, Morena Clara, Carmen, La aldea maldita o La Casa de la Troya, de la que el articulista, Miguel Ribera, en crónica enviada desde Madrid en exclusiva para La Crónica Meridional, presentaba un panorama interesante de la incipiente industria cinematográfica nacional; a propósito de este film decía que la película ha sido filmada por una empresa española y durante sesenta representaciones seguidas agotó diariamente las entradas. Una verdadera catarata de novelas, dramas y zarzuelas del género chico, se abate desde hace pocos años obre las pantallas españolas. El incipiente arte cinematográfico nacional, completamente en mantillas, ha producido hasta ahora films en los que a base de las incuestionables bellezas de nuestra tierra, de los trajes típicos y de las costumbres castizas españolas, unos respetables artistas de las tablas, pretendían llegar a ser “ases” de la pantalla, sin conseguirlo, claro está, pues aparte de que no poseían dotes fotogénicas, de que ellos no eran sino artistas de la palabra y no del Arte Mudo, resultaba que maniobraban cohibidos ante el objetivo y excesivamente preocupados de “mirar” a las lentes frontales de la cámara. En realidad, salvo muy pocas excepciones, lo único bueno de las películas españolas era el paisaje y el ambiente. (...) El secreto del éxito de La Casa de la Troya, estriba en todo lo contrario. La conciencia más exacta y más escrupulosa de la realidad, dirige todo en esta película. Finalmente remarcados los detalles cómicos, tratados con amor y con exquisito gusto artístico, las bellezas de la “meiga” tierra gallega cuidada la presentación y todo lo demás ha dado un buen resultado.

La empresa del teatro Cervantes, tan inclinada a las representaciones teatrales desde su comienzo, es quien marca la pauta acercando a las pantallas almerienses películas de renombrado prestigio y, en algunas de ellas, con el reclamo de cine sonoro como sucedió con La verbena de la Paloma, arrancada del escenario teatral. Esta popular zarzuela de Ricardo de la Vega y el maestro Bretón fue llevada al cine por José Buchs, en 1921, y que a pesar de su exitosa carrera comercial fue estrenada en nuestra ciudad dos años después, cosa habitual en la programación almeriense. El solo anuncio de esta película fue un acontecimiento en la ciudad.

Con esta película la empresa del Cervantes inicia un recorrido con títulos de producción española, cosa sorprendente hasta el momento, y hasta organiza un Gran Concurso Cinematográfico que se presentaba así:

Esta noche tendrá lugar el estreno de la magnífica y sorprendente producción que hasta ahora se puede llamar

LA PELÍCULA SIN TÍTULO

La empresa de este coliseo, al anunciar el estreno de LA PELICULA SIN TÍTULO, ha organizado un concurso que ha de atenerse a las Siguientes bases: Podrá tomar parte toda persona que asista al Teatro Cervantes cualquier día de los que se proyecte LA PELICULA SIN TÍTULO y que adquiera localidades. A cada espectador que adquiera una localidad se le hará entrega de un Cupón boletín, para que pueda escribir el título. Los referidos cupones serán depositados en un buzón instalado a tal efecto en el Teatro Cervantes. Una vez retirada del cartel LA PELICULA SIN TITULO, se Reunirá el Jurado designado y el fallo se dará a conocer en los periódicos de la localidad y en la pantalla del Teatro Cervantes. Los cupones deberán ir escritos con tinta, en letra inteligible. El premio de este concurso consiste en un magnífico estrado de junco con esmalte, compuesto de un sofá, dos sillones, cuatro sillas y una mesa de centro. El Jurado lo forman los señores don David Estevan, Abogado; Don Pascual Lacal, Notario; don Jerónimo Rubio, Catedrático de Literatura en el Instituto; don Salvador Rossell, Catedrático de la Normal y Abogado, y don Serafín Cid, Catedrático de la Normal.

Cuando aún resonaban en la ciudad los ecos del estreno de La verbena de la Paloma, llegó el 26 de noviembre a la pantalla del Variedades La España trágica, una película nacional producida por Rafael Salvador Films que llamó la atención en la ciudad. Esta película, dividida en cuatro narraciones en la que tomaban parte los ex matadores Machaquita y Gallito, fue rodada en su mayor parte en Andalucía y admirada –como decía la propaganda- tres veces por SS.MM. los Reyes. Con la proyección de esta película el Variedades estrenaba un proyector de cine nuevo que era definido como el mayor adelanto de la industria alemana.

Si la actividad del Cervantes en 1923 transcurre a través del teatro, el Trianón la focaliza desde el cinematógrafo. Para ello contrata con la casa Verdaguer e inicia su temporada cinematográfica con series de suspense de Polo que los almerienses siguieron con verdadero y apasionado interés como fueron El fantasma gris, La muchacha de los ojos grises, en cuatro partes, La fortuna fatal etc., que solían proyectarse junto a cintas cortas de Arold, Charlot y Tomasín

Pero lo que llamó poderosamente la atención aquel año fue el primer documental científico que vieron los almerienses, considerado por la prensa de espectáculo científico. Este espectáculo estuvo organizado por el Colegio de Médicos de Almería en calle Eduardo Pérez, 7, cuyo presidente, don Eduardo Pérez Cano, trajo a nuestra ciudad la primera película científica que se ha proyectado en España. La cinta –se decía- era obra de un almeriense, Manuel Torres Oliveros, gran fotógrafo y pintor, médico de profesión. La película en cuestión fue Fisiología de la gestación.

La idea le surgió a don Manuel Torres cuando viajó a Alemania acompañando al Dr. Recassens (hijo) donde estudió la posibilidad de reproducir en films la marcha de muchas operaciones quirúrgicas, pretendiendo llevar al cine para favorecer así poderosamente la enseñanza, todo el mecanismo de la formación maravillosa del nuevo organismo humano, desde que, fecundado el óvulo, comienza a crear en el seno de la madre…

Otra experiencia documental realizada en Almería fue a propósito de la plaga de 1922, conocida en la ciudad vulgarmente por oruga verde, que asoló gran parte de la cosecha uvera almeriense. Para estudiar esta plaga el Director General de Agricultura envió al catedrático de Patología de la Escuela de la Moncloa, Sr. Navarro, a estudiar in situ la situación, ocasión que aprovechó la Sección Agronómica de Almería para organizar una conferencia y proyectar durante el mes de julio de 1923 en el Variedades un documental sobre Las uvas de embarque producidas en Almería.

Más tarde se volvió a presentar otro documental local sobre Las uvas de Almería, que recogía la actividad de la faena uvera, construcción de carriles, selección, emborronado y exportación. La película fue filmada en el parral de la viuda de Baeza, así como en la barrilería de don Juan González Ramírez.

A mediados de noviembre un representante de la casa Pathé Baby -el cordobés don José Fragero tenía un importante comercio en Córdoba- se trasladó a Almería para dar a conocer este pequeño proyector. El Sr. Fragero lo presentaba como un cine pequeño, al precio de 200 Ptas., que se podía llevar a casa y proyectar películas cómodamente para quitar horas de aburrimiento y tedio. También ofrecía aparatos para poder impresionar películas a los que llamaban motocámara, que tendría la misma función que una videocámara actual.

No hemos podido localizar documentos gráficos sobre estos artilugios en Almería, aunque es seguro que familias de la alta sociedad almeriense pudieran haber adquirido aquellos aparatos y hoy estén arrinconadas en desvanes y trasteros junto a viejas películas con imágenes de operadores aficionados de la Almería de los años 20. Manuel del Águila, polifacético intelectual, zumbón y generoso conversador, nos rememora su infancia junto a un pathé-baby: “Yo tenia –cuenta- un pathé-baby del año 24 o 25. Veía a Tomasín y Charlot, muchas de Charlot porque me volvían loco. Y me vuelven loco todavía. Recuerdo que había una tienda de música en el Paseo que creo que se adquirían ahí películas, que se llamaba Guillén, un señor muy interesante que cantaba muy bien. En el Paseo, a la altura de la Habana, que hacia esquina a Navarro Rodrigo. Era una tienda de pianos donde comprábamos las cosas de música. Pero seguro, seguro, me las traía mi tío José, de Sevilla.

Mi madre nos concentraba aquí, en mi casa, en esta misma habitación. En la pared nos ponía una pantalla, un telón blanco. Ella nos dejaba tranquilos viendo las películas y hasta comíamos aquí. Nos juntábamos Juan José Pérez, el abogado, Jesús Durbán y su hermana, José Berenguel, Concha Ravel y Florencia, que me gustaba a rabiar”, concluye.

La fama de este aparato debió popularizarse entre los pudientes de la sociedad almeriense porque el Variedades, desde primeros de enero de 1924, anunciaba el sorteo de un Pathé-Baby. El procedimiento para el sorteo consistía en regalar, a cada persona que adquiriera localidades, números para el sorteo del día 31 de enero en la siguiente proporción: Por platea principal se le daban cinco números, entrada de platea o butaca tres números, anfiteatro dos números, delantera de paraíso, un número y general, otro número. Y no sólo con estas iniciativas alentaba los espectáculos cinematográficos sino que, además, redobla sus esfuerzos en esta temporada cinematográfica renovando y ampliando su contrato con la Gaumont para ofrecer al público superproducciones cinematográficas que tanto agradaba a los aficionados almerienses, como Oro negro o La hija de nadie, mientras que el Cervantes seguía apoyando su programación en las grandes representaciones de teatro, música y cintas españolas procedentes de adaptaciones teatrales, dirigidas a otro perfil de público.

Con este modelo de programación compartido vuelve al Variedades un período cinematográfico de film d´art, que el público almeriense recordaba con películas como Las dos niñas de Paris, La Huerfanita o Parissete, de Louis Feuillade. A ésta le siguieron otras proyecciones de los grandes films artísticos de los teatros Gaumont, superproducción Pax, El pensador, de Edmundo Flec, El kaiser en el desierto, sobre la vida del emperador Guillermo II de Alemania, El misterio de los naipes y sus interminables series: El diez rojo, La sota de piqué, El as de trébol, El siete negro, El rey de corazón, La dama de corazón, etc., que el público seguía con inusitado interés.

El Cervantes, fiel a la línea de acoger grandes eventos e iniciativas de sociedades locales comienza la temporada cinematográfica de 1924 con la película Operaciones científicas, proyectada el 13 de febrero, anunciando su proyección para las nueve y media de la noche, puntualidad que pocas veces se cumplía. La noche anterior la empresa del teatro obsequió con una sección especial cinematográfica a sus mejores amigos, entre los que figuraba la prensa, siempre condescendiente con los distintos empresarios a pesar de ser conocedora de las malas condiciones de las salas, la falta de comodidad y la impuntualidad en las proyecciones, motivo de repetidas quejas. A esta película, profusamente anunciada, se advertía de la prohibición a los menores de 18 años y recomendaba se abstuvieran las personas de carácter impresionable. Pero también el Cervantes se acogió al culto de los seriales dramáticos de moda: La torre de Nesle, en ocho partes, La ráfaga, de la casa Pathé, en cinco partes o la superproducción El tesoro del castillo, de la Gaumont, La doble aventura, guionizada por el escritor Ricardo Fernández Blanco de la obra La senda del destino.

A finales de esta década el cine extranjero se apodera de las pantallas almerienses, especialmente el cine americano, aunque la balbuceante industria cinematográfica española empieza a dar señales de vida en las pantallas de la ciudad. El Star System americano empieza a cuajar y los almerienses se dividen inclinados ante sus actores y actrices favoritos que siguen ávidamente en cada estreno local, en las escasas revistas especializadas y en noticias de agencia de la prensa diaria. Los espectadores almerienses empiezan a admirar a Greta Garbo, Douglas Fairbanks o John Barrymore, mientras los niños seguían las aventuras en dibujos animados de Mickey, las travesuras de Tomasín en interminables situaciones: Tomasín tramoyista, Tomasín tiene una perla, Tomasín en el bosque; Las peripecias de Charlot, Charlot patinador, Charlot quiere casarse, Charlot y Fatty en el boxeo, La varietés de Charlot, etc.

Presonorizaciones cinematográficas

Pero el acontecimiento cinematográfico más interesante de esta década fue el 28 de abril de 1928, cuando el público puso a rebosar la sala del Variedades ante el anuncio del estreno de películas sonoras con un aparato Cinefón. La prensa se hizo eco de la noticia y calificó el acontecimiento de curiosidad, aunque posteriormente lo calificaría de no es perfecto. La pantalla del Variedades siguió proyectando películas que en algunas ocasiones provocó en la sala, por ajustes en la sincronización, gritos y pataleos desde las gradas de general y preferencia; títulos que la publicidad seguía presentando como cine sonoro: Secuestro en el mar , de Herbert Blaché (Head Winds,1925), con House Peters y Patsy Ruth Miller, o la producción española Malvaloca (Benito Perojo, 1926), en la que intervenía el niño extremeño Pitusín, y en Sombras de Circo (1931), exhibida en el Cervantes en septiembre de 1932, donde comienza su decadencia como niño prodigio. Este niño-actor, en la onda de Jackie Coogan, era muy seguido en Almería a juzgar por las cintas que se exhibieron de él, interviniendo también en El novio de mamá en un registro de preadolescente en el que ya no funcionaba su imagen. Pero, como veremos más adelante, el cine sonoro aún no había llegado a Almería, ni a ningún otro punto del país.

Otros títulos -ya sin publicidad engañosa- ilustraron la temporada tan interesantes como La Cruz de la Humanidad,(Civilization, 1916) de Reginald Barker, Amores de niña (William A. Seiter, The Teaser, 1925) o El último de los mohicanos (Clarence Brown y Maurice Tourneur TheLast of the Mohicans, 1920), aunque el acontecimiento cinematográfico fue La hermana San Sulpicio, basada en la novela de Palacio Valdés, donde Imperio de Argentina es la hermana San Sulpicio, estando muy acertado el galán Ricardo Núñez (...). La dirección de Florián Rey está acertadísima y la fotografía de Beltrán insuperable. No terminaron los almerienses de reponerse del éxito celebrado en el Cervantes cuando dos semanas después se obsequió –siempre atento este teatro a las adaptaciones literarias- a los almerienses con otro éxito: La malcasada, dividida en doce partes, en la que además de personajes fantásticos aparecen personajes reales como Romero de Torres, Santiago Rusiñol, Franco, Millán Astray, Fletas, Belmonte, Ofelia Nieto, Mojardín. Luca de Tena, Muñoz Seca, Natalio Rivas, el novelista Pedro Mate o el humorista W.Fernández Flores y Valle-Inclán.

La cinta fue exhibida en el Teatro Cervantes con la orquesta que dirigía el Sr. Sánchez de las Heras y fue un rotundo éxito de público, al igual que ¡Viva Madrid que es mi pueblo¡ (Fernando Delgado, 1928) Muchos almerienses pasaron durante tres días por el Cervantes para ver esta película silente con temática taurina y ambiente nostálgico musicada por la orquesta que este teatro tenía contratada siguiendo la partitura especial para acompañamiento de Daniel Montoso, pues (...)la película constituye un gran paso en la cinematografía española (...) y encarna perfectamente en nuestra modalidad de españoles y eso, unido a la perfecta confección de ella, nos recuerda al detalle la impresión grata y amable de nuestros mozos estudiando en la corte. Sin embargo, la cinta exhibida a final de esta década, Rejas y votos, anunciada como netamente española rodada en el campo andaluz, estrenada en el cine Hesperia el 28 de marzo de 1930, producida y dirigida por el levantino Rafael Salvador, causó decepción entre el público, a juzgar por los comentarios de prensa.

A lo largo del 29 aparecen notas informativas en prensa del estreno de determinadas películas con la leyenda de gran superproducción, para referirse a la Paramount, o gran estreno Fox, para indicar que eran signos de calidad. Pero, en realidad, esta leyenda lo que encubría era una estrategia comercial de las ya poderosas productoras internacionales con la que los exhibidores locales se obligaban a contratar películas por lotes que empezó a perjudicar la exhibición y difusión del cine español, de tal modo que cada lote incluía varias docenas de títulos de las distribuidoras citadas, eso explica el incremento considerable de la exhibición cinematográfica, el descenso de la calidad, el recorte de la exhibición nacional, la aparición de los Diarios Fox como marca publicitaria a mediados de año y la Revista Paramount a finales de año. Un año relleno con películas de lote, entre la que cabe destacar una cinta de aventuras y romances, La máscara de hierro (Alla Dwan, 1929), interpretada por Belle Bennett y el admirado Douglas Fairbanks en el papel de D'Artagnan.

Un gran acontecimiento de 1929 fue Metrópolis (Fritz Lang, 1927) que puso en el cartel del Hesperia la noche del nueve de octubre el cartel de No hay billetes. Esta película de la casa UFA –se decía- es una maravilla de técnicas, superior aún a Varietés, de la misma casa. En “Metrópolis” no se sabe que admirar más, si la técnica, el lujo, la magnificencia con que se presenta, o los artistas que interpretan la colosal producción. Otros acontecimientos locales de aquél año fue la colocación en el Cerro de San Cristóbal del monumento al Sagrado Corazón; el año que se inauguró el puente sobre el río Andarax y se empezaba a soñar con una línea área Almería-Granada-Sevilla-Madrid -condicionada a la conversación entre el presidente de la Diputación, Sr. Madariaga, y el director general de Unión Aéreo, don José María Espinosa-; el de la construcción de la Escuela de Artes y Oficios, por el arquitecto Joaquín Rogi; el año que se asfaltaba la calle que conducía al Zapillo, futura arteria vial de la ciudad, y se proyectaba la construcción de la urbanización de Ciudad Jardín, al estilo de la urbanización El Limonar en Málaga, con casas que oscilarían su venta entre las 14.000 y 29.000 ptas. y las sociedades obreras exigían que se construyese con obreros y materiales de Almería.

Una costumbre generalizada en Almería, a la que aún no habíamos hecho referencia, es la tradición que arranca del siglo pasado con el teatro. Consistía en ofrecer la noche anterior o posterior de los Santos Difuntos una representación del Don Juan. Cuando el cine se impuso siguió la costumbre respetándose las fechas con una versión cinematográfica del Don Juan.

Desconocemos los motivos, aunque nos hemos interesado vivamente por esta costumbre ya perdida. El cronista, que firma con E.B., también se preguntaba por qué ha de ser esta sola fecha la de ver a Don Juan pisando los escenarios; y lo más raro es, que lo mismo en Madrid que en provincia, acude el pueblo llenando los teatros (...) antiguamente se representaba en nuestra capital todos los años, no sólo en los salones de sus respectivas sociedades, sino también en los teatros Principal y Novedades, terminando su reflexión lamentando que este año no veremos a Don Juan. Reflexión oportuna del comentarista que, posiblemente, serviría para que el empresario del Hesperia agilizara la reposición de un Don Juan en ocho partes a primeros de noviembre, aunque ya se había exhibido a primeros de año una versión del “Don Juan” titulada Tenorios endemoniados.

Nosotros tampoco hoy alcanzamos a comprenderlo. Lo cierto es que el Tenorio ha estado muy involucrado a Almería desde los viejos teatros del siglo XIX. El Tenorio siempre fue asiduo a nuestra ciudad convirtiéndose en un rito, una costumbre y hasta un vicio local. Todas las generaciones pasadas han venido coincidiendo en el entusiasmo ante el drama fantástico-religioso y puntualmente aparecía en estos días de octubre-noviembre al que el público acudía con unción a beber las palabras de aquellos, estableciendo comparaciones en cotas de perfección para interpretarlo. Mucho se escribió sobre este personaje. En cambio, poco o casi nada se ha comentado acerca de las razones por las cuales aquella obra que llenaba cada vez que llegaba, primero los teatros y, después, los cines al aproximarse el día de los Santos, cayó en el olvido y la indiferencia de las gentes. Hoy desconocemos el porqué de esta ausencia. Quizás el juego de contrastes entre la simpática picardía de Don Juan, la rigidez moral de su padre y su frustrado suegro Comendador, junto al dulce canto de Doña Inés, queden ya al margen de los usos, aunque los rasgos de proxenetismo de la dueña y los criados sigan siendo vigentes.

Fue el último año del período estudiado, objeto de esta investigación, que se representó en los cines almerienses la versión del Tenorio sentimental y granuja que el cine silente, como en el teatro, supo dar al don Juan popular y fascinante. El cine sonoro, de la mano de la Universal, trajo a Almería el Don Juan diplomático y, más tarde, El temible Don Juan, en versión animada, luego llegaría en 1934 Dos mujeres y un don Juan, hablada y en español, que se repetiría en 1935, pero ya aquellas versiones sonoras carecían de la fuerza expresiva heredada del teatro de los don Juan del cine mudo.




Conclusión

De esta década, en general, podemos decir que si durante los dos o tres primeros años de los veinte las exhibiciones habían disminuido considerablemente, a partir de 1924 la avalancha de títulos cinematográficos sube espectacularmente, producida sobre todo por la penetración de Hollywoodd en el mercado español y por la especialización del Cine Hesperia, mientras que los otros teatros continuaban con su programación tradicional: cine y varietés, el Variedades; grandes representaciones teatrales o musicales en el Cervantes, siendo el teatro, la ópera y la zarzuela las representaciones más comunes, quedando el cine relegado a un segundo plano.

Pero a finales de la década de los veinte, durante la temporada cinematográfica de invierno, se exhibían títulos importantes en el Hesperia y el Variedades que se volvían a reponer durante el verano. Una película que llamó poderosamente la atención en el 22 y el 24, dos años después que en Córdoba, Sevilla, Málaga o Cádiz-, fue Carceleras, además de otros títulos de carácter cómico y series de aventuras. De “Carceleras” se sabía que fue rodada en Córdoba lo que le daba mayor atractivo a su visionado, además de las noticias que se tenía de su estreno en Madrid al que asistieron los soberanos de España en el Real Cinema. Realmente esta película fue un exponente del cine de la época por su calidad técnica, por su ambientación y argumento, aunque con ciertas formas arcaicas y rudimentarias que muchos la hayan catalogado como españolada. Pero los aficionados almerienses hacían colas en el Terraza-Hesperia para verla. Durante el verano del 33 los almerienses pudieron ver, en versión hablada en español, una nueva versión de Carceleras, dos después que en Málaga, Córdoba o Cádiz. La película realmente gozaba de una enorme aceptación popular, sin embargo, los cronistas de la época se encargaron de censurarla, calificándola de españolada. De ella opina Caparrós Lera que “su concepción teatral se comía al costumbrismo popular”. El interés fundamental de Carceleras consiste en ser considerada por muchos historiadores en la primera película española sonora, como manifiesta Roman Gubern en su libro sobre “El cine sonoro en la II República 1929-1936” y que Fernández Cuenca anteriormente había identificado como “la primera película enteramente sonora, hablada y cantada que se hizo en España; su interés histórico resulta, pues, evidentísimo”. Suponemos que el éxito de esta película en Almería se debiera, más que a las razones expuestas, al éxito de su popular argumento que los almerienses disfrutaron aquel verano del 33 en el Tiro Nacional, una de las dos o tres netamente de producción española que se exhibieron en las salas almerienses.

Al final de esta década se anuncia la apertura de un nuevo teatro en el Camino de la Estación, donde anteriormente había estado la sociedad Boxiu Club, y que se llamaría Novedades, del que no volvemos a tener noticias.


Moral, infancia y cine

Otra preocupación que aparece en la década de los años veinte es la preocupación moralizante que sentían algunos bienpensantes de la ciudad sobre los efectos perniciosos del cine y ello con adelanto, además, a la doctrina vaticana que habría de iniciar, el día 31 de diciembre de 1929, el Papa Pío XI, con la Encíclica Divini Illius Magistri, en aviso de “los daños y peligros del cine, especialmente para la juventud...” La preocupación moral es constante y los párrocos desde el confesionario y los púlpitos alertan a sus feligreses para que sepan cuáles son las películas lícitas para todos y cuáles lo son con excepciones. En la Encíclica había cabida para el lamento pues ha crecido la necesidad –dice- de una más extensa y cuidada vigilancia, porque han aumentado las ocasiones de naufragio moral y religioso para la juventud inexperta, sobre todo por una propaganda del espectáculo cinematográfico, que ofrecen a los espectadores, sin distinción, toda clase de representaciones.

Qué no decir de una sociedad como la almeriense de principios de siglo, donde el conservadurismo y el catolicismo estaban fuertemente arraigados. La prensa y las tertulias conservadoras no perderían ocasión de airear a los cuatro vientos de los peligros del cinematógrafo.

Desde los inicios del cine, pero también desde el teatro y de cualquier otro espectáculo, siempre han existido grupos de personas que han buscado la forma de reglamentar y vigilar la moralidad que ellos puedan presentar a todo el público que asista a las funciones. Para Ramiro de Maeztu, un intelectual que había iniciado sus trabajos periodísticos en España y en el extranjero, sin embargo el nuevo espectáculo era considerado para él, desde un sentido en extremo ético y severo, como un efecto negativo para la sociedad y hasta con cierta misoginia compara a la mujer fatal del romanticismo con las vampiresas del cine, cuya misión es perder a los hombres, explotarlos, deshonrarlos y abandonarlos finalmente.

En Almería, además de la censura impuesta por el gobierno primorriverista, existió fuertemente la censura encubierta religiosa, que trataba de impedir todo aquel espectáculo que ofendiera a la moral o a la religión católica. Tan fuerte fue esta presión que, en las solicitudes de apertura de espectáculos o anuncio de proyecciones, durante la primera década del siglo, con frecuencia se hacía subrayar la alta moralidad del espectáculo. La Crónica Meridional anunciaba en 1913 que la proyección de las cintas exhibidas son del mejor gusto y morales y hasta en alguna ocasión el Teatro Cervantes recomendaba en nota de prensa, a propósito de una película de contenido erótico, que se abstuvieran las señoras de asistir porque podía herir su sensibilidad. Y todavía en 1935 el gerente del cine Hesperia advertía al público que el argumento de la película La pelirroja es bastante atrevido en su desarrollo.

La preocupación del poder local por las fisuras que el cine pudiera crear en el orden moral tuvo su correspondencia, aunque menos intensa, en el terreno político. La razón podría encontrarse en que el cine producido y exhibido en España, al menos en la etapa muda, no se caracterizó precisamente por su oposición al sistema. Pero tampoco había que acudir al cine subversivo para echar mano de la censura legislada como el celo demostrado por el gobernador civil interino de Almería, en plena época de libertades, el 25 de marzo 1933, haciendo enviar circulares a los exhibidores locales recordándoles insistentemente las prohibiciones y censura que pesaban sobre determinadas películas de contenido político. Tal fue el caso de Los cuatro jinetes del Apocalipsis que el gerente del Hesperia ya tenía en su poder y se proponía exhibir.

El antagonismo entre clericales y anticlericales revistió en nuestra ciudad un fuerte grado de belicosidad. También en pleno período republicano, al aparecer en pantalla imágenes de sacerdotes, al amparo de la oscuridad de la sala, los abucheos y silbidos fue foro de expresión libre en cierto sector del público almeriense que generalmente –se escribía- procede de las gradas.

Para que la gente dejara de asistir a funciones cinematográficas inmorales (que consistían en imágenes de mujeres y varones con ropas ajustadas o mostrando la espalda, los brazos, las piernas o el busto de las mujeres, descubiertos), comenzaron a aparecer las sesiones dirigidas a escolares o sesiones estrictamente familiares, y que, promovidas por diversas Sociedades buscaban una función moralizante, como la organizada por los alumnos del Colegio de Seises de la Catedral almeriense en el Variedades, con un Festival Cinematográfico Musical en el que se proyectaron La cúpula de marfil, El príncipe Lucero, El chaleco mágico, además de diversas composiciones musicales. Tan inofensivo fue el espectáculo que acudió el deán de la Catedral, canónigos, maestros y padres.

¿Quién pensaría que aquellas ingenuas películas de Maniobras de la caballería alemana; películas de Ejercicios de tiro aquí y allá, de viajes imaginarios y amores piadosos, de Escenas de la vida en Tokio o El reino de las hadas pudiesen atormentar tanto el espíritu infantil? Cuando aparecieron las primeras proyecciones todo eran elogios al maravilloso invento y hasta hubo algún comentarista en la prensa local que visionaba ya las posibilidades que tendría el cine al servicio de la ciencia y la educación.

Este carácter ingenuo con que aparecían los primeros cinematógrafos en Almería hizo que, desde el principio, se acogiese como un espectáculo al que no podían faltar los niños. De hecho, desde sus orígenes, se organizaron veladas para los niños asilados del Hospicio o los niños pobres de Almería acompañados de personas mayores, a quienes se les facilitarían entradas gratis, y funciones benéficas y caritativas para los soldados que combaten en Marruecos. Toda actividad importante que se organizaba en la ciudad tenía de fondo el cinematógrafo. Hasta la agrupación socialista en sus mítines organizaba sesiones del cinematógrafo, como el de la tarde del 14 de junio de 1910 con su presidente Miguel Cruz Maldonado a la cabeza, donde se exhibieron secciones del cinematógrafo, y al término del acto se permitirá la entrada del público.

El maestro de Lorca, don Antonio Rodríguez Espinosa, maestro entonces del Hospicio, hacía participar a sus alumnos de visitas cinematográficas al Variedades o al Apolo, además de algún que otro domingo por la tarde con los otros tres niños granadinos que don Antonio tenía alojados en su casa. Durante la estancia de Lorca en Almería don Antonio cuenta: Un domingo por la tarde les dio mi esposa dinero para que fueran a ver la función que ponían en el Apolo; pero como eran muchos y pequeñitos, les encargó que sacaran las entradas de gallinero, como llamaban al paraíso, por ser las más económicas. Fueron los cuatro, y según nos contaron habían pasado una tarde deliciosa. Repetía Federico con énfasis y gracia pasajes de la obra y gestos de los cómicos. Nos hizo reír esta observación suya: Dña. Mercedes, el gallinero está muy limpio: ¡ no hay ni gallinas, ni gallinazas. Yo quiero ir todos los domingos al gallinero. Iremos muy temprano para ver si encontramos huevos.

El único cine al que pudo asistir aquel año de 1908, donde el maestro sitúa la anécdota, era el Ena-Victoria, instalado en el Apolo, que había acometido obras de reforma en su interior dividiendo el aforo en Principal y Paraíso. La apertura de este cine se comentaba mucho pues, además de ser el primer cine estable que aparecía en la ciudad a finales de enero, una proyección de los primeros cinematógrafos siempre era un acontecimiento en la ciudad. Y hasta es probable que la cinta proyectada y a la que asistiera el joven Federico los primeros días de febrero -al precio de 10 céntimos en cada una de las cuatro secciones que programaba- fuera El aprendizaje de Sánchez, una película altamente cómica y muy celebrada por el público, que se mantuvo durante varios días en la ciudad. En este cine también tendría ocasión de recoger el joven Federico algún periódico gratis publicitario que repartía la empresa donde se daba cuenta del trabajo de los artistas de las compañías teatrales y de los que semanalmente hacían su debut en el Salón Ena Victoria.

Dentro de este ambiente ingenuo, sin que revistiera peligro moral, es probable que don Antonio permitiera a Lorca y sus hijos asistir a otras sesiones cinematográficas en este coliseo, dada la amistad que poseía con el propietario o el gerente del local pues, según relata el escritor almeriense Juan José Ceba, citando datos de la prensa almeriense, junto a este coliseo don Antonio impartía clases nocturnas de adultos. No todos los días, como ahora, había proyecciones pero sí surgiría la ocasión algún día que el mismo don Antonio, o el joven Lorca, advirtiera el anuncio puesto en la cartela a la puerta del teatro donde se anunciaba la proyección de cintas del cinematógrafo que llamaran vivamente su atención.

También tendría ocasión de asistir al Cinematógrafo Público en la Puerta Purchena que el Ayuntamiento se encargaba de contratar todos los años a una empresa de prestigio. Ese año la empresa seleccionada fue el acreditado Cinematógrafo Palais-Victoria, de Granada, donde probablemente el joven Federico la noche del 25 de agosto volvería a disfrutar del mundo de los sueños. ¿Y por qué no pudo asistir, acompañado de su padre y el maestro, -durante su visita a finales de agosto para matricularse en el Instituto- al teatrico de Los Jardinillos para ver alguna de las múltiples cintas que se venían proyectando en las calurosas noches almerienses y que se repetían, noche tras noche, como Posada de los Alpes, Deseo de imitar, Julieta y Romeo, Buen medicamento, Los especias, Conciencia de médico, Ráfaga de viento sobre la playa, Ramo para la novia, Maniquíes vivos, Uno que quiere volar, Pantalón corto, El cojo, La caverna de la bruja, Los sport en Suecia, El leñero, La leyenda del Polichinela...

Las sesiones infantiles a las tres de la tarde empezaron a hacerse habituales. A ellas acudían los niños masivamente, sin que preocupase a nadie el contenido moral de las cintas, sorteándose juguetes entre los infantiles espectadores. Luego comenzaban las sesiones de tarde y noche donde los niños tenía prohibida la entrada sin acompañamiento paterno aunque muchas veces se repetía el mismo contenido que en la sesión infantil. Estas cintas tenían un contenido más atrevido y picarón, con un cierto vigor erótico. Baste recordar algunos títulos como Mi marido tiene una amiga, Viejos pícaros, Los novios de Colombina, Obsesión de un marido celoso o Mi hija no se casa más que con un médium etc para intuir con qué gestos de complicidad se mirarían aquellos niños en la oscuridad de la sala de cine.

Sólo cuando el cine descubre la fuerza narrativa que supone contar historias ciertos sectores de la sociedad almeriense empiezan a observar el cinematógrafo con recelo. Eran los mismos que en los inicios del séptimo arte se acercarían a los pabellones y barracas para contemplar admirados la sucesión de imágenes ante una cámara fija. No había historia que contar: sólo imágenes que transcurrían en sucesión continua. Allí se encontraban las más bellas señoritas, tocadas con hermosos sombreritos, señores y señoras de la sociedad de bien almeriense y gentes de las distintas sociedades culturales de la ciudad. Pero el cinematógrafo, poco a poco, fue evolucionando en su forma de comunicar. Fue descubriendo la pasión del inmenso público que le seguía y empezó a contar historias. También cambiaron los espacios físicos y las personas. Aquella pequeña burguesía almeriense, que no era distinta a la jiennense, granadina o murciana, se cansó de la monotonía y la repetición de las mismas situaciones cinematográficas y se alejó del espectáculo para volver a las grandes representaciones de zarzuela y teatro, ocupando su espacio un público bullanguero y popular.

Eran tiempos en que el positivismo se impone en el mundo, y por lo tanto el modus vivendi social giraba en torno a ser civilizado, moral y reconocerse dentro de una sociedad jerarquizada, donde los superiores (los más inteligentes y más ricos) educaban a los inferiores (los pobres e incultos miembros del pueblo bajo), más que por una obligación moral, por una obligación social: había que perfeccionar a la sociedad mediante normas de comportamiento, tratando de moralizarla. Y no faltó, desde luego, algún comentarista almeriense que recogiera la opinión de aquella selecta sociedad: (…) es necesario tener en cuenta que el cinematógrafo tal como se le cultiva y explota en el espectáculo público, puede producir y produce graves perjuicios en el orden moral. Sobre todo para los niños y para los jóvenes su influencia puede ser perturbadora y perniciosa. Son ya numerosos los casos de niños y jóvenes que, influenciados por las películas de policías y ladrones, quisieron imitar las hazañas de éstos y se dedicaron al robo y hasta constituyeron “bandas” terribles”(...) esos niños perturbados por el cine y víctimas de la codicia de los empresarios, pertenecen a las clases más acomodadas…

Pese a las limitaciones expresivas propias del cine silente, los jóvenes y niños almerienses quedaban imantados por los mensajes invisibles enviados desde la pantalla. La sencilla liturgia contenida en un acto tan sencillo y rutinario como era el de penetrar en una sala oscura transformaba el viejo espectáculo de barraca en un ritual que situaba a todos en la siempre difícil frontera encargada de la separación entre la ficción y la realidad. Y en esa frontera, en efecto, el mundo infantil, aprendiz de un lenguaje nuevo, era incapaz de diferenciar la fantasía encerrada en las historias narradas de la realidad de los hechos vividos. Si a ello añadimos el afán de los empresarios cinematográficos por sorprender día a día a los espectadores con unas innovaciones que transformaron el clásico concepto de las primeras ingenuas proyecciones. Tampoco faltó quien arremetiera contra estos empresarios cinematográficos almerienses que no cumplen las sanas disposiciones, atentos su negocio, campan por sus respetos y se burlan de todos los mandatos legales”, apelando a la Guardia Civil, al alcalde y a la Junta de Protección de la Infancia. El cinematógrafo se presentaba como un espectáculo moralmente peligroso porque, cuando se hacía el oscuro, el diablo siempre acechaba, y no tardaron en verlo así las clases bienpensantes de Almería que empezaron a condenar el cinematógrafo como espectáculo y muy especialmente algunas de sus cintas. Los almerienses de la segunda década de siglo recibieron el inevitable reclamo del nihil obstat para acudir a un espectáculo moralmente limpio.

Un editorial de La Crónica Meridional de 1922 cree necesario que el cine debe conseguir el perfeccionamiento moral porque la proyección cinematográfica es un arma de dos filos. El editorialista cree que el ofrecer a los adultos películas con escenas espeluznantes de crímenes y otras más nocivas es una mala obra social, pero que hacer fijar la imaginación de los niños en este es sembrar en ellos la semilla más funesta que puede conocerse, por eso aboga para que se inspeccionen las cintas que se proyectan para que el cine sirva al bien y consiga la inculcación de la moralidad y la salvación de algunos.

Tampoco faltaron artículos de particulares en la prensa local donde se aseguraba que el niño que asiste a las representaciones cinematográficas recibe una impresión que no puede olvidar (...) Ellas perturban sus noches y sus días... les sirven para crear sus quimeras y se hace una idea absurda de la vida. El orden moral y el orden físico ejercen el uno sobre el otro una repercusión decisiva. Por eso, los padres no tienen el derecho de llevar a sus hijos al cinematógrafo ¡Cuántos padres deseosos del bien de sus hijos ignoran el peligro a que los exponen involuntariamente ¡

Otro artículo de 1923, firmado por Enrique Pina, para fundamentar la necesidad de la censura cinematográfica, invoca la opinión que el culto catedrático de la Universidad de Zaragoza, Sr. Lasala, sostiene sobre el cine, la censura y los niños y en su artículo hace un recorrido por los países de Europa que han legislado la censura cinematográfica y las medidas adoptadas. Quince días después aparece en La Crónica Meridional otro artículo con el título Los niños no pueden ir al cine donde se recoge las medidas adoptadas por el gobierno de Lituania, que prohibía a todos los niños menores de 16 años asistir a las representaciones ordinarias de cinematógrafo, y se castiga con fuertes multas a los empresarios que los admitan. Se exhiben –continúa-, sin embargo, películas para los niños; pero deben pasar de antemano por la censura del ministro de Educación.

Después de la intensa censura que mantuvo la dictadura primorriverista sobre la exhibición cinematográfica, los años treinta representan uno de los momentos más singulares en cuanto a la preocupación por las categorías morales de las películas. A fin de situarnos con plena validez en este ámbito y la repercusión que tendría en el cine conviene recordar que en 1928 se creó la Oficina Católica Internacional del Cinematógrafo (OCIC) que, desde el primer instante, hizo suyas las preocupaciones de la Iglesia Católica en el ámbito de la vertiente moral del cinematógrafo.

El aspecto moral de las películas se convierte en una obsesión entre el clero capitalino que, a través de las fichas que remite el Servicio Cinematográfico de la Confederación de Padres de Familia (Filmor), se convierte en guía espiritual capaz de facilitar una valoración moral sobre las películas que se proyectan en la ciudad y que reciben a través del Obispado almeriense. Existen archivos documentados en el Obispado de Almería que hacen referencia a estas fichas de Filmor que clasificaba las películas en B (Buena): para todos; D (Con defectos pero subsanables): Pasable; F (sólo para personas formadas): Mayores; P (peligrosa incluso para personas mayores): No Recomendada; M (perniciosa para todos): Mayores con Reparos. Existía en el ambiente religioso y clerical de la época que el cine, como se ha visto anteriormente, era foco de perdición y contraproducente para la educación de niños y jóvenes.

Es imposible que podamos afrontar en esta investigación, por su complejidad, la repercusión que tuvo en nuestra ciudad el efecto moralizante de Filmor. Pero sí podemos avanzar, siguiendo estudios generales que se han hecho en nuestro país, que del análisis cuantitativo de las calificaciones que se adjudican a los films durante este período nos encontramos con una serie de conclusiones curiosas: si estimamos como moralmente positivas las dos primeras clasificaciones (B y D) arroja un resultado de 417 películas, lo que supone un 51,35% de la exhibición total. Tan sólo 395 películas reúnen las características F, P y M que representa el 48,64 %, datos que vienen a contradecir el criterio tan extendido en aquella época y, posteriormente durante el franquismo, del carácter inmoral del cine.





Esperando el sonoro



La llegada y desarrollo del sonoro en la década siguiente era inminente y su incidencia en la producción iba a ser de gran importancia, ya que la crisis económica que atravesaba el país, junto a otros factores técnicos, impidieron el desarrollo de una cinematografía española.

Los almerienses no desconocían las posibilidades de transformación del cine mudo al sonoro y, cuando llegase esa posibilidad, la competencia con el teatro sería decisiva e irresistible. Las noticias llegadas de fuera o los comentarios de la prensa corroboraban esa pronta posibilidad de sincronía entre la imagen y el sonido y, una vez conseguido ese medio, se vaticinaba, el hijo del movimiento y de la luz se convertirán en el dueño de las multitudes, a las que tiene el cine ya dominadas.

Hacia 1928 se hicieron en Estados Unidos diversas pruebas experimentales para conseguir cine sonoro. Los primeros éxitos se deben a la Fox con el sistema Movietone, pero fue la Warner con El cantor de jazz la que alcanzó el éxito. En Europa se ensayaron diversos proyectos que resultaron un fracaso. Almería fue escenario de una de las primeras pruebas de cine sonoro que se hicieron en Europa, incluso antes que en Sevilla, Murcia o Córdoba. Las noches del 28 y 29 de febrero de 1928 se proyectó una película de serie en seis partes titulada Sangre y acero, de la Hispano de Forest Fonofilm, que tenía una parte hablada. El ensayo tuvo lugar en el Teatro Cervantes, aunque la experiencia resultó frustrante.

A lo largo de 1928 y 1929 los grandes éxitos del cine mudo siguen atrayendo al público. Cintas españolas como Boy, de Benito Perojo, o Ben Alí, que se proyectaba con acompañamiento de orquesta, no encontraban rival en los escarceos de cine sonoro que se intentaron en la ciudad. El año 30 comienza con una curiosa producción, Historia del caucho, un documental de la United Status Rubber Company, patrocinado por don José María Artero Pérez, agente exclusivo para la provincia de Almería de los neumáticos U.S. Royal Cord, en la Plaza de San Sebastián. La película fue muy publicitada y, en efecto, llamó la atención este documental publicitario y gratuito ofrecido en el Hesperia porque llevaba incorporado una audición sonora, sin que podamos especificar más. Le siguieron títulos que, de una manera u otra, llevaban incorporados dispositivos sonoros, como El gaucho (1927), precedido por el interés que a los aficionados almerienses le otorgaba su estrella favorita Douglas Fairbanks; Por la muerte del general Primo de Rivera, que se anuncia como un acontecimiento social en el Hesperia; El demonio y la carne (Clarence Brown, 1926) con la inefable y admirada del público almeriense Greta Garbo y John Gilbert; una película española, de las pocas que se veían por las pantallas almerienses, El Guerrillero (Julio Buchs, 1928), El carnaval de Venecia (1927), en 12 partes, de la que los espectadores debieron salir asombrados por las escenas a color presentadas por primera vez gracias al sistema Pathé-Color, y La alegría del Batallón (Maximiliano Thous, 1924), una zarzuela muda con rótulos rodada parte de ella en Guadix, Murcia, Elche, Peñíscola y Sagunto; El suceso de anoche (León Artola, 1929), Moulin Rouge (1928), del francés Ewald André Dupont y la divina Garbo, de la mano del genial Fred Niblo en The Lady Mysterious, conocida en España como La Dama misteriosa.

Una producción española más basada en una novela de Blasco Ibáñez, La Bodega (1930) fue realizada por Benito Perojo, con María Luz Callejo y Joaquín Carrasco en los papeles principales, exhibida en el Hesperia en su versión muda en noviembre. Desconocemos si la versión sonora de Perojo en los estudios franceses fue proyectada en nuestra ciudad, aunque suponemos que sí, dada la afición del momento al cante flamenco y a la admiración de los almerienses a Conchita Piquer, que luce su arte en aquella película. También se pudo admirar un drama de Fred Niblo, Redención (1930), producida por la Western Electric Sound System e interpretada por John Gilbert.

Y cómo no reflejar el cine de aventuras en el mar en nuestra ciudad como fue la versión silente producida por Vitagraph de El capitán Blood (1924), aunque proyectada en el Cervantes cinco años después, basada en una adaptación de la obra de Rafael Sabatini en la que J. Warren Kerrigan hacía el papel de Peter Blood y Jean Paige el de Arabella Bishop. Luego, en plena guerra civil, los almerienses podrían ver su remake realizada por Michael Curtiz (El capitán Blood, 1935), donde el galán de la época, Errol-Flynn, encarnaba el corsario enfrentado a la flota española en el asedio a Jamaica. El mar ha estado siempre ligado a la aventura; y al mar, el barco como escenario. Cuando nace el cine ya no existe la navegación a vela y, sin embargo, el bergantín y el galeón seguían siendo los barcos por excelencia que eran en el cine el territorio de los abordajes, los motines, los piratas y los tesoros lejanos. Pero aquellos almerienses, donde el mar era su existencia vital, adoraban las películas de mares, los corsarios y capitanes de barcos piratas, que suelen ser seres proscritos de nobles sentimientos, como el capitán Blood, o bandidos generosos recuperados de la leyenda y tantos otros bucaneros inspirados en obras literarias: El hijo del pirata, El teatro de los piratas, Amor de pirata, El capitán Alegría (1924), El capitán Sansón (1926), A través de los mares, Los corsarios, Por los mares del norte, El diablo de los mares..., todas ellas exhibidas en las salas de la capital.

Pero sin duda el film mítico por excelencia fue la versión del no menos mítico libro de R.L. Stevenson: La isla del tesoro, de Víctor Fleming (1934), proyectada en el Cine Versalles días antes de que estallara la guerra civil, y tantas otras que se exhibieron seguidas fielmente por un público donde el mar siempre fue futuro e incertidumbre.

A principios de 1930 se anunciaban películas sonoras como Frivolidades, pero el sonido lo daba la orquesta del Hesperia. A principios de noviembre también el teatro Cervantes anunció como sonora La aldea maldita, aunque en realidad eran películas sonorizadas sin diálogo y que provocó cierta decepción entre un público ansioso de la novedad del cine sonoro.

Muchas de estas obras se repetirán más tarde en otros formatos, tal fue el caso de Violetas imperiales, exhibida en el Hesperia en 1924 y 1935. El propio José Buchs, defensor del costumbrismo como señal autóctona, se repite en Carceleras, estrenada en el Tiro Nacional en 1935, cuya versión fue la primera película totalmente sonora de España.


En Almería se estrena cine español


La industria cinematográfica nacional fue despertando lentamente del vacío producido entre 1900 y 1910. Y, a pesar de la feroz competencia extranjera, inició un progresivo despegue a partir de los años veinte, gracias a unos realizadores que empezaron a dirigir cine y fueron capaces con su temática de remontar la industria nacional. De entre otros destacaríamos a Florián Rey, José Buchs, Fernando Delgado, Benito Perojo y César Fernández Ardavín, entre otros. Surge una casa productora, Atlántida Films, que se convierte en un claro exponente de la industria cinematográfica española, junto a Barcinógrafo, de Barcelona, o Iberia Films de Madrid.

Cada estreno de una película española era un verdadero acontecimiento. Las salas rebosaban y hasta había que solicitar las entradas por encargo para poder contemplar las obras cinematográficas españolas. Pero el cine extranjero -sobre todo el cine americano- se va imponiendo lenta pero imperiosamente, y el cine español entra en un período industrial con muchos altibajos que culmina, a final de esta década, con la llegada del sonoro y la producción silente de La aldea maldita (Florián Rey, 1929), que sorprendió a la industria cinematográfica en mantillas, también exhibida en el Cervantes a finales del año siguiente.

En la segunda decena del siglo XX La verbena de la paloma (J. Buchs, 1921), proyectada en marzo de 1923 en el Cervantes, marca los pasos a seguir por el cine español, al igual que El Lazarillo de Tormes (Florián Rey, 1925), exhibida en el Hesperia en noviembre de 1928, La hermana San Sulpicio, (Florián Rey, 1927) exhibida a principios de 1928 en el Cervantes en su versión muda y, posteriormente su remake sonora en 1935, en el Hesperia, o El negro que tenía el alma blanca, una cinta de 1926 de Benito Perojo, que fue exhibida cuatro años después en el Hesperia.

La primera producción sonora española fue El misterio de la Puerta del Sol (Francisco Elías,1928-1929), que llegó justo en el momento en que ya había sido presentado el invento de Lee de Forest en Madrid y los sistemas de la Westerns Electric se extendían por todas las provincias. Si a eso unimos la grave crisis del cine nacional, junto a la falta de medios técnicos para realizar cine sonoro en España, nos lleva a que muchos realizadores y actores españoles trabajen para los mejores dotados estudios extranjeros. Por eso las primeras películas habladas en español se elaboran en los estudios de Hollywood, en la productora UFA (Berlín) y en Joinville (París), de donde sale un cierto cine hispánico .

Con el deseo de proteger el desarrollo del cine español se creó el Consejo de la Cinematografía en 1933, al tiempo que también se dictaron unas normas que fijaron como obligatorio el doblaje al castellano de películas extranjeras, aunque muchas producciones se siguieron exhibiendo en versión original hasta 1936.

El cine durante la II República estuvo sostenido especialmente por las productoras Cifesa, de Vicente Casanova, y Filmófono, de Ricardo Urogoiti, a las que acompañaron otras muchas de desigual continuidad. El cine español demostró que era capaz de crear un cierto tipo de historias costumbristas muy del agrado del público. Los aficionados almerienses pudieron familiarizarse con nombres como Perojo, Luis Marquina, José Luis Sáenz de Heredia... Un cine de directores pero también de actores, pues a las pantallas llegan Imperio Argentina, Antoñita Colomé o Miguel Ligero que la noche del 16 de 1936 abril hizo su presentación personal ante el público almeriense para ofrecer una graciosa charla con el título ¿Quieres ser usted estrella cinematográfica?, igual que había hecho anteriormente en otras ciudades.

Una pequeña estadística, cuyas cifras son harto elocuentes, nos ayudará a comprender la penetración del sonoro: de 1929 a 1931 los films sonoros exhibidos son escasos, alrededor del 40 por ciento, pero en 1933 el porcentaje sube al 10 por ciento (de un total de unos 800 títulos, en números redondos) y en 1936 es ya del 90 por ciento, año en que las salas Cervantes, Versalles, Katiuska, Iris-Park y Tiro Nacional de la ciudad tienen todas instalados equipos permanentes de proyección sonora. Los datos mostrados aquí, correspondientes al período de republicano1931-1936, nos permiten observar el incremento paulatino del número de funciones cinematográficas –aunque no se declaraban todas-, gracias a la incorporación del sonoro, cuyo incremento se corresponde con el retroceso de comedias teatrales, varietés y óperas musicales que en 1913, por ejemplo, fueron de 258.

Si en un alarde de imaginación extrapolásemos los datos de las 782 funciones de cine habidas en la capital durante 1935, con una media hipotética de 350 espectadores por función, arrojaría una cifra aproximada a 300.000 espectadores de cine, mientras que a fecha del 2000 el número de espectadores de toda la provincia de Almería es de 1.109.049 y una recaudación de 4014 millones de euros, equivalente a 668.997.324 de las antiguas pesetas, equivalente a más de 3.000 funciones anuales.

En el período que nos ocupa, el año con el máximo de funciones declaradas a Hacienda por los cine Hesperia y Cervantes de la capital es 1934, con más de 700 funciones con una liquidación efectuada de 12.697,13 Ptas., y el que menos 1933, con más de 500 funciones de cine declaradas y 8.992,35 ptas. liquidadas.

Obsérvese igualmente la evolución de las funciones cinematográficas desde el año 1927, incluido a modo referencial, hasta 1936 completo. Se observará una bajada no esperada del número debido a la crisis que se produce con la introducción del sonoro. El público demanda cintas sonoras y habladas en español que no abastecen el mercado nacional. La industria cinematográfica española no estaba preparada para la producción de películas españolas, por lo que hubo muchas empresas españolas que comenzaron a rodar en estudios americanos, alemanes, franceses o ingleses. Además, tampoco reunía el país condiciones industriales para la sonorización de filmes por lo que la sonorización de las películas que se rodaban silentes en España hubieron de ser sonorizadas en estudios extranjeros.

A pesar del clima de inestabilidad política de los últimos años de la República, no varió significativamente el régimen de exhibición de las salas cinematográficas. Es más, a partir de 1933 aparecen las terrazas de verano que se consolidan en 1936 con nuevas salas.

Lamentablemente la guerra civil interrumpió estos años dorados del cine español. El conflicto bélico paralizó la producción de largometrajes en España y desplazó la realización de otros hacia estudios extranjeros –Roma y Berlín, especialmente-. Así Florián Rey y Benito Perojo dirigieron en dichos centros películas como Carmen la de Triana (1936), La canción de Aixa (1938) o Los hijos de la noche (1939). El bando franquista se quedó sin recursos, mientras que los republicanos dispusieron de la infraestructura necesaria como para poder abordar una relativa producción, aunque no fueron capaces de impulsar proyectos que alcanzaran resultados satisfactorios. Sin embargo, sí hubo una intensa actividad en el campo de los reportajes y noticiarios, con abundante información ideológica y propagandística. También hubo una notable presencia de directores extranjeros filmando activamente imágenes del conflicto y dirigiendo alguna película testimonial como Tierra de España (Spanis Herat,1937), de Joris Iven, y Sierra de Teruel (L´espoir, 1939), de André Malraux.














Las proyecciones en Almería a lo largo del período estudiado constatan la repercusión de estos cambios de manera directa o indirecta. Pero lo más significativo fueron las transformaciones experimentadas por los locales y los gustos del público.



EL CINE SONORO EN ALMERÍA

Introducción

Creemos conveniente recordar aquí que ha existido, en general, un gran desconocimiento de los primeros años del cine en el apartado de las exhibiciones y en lo que se refiere al aspecto sonoro del cine mudo. Por eso pensamos que, si bien por mudo entendemos la falta de habla, sería esta cualidad la única de la que carecería el mudo, pues el sonido aparecía empleado en nuestra ciudad con las mismas cualidades expresivas que lo conocemos hoy día, incluso en algunos casos experimentaciones con sonido. Por tanto, si simplemente se diferencia en esta característica, deberíamos definir el sonoro como hablado, pues junto al cine, desde su nacimiento, siempre estuvo presente el sonido.

Debemos desplazar la frontera, más bien difusa, en la que habitualmente se sitúa el periodo mudo, pues éste no concluiría, en nuestra opinión, hasta que imagen y sonido convivieron en la misma cinta. No podemos, por tanto, datar la fecha de la llegada del sonoro a Almería por válida cuando en la primavera de 1928 se proyectaron en la capital algunas cintas sincronizadas con los sonidos del fonógrafo y que daban la impresión de ser cintas sonoras, aunque así les interesara mostrarlas al empresario del Teatro Cervantes. No, porque carecían de valor técnico suficiente como para poder afirmar que imagen y sonido convivían en perfecta armonía. Será por eso que la empresa que hizo sonar las primeras notas de sonido al finalizar su contrato con el Variedades desapareciera. .

En realidad, aquella generación de almerienses acudía al reclamo de los exhibidores locales quienes ofrecían siempre el último invento (tecnológico) de la cinematografía. El cine sonoro estaba próximo pero no fue realidad hasta 1931.

Para aclarar esta confusión creemos oportuno insistir en el período al que estamos haciendo referencia. Sobre su inicio el criterio más aceptado es que la película El cantor de jazz, proyectada el 6 de octubre de 1927 en Nueva York y protagonizada por el showman de origen ruso, que alcanzó un éxito inmediato e inesperado entre el público, es la primera película sonora, aunque el slogan, sacado del texto de la película “aún no has oído nada” pretendía marcar los límites entre un ciclo y otro ya que, como se ha señalado anteriormente, el inicio del sonoro depende más de un concepto técnico.

En 1926 la productora Warner Brothers introdujo el primer sistema sonoro eficaz, conocido como Vitaphone, consistente en la grabación de las bandas sonoras musicales y los textos hablados en grandes discos que se sincronizaban con la acción de la pantalla a partir de un motor que coordinaba el proyector y el fonógrafo. Es en este soporte en el que se realiza la obra antes mencionada, pero no sería hasta 1931 cuando el Vitaphone se vería superado por el sistema óptico de la Fox, el Movietone, que se anunciaba “it speaks for itself”, algo así como “habla por sí mismo”. Así pues, El cantor de jazz, sin duda reflejo de la belle èpoque, se trataba de una película muda con los rótulos habituales, pero con un acompañamiento musical sincronizado compuesto por cinco canciones y una escena hablada de 281 palabras, todo ello grabado en un disco. Como es evidente no podemos considerarla una película hablada en el sentido que hoy lo interpretamos. Por eso cuando se estrenó en España, de hecho, se estrenó la versión sin el disco al no existir salas con el equipo necesario y no podemos considerar la llegada del cine sonoro a nuestra ciudad con el sistema de la C. Film Hispano de Forest como la primera referencia de proyección sonora y hablada a la que la prensa se refería.

Los efectos especiales sonoros en los cines mudos


Preciso es hacer ahora referencia a la primera experiencia que vivieron en el teatro Variedades aquellos almerienses de 1904 donde, para aumentar la sensación de realismo sonoro en una proyección, se instalaron artilugios como pitos, bocinas y carracas, para imitar ladridos o sonidos, el resonar de los golpes o el rumor del viento y del mar. Cinco años después llegó a Almería el Cinematógrafo Cantante Guerrero, del que ya hemos hecho referencia, instalado igualmente en el Variedades. Los hermanos Guerrero habían sustituido su espectáculo científico Cinematógrafo Parlante, modelo Edison, del año anterior, por el Cronógrafo Gaumont que proyectaba imágenes, debidamente sincronizadas por el procedimiento Sinkrón -se decía- con los sonidos del fonógrafo, produciendo la ilusión de que cantaban al mismo tiempo que se movían, dando a los cuadros un absoluto tinte de realidad, a través de un amplificador sonoro de aire comprimido que los Guerrero repetían por otras capitales andaluzas. Y como estos experimentos debemos suponer que llegaron otros a nuestra ciudad. Desde los clásicos y ocurrentes explicadores, de los que sabemos poco en Almería, hasta los inventos más sofisticados tuvieron una vida efímera, signo evidente de su difícil adaptación o escasa eficacia.

Las proyecciones cinematográficas de la primera decena de siglo, como hemos dicho, fueron amenizadas o acompañadas, según el caso, por diferentes sonidos y ejecutadas por diferentes soportes. A veces se imitaba el ruido del agua con papel de lija; otras veces, cuando se proyectaba una película reproduciendo la orilla del mar con el vaivén de las aguas, se imitaba el sonido de la marea frotando en sentido semicircular un trozo de papel de lija contra otro colocado sobre una superficie dura. Para obtener el ruido del casco de los caballos al marchar, se empleaban dos mitades de cáscara de coco y una losa de mármol o un pavimento o una baldosa. Otro ruido muy usado en el cine, es el del automóvil. Se produce con un puñado de cinco o seis varillas de paraguas golpeándolas ligera y rápidamente contra una chapa de lata. Al acercarse el automóvil se descargan golpes vivos y cortos.

La prensa almeriense recoge lo que puede ser una anécdota en la resolución de los efectos especiales para acompañar las proyecciones cinematográficas. Sabemos que los exhibidores ambulantes, expertos en el arte de la inventiva y la improvisación, se las ingeniaban inventando efectos especiales para dar mayor verismo a las imágenes que proyectaban, incluso con la linterna mágica.

Estas proyecciones eran grabadas mediante algún sistema externo al celuloide, lo menos frecuente, o interpretados en directo, durante el transcurso de la proyección. Testimonios vivos en nuestra ciudad así nos lo confirma. Consistían, según se nos cuenta, en efectos (sonoros) hechos con ruidos que daban la impresión de ser reales. En el Cervantes se hacían alguna vez comentarios a las películas mudas; otras veces ponían un pianista y era el encargado de darle efectos al galope de un caballo y la mayoría de las veces era la orquesta del cine que tenía a veces cuatro y a veces diez o doce músicos.

Tapia Garrido relata en sus vivencias cinematográficas en el Salón Hesperia que los músicos entraban por la calle central del patio de butacas, se acercaban al piano que estaba bajo el escenario, afinaban sus instrumentos y comenzaba la sinfonía.




El acompañamiento musical en las salas almerienses

Podríamos asegurar que, desde las primeras imágenes del celuloide en los albores del siglo, siempre existió en los cinematógrafos almerienses una mínima banda sonora. Si el cine aspiraba a provocar en el espectador el efecto de realismo, cómo no abarcar los sentidos básicos (vista y oído) para representar galopadas de caballos o ruidos ya que todos reconocemos las cosas por su imagen y la pregnancia de su sonido. Por eso, nuestros cinematógrafos tenían que impregnar a esas sombras mudas que se deslizaban por la pantalla vida por medio pasos, golpes, estornudos, puertas, cascos de caballos...

Era inevitablemente necesario que se oyeran esos sonidos descriptivos para dar credibilidad a la visión. Y si no, pensemos si sería posible que el cine en sus inicios no hubiese conectado espiritualmente con el espectador sin transmitirle las emociones necesarias de aquellas sombras junto al dramatismo de la acción y al dinamismo de los personajes. Aquellas necesidades permitieron igualmente el hecho de que estas pequeñas orquestas, bandas, sextetos o pianistas amenizaran las proyecciones de los primeros films y continuaran haciéndolo después en locales estables como el Variedades, primero y, posteriormente el Trianón, el Hesperia o el Cervantes dada la enorme afición escenográfica de aquellos almerienses. Además, las provincias no eran sino eco tardío de lo que se hacía en grandes capitales como Madrid y Barcelona, donde pronto hubo salas estables, y donde las exhibiciones eran acompañadas por una serie de músicos que amenizaban la proyección. Y Almería era también eco de los acontecimientos artísticos producidos en esas ciudades que, a renglón seguido, vía telégrafo y teletipo, eran reproducidos en la prensa local. La demanda del público animaría a nuestros empresarios locales a realizar las proyecciones en locales fijos, la oferta iría en aumento y las exhibiciones se hicieron rentables. Eran los tiempos de los coliseos repartidos por todo el territorio nacional, también en Almería, al Novedades o al Teatro-Circo Variedades se les conocía como coliseos.

Pues bien, en estos coliseos en los que se alternaban otro tipo de espectáculos -que también requerían la presencia de una orquesta o banda- las exigencias del público cuando ésta dejaba de tocar se dejaba notar, lo que permitía que fueran compartidas entre cinematógrafo y varietés para hacer más rentable el negocio, de tal modo que hacia finales de los años veinte, las diferencias entre unas salas y otras consistían en el aforo, los servicios y la presencia de músicos.

De los datos obtenidos sobre dotación en infraestructura musical de nuestros cines hemos podido extraer que, cualquier local cinematográfico que se abría en nuestra ciudad, contaba al menos con un piano, generalmente de pared, o una pianola. En algún momento hemos podido observar que el Cervantes, Variedades y Hesperia disponían además de agrupaciones musicales que variaban en número y calidad. La mayoría de los miembros de estas agrupaciones musicales estaban curtidos en el arte de acompañar, no sólo a películas, sino sobre todo a las vicetiples, bailaoras y divas de las varietés que desde finales del XIX habían pasado por las salas. Músicos veteranos, en fin, en el oficio tras años de trabajo en los antiguos teatros, salones de variedades y cafés de nuestra ciudad. Así el Cervantes contaba con una orquesta propia, también el Hesperia que, al margen de acompañar musicalmente la proyección, era la encargada de hacer sonar el himno nacional en las ocasiones que el Gobierno Civil u otras sociedades organizaban funciones benéficas.

Una duda que nos surge era: ¿Qué tipo de música interpretarían estos sextetos, agrupaciones o músicos solitarios, su calidad y el acompañamiento a la narración fílmica a la que presumiblemente apoyaban? Hemos de suponer, debido al escaso número de días que permanecía en cartel una película, que el acompañamiento musical tenía poco que ver con la trama argumental de la cinta, tomando derroteros inesperados motivados por la más genuina improvisación; y esto cuando no se dedicaba a repetir una y otra vez las mismas piezas musicales con la que el público almeriense estaba familiarizado. Claro que, el hecho de recurrir a música conocida para amenizar las veladas cinematográficas motivó un pleito con la Sociedad de Autores, situación que llevó al Salón Hesperia a suprimir la orquesta y los contratos de varietés mientras subsista por parte de la Sociedad de Autores el acuerdo de elevación de derechos.


Según hemos podido conocer por el testimonio de un contemporáneo de la época introducido en la exhibición local y transmitido a su hijo oralmente, el empresario del Hesperia solía recibir junto a la película una partitura en la que se detallaban los pasajes musicales que debían acompañar la proyección de la cinta. Desconocemos qué uso se hacía de este acompañamiento o ilustración musical hecho por diferentes músicos o maestros de orquesta sobre temas más o menos conocidos para películas concretas. Sí sabemos que esta práctica era muy utilizada en la exhibición de películas de fabricación nacional, como en Flor de España, exhibida en el Teatro Cervantes el 18 de enero de 1923 , con música adapta por el maestro Bretón, según la obra de José María de Granda, donde el hijo del maestro Bretón hizo en nuestro teatro una adaptación musical. También en Rosario la cortijera la orquesta del Cervantes hizo una adaptación musical dirigida por el maestro Blas Torres, el 20 de septiembre de 1925, con interpretación de la Argentinita, Antonio Varola y Elisa Ruiz.

En otra cinta exhibida en el Hesperia, Pepe Hillo, a primeros de junio de 1931, la orquesta interpretó una adaptación del maestro Cereceda; igualmente en Viva Madrid que es mi tierra, del maestro Montoro, exhibida en el Hesperia a primeros de abril de 1929; El suceso de anoche, del maestro Antonio Pol, una gran película española filmada por el matador de toros Antonio Villalta, exhibida en el Hesperia a primeros de mayo de 1930. La popularidad del tema, junto con la defensa, influida por el centralismo de la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) prodigaría este género muy solicitado por el público a los exhibidores locales con títulos posteriores como La Dolorosa. Sus temas costumbristas eran, como decimos, muy del agrado del público, además de que sus piezas musicales eran sobradamente conocidas de los almerienses.

Siguiendo la misma fuente oral se nos relata que existía una forma de injerencia directa en la proyección de la película por parte de la música. Es decir, se presentaban, previo a la proyección y más adelante durante los descansos, una serie de números musicales tras los que se iniciaba la proyección del film mudo que correspondiera sin que la mayoría de las veces la música subrayara la acción narrativa.

Pero no sólo eran orquestas las que acompañaban las proyecciones de nuestros cines sino que también se prodigó la presencia de pianistas o sextetos, como el sexteto Sánchez, muy habituado a actuar en los Cafés de prestigio de nuestra ciudad desde que comenzara su andadura en el Teatro Novedades en 1890. El teatro Cervantes disponía de un piano, al igual que primero el Novedades y el Variedades. Esta versatilidad del piano vale por sí para justificar la elección de este instrumento en las ocasiones más modestas, o también en las que eran necesarios elementos sonoros descriptivos durante la proyección como acompañante, momentos en los que eran necesarias ciertas dotes de improvisación.

Hemos dicho que las primeras cintas eran de poca duración. Pues bien, para estas cintas existía un programa más o menos variado lo que suponía dominar diferentes temas. Lo normal era interpretar a los clásicos. La orquesta del Cervantes, al menos, sabemos que los interpretaban hasta el abuso; los músicos de los pabellones cinematográficos ambulantes, de baja formación musical clásica, los reinterpretarían presentándolos de forma inadecuada. No obstante, también se interpretaron obras correspondientes a partituras originales que acompañaban a la proyección de las cintas.

Figura indispensable debía ser el explicaor (un recurso que pervive conocido como voz en off), sobre todo cuando las películas no tenían rótulos o los mismos no sabían ser leídos, si tenemos en consideración la existencia de un alto grado de analfabetismo en nuestra ciudad que impedía leerlos.

El director de cine catalán Fructuoso Gelabert , durante el rodaje pedía a sus actores que dijeran algunas frases que luego reproducirían directamente desde detrás de la pantalla tratando de sincronizarse con la película. La idea fue bien acogida por el público, pero la imposibilidad de desplazamiento de los actores fuera de la capital, junto a la dificultad para sincronizarse con la acción, imposibilitó su continuidad.

Era ya común oír en la ciudad a finales de los años veinte, antes de la llegada del cine hablado, comentarios sobre películas sonoras, aunque hasta el momento el sonido lo daban las anónimas orquestas, los sextetos y cuartetos, como el de Francisco Sánchez López, o músicos de la ciudad, curtidos en el arte del escenario.

Las películas mudas exhibidas suponían, cada vez más, un esfuerzo de las casas editoras al empezar a realizar cintas en varios episodios que los exhibidores locales se empeñaban en acompañarlas con efecto sonoros y música según el prospecto enviado por la productora, como en La Malquerida (Ricardo Baños,1915), exhibida en El Variedades el 21 de febrero de 1917 y, sobre todo, La vida de Cristóbal Colón (Ch. Drossner,916), proyectada en nuestra ciudad el 6 de mayo de 1916, una película en coproducción franco-española, que alcanza un presupuesto astronómico para aquellos años y llenos impresionantes en el Teatro-Circo Variedades

Del cine sonoro a la pantalla que habla Hay que insistir en la dificultad de consulta de determinados fondos hemerográficos en nuestra ciudad, que puede poner en entredicho nuestros asertos. Las fuentes para el estudio de la transición del cine mudo al sonoro en Almería proceden casi exclusivamente de los diarios La Crónica Meridional y el Diario de Almería. A través de ellos encontramos las referencias imprescindibles sobre estrenos, polémicas en torno al sonoro y apertura de nuevas salas. Así pues, con nuestros datos actuales, debemos situar la primera sesión sonora en Almería en el Cervantes, aunque la época dorada de la transición del mudo al sonoro la situaremos en 1932-1933, especialmente por la aparición de las primeras películas habladas en español, ya que hasta ese momento el público almeriense prefirió el mudo a las películas habladas en inglés, que eran la mayoría, de ahí que el Cervantes continuara con su programa de cine mudo como inicio de la temporada cinematográfica hasta 1934, que adaptó su sala a sonoro.

El sonoro había triunfado fuera de nuestras fronteras; en distintos lugares de España, al menos el sonido de los aparatos De Forest era conocido, mientras aquí seguíamos con el material de la Fox, de la Metro, la Paramount y Universal presentando sus últimos éxitos mudos. Hemos hecho referencia a que a principios de 1928 se anunció la presentación en nuestra ciudad del primer film sonoro, no hablado, por medio de un aparato llamado Cinefón.

Los diarios se hicieron eco de la noticia y fue el 28 de febrero en el Cervantes la sede del acontecimiento con la proyección de Sangre y acero, una película de la C.Film Hispano de Forest Fonofilm, anunciada como hablada, que continuaría días después en el Variedades a partir del 3 de marzo: La curiosidad ya que otra cosa no bastaría para justificar la presencia del público en la sala del teatro Variedades. Saber qué es el Cinefon, ver su funcionamiento; conocer los primeros pasos dados en el campo de los experimentos científicos; percatarse de qué forma se ha llegado a realizar la fotografía del sonido simultáneamente a la de la figura, para que lo uno complemente a lo otro, era nuestro mayor interés cuando anoche entramos en el viejo teatro.

El nuevo invento lanzado al mercado –se decía- si no perfecto en absoluto era suficiente tal y como se halla para dar la sensación perfecta de que habla o canta la persona que en la pantalla vemos, siendo isócronos los sonidos y los movimientos cuya coincidencia es exacta.

Y al día siguiente de la proyección se recoge la siguiente información: En las películas habladas en español es donde el público ha apreciado la novedad del invento Cinefón (también conocido por Phonofilm) y ello nos obliga a rogar a la empresa que sean proyectadas películas habladas en nuestro idioma en vez de hacerlo en lenguas extranjeras. Si nos atenemos a las noticias de aquellos días, la proyección tuvo cierta aceptación, y el sistema apuntaba bastantes posibilidades, supliendo la carencia mayor que hasta entonces había tenido el cine: el sonido. A tenor de los días que estuvo el invento en Almería nos hace suponer que no fue del agrado del público porque el sistema ni estaba suficientemente perfeccionado ni los films adaptados a él eran atractivos ni suficiente la producción, posibilidades todas que provienen de la misma causa: poco éxito. Sea lo que fuere, a finales del año siguiente, José Luis Salgado en La Crónica Meridional escribía: Si el cine mudo equivalía a un viaje maravilloso desde la butaca, el sonoro llevará a los almerienses a todas partes; y no sólo habremos de verlas, si no que las oiremos. Sensación pasmosa de autenticidad, de cosa viva, que enseguida se impondrá en los gustos del público. El cine sonoro –se decía- acabará con el teatro, con los periódicos...

Estas tentativas de acompañamiento sincrónico de sonido no fueron del agrado del público a juzgar por una carta anónima dirigida al periódico a principios de 1930: …me agrada el cine al aire; es espectáculo el del arte mudo entretenido por demás (el sonoro mientras no sea en castellano, me resulta muy pesado). No obstante, el coste de la instalación -la iniciativa de don Isidoro Vértiz, el primero en Andalucía en lanzarse a un arte que en general distaba por entonces de concitar la aprobación general por parte de las croniquillas de prensa locales (y más en una ciudad no abierta a excesivas probaturas como al respecto parece la capital almeriense)-, son el principal aliciente de dicha sesión. Lo cierto es que, al menos en los primeros momentos, el público estaba un tanto desorientado con lo que es el cine sincronizado, por otra parte anunciado por la prensa almeriense como verdadero cine sonoro. Por si fuera poco, incluso el cine Hesperia que cuenta con sistema de emisión sonora como tal (Western Electric), a veces no tiene su empresario suficientes películas grabadas con esta técnica, por lo que recurre a cintas sincronizadas, con sus inconvenientes, razón por la que la gente salía defraudada.

Almería, durante los meses posteriores a 1928, año 1929 y temporada de 1930 siguió proyectando cine silente, aunque otras ciudades andaluzas disfrutaban ya de las primeras proyecciones habladas en sus salas. El 9 de enero de 1931 se exhibió la primera proyección sonora, no hablada, con un proyector arrendado por la Western Electric Sound System al Hesperia (posteriormente adquiriría un proyector Gaumont con el que iniciaría las proyecciones de cine sonoro hablado) con la película Un hombre de suerte (1930), de Benito Perojo, producida por la Paramount en sus estudios europeos de Joinville. Se anunciaba por primera vez hablada en español y dialogada por Muñoz Seca de la que el comentarista almeriense, José Luis Salgado, escribe: El papel principal corre a cargo de Rober Ray, galán español. Otros intérpretes son Carlos San Martín, Joaquín Carraso. Está bien en su papel Elena D´Agil y la malograda Malia Muñoz; Valentín Parera y María Luz Callejo están muy endebles. La que está formidable es Rosario Pino. Gracias a su actuación tuvo éxito la película, interpretando a maravilla el tipo de la jamona rica, que se vuelve loca por los buenos mozos. Se la nota un resabio teatral, pero ello no es un mal en films eminentemente teatrales, como el comentado. Perojo ha dirigido esta producción con pericia, pero sin superar sus realizaciones. La película volvió a reponerse cinco meses después en el Cervantes. Después de esta película el Hesperia siguió proyectando algunas películas más sonoras, entre ellas “The Love Parade”, estrenada en España con el nombre de El desfile del amor, una comedia musical de 107 minutos de duración dirigida por Ernst Lubitsch en 1929 e interpretada por Maurice Chevalier, Jeannette MacDonald, Lupino Lane, Lillian Roth, Lionel Belmore, E.H. Calver y Edgar Norton de la que el cronista decía que el público no quedó defraudado por esta película. La fastuosa presentación, la magistral interpretación y la música, plena de belleza y gusto, cautivaron al auditorio desde las primeras escenas. Entre tanto la Empresa del Hesperia traslada la programación de cine sonoro, por razones que desconocemos, al Cervantes con el estreno el 12 de abril de 1931 de la cinta Los escándalos de Broadway (1929),una producción americana en nueve partes también producida en los estudios de Joinville (Francia) y dirigida por el francés George Archainbaud, autor de más de ciento veinte películas. En esta ocasión se utilizó como reclamo publicitario anunciando cine sonoro por primera vez en Almería cuando, en realidad, los almerienses ya habían vivido anteriormente la experiencia del sonoro. El teatro estaba lleno y el aparato que la empresa ha adquirido es lo más perfecto que existe, oyéndose la voz más natural, que la de los mejores discos gramófonos. El algunos momentos, el público, olvidándose de que la audición era de un cine sonoro, aplaudió al finalizar varios números. El Cervantes ofreció dos sesiones: a las 6 y a 9,45 de la noche. La película era una comedia musical sin diálogos, de ahí la confusión del selecto público al finalizar varios números creyendo que era la actuación de una orquesta y olvidándose que era cine sonoro. Tarakanowa (1929) fue el siguiente título, pero que parece ser un poema musical en diez partes, interpretado por Joseph Artaud y dirigida por el francés Raymond Bernard, que dirigió también Les croix des bois (1931), Faubourg-Montmartre (1931) y Adie chérie (1946). De Tarakanowa se decía que tenía un argumento interesantísimo, admirablemente interpretada y derrocha lujo para cautivar a los más exigentes, pues salieron satisfechísimos del teatro, aunque tampoco ésta era la película esperada por el público.

Unos meses antes, en noviembre de 1930, en San Fernando (Cádiz) también se proyectó la misma película de la que la prensa local también se hacía eco: “...cuanto hablemos de tan singular película es nulo ya que sólo su título es tan conocido, que sólo él es suficiente propaganda para llenar esta noche el Cine Salón”. Manuel del Águila, el gran amigo de Celia Viñas en Almería, no acierta a situar la fecha de proyección de esta película. Pero su prodigiosa memoria arranca de los recuerdos de su infancia y asegura contundente que fue en el Cervantes cuando vio a la “Princesa Tarakanowa”: “La primera película sonora, no hablada, que yo vi y que me produjo una sensación enorme porque se me quedó grabada la música y tal como la oí después la tocaba con el piano gracias a mi oído privilegiado. Se trataba de “La princesa Tarakanowa”, sí, seguro, pero no era hablada. Se oía ruido de cascos, puertas y una música muy curiosa y pegadiza que yo la toco ahora en versión moderna a ritmo de jazz y que la gente me dice ¡oye, qué cosa tan graciosa, es música moderna¡ Y yo les digo, pues no, no es música moderna. La segundo que yo vi y que me produjo un impacto enorme fue “El desfile del amor”, con Maurice Chevalier. Aquella película parecía una cosa extraordinaria. Mi madre, que no era mi madre sino mi madrina, pues todo el mundo sabe que me quedé huérfano a los tres años. Bueno, pues mi madre adoptiva se sintió extasiada y comprendió el contenido musical de la película pues su formación krausista le dio una extraordinaria sensibilidad musical... También recuerdo –concluye Manuel del Águila- a Elisa Ruiz y Manuel San Germán”. A Tarakanowa le sucedieron otros films sonoros musicales como Los animales del bosque, sonorizada con dibujos animados, Sólo te he querido a ti o Reuniones prohibidas. Las primeras cintas sonoras que llegan a nuestra ciudad son musicales, por razones obvias (sin argumento), y números de revista, bastante abundantes, que no plantean ninguna pega. En primer lugar la distancia idiomática es algo que el entretenimiento musical puede salvar con facilidad. Cuanto más exiguo sea el argumento, más soportable será la película para el espectador almeriense, y si esta es una mera sucesión de números musicales, aún será más comprensible. Así se comprende la gran cantidad de cintas que llegaron a nuestra ciudad en la primera etapa del sonoro. Con estas películas existe una mayor tolerancia hacia la naturaleza de los sonidos, incluido el idioma. Lo que importa es la novedad técnica en sí. Puede resultar extraño que, hasta muy entrado 1932, el público almeriense admite películas sonoras en idiomas que, desde luego, son absolutamente minoritarios, y por tanto desconocidos para gran parte del público. Es decir, en un primer momento, el público se sitúa frente a una mera yuxtaposición de imagen y sonido, todavía no necesariamente integrados como elementos discursivos inseparables, pero cuando el público comienza a habituarse al cine sonoro, la exigencia idiomática se va a plantear de forma que llegue a condicionar incluso la oferta que el empresario cinematográfico le haga. Sin embargo, poco a poco, la fidelidad del público empieza a verse recompensada con una mayor frecuencia de versiones habladas, como en Cuatro de Infantería (Westfron 1918), que gozó de enorme aceptación y éxito taquillero en la ciudad. La película estaba dirigida por Georg Wilhelm Pabst en la que narra la historia de un grupo de soldados de infantería alemanes de la I Gran Guerra luchando en las trincheras francesas. Uno de ellos, Kart (Gustav Diessl) vuelve a casa con un permiso temporal y descubre las desgracias y pobreza en las que vive su familia a causa de la guerra, pero tiene que volver al frente, justo en el momento para afrontar un ataque de las tropas francesas. Aquella noche el teatro Cervantes estaba a rebosar, siendo ocupadas hasta las primeras filas de butacas debido, sin duda, a la expectación que produjo en el público el anuncio de esta película. En realidad no defraudó al público que acudió en busca de emociones fuertes, puesto que hay en ella escenas de una trágica grandeza que da una idea muy aproximada de lo que fue la gran guerra. Es un grito de la humanidad contra la barbarie de las guerras y la mayor propaganda que se ha hecho a favor de la paz. A ésta le siguió una versión sonora, Fantasía del porvenir (Just Imagine, 1930), traducida por el cronista de la prensa local con el título 1980, una obra musical de ciencia- ficción dirigida por David Butler con música de Manderson y la participación de El Brendel, Maureen O´Sullivan, John Garrick, Marjorie White, Frank Albertson, Hobart Bosworth... de la que se dijo ser una grandiosa y espectacular visión del porvenir que la Film Corporation ha realizado donde nos muestra cómo amarán las juventudes futuras y nos dará una exacta visión de la vida que en aquella época se llevará; Zalacaín el aventurero (1928), en nueve partes, recibida en el Hesperia con expectación está basada en la conocida novela de Pío Baroja, quien asistió a su propio rodaje. La película no logró el éxito esperado pero fue, sin embargo, la primera película española, adquirida por la firma extranjera, la Metro Goldwin, para su distribución en otros países. El escritor interpretó el papel de Jabonero, un coronel carlista, y su hermano Ricardo Baroja hizo el personaje de Tellagorri, rodándose el film en espacios naturales vascos y navarros. Los films pioneros del sonoro eran proyectados sincronizados con discos, de modo que cuando faltaba alguna parte del mismo, el disco perdía la sincronización, produciendo algún que otro efecto desagradable y el rechazo del público. Por otra parte, la maquinaria no estaba todavía suficientemente perfeccionada y existían abundantes deficiencias. Con el tiempo los equipos sonoros perdieron todo su misterio, desaparecieron los ingenieros que supervisaban los aparatos y operadores y jefes de cabina hicieron sus veces. Aparecieron otras marcas y en talleres españoles comenzaron a construirse algunos, cuyo sonido era aceptable para locales de segunda categoría. Al cabo de poco tiempo, también los aparatos Western Electric Sound System fueron desmontándose poco a poco. Las películas empezaron a hablar en español. Primero con acento de Hollywood y luego de Joinville-le-Pont. Para adecuarse a los nuevos modelos sonoros el Sr. Vértiz acondicionaba el cine Hesperia con una nueva instalación de cine sonoro y parlante, que supera a todo lo conocido hasta el día. Se trataba, en efecto, del proyector Ideal Sonoro Gaumont, pero no del modelo sencillo –se decía- que hasta ahora se utilizó en muchos teatros importantes, sino del equipo doble, que llena todas las exigencias y aspiraciones. Este aparato tenía la posibilidad de proyectar cualquier tipo de película muda y sonora que llevaba incorporado el sonido en la misma cinta, solucionando así el problema de la sincronización y de la ínter cambiabilidad. Con este proyector se estrenaría en Almería la primera película sonora hablada en español. Este aparato era alimentado con un motor de arrastre especial con patente Gaumont que permiten a voluntad la velocidad constante para los films parlantes y la velocidad variable de 14 a 40 imágenes para las películas mudas. Además, el aparato adquirido por el Hesperia llevaba incorporado un dispositivo de variación de tonalidad de los altavoces instalados en el local con un mando que controlaba el volumen del sonido e incluso estaba dotado de la posibilidad de conexión de micrófono para comunicaciones verbales dentro del salón. El 27 de junio estrena el Cervantes la primera película totalmente hablada en español, El Valiente (1930), dirigida por Richard Harlan e interpretada por Angelita Benítez, Rafael Callol, Jacinto Jaramillo, Juan de Landa, Rafael Navarro y María Calvo, a la que volvemos a encontrar en la pantalla almeriense del Hesperia con El cuerpo del delito, la primera película hablada en español en este cine y dirigida por Cyril Gardner y A.Washington Peste. El 2 de octubre llega la segunda cinta hablada en español, Camino del Infierno, también del director de series, B Richard Harlan, y guión de Edwin J. Burke y Francisco Moré de la Torre con María Alba, Juan Torena, el cordobés Carlos Villarías, Rafael Navarro y Carmen Rodríguez. A partir de aquí, aunque de forma discontinua, siguieron llegando películas sonoras a los cines de Almería, unas veces en castellano, unas no dialogadas o habladas en español, otras con subtítulos o desincronizadas por descuido o impericia del proyeccionista lo cual provocaba algún que otro disgusto a los espectadores que, enseguida, pateaban contra el suelo de madera. Los aficionados almerienses pudieron ver películas en condiciones técnicas inmejorables como El misterio del cuarto amarillo, Mamá, de Benito Perojo, El rey vagabundo, Así es la vida, que se anunciaba hablada en español, El general Crack, las Revistas Sonoras Arco Iris o The Broadway Melody, los Noticieros Verdaguer, Paramount, Fox o pequeñas producciones de dibujos animados de Félix, Félix altruista, Félix detective, Félix se divierte en el Polo Norte, Félix y las Odaliscas, La flauta mágica, etc., que se ofrecían previas a la película de estreno. En septiembre de 1931 el Salón Hesperia, después de anunciar a los cuatro vientos la instalación de un nuevo sistema sonoro, comenzó la programación con un lleno rebosante. Al parecer la instalación efectuada en el Hesperia respondió a todas las esperanzas pues la película El Cascarrabias (1931), de la Paramount, dirigida por el actor, productor, guionista y director, Cyril Gardner, también autor de El Cuerpo del delito (Gardner/Pezet, 1930), fue un éxito rotundo y la actuación de Ernesto Vilches, ya conocido por los almerienses en otras actuaciones, fue mi celebrada. La película se estrenó totalmente dialogada en español y a esta característica suponemos el éxito alcanzado entre el público almeriense, aunque la película tenía un escaso valor artístico. Otro personaje a destacar de la película fue el santanderino Ramón Pereda –cual si se tratara del Pachín González creado por su homónimo, el novelista de Polanco- que partió hacia América a la edad de trece años, al igual que desde hacía años lo habían hecho otros aspirantes a indianos almerienses: Trabajó en las minas, hizo de agente de seguros y, más tarde, comenzó a participar en las últimas películas del cine mudo realizado en Hollywood y también en las primeras producciones habladas en español, convirtiéndose en un galán cinematográfico de reconocida fama, justa fama reconocida en nuestra ciudad. Finalmente acabó por trasladarse a Méjico a poco de implantarse el sonoro, donde se instaló definitivamente, escribiendo guiones, produciendo, dirigiendo y también protagonizando varias decenas de largometrajes de gran resonancia entre los públicos populares, parte de ellos promovidos a través de su propia productora: La Pereda Films, S.A., una empresa que además intervino esporádicamente en Cuba, cuyas películas generalmente llegaban a las pantallas españolas. En alguna documentación mejicana aparece Ramón Pereda entre la nómina de exiliados republicanos. Durante algún tiempo continuaron funcionando en Almería –igual sucedería en muchas partes de España y otros países de su entorno como, por ejemplo, Italia- cintas para ser exhibidas con sus antiguos proyectores, adecuados exclusivamente para las viejas películas mudas, como el teatro Cervantes que seguía manteniendo su viejo proyector apto sólo para películas mudas, mientras el Hesperia –gracias a su modelo alternante Gaumont- compaginaba películas mudas con sonoras. La razón de mantener el Cervantes su programación de cine mudo no es más por la defensa de los valores estéticos del arte mudo sino, en nuestra opinión, porque las casas cinematográficas abandonan la producción de películas mudas, el excesivo coste para el empresario al sustentar dos salas de invierno, más las de verano, que redundaría inevitablemente en más medios para la exhibición. Cuando ya no pudo soportar más la situación en 1934 se ve abocado a seguir la corriente imperante ante la dificultad de seguir viviendo de la cinematografía muda con lo que procedió, por la acción absorbente del cine sonoro, a su reconversión.




DEL SONORO A LA GUERRA CIVIL Y con la República llegó el sonoro España había llegado al final de un período histórico. El sistema político de la España de la Restauración canovista había fracasado; habían fracasado todas las fórmulas políticas intentadas desde el poder, tanto las constitucionales de Maura, Canalejas y Dato como las autoritarias impuestas por la Dictadura de Primo de Rivera. La causa no era otra sino las enormes dificultades que entrañaba enfrentarse a las dificultades de una estructura social atrasada, arcaica y una convivencia social enrarecida. El desastre de la guerra de Marruecos fue otra causa del debilitamiento de la monarquía, junto a un Ejército anticuado y acostumbrado al intervencionismo político. Cuando Alfonso XIII entregó el país a la Dictadura de Primo de Rivera no era consciente que la caída de ésta supondría la caída de la monarquía. Por eso la II República significó una puerta abierta a la esperanza de la mayoría de los españoles no sólo en lo político sino también en lo social, reprimido por la Restauración en los últimos cincuenta años. La República, en fin, fue un esfuerzo más para intentar solucionar la magnitud de los problemas que azotaban al país y nunca resueltos, de ahí la euforia de los sectores sociales más desasistidos de la anterior etapa represiva. En abril, justo cuando se anuncia la llegada del sonoro a la ciudad, a raíz de unas elecciones municipales, se proclamó la II República y en diciembre se promulga la nueva Constitución. La República trajo, entre otras novedades, la aparición en las pantallas almerienses de algunas muestras de cine soviético. Decimos algunas, porque otras continuaron prohibiéndose como lo habían estado durante la Dictadura. Permítasenos, una vez más, salirnos de los específicos límites del trabajo, para introducir algunas de las noticias curiosas de que disponemos. Si repasamos el artículo de Martínez Bretón que se recoge en las Actas del IV Congreso de la A.E.H.C podemos encontrar diversas frases extraídas de la revista Popular Film, ensalzando al cine ruso de la revolución: “La fenecida monarquía española con su legión de censores, elegidos entre lo más torpe y cerril de la burocracia nacional, puso veto al cine ruso, tan aleccionador, tan pleno de enseñanzas históricas y sugerencias sociales”. El problema, a pesar de todo, quizá no estuviera en la censura, sino en la educación del público. Nadie podía imaginar que lo que comenzó como júbilo y renovación se transformara con el tiempo en dolor. Los años comprendidos entre 1931 y 1936 en España fueron tiempos de crisis políticas y sociales. No es nuestra intención hacer aquí un glosario de fechas significativas, pero sí observaremos los cambios que se produjeron en la sociedad almeriense vinculados a la exhibición cinematográfica. El día de la proclamación de la República fue un día de júbilo para la mayoría de la población, júbilo que llevó al comentarista de El Heraldo, S. Sergio, en la sección “Chispas del Yunque”, a escribir este sonoro artículo: ...Almería ha dado una gallarda prueba de su consciencia ciudadana, y ha demostrado plenamente que está capacitada plenamente para elegir sus caminos y es digna de gozar de todas las prerrogativas de la libertad y del derecho. (...) Ya no es Almería aquel pueblo apático, impresionable y burlón que tomaba las cuestiones más graves y trascendentales a pura broma, y en cambio adoptaba un gesto trágico, preludio de las hecatombes sangrientas... Por el contrario, otra parte de la ciudadanía almeriense que se solazaba en los cafés desapareció esa tarde y los cines de Vértiz no se abrieron. El ciudadano se dio cuenta ese día que lo que echaba en falta era su película, su silla en el café, su vaso humeante, su cigarro puro consumido serenamente, su partida de ajedrez en el rincón propicio o su tertulia. ¿Por qué –se preguntaba el articulista de El Heraldo- cerraron los cafés sus puertas dejando al ciudadano recién republicano en una triste orfandad callejera? El temor a las algaradas –decía- y a los desafueros de la masa popular estaba descartado, porque la jornada histórica fue de orden, de mutuo respeto y de serenidad, y siendo así los dueños de estos simpáticos establecimientos, que sin llegar al prestigio de las democráticas cafeterías neoyorkinas, son tan gratos, no debieron adoptar una resolución tan extrema, que sólo está justificada en los terremotos, las inundaciones y los incendios Posiblemente la mayoría de este público de tradición conservadora y fervorosamente monárquico, perteneciente a las clases sociales más acomodadas y elitistas de la ciudad, no sintiera la euforia de la mayoría de la población almeriense que veía con buenos ojos la alternancia en el sistema de gobierno. El cambio político también tuvo su repercusión en Almería que se tradujo en la permuta de los cargos políticos, pero no los económicos, pasando a desempeñar Manuel Ruiz de Maya y Miguel Granados el puesto de Gobernador Civil y el puesto de Presidente de la Corporación Municipal, respectivamente Almería quedaba definida como una sociedad dividida entre republicanos y conservadores que, a medida que transcurría el tiempo, se acrecentaba más y más, representado ideológicamente en el recién creado semanario “Justicia”, de ideal republicano, y “La Crónica” de toda una tensión política que duró hasta el estallido de la Guerra Civil. Por su parte el nuevo ayuntamiento contribuyó a crispar a los monárquicos y conservadores al acordar revisar la gestión de los anteriores ayuntamientos y la negativa de prestar ayuda económica a la parroquia de San Antonio para las fiestas de su Patrón, una costumbre hecha tradición por los monárquicos. La exhibición cinematográfica, tan fuerte en los años precedentes, se consolida definitivamente en Almería durante estos años e incluso llegó a incrementarse. El nuevo régimen republicano no parece demostrar interés por el cine. Se diría que lo agravó al imponer medidas fiscales, que no alentaba la producción cinematográfica, aunque a largo plazo resultaría beneficioso ya que, habiendo de competir libremente, nuestro cine fue capaz de producir films capaces de rivalizar en calidad con algunas producciones extranjeras y hasta surgieron nuevos aires de creatividad renovadora. Pero no se entendió en ese momento. Con el deseo de proteger el desarrollo del cine español se creó en 1933 el Consejo de la Cinematografía, al tiempo que se dictaron unas normas que fijaron como obligatorio el doblaje al castellano de películas extranjeras, producciones que se estuvieron exhibiendo en versión original hasta 1936. El cine nacional de la II República estuvo sostenido especialmente por las productoras Cifesa, de Vicente Casanova, y Filmófono, de Ricardo Urgoiti, a las que acompañaron otras muchas de desigual continuidad. Fue precisamente a partir de ese momento cuando el cine español comienza a demostrar que estaba capacitado para abordar historias costumbristas que superaban el listón del populismo más chabacano. No se entienden de otra manera los éxitos avalados por la pareja de moda de la época, Florián Rey e Imperio Argentina (“La hermana San Sulpicio”, 1934: “Nobleza baturra”, 1935; “Morena clara”, 1936); ni las taquillas que dieron los trabajos de Benito Perojo (“Es mi hombre, 1935; y sobre todo “La verbena de la Paloma”, 1935) y el buen hacer de Luis Marquina en “Don Quintín el amargao” (1935) y de José Luis Sáenz de Heredia en “La hija de Juan Simón” (1935) Un cine de directores pero también de actores, pues a las pantallas llegaron Miguel Ligero, Manuel Luna, Antoñita Colomé o Raquel Rodrigo.

La República se encontró una industria cinematográfica española raquítica a la llegada del sonoro. Tan raquítica que carecía de medios para adaptar las producciones nacionales al sonoro. En Madrid no existían estudios para la realización de películas por lo que se rodaba en España y se montaban y sonorizaban en Barcelona y el extranjero, lo que lleva a muchos profesionales (Buchs, Rey, Benito Perojo etc.) a desplazarse a Barcelona, que sí disponía de estudios sonoros, y filmar casi todas las películas españolas de 1932 y 1933. La política del gobierno republicano, a corto plazo, da como resultado a la desaparición de empresas cinematográficas y a la entrada de capital extranjero que pasa a controlar la producción y la exhibición cinematográfica.

Si el cine se popularizó en nuestras ciudades fue gracias a la enorme aceptación del sonoro y a una perfecta red de distribución donde el mercado americano se impuso sobre el cine europeo y, sobre todo, sobre el cine español. Tan fuerte era la presencia de cine americano que Juan G. Luaces escribe un artículo publicado en La Crónica de Almería, que podría firmarse en la actualidad, muy comentado en los círculos culturales de la ciudad, titulado El alma del cine. En este artículo asegura que el cine americano es incapaz de asimilar el alma y los sentimientos (...) Y no los asimila porque no nos comprenden. Los yankis tienen una concepción pobrísima de la vida. Cuatro líneas bastan para trazar su mapa espiritual e intelectivo. Sus gustos, sus costumbres, sus aficiones son de una superficialidad absoluta, y es lo más particular que los americanos juzgan a todos los hombres por sí mismos y a todos los tiempos por el suyo, con esa estupenda inconsciencia con que los niños miran el mundo como una gran rueda girando en torno a la puerilidad de sus juegos y a la futilidad de su enfado. Cuando los cineastas americanos ruedan una cinta de época cuidan y ambientan acertadamente lo que de anterior, aparente y episódico presentaba el tiempo que se retrata; pero incurren en el error esencial de no considerar como rango poderosamente distintivo de cada momento histórico la peculiar psicología que le daba un espíritu propio y diferente a todos los demás. En las cintas de época de factura americana, los personajes son hombres de nuestro tiempo –mejor diría, de un tiempo americano- que se mueven en fondos de antaño como un tenedor de libros de 1930, se movería en un ambiente romano o medieval. Parece increíble que Europa haya podido aceptar como imágenes de su pasado los revoltijos cinematográficos esos de tradición y americanismo que nos sirven, tan fuera de la realidad como pudiera estarlo el retrato de un tribuno laticiavo ataviado con pantalón largo y gorra. Desde la llegada del sonoro a Almería hasta 1935 se rodaron en Hollywood unas cien películas en lengua castellana, aproximadamente, además de las 20 versiones en español que la Paramount realizó en los estudios de Joinville (Francia) Una producción muy superior al francés, italiano o alemán. La razón era muy sencilla: el mercado hispanoparlante era muy superior. La Metro, Paramount, Fox, Warner Bross, Universal, Columbia... se volcaron a principios de los años treinta lanzando al mercado películas habladas en español y rehaciendo películas en inglés. Para ello las productoras invitaron al éxodo hollywoodiense a muchos escritores, directores e intérpretes españoles, entre ellos a Gregorio Martínez Sierra, Jardiel Poncela, José López Rubio, Eduardo Ugarte, Tono (Antonio de Lara), Catalina Bárcena, Perojo o Buñuel, dispuestos a hacer cine, y un cine español, no norteamericano. En 1935 los directivos de la Fox, que pasa a llamarse 20Th Century Fox, deciden cancelar la mayoría de los contratos porque habían llegado las producciones de películas en castellano a un grado de calidad muy reñido con su rentabilidad. Situación que aprovechó la productora oficial del gobierno republicano, Cifesa, para contratar a la Bárcena, Martínez Sierra, Rosita Díaz Gimeno que, junto a Imperio Argentina, Florián Rey o Benito Perojo auguraban ya un nuevo cine español, truncado por la más grande tragedia de la España de nuestro tiempo, justo cuando estábamos a punto de consolidar un nuevo siglo de oro en la cultura española. Todo quedó roto.

Esperanza social para Almería En el terreno estrictamente social de la Almería republicana la ciudad, Según J. Santisteban en el Heraldo, tenía tres problemas a resolver que clamaban una solución urgente: El abastecimiento de aguas, el alcantarillado y la supresión de las cuevas, pues la falta de agua en los barrios produce eczemas, furunculosis, acnés (...) porque lavarse constituye un lujo que no puede otorgarse el obrero. Más de mil viviendas en las calles Fernández, Encuentro, Chamberí, Reducto, etc., carecen de agua. Y añadía: El subsuelo está envenenado por la emanación de los pozos negros y este problema se resuelve con el alcantarillado. Y más adelante se dice: (...) las cuevas sin luz, sin ventilación, conviviendo con las bestias los seres humanos (...) tan compenetrados se encuentran en su desventura que viven contentos en sus trogloditas habitaciones (...); conviven con la miseria y el insoportable hedor de sus heces y están acostumbrados desde niños al picador insecto y a la costra atormentante. Ven las casas como patrimonio del rico y a la cueva y la basura como herencia legítima. La ciudad en 1931 estaba próxima a los 54.000 habitantes, unos 8.000 habitantes más que a la llegada del cinematógrafo, y más de la mitad de su población no sabía leer ni escribir. Se dice que uno de los principales indicadores de modernización de una sociedad es, evidentemente, el nivel de instrucción educativa de sus habitantes y su comparación con la media nacional. Pues bien, el índice de analfabetismo en la ciudad, especialmente el femenino, se había estancado situándose a la llegada de la II República en más del 55%, muy por encima de la media nacional, y donde la población femenina atraía la más alta tasa de analfabetismo. Por eso, cuando se reclama más cultura para el pueblo en un artículo en la prensa alguien, de repente, descubre que ni existen bibliotecas públicas en la ciudad ya que las del Casino y el Círculo Mercantil eran monopolio de los socios, la del Instituto estaba abierta dos horas en el centro y el obrero, al llegar la noche, sólo encuentra el placer del cine a la taberna. El Círculo Republicano disponía de una biblioteca que utilizaban los obreros que asistían a las clases. Este centro llegó a ser un foco de cultura popular que dirigía su atención a las clases obreras, dotándose de un Orfeón, un cuadro artístico que representaba obras de teatro e incluso organizaba ciclos de conferencias desde principios de siglo entre los que participaron Miguel de Unamuno, Pablo Iglesias, Nicolás Salmerón... Una poesía recogía todas las esperanzas de ocio y cultura que demandaba el pueblo almeriense: Pronto tendrá el campesino en cortijadas, en pueblos donde la vida es más triste de noche que un cementerio, gramófono, cine y radio, y bares para recreo, bibliotecas y deportes y cabarets y conciertos

La ciudad no dispuso de Biblioteca Pública hasta febrero de 1935 que comenzó a prestar durante los días laborables, de tres y media a seis y media de la tarde, dirigida por la señorita Isabel Millé. Hemos dicho que, desde mediados de abril de 1931, los almerienses disfrutaban con la exhibición de películas ¿sonoras? Desde 1929 a 1931 las diferencias entre unas salas y otras consistían en el aforo, servicios y la presencia de músicos en mayor o menor medida. A lo largo de los años sucesivos todos los cines que se abrían llevaban incorporados los nuevos y rudimentarios sistemas ópticos. Y junto al sonoro llega a Almería la moda del martini que, acompañado con unas gotitas de ginebra, haría las delicias de las tardes veraniegas en el café España del Paseo o el Balneario Diana. El sonoro ya se ha impuesto y el Hesperia se convierte en el buque insignia de la exhibición cinematográfica sonora de la ciudad. La presencia de películas habladas en español en las pantallas almerienses abunda y la producción española tiene fiel reflejo en la ciudad. Sin embargo, era el cine americano el que acaparaba la exhibición cinematográfica. Y no sólo de la almerienses sino de todo el país. Las versiones hispanas de los films norteamericanos o habladas en español eclipsaban cualquier estreno de producción española. Entre la gente se va imponiendo el tuteo ya que el usted es una manera social ante la persona que intenta encaramarse a otro estatus. Después la Guerra Civil provocó un cambio revolucionario en el uso del tuteo hasta generalizarlo como moda. A Dámaso Alonso, que no le agradaba esta moda, le parecía que la nueva costumbre suponía que “el hundimiento del usted ha traído la profanación del tú”. Los deportes, especialmente el fútbol, gozaban de una gran aceptación popular, pero cuando se suspendía algún que otro partido la gente siempre buscaba el refugio del cine, hasta tal punto que se acuñó la expresión A falta de fútbol, bueno es el cine. La afición de los almerienses al fútbol ya estaba suficientemente consolidada en 1923 cuando se inauguró el primer campo de fútbol en la Huerta de los Cámaras, que tenía la entrada por la calle Regocijos y travesía de la Palma con unas dimensiones de 95 metros de largo y 50 de ancho. El día de su inauguración, un 12 de agosto, el Almería jugó contra el Jaén amenizado por una banda de música. En aquel encuentro jugaron Antonio Blanes, Pérez Sevilla, Juan de la C. Navarro, P.García, M. Pérez Sevilla, Soria, Nieto, Adlert, Carrasco, Trevijano y A. Muñoz. Los precios oscilaban entre 15 Ptas. Palco sin entrada y media entrada general 0,60 céntimos y el resultado no pudo ser más desastroso para el equipo local 8 a 1. Sin embargo, al año siguiente, ganó la Copa de Fútbol del Ayuntamiento de Linares por 9 a 3. El Cervantes, desde 1931 hasta 1934, continuaría con el formato de cine mudo. La empresa tenía perfectamente definida su política empresarial. Hasta el verano de 1934 el cine sonoro no tendría una programación estable en el Cervantes. Incluso enfantizaba su comienzo con un cartel colocado en la puerta que decía: Hoy se inaugura la temporada de cine mudo. Por este teatro pasaron tardíos estrenos y reposiciones de la etapa muda, aferrado a los seriales mudos de los años veinte que tenía su público de espectadores en la ciudad. Merecen destacarse Gigantes y cabezudos (con Carmen Viance), Rasputín, El sargento Malacara, en diez partes, Ana Karenina, anunciando a bombo y platillo que en la película actuará la genial Greta Garbo, La mujer divina, Hay una mujer, en siete partes, de Producciones Cinces... Sólo se interrumpía la tradicional monotonía de la época por las novedades cinematográficas, de varietés y teatrales, cada vez menos; las tertulias de los cafés del mundo cultural y burgués o las tabernas y Círculos Obreros donde, unos y otros, desde distintas concepciones sociales, discutían del convulso panorama político o el último mitin en el Cervantes; los carnavales tradicionales, las procesiones de Semana Santa, los conciertos mensuales de la Asociación Cultural Musical, lugar de encuentro de todos los aficionados almerienses a la música, las verbenas ocasionales de la Asociación de la Prensa en verano en la amplia explanada del Tiro Nacional, en el Jardín de Medina, o durante el invierno en el Casino. La fuerza que el cine adquiere en estos años acelera la crisis teatral pero empezó a romper la sempiterna monotonía de la ciudad. Aquella monotonía de la que Gerald Brenan decía que descendía sobre la ciudad como la luz del sol, ni siquiera atemperada por el fantasma de alguna historia de amor ilícito (...) donde todas las mañanas y todas las tardes se representaba el acto milagroso, que era siempre igual (...) donde el patrón cultural era tan ajustado que no podía haber ninguna variación. El cine era ya el espectáculo preferido por la inmensa mayoría de los almerienses. El cine, por fin, rompía el mortecino bullicio finisecular de la ciudad en invierno y la abría a sueños antes no soñados. El teatro, territorio de una casta social de la ciudad, ya había quedado atrás. Ya no ocupaba los huecos de las rutinarias veladas invernales de antes, aquellas tertulias caseras reunidos bajo la halduda camilla al brasero, rociado de espliego y estoraque jugando a la lotería. Donde las parejas se cortejaban al abrigo de las conejeras faldillas, mientras la abuela hacía ojales o se cantaban los números de la lotería con rítmica letanía: el 23e, el 42, la niña bonita, las monjas de rodillas, el abuelo... y se iban llenando los cartones de lotería, costumbre que nos llegó hasta los reciente años sesenta Noticias en la ciudad de la suspensión la Compañía de Irene Barroso a principios de 1936, por disolución de la misma, confirma esta situación lamentable y dolorosa que arranca de los años veinte a causa del cinematógrafo, donde los teatros ya no se ven concurridos y el público “por razones conocidas, esto es, que tienen fácil explicación o que no nos las explicamos, toma un derrotero, es inútil pensar que las reflexiones se hagan contra sus gustos o tendencias puedan alcanzar alguna finalidad. Los astros cinematográficos –se escribe- han llegado a la pantalla procedente de la escena, en tanto que son relativamente pocas las estrellas que han tenido experiencias en las tablas (...) sin que los altos funcionarios de la Metro Goldwin Mayer que analizaban esta situación pudieran explicarse el motivo. Muchos aficionados conocían, gracias a la poderosa publicidad americana, los nombres de Lionel Barrymore, Wallace Beery, Nelson Hedí, Clark Gable o Charles Laughton antes de que pudiesen ver alguna de sus películas en la ciudad; Otros mitificaban a sus estrellas favoritas y comenzaba el culto a las celebridades de la poderosa industria cinematográfica norteamericana que introdujeron en los hogares affiches de Greta Garbo, Mirna Loy, William Powel, Spencer Tracy, los hermanos Marx y el gordo y el flaco que llevaban varios años haciendo reír al público almeriense. Los inicios de la República trajeron, entre otras novedades, la aparición en las pantallas comerciales de algunas muestras de cine soviético; algunas, porque otras continuaron prohibidas como lo habían estado durante la Dictadura. Una de las muchas contradicciones propias de aquella época convulsa, en pleno control proletario, era que las estrellas y las películas elegidas por los almerienses procedían de la industria norteamericana -la industria más capitalista del mundo- con las dobles versiones y el technicolor. Se estrena en el Hesperia Hay que casar al príncipe, La noche es nuestra, El embrujo de Sevilla, La canción de París o Río Rita (1929), muy comentada esta última, dada la novedad del sonido y las escenas en technicolor aunque, por otra parte, disguta al público dado que fuera hablada en inglés y con subtítulos en español. Otra cinta muy aplaudida en el Cervantes fue El precio de un beso (1930), una zarzuela de gran fantasía y colorido en la que los espectadores disfrutaron oyendo y entendiendo lo que José Mojica dice y canta. Los aficionados almerienses le apodaban el perdigacho ya que nada más salir en pantalla se ponía a cantar.

La programación continuó con la misma tónica los meses siguientes. Pero se produce un cambio en la exhibición comercial de las películas que consistía en mantener las películas dos o tres días en cartel, como mínimo, con lo cual se producían menos estrenos y mayores beneficios para el exhibidor, pues con una sola película se podía conseguir el doble de espectadores.

Dos acontecimientos cinematográficos sacudieron la ciudad en el mes de enero de 1932. A principios de año se estrenaba Sin novedad en el frente (1930), una cinta rodada con una cámara muda a la que posteriormente se le añadieron los sonidos de las bombas y los gemidos de los heridos que habían sido previamente grabados. Aquella película que vieron los almerienses sigue siendo hoy uno de los mejores alegatos exhibidos contra la guerra en nuestra ciudad a juzgar por un público que salió del Hesperia profundamente impresionado.

A final de enero se proyectó otra curiosidad del cine sonoro de aquel momento en el Hesperia cual fue la proyección del posiblemente primer vídeo-clip de la historia: La Paloma, anunciada cantada en español, estaba basada en la famosa canción del maestro cubano Iradier (si a tu ventana llega una paloma, trátala con cariño que es mi persona...) Tuvo este corto tal éxito entre los espectadores almerienses que, a fuerza de ¡otra vez, otra vez¡ obligaron a la empresa del Hesperia a proyectarla por segunda vez.

Una cinta de producción soviética a destacar en el Cervantes fue Iván el Terrible, película muda dirigida por Yuri Tarich. De su acogida entre el público almeriense se hacía eco la crítica local, aunque las películas americanas interpretadas por actores españoles eran muy apreciadas por el público, llegando algunas a permanecer en cartelera casi una semana, como fue el caso de Mamá, dirigida por Benito Perojo, con Catalina Bárcenas y Rafael Rivelles como protagonistas.

A mediados de septiembre se abre la temporada de cine sonoro en español de la Paramount en el Hesperia, anunciando que las exhibiciones serán con un proyector de la marca Ideal Sonoro. La película que sirvió de estreno fue El hombre que asesinó (1931), con Rosita Moreno, o Sombras de circo, con Miguel Ligero; El Rey del jazz, una revista musical en technicolor que alcanzó tal éxito que el crítico El Heraldo escribía: El empresario Sr. Iribarne, en su criterio de no bombear sino lo que conoce para no defraudar a los asiduos concurrentes de su cine, se ha quedado corto y no ha hecho “la reclame” que merece tan admirable producción (Jorge Ruen) . Otras películas anunciadas como comienzo de temporada se destacaron Gente alegre, con Roberto Rey; El comediante, con Ernesto Vilches, muy valorado por el público almeriense de tal modo que, cada vez que se estrenaba una de sus películas, el lleno estaba garantizado

Y como remate de la temporada cinematográfica de 1932, la Noche Vieja se proyectó en el Hesperia Cheri-Bibi, con la pareja María Fernanda Ladrón de Guevara y nuevamente Ernesto Vilches encabezando el reparto.

En 1933 el Cervantes seguía programando cine mudo en su sala dirigido a un sector de público reacio todavía al cine sonoro, dirigida a un público entendido que prefería el mudo a las películas habladas en inglés, que eran la mayoría, alternando la programación de películas extraídas de obras literarias como El prisionero de Zenda o Gigantes y cabezudos con comedias silentes de Buster Keaton, conocido entre el público con el sobrenombre de el hombre que no ríe o Pamplinas junto a espectáculos zarzueleros, tríos, copla andaluza, teatro, mítines y actos políticos. Pero el Hesperia dedicaba su programación exclusiva a cine sonoro en el local de Avenida de la República, antiguo Paseo del Príncipe, hasta comienzos de verano que daba por concluidas las funciones diarias de cine sonoro para reanudarlas septiembre. Ese otoño inició la temporada con una película de lujo, Luces de la ciudad, que obtuvo un lleno rebosante.

La temporada cinematográfica programada ese año por el gerente del Hesperia con la casa Filmófono fue realmente de lujo: Cazadores furtivos, Piratas de Shangay, El tío Ernesto, La vida de los Cartujos, Campeón de mi amor, Atletismo, Amoríos, de la productora Cinaes, un film musical Danubio Azul, de la productora Carlos Estella, La hermana blanca o Torero a la fuerza. Algunas de ellas pudieron estrenarse en nuestra ciudad, otras no superaron la censura del gobierno republicano, que venía actuando casi con los mismos criterios que los gobiernos anteriores de la Dictadura, y a final de octubre de 1933, el Hesperia contó con la presencia del actor Juan de Landa que se trasladó a Almería para promocionar su película El Presidio (Ward Wing, 1930), una versión en español de The Big House supervisada por Egar Neville.

Coincidiendo con el comienzo del verano del 33 aparece un nuevo salón de espectáculos, el Tiro Nacional, una sala o terraza de verano que alternaba las varietés con el cine sonoro. A veces, al final de las funciones cinematográficas se programaban otros actos que solían terminar a altas horas de la madrugada, tal fue el caso la noche el 28 agosto que, después de la proyección habitual del Journal Pathé y la película sonora Cazando fieras vivas, se procedió a la elección de Miss Almería. Era una actividad organizada por la Asociación de la Prensa local que concedió el premio a la señorita Maruja Sáez Contreras. Esta iniciativa de los periodistas almerienses tuvo al principio un cierto signo elitista, pues se celebraba con el Baile de la Prensa en el Casino. Sin embargo, al advenimiento de la República alcanzó un marcado tinte popular convirtiéndose en un acontecimiento democrático de prestigio en la ciudad donde se solía elegir a Miss Prensa y Miss Almería conjuntamente. El año 1934 recayó en la señorita Margarita Sánchez y en 1935 en la joven de dieciocho años Lolita García, que se confesaba francamente izquierdista.

El nuevo cine del Tiro Nacional se instaló en el camino de la Estación en el campo del Tiro Nacional, de ahí su nombre, con un escenario portátil traído de Madrid y una iluminación en todo el recinto hecha por el técnico electricista almeriense Sr. Segado, después operador cinematográfico con el empresario del Cervantes y el Hesperia, don Isidoro Vértiz, y otro técnico traído de Madrid por la empresa EDAM, que se alojaba en el Hotel La Perla, propiedad entonces de don Gustavo Rodríguez Hernández, en la plaza Joaquín Ramón García.

El primer arrendatario del Tiro Nacional cine fue la Empresa Cuevas que, al año siguiente, traspasó a don Isidoro Vértiz Iturregui, oficial del ejército llegado a Almería con destino al conflicto de Melilla en los años veinte y, posteriormente, afincando en el Cuartel de la Misericordia. La Ley Azaña le obligó a la jubilación prematura del ejército y se afincó en nuestra ciudad, casándose con la joven viuda doña Jacobina, emprendiendo diversas actividades empresariales cinematográficas en la ciudad.

Don Salvador Durbán, junto a otros accionistas, traspasó el Hesperia a don Isidoro Vértiz y puso al frente de la gerencia a don Luis Iribarne. Por su parte, don Miguel Gómez Navarro se traslada a Sevilla y, con la autorización del Círculo Mercantil, traspasa el Cervantes al señor Vértiz, quedando éste con el control de la exhibición cinematográfica en la ciudad, a la que añadiría posteriormente la Terraza Hesperia, instalada en un solar de la Huerta de los Cámara, donde compró un solar a cinco pesetas el metro cuadrado.

Parece ser que antes del Tiro Nacional funcionó otro cine de verano, según Martínez O´Connor, llamado Terraza España en la calle Eguiler que fue antes un local de almacén tradicional de duelas y arcos para barriles cuyo propietario, Sr. Martínez, llevaba la representación del jabón Lagarto, la Casa Ramoneda S.A. de Barcelona y, al morir, los herederos vendieron a don Isidro Vértiz para establecer un cine provisional.

La terraza de Verano del Tiro Nacional, como el resto de las salas, tenían al frente a los operadores cinematográficos que eran los responsables de las proyecciones; personajes conocedores de todos los secretos, dueños de las sombras que hicieron soñar a tantos almerienses desde que el cinematógrafo empezó a ser un medio de comunicación de masas. Algunos, conocidos para nosotros; otros, anónimos profesionales, que desde los comienzos de siglo empezaron a descubrir los secretos de aquellas mágicas linternas y trasladaban sueños en forma de haces de luz a un público hambriento de esperanzas.

Un tal Sr. López fue el primer operador cinematográficos del que tenemos referencia en 1911 en el teatrico de Los Jardinillos. A él le sucedieron toda una saga de operadores, auxiliares, acomodadores, taquilleros... Juan Antonio Almécija, taquillero del Trianón por las noches y de día recadero del Garaje Inglés de don Adolfo Téllez; Juan Panza, capaz de pegar los textos anunciadores de las representaciones teatrales, a pesar de no saber leer, sin error. Pero sobre todo famoso en la ciudad porque se atrevió a meterse solo en una jaula de leones. A él le sucedió Nicolás Mañas, que desde los tiempos del Variedades pegaba con tachuelas las cartelas de las películas y funciones teatrales en la Puerta Purchena y Barrio Alto, también era el avisador, encargado del alojamiento de las compañías teatrales y llevar el café. Le sucedió don Gregorio Dioni que, además, portaba la publicidad de las películas al Diario de Almería en la calle Las Tiendas y a Radio Almería en la calle Arapiles a cuyos periodistas se les permitía entrar de gañote al cine. De los Segado y Pepe Nieto aprendió tan bien el oficio de operador cinematográfico que don Isidoro Vértiz le dio de alta en la perra gorda en 1936 años; Juan Álvarez incansable repartidor de cientos de programas de mano alargado confeccionados en la imprenta Peláez, de la calle Murcia; Isabel Martorell, la taquillera del Hesperia y el montador Diego Plaza, a quien don Isidoro encomendó el montaje de los decorados cuando de alguna actuación teatral se trataba; Juan Ruiz, que confeccionaba con tinta china y acetato vistosas diapositivas de anuncios de las próximas películas del Hesperia y la publicidad previa a las proyecciones de los Comercios Plaza, El Buen Gusto, el coñac Garvey, que representaba don Ulpiano Díaz o los Muebles París-Madrid, de don Rogelio Ferrer; Pepe Montero que, cuando terminaba su trabajo de ordenanza del Catastro, se vestía con el uniforme de portero del Hesperia, y Pedro Céspedes, del Cervantes; Antoñico, de día repartía con un carro agua de Enix y, de noche, se convertía en el acomodador del Hesperia. Hasta el torero Julio Gómez, Ralampaguito, trabajó en el billetaje del Cervantes y el Hesperia. A estos, después de la Guerra Civil, les sucederían Antonio Carreño, Fernando Ortuño, Pepe Márquez, José Ruano, Demófilo, Virginio, Jimmy...

Y los operadores, responsables de tantos sueños, don José Nieto, nacido en 1903 que entró de aprendiz en el Trianón en edad temprana, junto a su cuñado Luis Garrido, que ejercía de portero en la Jefatura de Industria; don Antonio Iribarne, hermano de don Luis Iribarne y el hijo de éste, Y aún incluso antes que don José Nieto estuvo el Sr. Segado que alternaba su negocio de electricidad con la de operador cinematográfico. Éste enseñó, a su vez, el oficio de operador electricista a don José Nieto Amate y, cuando se estableció la normativa de que en las cabinas de los cinematógrafos debía contar con un operador y un auxiliar por proyector, a don José Nieto Amate se le encomendó la responsabilidad de los cines Trianón, Cervantes, Hesperia y la terraza de verano del Versalles. Con el tiempo estableció por su cuenta un local de electricidad en la calle Reyes Católicos, frente a la actual sala de Bingo, simultaneando su actividad cinematográfica -como su maestro- con la de electricista.

Junto a él aprendieron el oficio operadores cinematográficos como Galindo, Antonio Liébanes, Miralles, Nicolás Mañas y Gregorio Dioni, testigo en su juventud de los cinematógrafos de los años treinta. Él es la fuente documental de cómo llegó a manos de don José Nieto una cinta grabada por la casa Gaumont –documento historiográfico de nuestra ciudad-, cuando el Rey Alfonso XIII estuvo en Almería imponiendo la medalla al Mérito Militar al Regimiento de la Corona nº 71.

En la cinta, de unos 25 minutos aproximadamente de duración, aparecían planos de la Catedral, Alcazaba, Parque, Puerta Purchena, Pescadería –según nos comenta don José Luis Nieto (hijo)- y del Puerto, donde se veían las tareas de carga y descarga de barriles de uva para su almacenamiento en los tinglados del Puerto y, desde allí, en barcazas hasta los buques anclados en la bahía. También aparecían planos de detalle de maniobras para el embarque del mineral de hierro hasta el Cable Inglés; un recorrido por el Campamento Álvarez de Sotomayor y un travelling por el Paseo del Príncipe donde se observaba la sastrería de Herrada y edificios como el Círculo Mercantil junto a otros ya desaparecidos. Por fin, un plano general se abre para mostrar la estación de ferrocarril adonde la cámara se aproxima en zoom para mostrar los concejales ataviados con uniforme de gala, el obispo de la diócesis y otras autoridades civiles y militares, junto a una muchedumbre que espera la llegada del Rey. Posteriormente se observa un vistoso desfile militar a lo largo del Parque Viejo donde aparece situada una tribuna y el Rey presidiendo el desfile.

Esta película fue proyectada numerosas veces por don José Nieto Amate en el cine Hesperia e Imperial (antes Versalles), después de la Guerra Civil, a diversas familias de la capital que se lo solicitaban, ya que en la cinta se podían reconocer familiares ya fallecidos que, por ser autoridades en aquel tiempo, aparecían en primeros planos en el acto de recepción al Rey, como la señora doña Adela Pérez, esposa del Sr. Cassinello, o doña María Jiménez García. Estas proyecciones espontáneas y desinteresadas se exhibían siempre al término de las sesiones habituales en estos cines y los asistentes, familiares y amigos salían emocionados.

El depositario y propietario de esta cinta era don José Nieto, -jefe de cabina del Cervantes junto al operador don Nicolás Mañas y el ayudante don Gregorio Dioni, también operadores del Tiro Nacional y Versalles- que se la dio don Miguel Gómez Navarro, junto con otros objetos, como compensación de una deuda –nos cuenta su hijo- que el gerente del Cervantes tenía con él, aunque según nuestros datos don José Nieto no llegó a trabajar con don Miguel Gómez Navarro, sino con Vértiz. La cinta fue guardada en casa hasta el año 1967 que decidió entregársela al entonces príncipe don Juan Carlos. Para ello, aprovechando un viaje de su hijo a Madrid, el joven José Luis se dirigió al diario ABC, para ver si me podían informar qué es lo que que tenía que hacer para hacer llegar la película a la Zarzuela. Esto fue una ingenuidad por mi parte –nos comentaba lleno de indignación-. En la sede de ABC fui recibido por un señor que dijo ser Secretario de don Juan de Borbón y le aconsejó que la película debería recibirla don Juan de Borbón, por ser éste hijo del fallecido don Alfonso XIII y que él podía hacerla llegar a su destino. Yo accedí a la petición y le entregué la película a este señor, que me aseguró recibiría notificación de la llegada a su destino. Pero esta carta nunca llegó.

El Tiro Nacional dispuso desde el primer momento de un ambigú que, en junio de 1935, el secretario de esta Sociedad, don Antonio Altolaguirre, sacó a concurso público para su arriendo, pues el servicio prestado el año anterior no ofrecía calidad. Comenzó a funcionar por la verbena de San Pedro con la proyección El canto del ruiseñor, una producción Cifesa dirigida por Carlos San Martín, con Pepe Romeo y Maria Espinal como intérpretes. La apertura de la terraza de verano del Tiro Nacional supuso un respiro para la afición almeriense que se sumaba a la programación de la Terraza Hesperia y al Cervantes, ocasionalmente. Ofrecía una amplia oferta cinematográfica, estrenando o reponiendo algunas películas interesantes, pero tardías. Además de Carceleras, en su versión sonora, se estrenó Svengali, anunciada como obra cumbre del cine parlante, con John Barrimore; El Danubio Azul, en su versión censurada; La Amazona de las rosas, Aves del paraíso, con Dolores del Río, que empezaba a ser conocida por el público almeriense, y otras de menor entidad.

Los almerienses tuvieron que esperar a la temporada de otoño para encontrarse en el Hesperia con Marlene Dietrich con el Expreso de Shangay, anunciada en español por dobles y La Venus rubia; con Maurice Chevalier en Petit Café; con Catalina Bárcena en Primavera en otoño (1933) guionizada por Gregorio Martínez Sierra y José López Rubio; con Lilian Harvey en Pez de tierra. Pero, sobre todo, las nuevas novedades de la UFA como Dilema, Órdenes Secretas, etc., dentro de la programación semana UFA de este cine de la que se decía que las semanas de cine sonoro UFA eran referente de calidad cinematográfica en la ciudad. Estas semanas UFA se prolongaron después de 1939, junto a sus famosos documentales encabezados por el rótulo Ojo y oídos del mundo.

El cine Hesperia disponía de varios proyectores, que se iban sustituyendo por otros más modernos, según se iban introduciendo nuevos avances técnicos. Los aparatos eran buenos, pero todavía no les habían quitado las alteraciones en el tono de la voz que de cuando en cuando surgían y producían mal efecto... y protestas entre el público, dándose el caso que los personajes perdían la voz, aunque la recobrasen inmediatamente, como le ocurrió al juez de la cinta proyectada en el Cervantes el 29 de mayo de 1931 Del mismo barro y con más frecuencia a los intérpretes de El embrujo de Sevilla, proyectada en el Hesperia el 18 de diciembre del mismo año. Ahora las proyecciones del Hesperia reunirían condiciones de sonido y luz inmejorables, gracias al esfuerzo del Sr. Vértiz por ofrecer calidad en las proyecciones, pero en las terrazas de verano las condiciones cambiaban, pues se instalaba un proyector por cabina que, junto a la limitación de 35 minutos por bobina, había que interrumpir la proyección para instalar la siguiente bobina. Operación que se hacía dos o tres veces por sesión, según duración de la cinta. El proyector más antiguo era el KRUPP alemán, un viejo armatoste que no superaba la calidad de los Gaumont franceses. Pero eran aparatos de la época del cine silente que funcionaban también con el sonoro gracias a la habilidad técnica de los operadores.

La temporada de invierno de 1934 arrancó con una magnífica programación cinematográfica en la pantalla del Hesperia, pero también con dos magníficos proyectores AEG que sustituían a los Ossa que don José Nieto y los Segado manejaban a la perfección. Para su instalación se había trasladado a la capital un técnico alemán, requisito imprescindible de la AEG que, mientras procedía a su instalación circuló la noticia de que un dirigible estaba cruzando la ciudad a baja altura. Este señor, como todos, salió de la cabina de montaje y, al observar que el zeppelín era alemán, se puso firme en medio de la calle frente al dirigible, que avanzaba majestuosamente por la Rambla, se cuadró y, brazo en alto, saludó a modo nazi hasta que cruzó por encima de los atónitos espectadores.

En los cines, y especialmente en las terrazas de verano, aparte del ambigú del que disponían, en los descansos unos espectadores aprovechaban el momento para comenzar las incidencias de la película y otros se hacían eco de la llamada, cansina y repetitiva, del Yimi, portador de una vasera con 7 u 8 vasos que repetía monótonamente: ¡Hay agua y refrescos¡. El agua del Yimy era del grifo, pero la gaseosa blanca la adquiriría primero en el establecimiento de refrescos del popular don José el del Porvenir, que los hacía ajarabados coloreados de naranja, limón y menta.

La primera proyección de 1934 fue Los Nibelungos (Fritz Lang, 1924) anunciada en la prensa como sonora y que, sin embargo, es silente; El signo de la cruz, (Cecil B. De Mille, 1932), fue la primera proyectada en funciones de 4, 6 y 10 de la noche durante tres días y con lleno a rebosar en cada función a la que siguió la producción española En cada puerto un amor (Carlos F. Borcosque, 1931) interpretada por Conchita Montenegro y José Crespo; también tuvieron ocasión de encontrarse otra vez con la actriz Marlene Dietrich en El cantar de los cantares (The Song of Songs, 1933) de R. Mamoulian, y una extraña producción alemana de 1933, la versión censurada de Amoríos (Liebelei,1933) de la Tobis-Klangfilm junto a un film del pionero del cine en España, Ricardo de Baños, El Relicario (1933), con Nieves Aliaga y José Alcazaba además de una interesante comedia silente de Robert Z. Leonard, Té para tres (1927) en el Cervantes, que continuaba su programa de cine silente hasta la feria de 1934, que instaló un nuevo proyector AEG y empezó su programación de cine sonoro.

Ahora, desde el cine sonoro del Teatro Cervantes los almerienses empiezan a conocer a Edward G. Robinson en su eterno papel de gánster con una cinta del género policiaco, Fuera de la ley (1930) pero también los noticiarios sonoros de la Fox Movietone que se anunciaba con un rótulo dando vueltas en el que se leía Habla por sí mismo. La producción cinematográfica nacional escaseaba en nuestras pantalla pero, cuando se producía el estreno de una cinta española el éxito estaba asegurado, como en el caso de la película dirigida por Benito Perojo, El hombre que se reía del amor (1932), que durante varias noches se mantuvo en cartel y cuya interpretación corrió a cargo de la archiconocida Antoñita Colomé, que gozaba de admiradores locales, Rosita Díaz Gimeno, María Fernanda Ladrón de Guevara, Ricardo Muñoz y Rafael Rivelles, le precedían siempre la revista sonora Fox Movietone y, en esta ocasión, con un documental sobre la Alhambra de Granada junto a una producción de la Western Electric Sound System, La hermana blanca, dirigida por Victor Fleming y en la interpretación el admirado Clark Gable y Helen Hayes, censurada previamente por el Gobernador Civil y autorizada finalmente en la capital; El puente de Waterloo (1931, de James Whale, con Douglass Montgomery y Mae Clarke; Fuera de la ley; Leslie Howard, interpretando el exquisito romance de La llama eterna (1932), junto a Norma Shearer y Fredric March, dirigidos por Sidney Franklin.

Al llegar el verano en la Terraza Hesperia los almerienses pudieron ver Torero a la fuerza, una producción de Artistas Asociados que había sido prohibida su proyección en España a petición del gobierno mejicano, aunque una vez censuradas algunas escenas fueron autorizadas el 8 de noviembre; también se pudo ver por primera vez una versión fantástica del más puro cine clásico, King Kong, dirigida por Merian C. Cooper e interpretada por Fay Wray. Una cintas refrescantes –según la prensa- para las noches de julio y agosto fueron Tarzán de los monos (1932), el primer film de la serie interpretado por Johny Weissmuller en la Terraza del Hesperia, y Héroes de tachuela, (Helpmates, 1932) con la genial pareja Stan Laurel y Oliver Hardy junto a la omnipresente revista documental de la Fox Movietone, más otra de dibujos animados para compensar la duración de 20 minutos de Héroes de tachuela; Melodía del arrabal (1933) con la incomparable pareja Imperio Argentina y Carlos Gardel, que llenó la terraza del Hesperia.

El año terminó con una producción americana en versión española interpretada por José Mojica y Rosita Moreno, El rey de los gitanos (Frank R. Strayer, 1933); la versión sonora de El negro que tenía el alma blanca (Benito Perojo, 1934), protagonizada por Angelillo, estrenada en nuestra ciudad, sorprendentemente, justo un mes después de ser estrenada en el cine Rialto, de Madrid, cerrando la temporada con La Reina Cristina de Suecia (1933), interpretada por Greta Garbo y John Gilbert en una romántica historia enmarcada en la Guerra de los Treinta Años, una película que se anunciaba los días previos con el primer trailer en la pantalla del Hesperia.

El Teatro Cervantes abandona su programación de cine silente y prepara su sala con un nuevo proyector AEG alemán que sustituía al histórico Gaumont francés, además de Té para tres, los almerienses se volcaron con Ana Karenina y un reportaje de la Fox Movietone sobre los sucesos de Asturias y Barcelona, que tanta conmoción causaron en la República; 20.000 años en Shing Shing y una curiosa película encubierta publicitariamente con un supuesto carácter científico: El misterio de los sexos, en la que participaban los científicos Voronoff y Pehan. En realidad lo que hacía atractivo el pase de esta película era la picaresca recomendación del anuncio publicitario: No apta para señoras.

En 1935, para una población de 24 millones de habitantes, existían en España cuatro mil salas de exhibición y 20 firmas productoras. El estallido de la guerra civil en 1936, en cuyo desarrollo se mantuvo la provincia de Almería leal al gobierno republicano, limitó considerablemente las actividades cinematográficas y el repertorio de estrenos. Hasta tanto, la exhibición almeriense se basaba en algunos estrenos tardíos, sometido a lotes, y reposiciones a las que el público respondía fielmente, relegando a un plano secundario los espectáculos teatrales. Se llegó a proyectar hasta tres veces la película El agua en el suelo (E. Fernández Ardavín, 1933), el mayor éxito de Cifesa en la temporada del 34 que, según anunciaba la publicidad, costó 350.000 ptas., un presupuesto muy alto para la época y rodaje de seis meses. Fue estrenada en nuestra ciudad con tres años de retraso, pero con rotundo éxito. Fue rodada en varios escenarios de Cantabria y con especial incidencia en Comillas.

Pero la crónica cinematográfica del cine español no se agota aquí sino que, sorprendentemente, a las pantallas almerienses empiezan a llegar muchas producciones nacionales. Desde principios de año se venían proyectando con enorme éxito títulos como La hermana San Sulpicio (1934), de Florián Rey, interpretada por Ana Adamuz y la admirada María Anaya, en doble sesión con El hombre mecánico de Mackey, una película de dibujos animados que tan del agrado del público almeriense resultaban; Sor Angélica (1934), de Francisco Gargallo, estrenada en abril en el Hesperia y en reposición en la Terraza de Verano del Hesperia en agosto. Durante su estreno en la puerta del cine y en la prensa se anunciaba: Se pone en conocimiento de los señores que tienen encargos de localidades para Sor Angélica, en las funciones de hoy domingo, que no les serán reservadas por exceder los pedidos del número de butacas que la sala no tiene. La taquilla se abrirá a las 11 de la mañana; Viva la vida (1934), dirigida por José María Castellví y guión del propio Castellví; Del mismo barro, en versión en español de la cinta dirigida por Víctor Fleming y proyectada en dos ocasiones, una en mayo en el Cervantes y julio en el Hesperia. En su reparto encontramos los nombres de los cordobeses Rafael Valverde y Carlos Villarías, éste volvería a las pantallas almerienses durante la feria de agosto del 35 con Drácula, una película de la Universal; La Dolorosa (1934), del francés Jean Grèmillon, primera película producida por la empresa valenciana Producciones Cinematográficas Españolas Falcó y Cia. con argumento netamente español e interpretada por Rosita Díaz Gimeno y el tenor Agustín Godoy, un argumento muy conocido del público almeriense pero que no resultó del agrado general. Otra producción que llamó la atención fue la producción norteamericana sobre el líder de la revolución mejicana, ¡Viva Villa! (1934), de Jack Conway, interpretada por Wallace Beery en el papel de Pancho Villa.

En La Pelirroja se advertía al público que el argumento de la película era muy atrevido en su desarrollo. Fue interpretada por Adolphe Menjou (La Sirena del Palace, 1932, de Fred Niblo) ya conocido por cintas anteriores como La dama del club nocturno o Amigos o rivales?. Madame Butterfly (1932), de Marion Gering en la que pudieron admirar por primera vez a Cary Grant en el papel de Pinkerton y a Claudette Colbert en A la sombra de los muelles (1933), de James Cruze; La ciudad de cartón (Cardboard City, 1934), una producción americana de Louis King con créditos del guión firmado por Gregorio Martínez Sierra, uno de tantos guionistas fichados por la Western Company para las versiones americanas para el sustancioso público de habla hispana; Rasputín y la Zarina (1932), de Richard Boleslawski, con John Barrymore de protagonista y tantas otras de corte americano procedentes del stock que los distribuidores de la Metro ofrecían a los exhibidores de provincia.

Durante el verano en la confortable terraza del Hesperia se pudo ver la versión sonora de Violetas Imperiales (1932), con Raquel Meller como protagonista que interpretó ante la pantalla su repertorio de canciones que deleitó a los almerienses. Anteriormente, también en el Hesperia, pudieron ver la noche del 12 de noviembre de 1924 la versión silente. El año 35 se cerró en el Hesperia con una producción sonora de la Fox exhibida en el Cervantes junto a un corto sonoro de dibujos animados, La pequeña coronela (David Butler, 1935), con Shirley Temple y Lionel Barrymore.

El nuevo año se abre en el Hesperia con un remake de Rosario la cortijera en la versión sonora de León Artola. La versión silente ya se había proyectado en el Teatro Cervantes el 20 de octubre de 1925, corriendo la adaptación musical a cargo de la orquesta del Cervantes dirigida por el maestro Blas Torres. Los exteriores de la película dirigida por León Artola en 1935 se habían rodado en el cortijo Alamillo de Villarrubia de Córdoba y en Salamanca, enmarcándose la producción dentro de la campaña de actualización sonora que había emprendido la industria española, volviendo a las producciones seguras y de rentabilidad económica. La película, protagonizada por Estrellita Castro, Niño de Utrera y Rafael Durán, se desarrolla en una dehesa salmantina donde vive Rosario con su familia. Rosario está prometida a Rafael, mayoral del cortijo, pero cuando aparece su primo Manuel, un joven torero que ha triunfado en América, Rosario se enamora de él y se escapa con el torero a Sevilla que, termina por abandonarla. Rafael, despechado, acude a Sevilla en busca de los amantes donde se produce una pelea entre ambos hombres que pondrá fin a la vida del torero. Pero Rosario sigue amando al torero y llora sobre su cadáver, mientras el mayoral vuelve al cortijo pleno de dignidad.

En febrero de 1936 el Frente Popular barrió en las elecciones, produciéndose un cambio de gobierno en todas las instituciones de Almería. El cambio político, sin embargo, no contribuyó a la estabilidad política sino que radicalizó las diferencias entre las distintas fuerzas políticas. Se inicia el año 1936, un año muy importante en la historia de España y en el presente estudio, ya que marca el fin del período del cinematógrafo analizado.

En los primeros meses de año las pantallas almerienses estrenan más e interesantes películas españolas casi al mismo tiempo que en el resto de los cines de otras provincias como Córdoba, Sevilla, Murcia o Málaga. En el Hesperia se estrenaba El niño de las monjas (José Buchs, 1935), Currito de la Cruz, El genio alegre (Fernando Delgado, 1936), Casta diva (1935), una producción alemana de la casa Ufilms que, casi con toda seguridad, venía acompañada de un noticiario de la misma nacionalidad en el que aparecía Adolf Hitler. Los almerienses ya tenían referencias del líder nazi a través de la prensa y otros informativos porque tuvieron ocasión de conocer la historia del pueblo alemán cuando se proyectó la película Del Kaiser a Hitler en el Hesperia, el 18 de junio de 1935.

Algunas distribuidoras nacionales, en competencia con la producción norteamericana, comenzaron a organizar visitas promocionales de sus estrenos en las capitales de provincia que reunieran las condiciones de un mercado atractivo y unos empresarios bien relacionados. Almería, evidentemente, cumplía estas exigencias y lo prueba la presencia de Miguel Ligero para la promoción de la película de ambiente andaluz Morena Clara (Florián Rey, 1936), rodada muy cerca de Almería, en Purullena y Guadix, donde se tomaron algunas secuencias que no se incluyeron en el montaje definitivo.

En efecto, la noche del martes, 16 de abril, se estrenó Morena Clara y el actor de la película, Miguel Ligero, se presentó en el Teatro Cervantes ofreciendo una charla siempre en tono de broma, de las ventajas e inconvenientes que ofrece la calidad de estrella, trazó, salpicándolas de versos humorísticos, más o menos ripiosos, algunas semblanzas de artistas que han alcanzado la cima de la celebridad y, además, propuso al público que en la segunda vuelta a las ciudades que visite se den funciones gratuitas para los niños pobres, y más aún, lo que se recaude entre el resto del público se aplique a fines benéficos, detalle que fue muy aplaudido por el público asistente.

El formato de la gira consistía en la visita a la ciudad de un actor muy popular con el fin de asistir al estreno de una de sus últimas películas para promocionar la cinta, pero también la producción nacional. Antes de la proyección el artista ante la pantalla hablaba al público, recitaba poesías o cantaba. A continuación se estrenaba la película. Paralelamente, la productora orquestaba desde los medios de comunicación locales toda una batería de publicidad encubierta desde la sección local. Es el caso de La Crónica Meridional, llamada Cinelandia al día mientras las películas se mantuviese en cartel.

Reproducimos algunas reseñas por estar llenas de ingenuidad periodística y carga publicitaria presentadas, bien en torno a la película, bien en torno a la productora.


El 18 de abril se estrena en el Hesperia la triste película La hija de Juan Simón (Sáenz de Heredia, 1935), el gran éxito de Angelillo, que propone una visión amable y solidaria sobre los problemas de las clases populares, cuyas condiciones de vida se presentan con negritud, al tiempo que no se ahorran ácidas observaciones sobre esa fracción de la burguesía que no tardará en nutrir las filas de los insurrectos franquistas. La prensa ya había advertido de los problemas que suscitó el rodaje de esta película.

La prensa anunciaba la pronta inauguración de dos nuevas terrazas de verano para las calurosas noches de verano almeriense. Los almerienses esperaban como agua de mayo la apertura de los nuevos cines. Finalmente se abrieron el Versalles, el cine de la Plaza de Toros o Iris Park y el Katiuska. La Terraza Hesperia pasó a llamarse Tiro Nacional, administrada por el Sr. Vértiz.

El Katiuska abrió el 4 de junio en la calle General Luque con la intención de competir con los cines del Sr. Vértiz. Un negocio familiar de don Baldomero Luque, operador cinematográfico con el Sr. Vértiz, que había transformado el viejo almacén de barrilería en sala cinematográfica para que funcionara durante todo el año. Tenía dos clases de localidades y ofreció funciones diarias de cine sonoro con un proyector OSSA, de segunda mano, adquirido en Granada, aunque este dato no está suficientemente contrastado.

El cine Versares, luego cine Imperial, abrió sus puertas el sábado, 20 de junio a las 10 de la noche en el antiguo campo de fútbol con la proyección Amoríos en el Parque y Casada por azar con el aforo repleto de público. El local, propiedad de don Isidoro Vértiz, estaba equipado con uno de los proyectores Gaumont Ideal Sonoro, controlado por el operador cinematográfico Nicolás Mañas, también operador del Hesperia junto a don Francisco Segado Ruano, electricista que poseía una tienda en la calle Príncipe, 36. La cabina de proyección estaba totalmente equipada con sonido óptico, el estereofónico-magnético vendría después de la Guerra Civil.

El Iris Park se abrió con una vieja Gaumont el día 21, domingo, a las 10,15 de la noche con La viuda negra. Pero el proyector se averió y hubo de suspender las funciones del lunes y martes.

La Terraza Hesperia dejó de funcionar provisionalmente el 19 de junio, aunque el Sr. Vértiz consiguió la concesión del Tiro Nacional al tiempo que exhibía en el Versalles. El local se inauguró con una Revista de la Paramount nº 35 y la impactante Adiós a las armas (1932), proyectada unos días antes del golpe de Estado, con las star-system del momento Helen Hayes, Gary Cooper, Mary Philips y Adolphe Menjou. Para tal fin don Isidoro Vértiz adquirió un magnífico aparato modelo AEG alemán.

Estas salas estaban equipadas con sonido óptico Tobis Klangfilm. Las terrazas de verano del Tiro Nacional y el Versalles tenían el proyector situado a una distancia grande, lo que obligaba a consumir más pares de carbones, contribuyendo a aumentar la calidad lumínica de la proyección, cosa que agradecía el público. Sin embargo, el Katiuska y Plaza de Toros no estaban tan atentos a la calidad de la proyección, es decir, que la película tuviese buena luz, lo que favorecía al empresario el ahorro de pares de carbones -un par al día por proyector- causa de frecuentes protestas y gritos contra el operador.

Al final de esta época que nos ocupa, la disyuntiva que alguna vez se planteó entre cine mudo y cine sonoro dejó de existir. El teatro Cervantes, férreamente anclado a una programación estable de cine mudo se inclinó ante la presión social de los aficionados y la prensa local, cada vez más especializada, a propósito de Tiempos modernos, asegura que el público entendido se rinde ante una nueva concepción del arte cinematográfico sonoro.

El cine, hasta 1936, había conseguido un alto nivel. La presencia masiva, los llenos a rebosar, la afluencia de público etc. son expresiones constantes de los medios informativos almerienses que avalan la consolidación del cine en nuestra ciudad y, especialmente, del cine español que se encontraba en su mejor momento y que los espectadores almerienses acogían con verdadero entusiasmo. Así lo manifestaban títulos como Santa Juana de Arco (Das Mädchen Johann, Gustav Ucicky,1935), de la productora Ufa, interpretado por Angela Salloker y Heinrich George, exhibida el 14 de febrero en el Hesperia; El rey de los gitanos, proyectada en el Katiuska el 13 de junio de 1936. Aunque era una producción netamente norteamericana de 1933, dirigida por Frank R. Strayer, fue rodada en España con guión de José López Rubio y la interpretación del conocido José Mojica y la no menos conocida del público almeriense Rosita Moreno, al igual que Yo, tú y ella (John Reinhardt, 1933); El malvado Carabel (Edgar Neville, 1935), con guión de Wencelao Fernández Flórez, proyectada a finales de mayo en el Hesperia ante un público que aplaudió a rabiar a la intérprete Antoñita Colomé; Morena Clara, El niño de las monjas, El gato montés (Rosario Pí, 1935) que fue, en opinión de Edgar Neville, la primera directora del cine sonoro español.

A mediados de junio de 1936 la prensa venía anunciando un saldo desfavorable al Gobierno de España y al Frente Popular. Cada día la inquietud y desasosiego, debidos a la inercia legislativa, motivaban un ambiente cargado de sombríos presagios, dibujándose oscuras fórmulas sobre España. A partir de esta fecha se quebraron muchas esperanzas y nuestro cine, el cine español, tardaría muchos, muchos años en despegar.

Conclusión

Las respuestas de los empresarios y público de Almería a las transformaciones materiales, económicas y sociales operadas en las décadas anteriores abren nuevos caminos por los que va a transitar el futuro de la exhibición cinematográfica en la capital. En este sentido, podemos decir que la continuidad que se produjo entonces entre teatro y cine fue similar a la actual entre cine y televisión. A la vista de lo expuesto, y considerando la reducida población de Almería, podemos afirmar a modo de resumen que las primeras exhibiciones de cine sonoro son relativamente tempranas respecto a otras ciudades de España, también la implantación definitiva del sonoro. El sonoro, de repente, acabó con toda una experiencia anterior del espectador de cualquier sala, al eliminar la figura del pianista o la pequeña orquesta que interpretaba en la mayoría de los casos según su inspiración. Por otra parte, el cine sonoro acaba en las salas almerienses con lo que hasta entonces había sido un público bullanguero y zumbón a otro silencioso que respeta la banda sonora de la película de obligatoria escucha, y sin ninguna concesión al azar o a la participación del espectador, además de eliminar los títulos escritos, que provocaban en el espectador de la época distintas reacciones. En fin, estas características hacen que se acentúe el carácter autárquico de la película (empieza a perder sentido la inclusión de otros espectáculos sonoros junto a él, como las varietés ), lo que constituye el paso definitivo hacia un modelo de exhibición y representación que con prácticamente ninguna variación es el cine que ha llegado a nuestros días. El cine, en fin, tuvo una gran influencia en nuestros antepasados, quizás más que en otras ciudades. Les enseñó a ver las cosas de otra manera, a invertir el ocio –se decía- de una ciudad monótona. De ellos heredamos nuestra capacidad para desarrollar una percepción especial en el ser humano y educar nuestra sensibilidad a través de los ojos y a punto estuvimos de convertirnos en un plató que fuese instrumento expresivo e industrial, si la imaginación política local hubiese aprovechado la potencialidad que el momento le brindó.





AGRADECIMIENTOS: Doña Rosario Lucas Martínez, Doña Carmen López-Gay y familia, Doña Jacobina Vértiz, Don José Nieto, Don Julio Matarí Sánchez, Don Gregorio Dioni, Archivo Municipal de Almería, Archivo Histórico Provincial, Biblioteca Villaespesa, Filmoteca de la Generalitat de Catalunya, Diario La Verdad de Murcia, Diputación Provincial de Cádiz, Biblioteca de la Diputación Provincial de Almería, Archivo Municipal del Ayuntamiento de Albacete.









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